El agua caliente de la ducha caía sobre mi espalda, pero no lograba relajarme. Cerré los ojos, dejando que el vapor llenara el baño y el ruido del agua tratara de apagar los gritos de mi mente. Tres días. Habían pasado tres días desde que Sarah Blake anunció al mundo que estaba viva, y cada segundo desde entonces había sido un peso insoportable.Aquel día en la sala de espera del hospital volvía a mi mente como una escena que no podía detener. Había llegado apresurado, con el corazón latiendo como un tambor al pensar en Ryan, quien seguía hospitalizado. La voz de Richard, furiosa, me recibió antes de cruzar siquiera la puerta, quejándose de cómo yo era el último de enterarme de mi propio fin, Richard caminanó de un lado a otro como una fiera enjaulada antes de marcharse sin decir más, dejando el eco de sus pasos resonando por el pasillo, yo no entendí nada. Elena estaba de pie, inmóvil y pálida como una estatua de marmol, una estatua de rostro perfecto e inexpresivo que miraba fijo a
—¡Esto es una locura! ¡Yo no hice nada! —Richard gritó, su voz quebrándose—. ¡quítenme las manos de encima! —gritó cuando uno de los oficiales que acompañaban a los detectives intentó ponerle las esposasLos policías continuaron, ignorando sus gritos, mientras le leían sus derechos. Richard, un hombre al que siempre vi como el titán que dominaba el mundo, ahora estaba allí dando pataletas de ahogado; a punto de desmoronarse.Se resistió al arresto, gritó maldiciones, dio golpes en el aire, tratando de zafarse de los oficiales. El espectáculo fue grotesco, y aún así no podía apartar la mirada.El miedo me recorrió por completo. Yo sabía lo que había hecho, lo sabía con certeza, incluso estuve más involucrado en todo aquello de lo que quería admitir, siempre estuve al tanto de todo Richard había hecho y lo apoyé en todo. Eso me convertía en cómplice, aunque no lo hubiera hecho de manera directa. M e sentí extrañamente aliviada cuando al fin desaparecieron de mi vista, entonces supe que
RyanEl aire frío me recibió cuando salí del auto, con Dayana sosteniéndome del brazo como si estuviera hecho de cristal. Mis pulmones protestaron al inhalar, y un leve ardor en la garganta me recordó que no estaba al cien por ciento. Aunque no iba a admitirlo, agradecía que ella estuviera allí; me ayudaba a disimular lo mucho que tambaleaba.—¿Estás seguro de que no necesitas ayuda para subir las escaleras? —preguntó cuando llegamos a la entrada del edificio, su tono a medio camino entre preocupación y burla.—Estoy seguro de que podría subirlas saltando en un pie, pero no quiero arruinar tu espectáculo —respondí, sonriendo. Su risa fue como un pequeño premio a mi sarcasmo —miré los escalones que llevaban al lobby del "Golden" jamás había reparado en la cantidad, ¿eran ideas mias o cada escalón era enorme? los conté mientras los subía con esfuerzo; siete escalones, nunca los había contado.Mientras el elevador nos llevaba al piso de Devon Dyana me ponía al dia con los último aconteci
CristhianSubí al auto y cerré la puerta con un golpe más fuerte de lo necesario. Aún podía escuchar las palabras de Ryan resonando en mi cabeza como un eco persistente: "La vida te está dando una nueva oportunidad. Sólo tienes que aprovecharla."Encendí el motor, y mientras el rugido del motor llenaba el silencio, me recargué contra el respaldo del asiento, dejando escapar un suspiro. Nunca había considerado ver todo esto como una oportunidad, pero tal vez él tenía razón. Quizá podía recuperar a Sarah. No a Rubí, la mujer calculadora y sensual que había conocido en los últimos meses, sino a Sarah, la persona que alguna vez había sido mi esposa. Una parte de mí no podía evitar preguntarse si éramos capaces de un nuevo comienzo, si yo era capaz de reivindicarme.Manejsin rumbo claro por algunos minutos, perdiéndome en los juegos de luces y sombras que proyectaban los faroles sobre el parabrisas. Finalmente, el sentido de responsabilidad me empujó a tomar un rumbo definido: la comisarí
ElenaEstaba sola. El eco de la puerta cerrándose detrás de Cristhian aún resonaba en mi cabeza, como si el mundo entero hubiese decidido aplastarme en ese instante. ¿Cómo se atrevía? ¿Cómo podía simplemente darme la espalda después de todo lo que hice por él? Mi pecho ardía de rabia, mis manos temblaban, y una sensación abrasadora subía desde mi estómago hasta mi garganta. No podía contenerlo más. Un grito salió de mi boca, desgarrador, inhumano, lleno de una furia que necesitaba escapar o consumiría todo mi ser.Agarré el primer objeto que encontré, un marco con una foto de nosotros dos, y lo lancé con todas mis fuerzas contra la pared. El vidrio se hizo añicos, igual que mi paciencia. Luego vino la lámpara de la sala, las flores artificiales que había comprado para decorar el lugar, incluso un estúpido libro que él nunca había leído. Todo volaba por el aire mientras mi respiración se volvía cada vez más errática.—¡Maldito seas, Cristhian! —grité, sintiendo cómo mi garganta ardía,
La mansión Vandervert me recibió como un animal herido, con sus ventanales rotos y las paredes cubiertas de grietas como cicatrices mal curadas. La imponencia de antaño seguía allí, pero vestida de abandono. Caminé despacio por el camino principal, esquivando las ramas secas que se amontonaban como si nadie hubiera barrido en años. Zackary me sujetaba la mano, mirando curioso, pero en silencio. El eco de mis propios pasos parecía burlarse de mí.Cuando abrí las puertas principales, el rechinar fue tan agudo que Zackary retrocedió un paso. Un olor rancio, mezcla de humedad y polvo, llenó mis pulmones. La sala principal, donde antes se celebraban cenas lujosas y reuniones con figuras importantes, estaba ahora vacía, con muebles cubiertos por sábanas manchadas. —¿Cómo es que Richard podía vivir aquí?—, murmuré. Zackary no respondió; sus ojos estaban fijos en un cuadro torcido de Richard Vandervert.Me pasé el día inspeccionando las habitaciones. Cada espacio era un recordatorio de lo que
La voz de Sarah en el altavoz era un eco que parecía llenar toda la habitación, pero para Zackary y para mí, era mucho más que eso: era un milagro. Cuando dijo: —Sí, soy yo, mamá, ¿cómo estás, hijo? —sentí un nudo en el estómago. No esperaba que fuera tan directa, tan vulnerable.Zackary soltó un grito emocionado. —¡Mamá! Te extraño mucho, por favor, vuelve.Hubo una pausa al otro lado de la línea. Yo sabía que Sarah estaba llorando incluso antes de escuchar el leve sollozo que escapó de su garganta. Su voz era un susurro cuando respondió: —Yo también te he extrañado, cariño, te he extrañado tanto.Zackary, siempre inocente, siempre lleno de esperanza, preguntó: —¿Diosito te puede dar permiso para bajar unos días del cielo y venir a verme?Mis ojos se llenaron de lágrimas, y mi pecho dolía como si algo dentro de mí se rompiera. Quise decir algo, pero las palabras no salieron. Sarah, entre sollozos, dijo: —Está bien, iré a verte. Pero debes saber algo: cuando me veas, tendré un rostro
CristhianDejé a Rubí y a Zackary en la sala, cruzando apenas unas palabras antes de excusarme. Sentía que aquel momento no me correspondía, que debía ser ella quien enfrentara la verdad. Zackary merecía escuchar de sus labios que ella era su madre, pero yo no podía ser parte de eso. Tenía que salir de allí.Mi primera acción fue buscar mi teléfono. Intenté llamar a Elena, pero cada intento resonaba con un silencio desesperante. Su buzón de voz era la única respuesta, y con cada tono que no contestaba, una presión creciente me comprimía el pecho. Algo no estaba bien.Subí al auto y conduje hacia su departamento. El sol brillaba intensamente, pero la luz no alcanzaba a calmar la oscuridad que sentía dentro de mí. Mientras avanzaba, mi mente divagaba en recuerdos. ¡Cómo olvidarlo! Hacía muy poco, Elena había tenido aquel accidente que casi le costó la vida. Estuve a su lado en el hospital, rogando al destino que me permitiera mantenerla en mi vida. Pero esta vez... esta vez era diferent