Darwin.—No es mi culpa, Ian, simplemente nací más guapa y ya, ¿no crees…?—¿Quién fue? —mi tono de voz es moderado mientras llego a la sala.—¿Quién fue qué, Darwin? —cuestiona con una ceja arqueada Ronetta, mi madrastra.—¿Quién puso a Ámbar en ese estado? —Me llevo las manos a la cintura, caminando de un lado a otro, sintiendo cómo la ropa me asfixia y los ojos me arden—. ¡¿Quién?!—Baja la voz y compórtate como el futuro presidente de la nación constituyente Gales, hijo mío… —Sasha, con una copa de vino en la mano tiene una sonrisa malvada—. No queremos que O’Reilly tenga más cosas que publicar esta semana sobre ti.—Padre, O'Reilly no está aquí así que por favor…—Quizás no, pero estás muy estresado hijo ¿te has tomado las pastillas que te di?—Sasha, no soy un crio.—Creo que iré a ver si necesita mi ayuda… —Mi hermano va en dirección al baño así que me cruzo en su camino, sintiendo que ya he perdido el control—. Quítate, Darwin. Y en lugar de estar discutiendo innecesariamente
Elian. —¿Y las llaves de la moto? —¿Las de Vunchi? No la tendrás, estás castigado. Bufé cuando Levi, mi jefe, me dejó claro desde el día en que me reincorporó, que debía usar esa vieja motocicleta que además de sonar horrible, se veía horrible. Usarla es su forma de castigar a los que no cumplen alguna política o norma dentro de la central de Levi`s Restaurant, el cual no es su único negocio. Así que tomé mi casco resignado a que tenía que ser tal vez el centro de atención de varios transeúntes por culpa de las condiciones de la moto, y me dirigí a otro de sus negocios; tienda de productos electrodomésticos. Un día me encontraba trabajando allí cuando los chicos del delivery no estaban abastos, y otros días estaba todo el día en el Restaurante, cocinando, limpiando u haciendo deliverys. Y no, Levi nunca se ha aprovechado de mí. Siempre me ha pagado lo justo porque soy muchas cosas a la vez. Así que en ese momento de camino a la tienda de electrodomésticos, pensé que era p
Lentamente subí mi vista. Mis labios estaban húmedos, la situación me sobrepasaba hasta el punto de sentir que mi cuerpo podía derretirse por su olor, por su respiración y por la manera en la que con su mano derecha tomó mi cabello con delicadeza, lo acarició, bajó a mi frente, mis orejas, de forma hipnotizada; su dedo llegó a mi nariz, se deslizó y pisó mis labios para pasarse la lengua por los suyos, pero finalmente desconectó nuestra mirada.A ambos nos estaba doliendo más que nuestras ganas de llegar al clímax de ello. Lo sabía.—Lo siento mucho.Y allí me dejó…—Wow, eso fue muy rápido tomando en cuenta el medio de transporte…La voz de Melly me hace doler la cabeza de repente, de nuevo, he estado en modo automático y ni quisiera recuerdo haber estado consciente de que venía de regreso aquí.—Eso creo. —Me alzo de hombros—. Oye Melly, no quiero ser indiscreto pero ehm… —Me arrepiento de la pregunta que estoy a punto de hacer porque pienso que estoy siendo demasiado paranoico, así
Ámbar. Realmente he intentado olvidar lo que pasó aquella noche. Y no solo porque en el fondo creo que Elian me ha marcado tanto porque había llegado en mi momento de vulnerabilidad, sino porque no puedo mirar con otros ojos a ningún hombre que no sea mi esposo. Después de casi cinco meses bajo mucha presión y casi tres desde la primera conferencia de prensa, el descubrimiento de la infidelidad y falta de atención de su parte… era de esperarse ¿no? Trato de convencerme de lo anterior desde que escuché la voz de Elian y estuve a punto de darme vuelta para confirmar que era él; por suerte, me contuve. Los latidos de mi corazón sabían que era Elian, así que la idea de que él supiese quién era yo, me abatió. No debía pensar tanto y así evitaría sentir tanto. Le hice una promesa a Darwin y aunque no soy la única que ha faltado, ambos lo hemos estado intentando. No puedo simplemente abandonar al hombre que aún sigo amando y me ha dado parte de lo que siempre soñé por estúpidas maripos
—¡Ámbar, ábreme! Tomo el teléfono en mis manos para llamar a mi esposo. De ninguna forma puedo llamar a la policía, pero antes de que pueda hacerlo, el vidrio del lado de mi ventana se rompe, haciéndome soltar un chillido, asustada. Posterior a ello, el hombre introduce su mano adentro, toma mi mano, y mi teléfono casi recién comprado es tirado a la calle. —No me hagas nada, por favor… —Mis manos se detienen en el volante—. Por favor —suplico. —Solo necesito hablar contigo —dice de forma calmada—. Abre la puerta. —Sé que no puedo negarme así que obedezco dejándolo sentarse en el lado del pasajero—. Vamos a las Arcadas. No voy a hacerte nada. Asiento aún nerviosa, y conduzco mirando cada cierto tiempo a todos lados en busca de ayuda. —¿Qué es lo que quieres? —le pregunto. —Hablar. —Hablemos ahora —le digo, tratando de sonar segura de mí—. Si no vas a hacerme nada podemos hablar sobre ello en cualquier parte. No quiero que nos vean juntos en público. —¿Por qué? ¿Le tienes m
Elian. Una vez mi hermana pequeña me dijo, mientras ella estaba hirviendo por una fiebre causada por durar mucho tiempo en la piscina, que mis abrazos se sentían “como si un oso panda cubierto de lana y algodón tibio te cubriera en las noches de frío”, y desde entonces tengo fe en eso. Así que cuando dejo de abrazar a la mujer con olor a frutos secos, canela y verano, le señalo mi bici. —Sube. —¿Qué, estás loco? Tengo mi auto allí… El día que nos conocimos, poco antes de subir al taxi, me dijo que había dejado su carro en algún sitio y que seguramente al día siguiente la policía estaría en su casa, recuerdo que ambos reímos por eso. —No será la primera vez que lo dejas botado, siempre lo recuperas. —Le guiño el ojo por lo que ella intenta no sonreír. —Seguirá lloviendo… —Voy a sacarte de aquí, Ámbar. —Podemos ir en mi auto… —Se muerde el labio con lentitud después de decirlo, mirándome fijamente. Sus pópulos lucen rojos por tanto llorar, sus pestañas están húmedas y su cuer
Elian.—No me digas que ocurrirá una de esas escenas clichés en donde uno de los protagonistas por no saber patinar hace que ambos se caigan, uno encima del otro, se vean a los ojos y…—¿Se besen? —cuestiono sosteniéndome bien con ambas manos del tubo, viendo de reojo a la mujer sonrojarse un poco.—¿Te gustaría?—Al parecer a ti no.—¿Qué? ¿Por qué? —se escucha ofendida.Rio nervioso y no solo porque siento que no puedo mantener el equilibrio en serio.—¡Ah! ¿Entonces sí quieres?—No estamos hablando de “querer”, Elian. —Hace que la mire a los ojos porque toma mis dos antebrazos con sus manos haciéndome patinar por la pista, alejándonos cada vez más de los tubos que me gritan “seguridad”—. No seas tramposo.—Entonces te gustaría…—Me gustaría… —ella afirma haciendo que nuestras miradas se crucen y aunque sepa que no es buena idea acercarme, no podemos evitar acercarnos con lentitud, dejándonos llevar por ese ambiente que me encanta sentir cuando estoy junto a ella.Pero Ámbar me suel
Darwin.Cuando tomé la decisión de postularme para las elecciones no sabía la magnitud con que eso me podía arrastrar. He vivido toda mi vida sabiendo sobre estrategias políticas, derechos, deberes, informes, constituciones, escándalos, mentiras, desastres, perfección… pero jamás había tenido que pasar más de 24 horas al tanto de algo. Ese algo que solo ha logrado hacerme tener migrañas, sueños cortos, quizás un poco de deshidratación y falta de concentración.Desde el principio he intentado hacer todo lo posible para mantener todo bajo mi control. Me organizo lo más que puedo, incluso las veces que debo ir al baño, los minutos que debo tardar comiendo o duchándome. Pero hay una gran diferencia a tener que apoyar decisiones o no dentro del congreso nacional, luego al internacional, a tener que obligarme a hacer todo lo que mi consejero político me sugiera para poder obtener ventajas ante los demás candidatos; como ahora, después de haber tenido casi toda la mañana preparando discurs