3: Su olor.

Elian.

—No hay nadie además de usted que pueda ayud… —intento decir.

—Nos debes tanto dinero que ni vendiendo tu carne en el matadero cubriría la cuarta parte.

La idea de mí siendo comido por algunas personas me causa escalofríos.

—Eso no es cierto.

—Vete de aquí Elian, vete si no quieres amanecer en una caja mañana hecho picadillo ¡Tienes que pagar tus deudas!

—¡Bien!

—¡Y no vengas hasta que tengas el dinero! —grita cuando me alejo.

Le hago caso a Francis, la esposa del bodeguero Iker porque aunque me dé vergüenza y terror admitirlo: su esposo es capaz de cumplir con todos sus deseos.

Siento que a la mitad de la noche si no como algo decente podré desmayarme y entiendo que Francis esté cansada de atenderme cada que ello pasa así que chasqueo la lengua cuando de reojo puedo ver en su mirada lo mucho que quiere ayudarme pero no puede.

Yo tampoco lo haría.

Me tambaleo hasta subir a mi bicicleta, me pongo el casco. Y no llevándome algunas personas por delante logro actuar como que estoy cuerdo, que no hay rastros de alcohol de esta mañana en mi sistema, con lentes de sol aunque haya tiempo de lluvia, y ropa oscura para pasar desapercibido.

El viento con olor a lluvia invade mis fosas nasales, la música mental cambia a pop-rock. Cruzo en la segunda cuadra, observo de reojo a las personas a mi alrededor: algunas viendo hacia el cielo quizá diciendo que este clima no había sido predicho para hoy, y algunos otros solo conversando animadamente.

No tengo amigos. No tengo familia. Soy solo yo contra el mundo y mi gata Kai que incluso suele cambiarme por Lenox, un gato callejero. Así que no tengo nadie con quien hablar del clima, de la moda actual, de la economía, la salud, la política, leyes y… guerras.

Un trueno me hace acelerar el corazón, mis lentes de sol caen al asfalto, la bicicleta derrapa en medio del agua que comienza a caer, y por más que intento mantener el control, paso muy cerca de un auto amarillo haciéndole una gran línea marcada y oxidada desde el parachoques trasero hasta el delantero.

La alarma se activa.

—Mierda, m****a —mascullo volviendo a pedalear rápido, y echando un vistazo hacia atrás veo a una mujer salir de algún lugar hasta su auto llevándose las manos a la cabeza y posterior a ello me maldice.

Quisiera decirle que lo siento, que voy a pagar por los daños, pero a estas alturas de mi vida, sinceramente: no puedo ni pagarme una cerveza más.

Por suerte sé que desde este lado de la ciudad no hay cámaras.

Mi corazón sigue agitado por los truenos cuando, empapado de pies a cabeza, entro a mi residencia. Me revuelvo el cabello, dejo la bici en su lugar con el casco enganchado de ella, y subo las escaleras hasta la puerta de mi humilde hogar.

La vecino del piso me saluda, como siempre, y yo, como siempre, solo le devuelvo la sonrisa antes de entrar.

Me pregunto si de verdad es lo suficientemente ciego como para no darse cuenta que no me gustan los hombres.

—¿Kai? —Dejo las llaves en la mesa.

Suspiro al quitarme toda la ropa para ponerla a lavar de una vez, y cuando me siento casi desnudo en la cama se me hace imposible no darme cuenta de las condiciones en las que me encuentro.

—Debes trabajar más si quieres tener más —repito las palabras de mi madre en mi cabeza.

Todo está perfectamente ordenado, y sé que si realmente tuviese más que un ventilador, mi cama, un refri, una pequeña lavadora, cocina y una gaveta con la ropa que gozo, parecería el apartamento de una persona obsesionada con la limpieza u orden.

Oh, y esa pequeña librería también cuenta aunque solo tenga dos libros en ella.

—Casi 30 años, Elian ¡Casi 30! ¿Cuándo tienes pensado madurar?

—Lo siento mamá —digo al aire sintiendo mi pecho hundirse.

Desearía regresar a mi adolescencia, no ir nunca a la guerra  y solo meterme en la playa hasta que mis costillas no resistan más sus oleajes.

Otro trueno suena y brinco, miro a todos lados, y.. estoy solo como siempre.

Estar en la guerra no fue fácil; pero al menos tuve la oportunidad de conocer a dos de las mujeres que me cambiaron la vida: mis dos primeras historias de amor, las cuales resultaron ser un fracaso, y que, por consiguiente, hicieron que al llegar “a casa" pensara bastante si es necesario compartir mi vida con alguien además de mí.

—Te pones demasiado exigente, Elian. A veces todo consistente solo en dejarse llevar —me decía Beatrice, una de mis ex's.

Por supuesto, para ella era fácil dejarse llevar a un rincón diferente por todo el pelotón sin importar que yo me enterase.

Las cosas conmigo jamás han sido demasiado fáciles, pero tampoco demasiado difíciles.

Siento mi teléfono vibrar y lo tomo en mis manos resultando sentirme un poco menos preocupado que hace medio día.

Levi: Necesito tu trasero mañana, sin una gota de alcohol.

Pensé que me habían botado del trabajo cuando llegué ebrio. Han pasado tres días desde entonces, y aunque me he gastado el dinero en bebidas aún teniendo muchas deudas, me alegra que vaya a recibir dinero pronto para comprar más.

Hasta que el cuerpo aguante, me digo siempre.

Estoy tan acostumbrado a ello que, a veces, no sé si he tomado o no.

Silencio.

Así, en ropa interior, me tumbo al suelo para comenzar a hacer abdominales y flexiones de codo, contando en voz alta.

—Las personas que hacen eso no tienen suficiente control de sus mentes —me dijo una vez mi jefe Levi.

Desvío ese recuerdo cuando después de terminar de ejercitarme un poco me doy una ducha rápida.

—Pin…

A veces imito el sonido de las cosas a mi alrededor para no volverme loco, puesto que haciéndolo siento que tengo una conversación con los aparatos.

—Pin pin pi…—digo, sacando la ropa de la lavadora para extenderla aquí mismo.

Y cuando vuelvo a quedarme solo, cuando todo se queda en silencio, imágenes comienzan a pasar por mi mente, voces, sonidos… mi corazón se acelera, mi pecho se cierra, mi garganta comienza a inflamarse.

Corre.

¡Bomba!

¡Elian, Beatrice ha muerto!

Tomo un jean, me lo pongo temblorosamente, un suéter color verde militar, el teléfono, los auriculares, y cuando tomo mis zapatos secos salgo del infierno antes de que me ahogue.

Antes de que los escombros me caigan encima.

El aire llega a mis pulmones cuando termino de bajar las escaleras y el ambiente me recibe con un pequeño rayo de sol anunciando que la lluvia se ha ido.

Inhalo, exhalo, viendo a todos los lados posibles y exhalo mi agitación.

Mando todo lo que siento a la m****a, y tras colocarme los zapatos de forma correcta, me concentro en tratar de encontrar una verdadera playlist mientras conecto mis audífonos del celular.

A veces quisiera simplemente no pensar.

Corro, troto y finalmente camino, sin mirar a dónde me dirijo, quiénes me rodean o de qué forma me miran, solo sintiendo que hay algunos charcos de la lluvia bajo mis zapatos mientras la música a todo volumen me nubla y…

El olor a… frutos secos, verano y canela me hace girar la cabeza de forma inmediata.

—Hola, sí… gracias… —la voz de una mujer es lo que puedo escuchar y con ella su perfume se mueve.

Levanto la vista realmente para encontrarme con uno de estos bares que tanto transito y mi corazón comienza a latir fuerte sin razón cuando veo las luces y escucho la música en el fondo.

—Hey, Elian —me saludan.

—Hey. —Levanto el mentón hacia uno de los porteros a la vez que quito mis auriculares—. ¿Qué hay hoy?

—Nada especial… entrada ilimitada hasta que no quepa más —William, o al menos creo que se llama así me dice, para luego alzarse de hombros—. Ordenes del jefe. Eso sí, todo lo que consumes hay que pa…

No sé por qué mis pies ya me están dirigiendo hacia dentro. Así que por primera vez, mi olfato siente la necesidad de encontrarse con el olor de hace unos segundos.

Frutos secos como los que solía darme mamá, verano como los tantos felices que pasé en mi adolescencia y canela…

Cada que me acerco, como un psicópata hacia los pasos, hacia el ambiente, hacia la multitud, mi respiración se agita.

Búsquedas fallidas que me tienen el corazón latiendo de forma innecesariamente desenfrenada, terminan por convencerme de que esto que estoy haciendo es una locura y que el alcohol junto a mis riñones e hígado quizá de verdad están comenzando a pasarme la factura de vida.

—Disculpe… ¿hay algo que no tenga alcohol de verdad?

Boom, boom, boom.

No sé por qué estoy repitiendo los sonidos de mi corazón en mi mente.

—… ¿Agua?

—Sí por favor.

Sí por favor…

Paso la lengua por mis labios cuando estos se secan.

Aquella voz portadora del olor que me trae mareado ha dicho de forma tierna, suplicante pero segura: sí por favor… y con ello ha detenido mis pasos.

—¿Hola? —El olor me invade de forma abrupta—. ¿También es tu primera vez aquí? Oh Dios… lo siento si me paso de confianzuda… Estoy un poco nerviosa porque para mí sí es la primera vez que… oye… tú… ¿estás bien? Mi nombre es Ámbar, ¿cuál es el tuyo?

¿Ah?

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