¡POR NUESTRO HIJO!

La voz de Sarah en el altavoz era un eco que parecía llenar toda la habitación, pero para Zackary y para mí, era mucho más que eso: era un milagro. Cuando dijo: —Sí, soy yo, mamá, ¿cómo estás, hijo? —sentí un nudo en el estómago. No esperaba que fuera tan directa, tan vulnerable.

Zackary soltó un grito emocionado. —¡Mamá! Te extraño mucho, por favor, vuelve.

Hubo una pausa al otro lado de la línea. Yo sabía que Sarah estaba llorando incluso antes de escuchar el leve sollozo que escapó de su garganta. Su voz era un susurro cuando respondió: —Yo también te he extrañado, cariño, te he extrañado tanto.

Zackary, siempre inocente, siempre lleno de esperanza, preguntó: —¿Diosito te puede dar permiso para bajar unos días del cielo y venir a verme?

Mis ojos se llenaron de lágrimas, y mi pecho dolía como si algo dentro de mí se rompiera. Quise decir algo, pero las palabras no salieron. Sarah, entre sollozos, dijo: —Está bien, iré a verte. Pero debes saber algo: cuando me veas, tendré un rostro
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