10: Mi esposa.

Darwin.

—Pues aunque parezca mentira, sabes que después de todo no tengo la última palabra —le digo.

—¿De verdad piensas que quiero hablar de quién se ensucia más las manos que otro ahora, Darwin?

Rodeo la silla de la oficina de mi padre para tomar asiento con comodidad, con una de mis piernas sobre la otra, echando al mismo tiempo una ojeada por los papeles de registros mercantiles que me llaman la atención pero prefiero investigar más tarde.

—Quiero creer que sí, Sasha, para esto me creaste, para que hasta el último día de tu vida habláramos sobre quién dejó la huella más grande en el Congreso. Bueno, ahora en el país.

Mi padre, tras dejar los ojos en blancos, suelta un gruñido que sé es por cansancio e irritación porque siempre le digo lo mismo.

Él no quiere entender que mi esposa no se toca, no se mira, y no se puede hablar de ella, no al menos estando yo presente.

—Esa… —Lo veo ir por una botella de whisky escocés muy fino; con molestia lo escucho poner dos vasos encima de la mad
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