Ser un Baker no es tan sencillo como algunos pueden pensar.Y es que si bien el único que ha tenido de qué hablar respecto a su vida privada es Darwin, los demás son tan éticamente profesionales delante de las cámaras y prensa que incluso pueden parecer personas falsas.He tenido que ser testigo directo, centro de atención en su familia, y muchas veces mi esposo me ha dicho que es la razón por la cual suele ser tan discreto conmigo. Y eso aumentó las últimas semanas. Puesto que aunque no estaba conmigo, se aseguró de conseguirme un auto que pasara desapercibido y que pudiese sacar desde el estacionamiento de la casa vecina; me prohibió usar las redes sociales junto a las ubicaciones, comprar con tarjeta, hablar por teléfono por más de 30 segundos, y además, como hoy, cuando salimos juntos se encarga de que su guardaespaldas nos respire casi en la nuca, pero pareciendo invisible.—¡Matrimonio Baker Wallace, sean bienvenidos!Veo a Darwin rodar los ojos y siento su mano apretándome más
Darwin.—Pues aunque parezca mentira, sabes que después de todo no tengo la última palabra —le digo.—¿De verdad piensas que quiero hablar de quién se ensucia más las manos que otro ahora, Darwin?Rodeo la silla de la oficina de mi padre para tomar asiento con comodidad, con una de mis piernas sobre la otra, echando al mismo tiempo una ojeada por los papeles de registros mercantiles que me llaman la atención pero prefiero investigar más tarde.—Quiero creer que sí, Sasha, para esto me creaste, para que hasta el último día de tu vida habláramos sobre quién dejó la huella más grande en el Congreso. Bueno, ahora en el país.Mi padre, tras dejar los ojos en blancos, suelta un gruñido que sé es por cansancio e irritación porque siempre le digo lo mismo.Él no quiere entender que mi esposa no se toca, no se mira, y no se puede hablar de ella, no al menos estando yo presente.—Esa… —Lo veo ir por una botella de whisky escocés muy fino; con molestia lo escucho poner dos vasos encima de la mad
Darwin.—No es mi culpa, Ian, simplemente nací más guapa y ya, ¿no crees…?—¿Quién fue? —mi tono de voz es moderado mientras llego a la sala.—¿Quién fue qué, Darwin? —cuestiona con una ceja arqueada Ronetta, mi madrastra.—¿Quién puso a Ámbar en ese estado? —Me llevo las manos a la cintura, caminando de un lado a otro, sintiendo cómo la ropa me asfixia y los ojos me arden—. ¡¿Quién?!—Baja la voz y compórtate como el futuro presidente de la nación constituyente Gales, hijo mío… —Sasha, con una copa de vino en la mano tiene una sonrisa malvada—. No queremos que O’Reilly tenga más cosas que publicar esta semana sobre ti.—Padre, O'Reilly no está aquí así que por favor…—Quizás no, pero estás muy estresado hijo ¿te has tomado las pastillas que te di?—Sasha, no soy un crio.—Creo que iré a ver si necesita mi ayuda… —Mi hermano va en dirección al baño así que me cruzo en su camino, sintiendo que ya he perdido el control—. Quítate, Darwin. Y en lugar de estar discutiendo innecesariamente
Elian. —¿Y las llaves de la moto? —¿Las de Vunchi? No la tendrás, estás castigado. Bufé cuando Levi, mi jefe, me dejó claro desde el día en que me reincorporó, que debía usar esa vieja motocicleta que además de sonar horrible, se veía horrible. Usarla es su forma de castigar a los que no cumplen alguna política o norma dentro de la central de Levi`s Restaurant, el cual no es su único negocio. Así que tomé mi casco resignado a que tenía que ser tal vez el centro de atención de varios transeúntes por culpa de las condiciones de la moto, y me dirigí a otro de sus negocios; tienda de productos electrodomésticos. Un día me encontraba trabajando allí cuando los chicos del delivery no estaban abastos, y otros días estaba todo el día en el Restaurante, cocinando, limpiando u haciendo deliverys. Y no, Levi nunca se ha aprovechado de mí. Siempre me ha pagado lo justo porque soy muchas cosas a la vez. Así que en ese momento de camino a la tienda de electrodomésticos, pensé que era p
Lentamente subí mi vista. Mis labios estaban húmedos, la situación me sobrepasaba hasta el punto de sentir que mi cuerpo podía derretirse por su olor, por su respiración y por la manera en la que con su mano derecha tomó mi cabello con delicadeza, lo acarició, bajó a mi frente, mis orejas, de forma hipnotizada; su dedo llegó a mi nariz, se deslizó y pisó mis labios para pasarse la lengua por los suyos, pero finalmente desconectó nuestra mirada.A ambos nos estaba doliendo más que nuestras ganas de llegar al clímax de ello. Lo sabía.—Lo siento mucho.Y allí me dejó…—Wow, eso fue muy rápido tomando en cuenta el medio de transporte…La voz de Melly me hace doler la cabeza de repente, de nuevo, he estado en modo automático y ni quisiera recuerdo haber estado consciente de que venía de regreso aquí.—Eso creo. —Me alzo de hombros—. Oye Melly, no quiero ser indiscreto pero ehm… —Me arrepiento de la pregunta que estoy a punto de hacer porque pienso que estoy siendo demasiado paranoico, así
Ámbar. Realmente he intentado olvidar lo que pasó aquella noche. Y no solo porque en el fondo creo que Elian me ha marcado tanto porque había llegado en mi momento de vulnerabilidad, sino porque no puedo mirar con otros ojos a ningún hombre que no sea mi esposo. Después de casi cinco meses bajo mucha presión y casi tres desde la primera conferencia de prensa, el descubrimiento de la infidelidad y falta de atención de su parte… era de esperarse ¿no? Trato de convencerme de lo anterior desde que escuché la voz de Elian y estuve a punto de darme vuelta para confirmar que era él; por suerte, me contuve. Los latidos de mi corazón sabían que era Elian, así que la idea de que él supiese quién era yo, me abatió. No debía pensar tanto y así evitaría sentir tanto. Le hice una promesa a Darwin y aunque no soy la única que ha faltado, ambos lo hemos estado intentando. No puedo simplemente abandonar al hombre que aún sigo amando y me ha dado parte de lo que siempre soñé por estúpidas maripos
—¡Ámbar, ábreme! Tomo el teléfono en mis manos para llamar a mi esposo. De ninguna forma puedo llamar a la policía, pero antes de que pueda hacerlo, el vidrio del lado de mi ventana se rompe, haciéndome soltar un chillido, asustada. Posterior a ello, el hombre introduce su mano adentro, toma mi mano, y mi teléfono casi recién comprado es tirado a la calle. —No me hagas nada, por favor… —Mis manos se detienen en el volante—. Por favor —suplico. —Solo necesito hablar contigo —dice de forma calmada—. Abre la puerta. —Sé que no puedo negarme así que obedezco dejándolo sentarse en el lado del pasajero—. Vamos a las Arcadas. No voy a hacerte nada. Asiento aún nerviosa, y conduzco mirando cada cierto tiempo a todos lados en busca de ayuda. —¿Qué es lo que quieres? —le pregunto. —Hablar. —Hablemos ahora —le digo, tratando de sonar segura de mí—. Si no vas a hacerme nada podemos hablar sobre ello en cualquier parte. No quiero que nos vean juntos en público. —¿Por qué? ¿Le tienes m
Elian. Una vez mi hermana pequeña me dijo, mientras ella estaba hirviendo por una fiebre causada por durar mucho tiempo en la piscina, que mis abrazos se sentían “como si un oso panda cubierto de lana y algodón tibio te cubriera en las noches de frío”, y desde entonces tengo fe en eso. Así que cuando dejo de abrazar a la mujer con olor a frutos secos, canela y verano, le señalo mi bici. —Sube. —¿Qué, estás loco? Tengo mi auto allí… El día que nos conocimos, poco antes de subir al taxi, me dijo que había dejado su carro en algún sitio y que seguramente al día siguiente la policía estaría en su casa, recuerdo que ambos reímos por eso. —No será la primera vez que lo dejas botado, siempre lo recuperas. —Le guiño el ojo por lo que ella intenta no sonreír. —Seguirá lloviendo… —Voy a sacarte de aquí, Ámbar. —Podemos ir en mi auto… —Se muerde el labio con lentitud después de decirlo, mirándome fijamente. Sus pópulos lucen rojos por tanto llorar, sus pestañas están húmedas y su cuer