—¡Ámbar, ábreme! Tomo el teléfono en mis manos para llamar a mi esposo. De ninguna forma puedo llamar a la policía, pero antes de que pueda hacerlo, el vidrio del lado de mi ventana se rompe, haciéndome soltar un chillido, asustada. Posterior a ello, el hombre introduce su mano adentro, toma mi mano, y mi teléfono casi recién comprado es tirado a la calle. —No me hagas nada, por favor… —Mis manos se detienen en el volante—. Por favor —suplico. —Solo necesito hablar contigo —dice de forma calmada—. Abre la puerta. —Sé que no puedo negarme así que obedezco dejándolo sentarse en el lado del pasajero—. Vamos a las Arcadas. No voy a hacerte nada. Asiento aún nerviosa, y conduzco mirando cada cierto tiempo a todos lados en busca de ayuda. —¿Qué es lo que quieres? —le pregunto. —Hablar. —Hablemos ahora —le digo, tratando de sonar segura de mí—. Si no vas a hacerme nada podemos hablar sobre ello en cualquier parte. No quiero que nos vean juntos en público. —¿Por qué? ¿Le tienes m
Elian. Una vez mi hermana pequeña me dijo, mientras ella estaba hirviendo por una fiebre causada por durar mucho tiempo en la piscina, que mis abrazos se sentían “como si un oso panda cubierto de lana y algodón tibio te cubriera en las noches de frío”, y desde entonces tengo fe en eso. Así que cuando dejo de abrazar a la mujer con olor a frutos secos, canela y verano, le señalo mi bici. —Sube. —¿Qué, estás loco? Tengo mi auto allí… El día que nos conocimos, poco antes de subir al taxi, me dijo que había dejado su carro en algún sitio y que seguramente al día siguiente la policía estaría en su casa, recuerdo que ambos reímos por eso. —No será la primera vez que lo dejas botado, siempre lo recuperas. —Le guiño el ojo por lo que ella intenta no sonreír. —Seguirá lloviendo… —Voy a sacarte de aquí, Ámbar. —Podemos ir en mi auto… —Se muerde el labio con lentitud después de decirlo, mirándome fijamente. Sus pópulos lucen rojos por tanto llorar, sus pestañas están húmedas y su cuer
Elian.—No me digas que ocurrirá una de esas escenas clichés en donde uno de los protagonistas por no saber patinar hace que ambos se caigan, uno encima del otro, se vean a los ojos y…—¿Se besen? —cuestiono sosteniéndome bien con ambas manos del tubo, viendo de reojo a la mujer sonrojarse un poco.—¿Te gustaría?—Al parecer a ti no.—¿Qué? ¿Por qué? —se escucha ofendida.Rio nervioso y no solo porque siento que no puedo mantener el equilibrio en serio.—¡Ah! ¿Entonces sí quieres?—No estamos hablando de “querer”, Elian. —Hace que la mire a los ojos porque toma mis dos antebrazos con sus manos haciéndome patinar por la pista, alejándonos cada vez más de los tubos que me gritan “seguridad”—. No seas tramposo.—Entonces te gustaría…—Me gustaría… —ella afirma haciendo que nuestras miradas se crucen y aunque sepa que no es buena idea acercarme, no podemos evitar acercarnos con lentitud, dejándonos llevar por ese ambiente que me encanta sentir cuando estoy junto a ella.Pero Ámbar me suel
Darwin.Cuando tomé la decisión de postularme para las elecciones no sabía la magnitud con que eso me podía arrastrar. He vivido toda mi vida sabiendo sobre estrategias políticas, derechos, deberes, informes, constituciones, escándalos, mentiras, desastres, perfección… pero jamás había tenido que pasar más de 24 horas al tanto de algo. Ese algo que solo ha logrado hacerme tener migrañas, sueños cortos, quizás un poco de deshidratación y falta de concentración.Desde el principio he intentado hacer todo lo posible para mantener todo bajo mi control. Me organizo lo más que puedo, incluso las veces que debo ir al baño, los minutos que debo tardar comiendo o duchándome. Pero hay una gran diferencia a tener que apoyar decisiones o no dentro del congreso nacional, luego al internacional, a tener que obligarme a hacer todo lo que mi consejero político me sugiera para poder obtener ventajas ante los demás candidatos; como ahora, después de haber tenido casi toda la mañana preparando discurs
El alcohol llega a mis fosas nasales al igual que la luz a mis ojos los cuales arden de forma sorprendentemente mala; y por más que los froto solo me hacen volverlos a cerrar en busca de protegerme de la luz.—¡Ámbar! —digo poniéndome de pie, pero soy sentado de nuevo en algún sitio mientras me colocan algo sobre los ojos; unos lentes oscuros, con los cuales no me molesta tanto la luz—. ¿En dónde está mi esposa?—Está en la sala de espera, señor Baker, tranquilícese… —Reconozco después de unos segundos que es el doctor Sullivan, con el que siempre me he visto, así que asiento—. ¿Ha comido bien estos días?—Sí. He tomado mucha agua esta última semana, he comido bien, he dormido bien. Sabía que necesitaba darme un descanso y lo hice, hasta hoy.—Lo comprendo, pero algo detonó su estrés prolongado, Senador Baker, y le causó un shock preocupante hasta desmayarse. Dígame algo ¿ha tomado un medicamento que no le haya recetado últimamente?—No… —Sacudo la cabeza—. Jamás me auto-medicaría con
Ámbar.—Ámbar, ¿imaginas poder viajar en uno de esos jets de la NASA?—Adrián, los jets no son de la NASA, tontito.—¿Pero tienen? —cuestionaba, con un brillo iluso en los ojos.—Claro que sí.—¿Y crees que algún día pudiéramos montar uno y arrearlo?—Adrián… —Hice que me mirase mientras detenía mi carrito con las cosas que habíamos conseguido después de todo un día—. Primero, los jets no son mulas, bueyes o burros, y segundo, a veces luces mucho más bonito con la boca cerrada.—¿Entonces cómo funcionan los jets? ¿No llevan animales dentro?—Ay Adrián … —bufé cansada—. ¿Tienes hambre?—No mucho, ¿y tú?—Tampoco… —mentí—. Bien, entonces vamos a dejar el día hasta ahora, a casa pequeño raspicuí.—¡Ámbar! —se ofendió, como siempre, y sacó unos zapatos usados que llevábamos en el carrito y los tiró en mi cabeza, haciendo que yo comenzara a perseguirlo con el carrito mientras ambos reíamos, entre todo, felices.El recuerdo efímero con Adrián me hace tomar otro trago de ponche. Con esta beb
Ámbar.Soy muda desde mucho antes de que me subiera al auto, porque noto en su forma de actuar y ojos grises azulados que no se encuentra bien, que luce molesto e irritado. Esa es la forma en la que llegó a casa esta tarde después de ver a su padre, o eso creo, mientras yo me estaba consumiendo por dentro en casa por las memorias que recién había construido junto a otro hombre.—¿No vas a preguntar qué pasó?La pregunta de mi esposo me hace entreabrir la boca, y sacudo un poco la cabeza, confundida y algo nerviosa por la forma en la que conduce.—¿Quieres que te lo pregunte? —le digo.—Quieren exhibirte, Ámbar.—¿Ah?—Ellos quieren que pases más tiempo con otras personas, que sirvas a la comunidad, que trabajes, que te separes de mí, que no luzcas como si fueses solo mi sombra —lo dice de forma molesta, como si ello realmente no le gustara.Y yo solo no puedo… no puedo entender o saber qué es lo que debo decir.—¿Por qué…?—Si eres la esposa del presidente no puedes tener una vida pr
Ian.—¡Cuidado con el…!El sonido que produce el exprimidor contra la cerámica me hace cerrar los ojos al mismo tiempo en que me siento apenado.Si cada que en esta casa se rompe algo es porque necesitamos liberar tensiones. Creo que nos vamos a quedar con la casa vacía.Ronetta tiene la mala costumbre de no guardar los electrodomésticos en un lugar seguro y a mí me gusta sentarme en la isla y los mesones de la cocina mientras la veo cocinar junto a Lizzie, nuestra cocinera.—Ya compro otro, ya —digo, saltando desde la isla al suelo para recoger el exprimidor hecho trizas.—Ian, por favor, ten un poco más de cuidado por el amor de Dios. No puedes estar sentándote en todos lados, busca una silla.—Pero Ronetta… —Alzo mi vista cuando echo todo el desastre en la basura, y ella me ve con una sonrisa cual mamá incapaz de regañar a su hijo—. No te molestes ¿sí?—Por eso es que Darwin nunca te quiere en su casa. Duras un día allá y haces desastre.Guardo silencio, porque el recuerdo de la co