4: Ojo por ojo, ¿infiel por infiel?

Ámbar.

—Quisiera encontrar la manera o el momento perfecto para decirte esto pero… —Ronett colocó su mano en mi antebrazo antes de verme a los ojos—. Mi hermano… mi hermano te está siendo infiel.

Mi garganta se secó. Pude sentir los latidos de mi corazón golpearme con fuerza, hasta que sintiera lo mucho que me dolía el pecho.

Y solté una carcajada.

—Esto tiene que ser una broma —dije más para mí misma que para ella.

Mientras su hermana me miraba con lastima, allí en uno de los salones del Coffee Barker Cardiff,  sentados una al lado de la otra, ella tomando té viendo cada cierto tiempo a sus costados y yo viendo fijamente la tostada con ensalada que apenas había comenzado a degustar, comencé a analizar las situaciones y… nada.

En mi mente no había ningún recuerdo de ninguna pista que me hiciese creer fielmente que lo que ella me había dicho después de ir a comprar algunos zapatos para ella, era cierto.

 La tensión del momento ella la dejó pasar mientras yo solo miraba la tostada y pensaba.

Darwin llegando tarde del trabajo… siempre había llegado tarde del trabajo, y sabía lo mucho que eso le tomaba tiempo porque yo misma había asistido con él a sus jornadas fuertes porque no podía resistir sin mí cuando éramos novios.

¿Y si ya no me dejaba pisar su oficina porque allí estaba su amante?

—No hay pruebas —expresé después de tanto.

Si bien Darwin había cambiado mucho con lo de la postulación, no podía creer en todo lo que los de la prensa amarilla dijesen porque después de todo había un hombre llamado Gaspar que ambos sabíamos estaba buscando cualquier excusa para impedir que mi esposo tomara el poder. Y tomando en cuenta que Ronett tenía estrecha conexión con los medios… no, no podía ser real.

Yo lo complacía en todo, en absolutamente todo.

—Pues velo con tus propios ojos.

Mi corazón comenzó a latir queriendo huir a sus brazos. Eso no podía ser cierto, él no podía hacerme eso.

—¿Por qué…?

—Ámbar, aunque no lo creas todo esto lo estoy haciendo por ti. He visto lo buena mujer que eres, lo mucho que te desvives por apoyarlo a toda costa y no creo que sea justo que esto ocurra, mucho menos con la persona con quien lo hace.

—¿Quién…?

—Está a unas cuadras de aquí, pero no puedo ir contigo, tienes que verlo tú misma.

—Darwin está trabajando. Él está trabajando, él solo está trabajando —me repetí cuando salí de las Arcadas.

El agua me cayó encima de forma abrumadora, mi auto comenzó a hacer sonidos de forma mágica y cuando me encontré con un ciclista mirando mi auto corrí hasta él para ver lo que ocurría.

Le había hecho una línea a toda la pintura. Me llevé las manos a la cabeza sin saber qué hacer, los truenos me llegaron directo al corazón y maldije por cómo mi cuerpo comenzaba a sentirse; atrapada, como si estuviese en medio de dos tipos de muertes devastadoras. Teniendo que elegir cuál era la menos dolorosa.

Subí al auto y entre mis pulsaciones aceleradas y mis manos temblando lo encendí.

—Darwin por favor —gimoteé viendo la dirección que Ronett me acababa de enviar—. Contesta.

No sé cuántas veces le marqué, solo me enviaba al buzón.

Me detuve dentro del auto cuando estacioné a una cuadra fuera del hotel en donde me había dirigido.

—No lo hagas, no lo hagas. —Apreté mis manos contra el volante sacudiéndome un poco.

Lo que estaba sintiendo me recordaba a la desesperación que sentí cuando mi hermano ingirió aquella basura y no pude hacer nada para salvarlo.

Si eso era real tampoco iba a saber qué hacer.

Darwin me había dado todo lo que jamás tuve; ropa, zapatos, relojes, colonias, comida, salidas inolvidables, sexo increíble, cariño, compresión, amor…

Amor.

Salí del auto secando con la manga de mi sudadera mis lágrimas de forma brusca, la lluvia seguía mojándome y caminé decidida hasta dentro del lugar.

Mis pasos encharcados ensuciaron la cerámica, mi mirada buscó cualquier cosa, el recepcionista me miró y… me dieron ganas de vomitar.

Salí corriendo de allí para vomitar el contenido de mi estómago. Los nervios siempre suelen causarme eso, así que recuperándome de una última ahorcada caminé de regreso a mi auto.

No, yo no podía verlo ni enfrentarlo.

¿Qué iba a decirle? ¿Qué era lo que se suponía tenía que reclamarle?

Darwin Baker me había demostrado que me amaba aunque últimamente hubiese estado distante, tal vez solo era un desliz y…

¿Y si eran viles mentiras? ¿Y si el presentimiento de mi pecho solo era causado por lo mucho que me aterraba perder todo lo que me había acostumbrado a tener?

Vi a dos personas saliendo del hotel.

Volví a marcarle.

Vi a una mujer tomando entre sus dedos una corbata color naranja.

La misma corbata que había rozado con mi vientre esa mañana mientras él tenía su boca en mi clítoris.

La mujer lo estiró haciéndome ver de forma notoria cómo él quería deshacerse de su agarre, pero al mismo tiempo se dejaba besar.

Seguí llamando.

Vi cómo la mujer rodó los ojos, esta sacó el teléfono de su bolsillo y antes de que pudiera hacer cualquier movimiento Darwin le hizo una seña para que se fuese. Ella obedeció entregándole el teléfono para luego tirarle un beso, él se lo devolvió en el aire, miró a todos lados, y contestó.

—¡Amor! —dijo con una sonrisa que podía jurar era sincera, pero que, en esa situación dudaba que lo fuese—. ¿Amor…? —comenzó a mirar a todos lados. Yo me hundía en el asiento mientras tapaba la bocina del celular porque no podía contener mis sollozos y no quería que escuchara—. Ámbar, ¿en dónde estás?

Lo escuché jadear y cuando me incorporé y lo vi por arte de magia, él enfocó su vista en mi auto  y por lo tanto en mí.

—No me busques.

Yo le había dicho aquello con las manos temblorosas de la impotencia y el dolor que me había causado descubrir que sí era cierto.

Darwin había estado revolcándose con una mujer, y no con cualquiera.

Le pasé por un lado a toda velocidad sin poder verlo a la cara y lancé el teléfono casi en sus pies, quedando el aparato inservible.

¿Cómo pude creer que iba a conformarse con alguien tan “poco" como yo?

Dejo mi auto en una calle solitaria, que sé es la última en donde hay cámaras así que saco mi dedo medio hacia esa dirección.

Sé que Darwin no descansará hasta encontrarme y es por ello que he decidido esconderme.

Al menos debo fingir que realmente no lo voy a perdonar, porque aunque me queme por dentro no sería capaz de dejarlo por lo que me enteré hace unos minutos.

No tengo a dónde ir.

Me toco el pecho cuando tomo asiento al lado de una fuente y siento que el roce de mis dedos con la parte superior izquierda de mi pecho de verdad duele, como si se tratase de un golpe físico.

A estas alturas, después de haber conducido por algunos minutos hasta tomar la decisión de dejar el auto y caminar hasta aquí, sé lo que tengo que hacer.

Voy a hacerle lo mismo. Ojo por ojo, ¿no?

—¡Ámbar, por favor! ¿Qué carajos estás pensando? —me digo a mí misma tapando mi cara con mis piernas—. No seas idiota, tú no eres como él.

Y él no es como yo…

Por eso él puede dejarme, puede desecharme.

Seguramente se aburrió de mí.

Tengo que hacer lo mismo.

—Ámbar, basta —me suplico.

Y por un momento, cuando alzo la vista y las nubes negras se han despejado bastante, me siento sola.

No tengo a nadie. Solo lo tengo a él.

Vuelvo a alzar mi vista y la sensación de que varias personas pueden estar mirándome me eriza la piel.

Intento sacar de mi cabeza imágenes que me lleven a esa noche.

—¡Hay libre en Cool Guys! ¡Wooo hoo! —grita un hombre, seguramente borracho, en una moto pasando por la calle.

Cool Guys… conozco ese sitio.

Fue la primera disco con entrada gratis que se fundó en la ciudad; nunca he entrado, pero tal vez debería pasar a distraerme. Después de todo, Darwin no se arriesgaría a ir hasta allí.

Todo el mundo lo conoce.

Y el último pensamiento mientras oculto mi anillo de matrimonio en el bolsillo de mi sudadera color melón, es el que termina dirigiendo mis pasos hacia ese lugar.

Tomo mi cartera de mano con fuerza cuando sé que estaré por llegar, la abro, saco un poco de perfume para tranquilizarme y lo froto sobre mí para acercarme con un poco de timidez y nervios a los porteros, los cuales me dejan entrar sin ningún problema.

El calor es lo primero que choca con mi cuerpo, la música sonando no tan fuerte en mis oídos hace que no se haga tan tormentoso pasar por en medio de cada grupo hasta llegar a la barra.

Tengo que hacerle lo mismo.

—¿Te conozco? —me dice un chico de inmediato por lo que me siento algo abrumada—. Siento que te he visto antes.

Es muy probable que sí lo haga porque mi cara estuvo en algunas revistas los primeros meses de mi relación con Darwin, pero no salgo como él en la tele ni suelo usar las redes sociales como para que las personas recuerden mi cara tan fácilmente en un lugar como este.

—No, no lo creo.

El chico asiente con una sonrisa que no sé descifrar, y le dice algo al hombre de la barra, cosa que hace que este le diga otra cosa también en el oído y provoca  que quiera alejarme de allí.

—No te vayas, chica. Ramsés ya se va —me dice el hombre de la barra.

De verdad el tal Ramsés se va mascullando cosas que no sé descifrar pero tengo el presentimiento de qué se trata.

De algo me ha servido crecer desde abajo.

—¿Quería drogarme verdad?

El hombre asiente y luego niega con severidad.

—Saben descifrar a los corazones rotos; esos que vienen solo a matar sus penas. Son blancos fáciles.

¿De verdad es muy notorio mi mal?

Veo a un hombre acercarse a mí desde la multitud pero a diferencia del que hace un momento se fue, luce tan consternado que se me es imposible no sentir empatía por él. Aunque cabe resaltar que estoy nerviosa porque no he intentado tener una conversación con otro hombre desde que acepté ser novia de Darwin.

Sí, ni siquiera con su guardaespaldas. Ordenes de Darwin. Así que tal vez no sea mala idea llevarle la contraria ¿excusa? Él me juró jamás faltarme y es lo que ha estado haciendo estos últimos cuatros meses.

—Mi nombre es Ámbar, ¿cuál es el tuyo?

Veo al hombre cerrar los ojos con fuerza, sus mejillas se ponen algo rojas, y antes de que pueda darse vuelta para irse, mi mano atrapa la manga de su suéter militar.

No recuerdo cuándo fue la última vez que detuve a alguien para que se quedase a mi lado, menos un extraño.

No sé qué estoy a punto de hacer. Yo no soy así.

Sus ojos impactan con los míos.

Mis ojos viajan a sus labios. Y no sé por qué los suyos están temblando un poco, pero mi cuerpo lo ha hecho también  cuando me recorre con la mirada y… Suspiramos. Ambos lo hacemos.

—Mi nombre es Elian Davis, un placer… —su voz gruesa me hace volver a la realidad.

Suelto la manga de su suéter y comienzo a sentir un leve cosquilleo en mi estómago que prefiero ignorar de la mejor forma que en este día y en este momento se me puede ocurrir.

Le hago una seña para que se siente a mi lado.

—¿Es tu primera vez aquí?

—No… —Veo que saluda al hombre de la barra y este me ve a mí negando con severidad, cosa que me deja confundido. Este hombre no parece ser malo—. ¿La tuya sí?

—De hecho sí… —Le sonrío un poco cuando sus ojos dejan de inspeccionarme, pero lo más sorprendente de esto es que incluso no lo hace de la misma forma en la que recuerdo Darwin lo hizo aquel día antes de llevarme al baño y hacerme perder a mí misma. Hay algo más que no sé descifrar—. ¿Corazón roto?

—¿Yo? —Él arruga el entrecejo después de volver a sonrojarse y siento de nuevo las cosquillas en mi estómago—. No, para nada.

—Bueno, disculpe señor corazón de hierro, hay algunos mortales que sí pasamos por ello.

Lo hago reír. Ríe sin verme pero eso hace que pueda notar los pequeños hoyuelos que se le forman en las mejillas haciéndolo lucir… diferente.

—Eres graciosa… —Se atreve a verme a los ojos cuando lo dice y yo desvío rápido la mirada avergonzándome de quizás lucir tan segura o sociable.

No entiendo por qué me comporto así.

—Gracias, Elian —pronuncio su nombre para luego morder mi labio inferior, apenada por llamarlo por su nombre.

—Entonces, Ámbar… —su voz ronca después de unos segundos me llama—. ¿De dónde eres?

Por un momento pensé que preguntaría por el hecho de que le dejé claro que la razón de mi presencia aquí es mi corazón roto.

—De aquí… ¿y tú?

—¿De aquí? —Seriamente ve todo el lugar y luego su mirada se enfoca en mí haciéndome contener la respiración—. Primera chica que conozco que nace en una disco.

No puedo evitar reír.

Siento su mirada sobre mi rostro y sé que estoy sonrojándome mucho.

Soy tan patética.

—No quise decir eso. —Tomo por tercera vez un vaso de agua y es llenado por el hombre de la barra a los segundos.

—Lo sé… —exhala.

Algunas personas se acercan a la barra ordenando demasiado alcohol, así que guardo silencio viéndolo de perfil cuando la multitud concentrada muy cerca me causa ansiedad.

—¿Vas a tomar algo? —le pregunto arrimando un poco mi taburete del suyo porque la música ha aumentado y no sé si podré escucharlo.

Él desvía su mirada cuando estoy muy cerca y también lo veo contener la respiración por unos segundos, para luego negar con la cabeza.

—La verdad es que no sé qué hago aquí.

Elian juega con sus manos sobre la barra y yo las observo cuando el hombre de la barra le tira una mandarina y comienza a pelarla con lentitud.

Por alguna extraña razón comienzo a sentir que hace más calor.

—Yo tampoco… —confieso.

Sus ojos vuelven a verme y antes de que pueda desviar mi vista, él coloca una rodaja de mandarina frente a mi boca.

Mi corazón comienza a latir fuerte en cuanto mis labios primero se entre abren y luego dan abertura suficiente para que mis dientes la tomen.

—No vuelvas a hacer esto —me dice de repente.

—¿Qué cosa?

—Aceptar comida de un tipo que no conoces.

—Pero acabo de ver cómo ese hombre te la ha dado…

—¿Y si contiene droga?

—¿Una mandarina? —Me río por lo bajo.

Elian alza las cejas y puedo sentirlo algo tenso antes de que extienda otra rodaja hacia mí.

No voy a caer en su juego, pero en cuanto me sonríe y asiente para que la tome, vuelvo a abrir la boca lentamente.

No puedo sin embargo dejar de comportarme sumisa ante la tensión con un desconocido. Tal como empezó todo con mi marido.

Toso cuando casi me trago la rodaja entera sin masticar porque Elian se ha mordido el labio viendo los míos mientras niega con una sonrisa burlona en la cara.

Caí, pero no me importa mucho eso ahora.

—Tienes lindas manos… —se me escapa.

—No deberían serlo después de las cosas sucias que han hecho y tocado.

Mi piel se eriza.

—Todos hemos algo malo… —aligero.

—Y tú, tienes… lindos ojos —considera.

De nuevo nuestras miradas se encuentran haciéndome tragar hondo.

—Quizás no deberían serlos después de todas las cosas horrorosas que han visto —expreso.

Él se lleva otra rodaja de mandarina a la boca.

—Touché.

Ambos nos sonreímos por bastante tiempo antes de seguir conversando.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo