Patricia miró el libro de visitas en su mano y leyó el nombre de la persona, que vería a su paciente al otro día, su esposo, Albert Edwards. — Estela, pásame un momento el teléfono – le pidió a la recepcionista y marcó el número que le habían dejado para comunicarse. — Dime – una voz masculina se escuchó del otro lado al conectarse la llamada. — Mañana le puedo enviar el telegrama que me pidió – improvisó una conversación completamente falsa, pero Leroy la entendió. Lo que habían esperado, sucedería. Albert iría a visitar a Grace para intentar sacarle el paradero de las joyas. — Haz como quedamos y no falles, ese telegrama es muy importante – le respondió sin dar muchos detalles, todo ya había sido más que hablado entre ellos. — Por supuesto, no se preocupe, buena tarde— y con la misma colgó y se volvió a dirigir al ala de la cual era encargada. Entró en el cuartico de la paciente Grace Edwards, que como siempre, acunaba en sus brazos a una muñeca vieja y le hablaba a veces com
Aquí no podía golpearla como estaba acostumbrado o lo descubrirían. Solo que al girarse se perdió un detalle importante. El mencionar el nombre de Alejandra activó algo dentro de los ojos perdidos de Grace, una comprensión, un recuerdo de lucidez. Su hija, su amada hija, había sido asesinada por los planes de este sádico que al final ni se arrepentía, ni le importaba nada, solo él mismo. Mientras su hija se pudría, fría y sola bajo tierra, él seguía viviendo y respirando, no lo dejaría, no lo permitiría, ella era su madre y la vengaría. La próxima vez que Albert Edwards se giró para enfrentar a su esposa, solo vio la muerte de frente y un dolor agudo de algo afilado, clavándose en su cuello y desgarrando sus venas una y otra vez, una y otra vez. Quería empujarla, defenderse, gritar para pedir ayuda, pero la sangre salía del costado de su cuello a presión, manchando las paredes, su propio cuerpo y la cara de Grace. Encarnizada y enloquecida, sin sus medicamentos de sedación, le
Lo sostuvo con cuidado y amor en un brazo y extendió el otro para ayudar a la elegante mujer, que salió también del interior del Bentley con un ramo de flores en las manos. La familia de tres, caminó entonces unida y en armonía, hacia el interior del mausoleo de piedras blancas, donde dos inscripciones se podían leer en las paredes: «En memoria de Diana Edwards y Román Edwards» — Papá, mamá, ha sido un tiempo sin vernos – Henry Edwards se paró delante de la tumba de sus padres y comenzó a hablarles en voz baja, mientras Eva colocaba las flores frescas en los recipientes de vidrio. Todo estaba impecable, porque una persona se encargaba de limpiar este sitio de reposo de la familia Edwards. — Lamento, no haber venido… todo este tiempo – la voz de Henry se quebró un poco al estar delante de sus padres. Desde que estuvo presente en su silla de ruedas, en ese deprimente entierro, rodeado de víboras que conspiraban en su contra, en todos estos años, nunca más había vuelto. Primero,
— Pues lo lamento, pero dígale a su jefecita que la logística no se maneja así y que si no sabe hacer bien su trabajo, se puede dedicar a cocinar y planchar en la casa, de donde no deben salir ninguna de ustedes Un hombre de unos 50 años, en traje ejecutivo negro, le hablaba en muy malas formas a una secretaria frente a él. — Sr. Hill, creo que ese comentario machista está de más y claramente mi jefa le avisó de este evento hace como 15 días, dijo que todo estaba bien, ¿cómo sale a última hora con que no tenemos las reservaciones? — ¿Dónde metemos a las invitadas extranjeras? – la chica pelinegra bajita, estaba que echaba chispas. Este hombre era un imbécil que solo estaba saboteando el trabajo de la jefa por pura envidia. Mientras esta discusión iba tomando vuelo, casualmente, la dueña de la compañía caminaba por el pasillo y ante una frase se quedó escuchando al lado de la puerta semiabierta de la oficina. — ¿Ahora me va a amenazar? ¿Quién no sabe aquí que su jefecita, la ta
La música de la sinfonía tocaba la melodía nupcial, la inmensa iglesia, de amplios ventanales coloridos y techos altos abovedados, estaba decorada con flores blancas por doquier, perfumando el ambiente.Michael solo había estado tan nervioso una vez en su vida.La noche en que le hizo el amor a Helen por primera vez y temía que ella lo rechazara.Hoy, al fin, esta hermosa mujer venía caminando hacia el altar, del brazo de Henry Edwards en sustitución de su padre, y sería suya para siempre.Los Carter, por supuesto que no estaban. Su madre moriría recluida en su habitación, sin salir, y su padre, desde que fue destituido de su puesto, cada día lo veía menos.A veces llegaba a las y tanto de la madrugada tomado, a Michael no le importaba lo que hiciera con su vida, siempre estaría al pendiente de su madre, pero lo había decidido, Helen y él vivirían en su propia casita, comprada solo para ellos dos.Los elegantes invitados se levantaron de sus bancas de madera a ver la entrada de la gl
1952— ¡Atrápalas, no las dejes escapar! – se escuchó una exclamación que rompió la quietud del bosque, seguido de varios gritos y ladridos de perros.A través de los árboles en penumbras, dos adolescentes corrían sujetas de las manos, sus ropas viejas y raídas se rompían aún más, al enredarse con los arbustos de espinos y las ramas puntiagudas, tropezaban con las raíces dispersas, pero se sujetaban una a otra, para no dejarse caer completamente.No podían permitirse el ser atrapadas de nuevo y ser llevadas de vuelta al infierno.— ¡No pueden estar muy lejos, suelta a los perros!— la orden de otro hombre se escuchó por encima de la algarabía y los gritos.Por mucho que corrieron y que los pulmones fueron forzados a trabajar hasta el límite posible, sus cortas piernas no podían escapar de las personas que las perseguían detrás de ellas.Eran como animales, cazadas salvajemente en la naturaleza.Eva lo sabía, habían sido descubiertas demasiado pronto y todo el plan de escape estaba frus
Eva medio cargaba y medio arrastraba un cubo pesado de agua, después de casi 3 años, a pesar de su cojera en la pierna derecha, había sobrevivido milagrosamente.Claro que vivir no era la palabra adecuada para lo que había pasado durante este tiempo.Como si el cielo quisiera mantenerla con vida para pasar a otro nivel de tortura, sus huesos se volvieron a fusionar, pero como no contó con el tratamiento adecuado, todo ese doloroso proceso ocasionó, que cojearía toda la vida, tenía dificultades para caminar y no hablar de correr bien.Por supuesto, que la directora del orfanato, la Sra. Romina, cumpliría su palabra de mantenerla con vida para torturarla lentamente.Se detuvo un poco para tomarse un mínimo respiro, porque el dolor en la pierna era constante, nunca jamás dejaba de doler, ni siquiera para dormir.Sudaba profusamente en un día tan caluroso, pero tenía que hacer su trabajo si quería comer, porque las letrinas no se iban a limpiar solas.— No sé qué hiciste ahora, pero la di
— ¡Suéltenme, por favor, déjenme ir, tengan piedad, suéltenme, por favor…! - gritaba Eva desesperada mientras era arrastrada por dos hombres vestidos como el resto del servicio.A pesar de sus gritos y sus súplicas, siguió siendo llevada a la fuerza hasta su nueva habitación, según las indicaciones de la Sra. Grace Edwards, la tía del susodicho futuro novio, Henry Edwards.No les importó ni siquiera las escaleras y la arrastraron sin piedad hasta el tercer piso de la mansión y la lanzaron al último cuarto del pasillo, que estaba más oscuro que la boca de un lobo.Al verse arrojada brutalmente al suelo, Eva intentó levantarse, pero su pierna herida no estaba cooperando para nada, así que se arrastró hasta la puerta cerrada y comenzó a darle golpes.— ¡¡Abran, por favor, por favor, señora, haré todas las tareas que me mande, limpiaré su casa, los baños, todo lo que nadie quiere hacer lo haré!— ¡Seré su esclava, pero por favor déjeme salir, no quiero casarme con nadie!, ¡¡¡no quiero cas