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— Wao hombre, cálmate, ¿ahora es mi culpa? Yo no te obligué a que te obsesionaras con ella, de hecho, te dije que era muy difícil conseguirla – Gerald le hizo un gesto con la mano, de “tu solito te lo buscaste”

— Bueno, vamos, tomémonos unas copas y ahoga las penas, hay más mujeres disponibles…

— No puedo – Robert lo miró complicado.

Era orgullo, no diría directamente que no le quedaba dinero, pero Gerald entendió enseguida.

— Vamos Robert, qué pasa, somos amigos, yo invito y además no iba al club, sino a la casa de juegos – le dijo palmeándole la espalda y haciéndolo acompañarlo.

— ¿La casa de juegos? – Robert enseguida se interesó.

Era nuevo en esta ciudad y no conocía los lugares “jugosos”.

— Claro, el sitio donde te puedes volver millonario de la noche a la mañana, un mendigo puede ser un multimillonario en un segundo…— siguió promocionando las apuestas, poniendo otra tentación delante de los ojos codiciosos de Robert y estaba muy seguro, de que picaría nuevamente.

Gerald sonrió
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