Ámbar
“Por favor” Esas dos simples palabras pueden herir los sentimientos de alguien incluso más que una acción, dependiendo del contexto. —De acuerdo… —dije. Hace un par de horas respiré profundo cuando mi esposo, ese que de novios me prometió que mientras estuviese a mi lado nunca jamás me volvería a sentir sola, me dejó a un lado, justo cuando estaba a punto de correrme gracias a sus manos. No se molestó en terminar lo que empezó, tuve que hacerlo yo, con los ojos picándome de la rabia, las lágrimas atoradas en la garganta y el corazón gritándome: ¿segura que puedes resistirlo? No me ha maltratado de ninguna forma, no me ha sido infiel, no me ha hecho sentir mal directamente pero… —Voy a estar muy ocupado, cariño… no creo que podamos tener… —suspiró—. Tú sabes… la vida sexual que hemos estado llevando últimamente. Eso me lo había dicho después de darme la noticia de su postulación. Y yo había asentido estando de acuerdo porque estaba completamente enamorada y no me importaba que, después de un día agotador, él solo se acostara a mi lado, en nuestra cama, mientras me daba un beso en el lóbulo de la oreja y decía tan solo otra pequeña frase que me llenaba el corazón de paz y alegría. “Te extrañé tanto hoy" Lo había dicho diario, hasta por teléfono cuando no llegaba a dormir, tan solo por dos meses, y ya luego… ¿ya luego no me extrañaba tanto? Al principio juré no caer, de todo corazón me dije que, aunque ese hombre me hiciera temblar con solo verlo, debía aprovechar que se había fijado en mí y que, aunque siendo algo no tan casual, iba a sacarle el mayor dinero posible. Qué ridícula fui. ¿Cómo podía pretender engancharlo así cuando él solo había sido mi primer amor real? Darwin había sido el segundo hombre que me había hecho ver estrellas, pero el primero en realmente bajarlas hasta hacerlas tocar. Yo tan sumisa a cada uno de sus encuentros; en bares, en baños, en los establos, en su habitación a escondidas, en su auto tantas veces, siempre haciendo lo que él quisiera, cumpliendo incluso todas sus grandes fantasías; vestirme como una enfermera, comportarme con una niña, jugar a ser la dominante, ser rebelde, su paciente, todo… Recuerdo que, el día en que todo comenzó a sobrepasarme yo estaba vestida de rosa, brillos adornaban mis cachetes, mis labios igual, medias de colores y olor a bebé; en su habitación. —Eres mucho más caliente con los labios color carmesí… —Besó mis labios con fiereza hasta hacerlos sangrar—. Eres más de lo que mi imaginación puede llegar Ámbar, por eso no quiero que sigamos teniendo estos encuentros imprevistos. Quiero que seas mi novia ante todos. La ola de calor, placer, felicidad y a la vez terror que desataron esas palabras fueron mucho más allá de lo que yo podía esperar. Más cosas malas que buenas, cabe destacar. Yo solo quería su dinero, yo solo… Así que ahora me hallo aquí, vistiéndome después de que mi marido me haya hecho semejante desplante cuando por fin en semanas había tenido tiempo siquiera para verme más de cinco segundos a los ojos. —La vida no es perfecta Ámbar. Algunas veces solo tienes que trabajar con lo que tienes, salir adelante e incluso fingir que eres feliz. En este mundo es así, por lo tanto acostúmbrate —recuerdo las palabras de la madrastra de Darwin. Me detengo en el marco de la gran puerta de nuestro clóset después de dejar en una gaveta la hermosa pulsera de diamantes que me regaló esta mañana. Suspiro viendo la mitad de sus regalos que no he usado, y cosas innecesarias que para él tienen algún valor. A mí me dejó de importar el dinero desde que amanecía conmigo y me llevaba el desayuno a la cama. Vuelvo a suspirar, y al ver hacia arriba de su parte del clóset me encuentro con una caja que conozco a la perfección. Miro a los lados, con el corazón latiendo desenfrenado, me estiro un poco, la tomo en mis manos y la llevo a nuestra cama para inspeccionarla, esta vez: sola. —¿Recuerdas cómo se siente esto dentro, bebé? —me preguntaba, con esa voz ronca que me hacía gruñir de satisfacción. Yo me encontraba en una posición comprometedora en la cama, su hermana Ronett había dicho que subiría en diez minutos para ver una película conmigo antes de que Darwin se fuera porque quizás la trama lo iba a atrapar y se quedaba con nosotras. A Darwin le había parecido una idea candente sacar sus juguetes justo antes de que ella pretendiera subir; me había ordenado quitarme la ropa y ponerme una bata, y él, con su buen traje de senador, elegante y caliente, me había hecho chupar aquel aparato. —Ya por favor… —le rogué. —¿Por favor qué? —Detuvo el aparato. —P-por favor, s-señor Senador. Recuerdo haberme corrido cuando su hermana tocó la puerta; y cuando estuve en el baño tan perturbada y extasiada, escuché algo que me hizo reír y que solo hacía que me enamorara cada vez más de él. —Ronett, creo que Ámbar está triste porque me iré; le dejé algunas cosas para que pensara en mí, así que si yo fuera tú, me iría ya de aquí —le dijo a su hermanastra. —¡Ámbar! —la voz femenina me hace soltar la caja y por consiguiente todos los juguetes caen sobre la cama. Qué vergüenza. —L-lo siento… —Bajo la mirada cuando la hermana política de mi esposo se tapa la boca al ver todo lo que quiero con magia desaparecer—. No tocaste la puerta… —No lo hice, no tengo qué… —dice para después sentarse y ayudarme a recoger por lo que mi sonrojo aumenta más al ver sus expresiones con cada uno—. Wow, y yo que pensé que ustedes no eran de… estos. —¿A qué te refieres? Ronett levanta la mirada al mismo tiempo que yo, y sus ojos azules oscureciéndose me dicen que va a decir algo fuera de lugar. Sin embargo, como siempre, me quedo callada. —Vamos, Ámbar ¿en serio tienen que usar todo esto para llegar? —Arruga el entrecejo cuando cierra la caja—. Eso es una mala señal, significa que su matrimonio tal vez no está del todo bien. Eso no es verdad… bueno, no de la forma en la que ella lo piensa… Es decir, Darwin y yo siempre usamos estas cosas, o bueno, él los utiliza conmigo porque dice que le encanta verme cada que tiene algo nuevo que mostrar que no sea su paquete dentro de mí. Así que en su contexto esa teoría es falsa. —Gracias… —digo por lo bajo cuando me adentro al clóset para poner la caja en su lugar. Decirle algo fuera de tono o fuera de lugar a Ronett Baker es como si uno quisiera verle la cara a la mismísima Reina. Ronett se respeta, todos la respetan, aunque incluso yo tenga varias razones hasta para no hablarle. Cuando digo que ser novia de Darwin nos tomó fuera de base es cierto, así que el matrimonio lo fue aún más, en el sentido familiar, porque todo parecía que estaba bien entre ambos, hasta hace cuatro meses después de que alguien le metiera la idea en la cabeza de que podía ser mucho más que el senador de la nación constituyente Gales. Claro, si a mi alguien me hubiese dicho hace dos años que me iba a convertir en la esposa del quizá futuro presidente de la nación pues también me hubiese puesto insistente con conseguirlo ¿no? Pero es que uno nunca sabe las consecuencias que los sueños pequeños o grandes pueden tener. Exhalo en cuanto cierro la puerta del clóset y al darme vuelta me encuentro con la figura de revista de Ronett cruzada de piernas como una gran princesa; con el cabello rubio liso rozándole los codos, su sonrisa blanca, su piel brillando y sus ojos azules inspeccionándome quizás de la misma forma en la que yo lo hago con ella. Aunque cabe destacar que quizás ella no tenga mucho qué decir de mí como yo de ella. —No entiendo —expresa en un tono confuso. Camino hasta ella para sentarme a su lado. No es usual que Ronett quiera ser mi amiga, siquiera animarse a tener una conversación real. Ella solo ha sido amable conmigo últimamente, justo cuando pensé que me detestaba, porque había hecho comentarios y cosas hacia mí que no están bien. Cosas que jamás me atrevería a decirle a Darwin. Me pregunto si a este punto me creería, haría algo o solo seguiría en lo suyo. —¿Qué no entiendes? —Nada… —Desvía mi mirada y esto me hace sentir extraña—. ¿Quieres salir conmigo? Creo que te hace falta renovar el clóset. —¡Oye! —Me río un poco, porque no creo que sea cierto. Si bien no soy la mejor en modas, Darwin siempre compra la ropa según las temporadas para ambos y yo confío ciegamente en él y sus gustos. —¡Por favor! Esas palabras suplicantes han sido las mismas que me había dicho su hermano hacía unas horas cuando su teléfono sonó justo cuando yo estaba por llegar al éxtasis. —Tengo que irme, “por favor”… —Pidiéndome permiso para irse cuando ya lo había hecho desde que volteó a ver su teléfono. —De acuerdo —le respondo a Ronett tratando de sonreír. Quizás la salida con ella aleje todos los pensamientos solitarios y nostálgicos que me han estado invadiendo.Elian.—No hay nadie además de usted que pueda ayud… —intento decir.—Nos debes tanto dinero que ni vendiendo tu carne en el matadero cubriría la cuarta parte.La idea de mí siendo comido por algunas personas me causa escalofríos.—Eso no es cierto.—Vete de aquí Elian, vete si no quieres amanecer en una caja mañana hecho picadillo ¡Tienes que pagar tus deudas!—¡Bien! —¡Y no vengas hasta que tengas el dinero! —grita cuando me alejo.Le hago caso a Francis, la esposa del bodeguero Iker porque aunque me dé vergüenza y terror admitirlo: su esposo es capaz de cumplir con todos sus deseos.Siento que a la mitad de la noche si no como algo decente podré desmayarme y entiendo que Francis esté cansada de atenderme cada que ello pasa así que chasqueo la lengua cuando de reojo puedo ver en su mirada lo mucho que quiere ayudarme pero no puede.Yo tampoco lo haría.Me tambaleo hasta subir a mi bicicleta, me pongo el casco. Y no llevándome algunas personas por delante logro actuar como que estoy
Ámbar.—Quisiera encontrar la manera o el momento perfecto para decirte esto pero… —Ronett colocó su mano en mi antebrazo antes de verme a los ojos—. Mi hermano… mi hermano te está siendo infiel.Mi garganta se secó. Pude sentir los latidos de mi corazón golpearme con fuerza, hasta que sintiera lo mucho que me dolía el pecho.Y solté una carcajada.—Esto tiene que ser una broma —dije más para mí misma que para ella.Mientras su hermana me miraba con lastima, allí en uno de los salones del Coffee Barker Cardiff, sentados una al lado de la otra, ella tomando té viendo cada cierto tiempo a sus costados y yo viendo fijamente la tostada con ensalada que apenas había comenzado a degustar, comencé a analizar las situaciones y… nada.En mi mente no había ningún recuerdo de ninguna pista que me hiciese creer fielmente que lo que ella me había dicho después de ir a comprar algunos zapatos para ella, era cierto. La tensión del momento ella la dejó pasar mientras yo solo miraba la tostada y pen
Elian.—¡No! ¡No! ¡No!Seguido de aquellas exclamaciones mi pecho no puede evitar comenzar a convulsionar por la risa que me causa la anécdota que ha contado esta mujer encantadora.—¡No miento! —Se lleva las manos a la frente dejando que su cabello rubio con hondas se estiren hacia arriba y su cara de frustración me hace reír más—. ¡Te juro que deseé como nunca antes estar bajo la tierra! ¡Fue la cosa más asquerosa que tuve la desgracia de saborear!—No sigas, por favor, no… —Me agarro el estómago cansado de tanto reír.—No te recomiendo el estiércol de caballo, está en el último top de las cosas peores por consumir, Elian, de verdad.Desde que se dio cuenta que se me hace fácil reír de cualquier cosa graciosa pequeña o grande que salga de su boca, no ha parado de hablar.Junto a su hermano cayó en un sitio en donde solo había condones usados.Pasó todo un día caminando buscando una dirección que resultó estar a pocos metros de su punto de partida, encontrándose con indigentes un poc
Ámbar. Camino de un lado a otro sintiendo mi pecho retorcerse por los mismos nervios. Al menos no me han dado ganas de irme en vomito durante toda la noche. —No puedo hacer esto —me digo a mi misma viéndome en el espejo, apretando con fuerza el anillo de matrimonio en mi mano. Y para mi mala suerte, mágicamente una réplica de mí aparece, con rostro pacífico para decirme: —Pero lo quiero hacer. Me lavo la cara por tercera vez y agradezco no usar maquillaje. Al levantar mi vista me encuentro solo con mi rostro sonrojado, así que cierro mis ojos para, como si se tratase de una película, retroceder las últimas horas. Descubrí que mi marido me es infiel. Dejé mi auto en algún lugar. Llegué a esa disco y conocí a Elian Davis. Después de varios minutos y quizás horas de charla fuimos a comer, y él… Elian me besó. Y lo peor de todo es que, a pesar de lo que me hubiese pasado antes en el inicio de mi historia con Darwin, ese beso no se sintió igual. Se sintió triplemente correspondid
En cuanto llego a casa, al estar todo en silencio y a oscuras, dejo mi cartera de mano guindada del perchero, me quito las zapatillas junto a mis medias cortas y posterior a ello comienzo a caminar con cautela hacia la cocina. Debo al menos lavarme la cara después de literalmente haber huido de la noche que jamás esperé en mi vida tener siendo una mujer casada.“Lo que es igual no trampa”, me repito mentalmente. Aunque no haya sido igual porque de ninguna manera puedo creer que lo que estoy sintiendo en estos momentos respecto a Elian, Darwin pueda sentirlo por esa mujer.Demasiado pronto. No parece real.—Carajos —me digo al sacarme las manos y la cara para ponerme con las manos temblorosas mi anillo de nuevo.No puedo borrar su mirada de mi mente, tampoco puedo dejar de sentir los latidos de mi corazón por ello, así como tampoco puedo dejar que mi cuerpo no se erice por todas las partes de mi cuerpo en las que con tanta ternura dejó un beso.Suspiro cuando recuerdo que debo mandar
Ámbar —Amor, ¿ya estás lista?—No, cariño, un minuto más…La misma escena de hace tres noches vuelve a ocurrir. Me veo a mí, mi otra yo en el espejo, diciéndome que no asista a ninguna parte con él porque quizás todos lo han sabido, el hecho de que me ha sido infiel, y yo era la única ciega.Que no debo estar con él después de todo lo que ha pasado.No después de que mis pensamientos solo regresen a ese día en que descubrí su infidelidad.La noche en la que yo también, de forma casi increíble, falté a nuestro trato.Me veo en el espejo y esta vez solo puedo recordar la noche en la que Darwin y yo, ya siendo novios nos encontrábamos tumbados en la cama después de algunas rondas de sexo, y él de la nada, como si lo hubiese tenido perfectamente calculado, sacó su tablet, entregándomela para que leyera algo.“Por medio de la presente te propongo solo tres cosas:1. Obedecer a mis decisiones en la cama, en el baño, en la mesa, en el cobertizo, en la alfombra, en las escale
Ser un Baker no es tan sencillo como algunos pueden pensar.Y es que si bien el único que ha tenido de qué hablar respecto a su vida privada es Darwin, los demás son tan éticamente profesionales delante de las cámaras y prensa que incluso pueden parecer personas falsas.He tenido que ser testigo directo, centro de atención en su familia, y muchas veces mi esposo me ha dicho que es la razón por la cual suele ser tan discreto conmigo. Y eso aumentó las últimas semanas. Puesto que aunque no estaba conmigo, se aseguró de conseguirme un auto que pasara desapercibido y que pudiese sacar desde el estacionamiento de la casa vecina; me prohibió usar las redes sociales junto a las ubicaciones, comprar con tarjeta, hablar por teléfono por más de 30 segundos, y además, como hoy, cuando salimos juntos se encarga de que su guardaespaldas nos respire casi en la nuca, pero pareciendo invisible.—¡Matrimonio Baker Wallace, sean bienvenidos!Veo a Darwin rodar los ojos y siento su mano apretándome más
Darwin.—Pues aunque parezca mentira, sabes que después de todo no tengo la última palabra —le digo.—¿De verdad piensas que quiero hablar de quién se ensucia más las manos que otro ahora, Darwin?Rodeo la silla de la oficina de mi padre para tomar asiento con comodidad, con una de mis piernas sobre la otra, echando al mismo tiempo una ojeada por los papeles de registros mercantiles que me llaman la atención pero prefiero investigar más tarde.—Quiero creer que sí, Sasha, para esto me creaste, para que hasta el último día de tu vida habláramos sobre quién dejó la huella más grande en el Congreso. Bueno, ahora en el país.Mi padre, tras dejar los ojos en blancos, suelta un gruñido que sé es por cansancio e irritación porque siempre le digo lo mismo.Él no quiere entender que mi esposa no se toca, no se mira, y no se puede hablar de ella, no al menos estando yo presente.—Esa… —Lo veo ir por una botella de whisky escocés muy fino; con molestia lo escucho poner dos vasos encima de la mad