EPÍLOGO II
La música de la sinfonía tocaba la melodía nupcial, la inmensa iglesia, de amplios ventanales coloridos y techos altos abovedados, estaba decorada con flores blancas por doquier, perfumando el ambiente.

George solo había estado tan nervioso una vez en su vida.

La noche en que le hizo el amor a Helen por primera vez y temía que ella lo rechazara.

Hoy, al fin, esta hermosa mujer venía caminando hacia el altar, del brazo de Henry Edwards en sustitución de su padre, y sería suya para siempre.

Los Carter, por supuesto que no estaban.

Su madre moriría recluida en su habitación, sin salir, y su padre, desde que fue destituido de su puesto, cada día lo veía menos.

A veces llegaba a las y tanto de la madrugada tomado, a George no le importaba lo que hiciera con su vida, siempre estaría al pendiente de su madre, pero lo había decidido, Helen y él vivirían en su propia casita, comprada solo para ellos dos.

Los elegantes invitados se levantaron de sus bancas de madera a ver la entrada de la glamu
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