En algún momento debí haber perdido la noción de lo que pasaba. Un instante estaba en el hospital enfrentando las acusaciones de Cristhian y, al siguiente, en el departamento de Devon, acurrucada, hecha un ovillo envuelta en sábanas. Sentía mi rostro hinchado de tanto llorar. Escuché un par de golpecitos en la puerta antes de que esta se abriera. Devon apareció en el dintel, preocupado. —¿Cómo te sientes? —preguntó mientras caminaba hacia la cama. Llevaba una taza humeante en las manos, que colocó sobre la mesita de noche—. Te he preparado un poco de té. Dyana me ha dicho que es bueno para calmar los nervios. —Se llevó las manos a los bolsillos. —Gracias —me senté en el borde de la cama—. Por todo —agregué. Intenté coger la taza, pero me di cuenta de que no tenía fuerzas ni siquiera para levantarla. Usé ambas manos. La sensación caliente en mi piel fue agradable. Devon se sentó a mi lado. —No quiero presionarte, pero... ¿has pensado en qué harás? —Sí —dije decidida. Lo que h
RichardNo había salido de casa desde la muerte de Melissa. No tenía noción del tiempo. A veces, encerrado por horas en mi despacho, ni siquiera sabía si era de día o de noche. Las botellas de whisky se fueron acabando una tras otra. La casa se llenó de telarañas, sombras y fantasmas que me acosaban sin parar. Incluso en mis sueños los escuchaba susurrar: “Ha sido tu culpa”, “Tú la has matado”. Llegaron a convencerme de que aquello era verdad. Yo había matado a Melissa. Xavier Xanders lo había hecho, sí, pero él quería vengarse de mí. Melissa nunca estuvo de acuerdo con lo que le habíamos hecho a Xavier, y terminó pagando con su vida.Aquella noche rebusqué en la caja de medicamentos que Melissa guardaba en su armario del baño. Las pastillas se me quedaron atoradas en la garganta. Las pasé bebiendo un trago de vodka directo de la botella, pero no aliviaron el dolor que sentía en el pecho. Las punzadas en el corazón que me invadían cada vez que yo respiraba y Melissa no. Ya no soportab
ElenaNo veía a Richard desde el funeral de Melissa. Él, al igual que Ryan, había decidido no ir a mi boda. A la mierda los dos. Richard había envejecido diez años en un par de meses y Ryan estaba internado en el hospital. Tenían lo que merecían. Pero, por supuesto, no podía mostrarme feliz por eso; tenía que lucir afligida, al menos frente a Cristhian. La verdad, cualquier cosa que lo hiciera sufrir a él, me hacía sufrir a mí por extensión.Me acerqué a Cristhian y le di un beso en los labios. Sus músculos estaban tensos, no era para menos; yo también estaba nerviosa por la presencia de Richard. Lo que había pasado entre nosotros sería una maldita mancha negra en mi matrimonio, una que no podría borrar jamás. ¿Qué le costaba quedarse en su maldita mansión y vivir el resto de su vida encerrado? Nadie iba a extrañarlo, pero aquí estaba, incomodando a todos con su presencia.—¿Cómo está mi cuñado? —le pregunté, ignorando la existencia de Richard y de esa chica... eh... ni siquiera recor
La pantalla frente a nosotros seguía mostrando la rueda de prensa en vivo. Rubí —o Sarah, como ahora se presentaba— hablaba con una convicción que me helaba la sangre. Cada palabra que salía de su boca se sentía como un puñal directo al corazón de los Vandervert. Esa maldita zorra estaba jugando un juego peligroso, y el simple hecho de verla me hacía hervir la sangre.—¿Cómo mierda es esto posible? —le solté a Richard, quien permanecía tan petrificado como yo, sus ojos clavados en la televisión como si intentara procesar la imagen—. Dijiste que habías acabado con ella, ¡que era imposible que siguiera viva!Richard finalmente apartó la vista de la pantalla y me miró con una mezcla de furia y exasperación.—¡Lo hice! —gruñó, apretando los puños—. Sarah Blake murió hace años. Me aseguré de que no pudiera escapar. La sedé, provoqué el incendio, ¡me aseguré de que no saliera viva del salón de fiestas! Esto tiene que ser una maldita treta de Xavier Xanders. Quiere hundirnos y quedarse con t
El sol se filtraba a través de las pesadas cortinas, iluminando el sillón de cuero oscuro donde estaba sentada una mujer que conocía demasiado bien. Mi madre. No la verdadera, sino la que fingió serlo, ¿por qué lo había hecho? por dinero, seguro..tal vez era un buen momento para preguntárselo pero las palabras no salían de mi boca.El tiempo no había pasado en vano. Su cabello, antes tan oscuro como la noche, estaba salpicado de gris. Había algo frágil en su postura, algo que nunca había asociado con ella. Y aun así, su presencia seguía siendo abrumadora. La miré fijamente, sintiendo un torbellino de emociones: rabia, tristeza, confusión. ¿Cómo se atrevía a aparecer ahora? ¿cómo se atrevía después de que me había engañado tod mi vida? ¿cómo se atrevía a estar ahí frente a mí, mirándome a la cara después de lo que me había hecho? —Sarah —dijo ella, rompiendo el silencio. Su voz tenía un tono casi suplicante, como cuando le rogaba a Richard que no me golpeara, como cuando le rogaba a M
La sala estaba abarrotada de periodistas, cámaras y luces que iluminaban cada rincón. El murmullo incesante creaba una cacofonía que retumbaba en mis oídos, mientras mis manos, heladas y húmedas, se aferraban con fuerza al borde de la mesa frente a mí. No podía evitar preguntarme si los notables enseñamientos de oratoria de Xavier serían suficientes para lidiar con el peso de ese momento.Tomé una respiración profunda y recorrí la sala con la mirada. Los rostros desconocidos parecían ansiosos por devorar cada palabra que yo pronunciara. Mis piernas temblaban bajo la mesa, pero me obligué a mantener una postura firme. Ya me había preparadome para este momento, o por lo menos eso me habóa hecho creer Xavier, durante el tiempo que estuve con él, ensayé cada palabra y cada gesto frente al espejo, estaba lista Aun así, el nudo en mi estómago no se disolvía.—Buenos días —empecé, notando cómo mi voz sonaba apenas un poco insegura. Tomé otra respiración para estabilizarme y continué—. Mi nom
El agua caliente de la ducha caía sobre mi espalda, pero no lograba relajarme. Cerré los ojos, dejando que el vapor llenara el baño y el ruido del agua tratara de apagar los gritos de mi mente. Tres días. Habían pasado tres días desde que Sarah Blake anunció al mundo que estaba viva, y cada segundo desde entonces había sido un peso insoportable.Aquel día en la sala de espera del hospital volvía a mi mente como una escena que no podía detener. Había llegado apresurado, con el corazón latiendo como un tambor al pensar en Ryan, quien seguía hospitalizado. La voz de Richard, furiosa, me recibió antes de cruzar siquiera la puerta, quejándose de cómo yo era el último de enterarme de mi propio fin, Richard caminanó de un lado a otro como una fiera enjaulada antes de marcharse sin decir más, dejando el eco de sus pasos resonando por el pasillo, yo no entendí nada. Elena estaba de pie, inmóvil y pálida como una estatua de marmol, una estatua de rostro perfecto e inexpresivo que miraba fijo a
—¡Esto es una locura! ¡Yo no hice nada! —Richard gritó, su voz quebrándose—. ¡quítenme las manos de encima! —gritó cuando uno de los oficiales que acompañaban a los detectives intentó ponerle las esposasLos policías continuaron, ignorando sus gritos, mientras le leían sus derechos. Richard, un hombre al que siempre vi como el titán que dominaba el mundo, ahora estaba allí dando pataletas de ahogado; a punto de desmoronarse.Se resistió al arresto, gritó maldiciones, dio golpes en el aire, tratando de zafarse de los oficiales. El espectáculo fue grotesco, y aún así no podía apartar la mirada.El miedo me recorrió por completo. Yo sabía lo que había hecho, lo sabía con certeza, incluso estuve más involucrado en todo aquello de lo que quería admitir, siempre estuve al tanto de todo Richard había hecho y lo apoyé en todo. Eso me convertía en cómplice, aunque no lo hubiera hecho de manera directa. M e sentí extrañamente aliviada cuando al fin desaparecieron de mi vista, entonces supe que