2: Por favor.

Ámbar

“Por favor”

Esas dos simples palabras pueden herir los sentimientos de alguien incluso más que una acción, dependiendo del contexto.

—De acuerdo… —dije.

Hace un par de horas respiré profundo cuando mi esposo, ese que de novios me prometió que mientras estuviese a mi lado nunca jamás me volvería a sentir sola, me dejó a un lado, justo cuando estaba a punto de correrme gracias a sus manos.

No se molestó en terminar lo que empezó, tuve que hacerlo yo, con los ojos picándome de la rabia, las lágrimas atoradas en la garganta y el corazón gritándome: ¿segura que puedes resistirlo?

No me ha maltratado de ninguna forma, no me ha sido infiel, no me ha hecho sentir mal directamente pero…

—Voy a estar muy ocupado, cariño… no creo que podamos tener… —suspiró—. Tú sabes… la vida sexual que hemos estado llevando últimamente.

Eso me lo había dicho después de darme la noticia de su postulación. Y yo había asentido estando de acuerdo porque estaba completamente enamorada y no me importaba que, después de un día agotador, él solo se acostara a mi lado, en nuestra cama, mientras me daba un beso en el lóbulo de la oreja y decía tan solo otra pequeña frase que me llenaba el corazón de paz y alegría.

“Te extrañé tanto hoy"

Lo había dicho diario, hasta por teléfono cuando no llegaba a dormir, tan solo por dos meses, y ya luego… ¿ya luego no me extrañaba tanto?

Al principio juré no caer, de todo corazón me dije que, aunque ese hombre me hiciera temblar con solo verlo, debía aprovechar que se había fijado en mí y que, aunque siendo algo no tan casual, iba a sacarle el mayor dinero posible.

Qué ridícula fui.

¿Cómo podía pretender engancharlo así cuando él solo había sido mi primer amor real?

Darwin había sido el segundo hombre que me había hecho ver estrellas, pero el primero en realmente bajarlas hasta hacerlas tocar.

Yo tan sumisa a cada uno de sus encuentros; en bares, en baños, en los establos, en su habitación a escondidas, en su auto tantas veces, siempre haciendo lo que él quisiera, cumpliendo incluso todas sus grandes fantasías; vestirme como una enfermera, comportarme con una niña, jugar a ser la dominante, ser rebelde, su paciente, todo…

Recuerdo que, el día en que todo comenzó a sobrepasarme yo estaba vestida de rosa, brillos adornaban mis cachetes, mis labios igual, medias de colores y olor a bebé; en su habitación.

—Eres mucho más caliente con los labios color carmesí… —Besó mis labios con fiereza hasta hacerlos sangrar—. Eres más de lo que mi imaginación puede llegar Ámbar, por eso no quiero que sigamos teniendo estos encuentros imprevistos. Quiero que seas mi novia ante todos.

La ola de calor, placer, felicidad y a la vez terror que desataron esas palabras fueron mucho más allá de lo que yo podía esperar.

Más cosas malas que buenas, cabe destacar.

Yo solo quería su dinero, yo solo…

Así que ahora me hallo aquí, vistiéndome después de que mi marido me haya hecho semejante desplante cuando por fin en semanas había tenido tiempo siquiera para verme más de cinco segundos a los ojos.

—La vida no es perfecta Ámbar. Algunas veces solo tienes que trabajar con lo que tienes, salir adelante e incluso fingir que eres feliz. En este mundo es así, por lo tanto acostúmbrate —recuerdo las palabras de la madrastra de Darwin.

Me detengo en el marco de la gran puerta de nuestro clóset después de dejar en una gaveta la hermosa pulsera de diamantes que me regaló esta mañana. Suspiro viendo la mitad de sus regalos que no he usado, y cosas innecesarias que para él tienen algún valor.

A mí me dejó de importar el dinero desde que amanecía conmigo y me llevaba el desayuno a la cama.

Vuelvo a suspirar, y al ver hacia arriba de su parte del clóset me encuentro con una caja que conozco a la perfección.

Miro a los lados, con el corazón latiendo desenfrenado, me estiro un poco, la tomo en mis manos y la llevo a nuestra cama para inspeccionarla, esta vez: sola.

—¿Recuerdas cómo se siente esto dentro, bebé? —me preguntaba, con esa voz ronca que me hacía gruñir de satisfacción.

Yo me encontraba en una posición comprometedora en la cama, su hermana Ronett había dicho que subiría en diez minutos para ver una película conmigo antes de que Darwin se fuera porque quizás la trama lo iba a atrapar y se quedaba con nosotras.

A Darwin le había parecido una idea candente sacar sus juguetes justo antes de que ella pretendiera subir; me había ordenado quitarme la ropa y ponerme una bata, y él, con su buen traje de senador, elegante y caliente, me había hecho chupar aquel aparato.

—Ya por favor… —le rogué.

—¿Por favor qué? —Detuvo el aparato.

—P-por favor, s-señor Senador.

Recuerdo haberme corrido cuando su hermana tocó la puerta; y cuando estuve en el baño tan perturbada y extasiada, escuché algo que me hizo reír y que solo hacía que me enamorara cada vez más de él.

—Ronett, creo que Ámbar está triste porque me iré; le dejé algunas cosas para que pensara en mí, así que si yo fuera tú, me iría ya de aquí —le dijo a su hermanastra.

—¡Ámbar! —la voz femenina me hace soltar la caja y por consiguiente todos los juguetes caen sobre la cama.

Qué vergüenza.

—L-lo siento… —Bajo la mirada cuando la hermana política de mi esposo se tapa la boca al ver todo lo que quiero con magia desaparecer—. No tocaste la puerta…

—No lo hice, no tengo qué… —dice para después sentarse y ayudarme a recoger por lo que mi sonrojo aumenta más al ver sus expresiones con cada uno—. Wow, y yo que pensé que ustedes no eran de… estos.

—¿A qué te refieres?

Ronett levanta la mirada al mismo tiempo que yo, y sus ojos azules oscureciéndose me dicen que va a decir algo fuera de lugar.

Sin embargo, como siempre, me quedo callada.

—Vamos, Ámbar ¿en serio tienen que usar todo esto para llegar? —Arruga el entrecejo cuando cierra la caja—. Eso es una mala señal, significa que su matrimonio tal vez no está del todo bien.

Eso no es verdad… bueno, no de la forma en la que ella lo piensa… Es decir, Darwin y yo siempre usamos estas cosas, o bueno, él los utiliza conmigo porque dice que le encanta verme cada que tiene algo nuevo que mostrar que no sea su paquete dentro de mí. Así que en su contexto esa teoría es falsa.

—Gracias… —digo por lo bajo cuando me adentro al clóset para poner la caja en su lugar.

Decirle algo fuera de tono o fuera de lugar a Ronett Baker es como si uno quisiera verle la cara a la mismísima Reina. Ronett se respeta, todos la respetan, aunque incluso yo tenga varias razones hasta para no hablarle.

Cuando digo que ser novia de Darwin nos tomó fuera de base es cierto, así que el matrimonio lo fue aún más, en el sentido familiar, porque todo parecía que estaba bien entre ambos, hasta hace cuatro meses después de que alguien le metiera la idea en la cabeza de que podía ser mucho más que el senador de la nación constituyente Gales.

Claro, si a mi alguien me hubiese dicho hace dos años que me iba a convertir en la esposa del quizá futuro presidente de la nación pues también me hubiese puesto insistente con conseguirlo ¿no? Pero es que uno nunca sabe las consecuencias que los sueños pequeños o grandes pueden tener.

Exhalo en cuanto cierro la puerta del clóset y al darme vuelta me encuentro con la figura de revista de Ronett cruzada de piernas como una gran princesa; con el cabello rubio liso rozándole los codos, su sonrisa blanca, su piel brillando y sus ojos azules inspeccionándome quizás de la misma forma en la que yo lo hago con ella.

Aunque cabe destacar que quizás ella no tenga mucho qué decir de mí como yo de ella.

—No entiendo —expresa en un tono confuso.

Camino hasta ella para sentarme a su lado. No es usual que Ronett quiera ser mi amiga, siquiera animarse a tener una conversación real. Ella solo ha sido amable conmigo últimamente, justo cuando pensé que me detestaba, porque había hecho comentarios y cosas hacia mí que no están bien.

Cosas que jamás me atrevería a decirle a Darwin.

Me pregunto si a este punto me creería, haría algo o solo seguiría en lo suyo.

—¿Qué no entiendes?

—Nada… —Desvía mi mirada y esto me hace sentir extraña—. ¿Quieres salir conmigo? Creo que te hace falta renovar el clóset.

—¡Oye! —Me río un poco, porque no creo que sea cierto.

Si bien no soy la mejor en modas, Darwin siempre compra la ropa según las temporadas para ambos y yo confío ciegamente en él y sus gustos.

—¡Por favor!

Esas palabras suplicantes han sido las mismas que me había dicho su hermano hacía unas horas cuando su teléfono sonó justo cuando yo estaba por llegar al éxtasis.

—Tengo que irme, “por favor”… —Pidiéndome permiso para irse cuando ya lo había hecho desde que volteó a ver su teléfono.

—De acuerdo —le respondo a Ronett tratando de sonreír.

Quizás la salida con ella aleje todos los pensamientos solitarios y nostálgicos que me han estado invadiendo.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo