— ¿Te aseguraste que la chica no tuviese ningún familiar que luego se aparezca a buscarla? - Albert le preguntó frunciendo el ceño.
En realidad, no le importaba mucho los juegos macabros de su mujer con su sobrino, si quería divertirse un poco humillándolo, él no iba a ser quien lo impidiera, pero tampoco quería problemas innecesarios.
Era un hombre que se caracterizaba por la cautela y la desconfianza.
Esperar pacientemente a que llegara su hora.
Esa actitud fue la que le había asegurado el lugar donde está ahora, como Director General de la compañía E&A: Edwards & Associates.
Aunque en los papeles legales el accionista mayor era su sobrino y el legítimo heredero de todo, era obvio que mientras fuera considerado como un tonto y loco para la sociedad, él, como fiel familiar y tutor, se encargaría de ser multimillonario a su nombre.
— Claro, mi vida, no te preocupes, es una pobre infeliz coja, huérfana, ni los perros llorarían por ella si desaparece, así que lo tengo bajo control.
Le respondió masajeándole los hombros, pero en el borde del cuello de la camisa de su marido, vio las sutiles marcas de un labial femenino.
Grace apretó los dientes con molestias, pero su rostro siguió siendo el mismo lleno de amor y cariño, aunque por dentro se moría de celos.
¿Y qué si su marido se divertía por ahí de vez en cuando?
Todos los hombres hacían lo mismo y mientras ella fuera la señora de la casa, todo lo demás se podía dejar pasar.
— Entonces como te entretengas con Henry no es mi problema, solo recuerda mantenerlo vivo y loco, lo demás, lo dejo en tus manos.
— Voy al despacho que tengo que firmar unos documentos pendientes— y se levantó para seguir en sus asuntos.
Grace apretó los puños con furia.
Por mucho que no quisiera darle importancia a las amantes de su marido, eso la molestaba y mucho, ya que era una humillación para ella.
Las manos le picaban por desahogarse, necesitaba liberar su furia y donde mejor, que en una de las personas que más odiaba en la vida, su querido sobrino político Henry Edwards.
Subió las escaleras, entró a su cuarto a buscar los guantes ásperos que preparaba para la ocasión y caminó hasta la habitación, del desolado tercer piso de la mansión de los Edwards.
Allí estaba, sentado en su esquina asquerosa, como el insecto rastrero que era.
Casi no se podía ver bien su rostro por tanta suciedad y barba, ella misma se había encargado de dejarlo en ese estado de mendicidad.
Pero Grace no olvidaba como se veía el rostro de Henry, se veía exactamente igual al de su padre, el hombre que más había amado y odiado en la vida.
El hombre que la dejó plantada en el altar para casarse con otra mujer, la desgraciada y zorra arribista, que fue la madre del que, ahora, era su sobrino político.
Caminó hacia la esquina sin importarle el mal olor que le revolvía el estómago, era bueno que la chica esa no estuviese aquí.
Solo la había buscado para seguir humillando a su “querido sobrino” y porque era más conveniente tener a una criada encerrada en su mansión, prisionera bajo sus reglas, que a una doncella del servicio que podía ver o escuchar cualquier cosa inadecuada y luego salir de la mansión y esparcir rumores que los afectaran.
Todo tenía que hacerse con sumo cuidado, no podía haber errores.
Nadie se acordaba ya del verdadero heredero de los Edwards, pero un solo desliz podía complicarlo todo.
Levantó la mano con los ojos rojos de la ira y comenzó a golpear salvajemente el rostro de Henry, que se movía de un lado a otro por la violencia de los golpes y recibía pasivamente todo el castigo.
— ¡¡¡No eres más que un infeliz, un infiel, m4ldito que me dejó por una put4!!!
— ¡¡¡Una cualquiera, cómo te atreviste a hacerme eso, a mí que tanto te amaba, hubiese hecho todo por ti, pero me convertiste en un chiste, en una payasa para todos!!!
— ¡¡¡… Te odio…te odio…!!!— gritaba Grace histérica y aunque ya le ardían las manos no se detuvo en su golpiza.
Sus anillos de piedras preciosas cortaban la piel en cada bofetada y la sangre comenzó a salir de la comisura de la boca de Henry.
— ¡Te odio Román Edwards y mira cómo tengo a tu querido y precioso heredero, al hijo que esa mujer!
—¡¡Donde sea que estés, espero que no puedas descansar en paz, sabiendo que la mujer que tanto despreciaste le está haciendo a tu hijo la vida un infierno!!
Terminó, respirando agitada, con gruesas lágrimas, arruinando su exquisito maquillaje, confundiendo el pasado con el presente, uniendo los viejos agravios con los nuevos.
Recordando una vez más con odio, como su perfecto matrimonio con el hombre que siempre había amado, se arruinó con la aparición de una cualquiera que le robó a su prometido.
Tuvo que conformarse con el reemplazo, con el medio hermano de Román Edwards.
No estaba enamorada de su marido, solo fingían un matrimonio feliz.
Ella no sería ser abandonada de nuevo, tenía que mantener su posición a como diera lugar.
Grace miró a la piltrafa de hombre en la esquina, que no había soltado ni un quejido durante sus crueles bofetadas, y juró que mientras ella viviera, el hijo de esa mujer no sería más que la sombra del hombre que fue una vez.
Ya le cortó las alas a este orgulloso fénix y no dejaría que saliera volando de su jaula, jamás.
Dio media vuelta y se dispuso a salir de la habitación, pero casualmente iba entrando la futura esposa que había preparado para Henry.
Se quitó los guantes con asco, ante la mirada sorprendida de Eva.
— Bótalos en la basura— le ordenó, tirándole con desprecio los guantes al suelo
— Y espero que seas lo suficiente inteligente para callarte las cosas que ves y escuchas en esta casa, porque créeme, que tengo métodos de sobra para deshacerme de una andrajosa como tú.
La amenazó con saña y escuchó cómo la chica le susurró que entendía, con la cabeza baja.
Salió del cuarto con el ánimo más estable, pero de tanta fuerza que utilizó le dolían las manos, tendría que buscarse algo luego para golpearlo mejor, no se estaría siempre haciendo daño ella misma.
Decidió pasar por su cuarto a retocarse y volver a tomar la posición de la Sra. Edwards, que tanto soñó, aunque fuera, con el hermano equivocado.
Eva estaba temblando por todas partes, en realidad había estado afuera de la puerta por unos minutos y pudo ver, a través de la rendija, cómo esa mujer le pegaba y le gritaba como una loca a ese pobre hombre indefenso.
Cuando estuvo segura de que se había marchado, corrió hasta donde estaba Henry para mirar su rostro hinchado y herido.
Le dio demasiada lástima su situación, ella mejor que nadie sabía lo que era aguantar pasivamente a que te golpearan.
Fue al baño y agarró una toalla, de las más limpias que encontró, y algo de agua en un pequeño barreño.
Se acercó y comenzó a limpiar lo más delicadamente que pudo la sangre en el rostro de Henry, que seguía mirando perdido al vacío como un muñeco roto.
Eva aprovechó la ocasión para limpiar también un poco de suciedad del cuerpo de su futuro esposo.
Tuvo que cambiar el agua varias veces, pero al menos ya se podían ver los parches de piel blanca debajo de tanto pelo enmarañado de la barba.
Pensó que debería ayudarlo a cortarse un poco todo ese nido de pelos, pero también tenía un poco de miedo, por si los cambios que le hacía no le agradaban a la madame.
Era obvio que esa mujer le tenía un odio infinito a este hombre y por eso, siendo tan ricos, lo mantenían en este estado deprimente.
Fue hasta el enorme armario de madera y lo abrió.
El olor a moho y humedad le dio de frente, incluso algunos insectos se arrastraron por el suelo de madera, escondiéndose de la luz repentina.
Eva revisó la ropa que suponía era de Henry.
A pesar de haber algunas prendas comidas por bichos y con suciedad, se notaban que eran de buena calidad.
Rebuscó y encontró un juego de ropa decente.
Se dispuso a cambiar al paciente, por una ropa menos asquerosa.
La parte de arriba fue relativamente fácil, a pesar de que Henry era un hombre alto y fornido, incluso estando tan delgado, pero la parte de abajo, sería todo un desafío.
Eva apartó la frazada de franela que cubría sus piernas, pero se quedó asombrada, al encontrarlo con el pantalón todo mal puesto y las bolsas que estaban pegadas a su cuerpo, para ayudarlo a recoger los desechos de su organismo.
Tomó aire y casi a tientas, sin mirar mucho, le cambió el pantalón con tremendo esfuerzo.
— Henry, la verdad es que pensé que estaba mal, pero creo que me has ganado. No te preocupes, seré una buena cuidadora— prometió mirando a sus ojos grises, nublados y perdidos.
La vida de Eva comenzó en la mansión de los Edwards como otra doncella más. Haciendo las tareas que le mandaban, soportando las burlas y maldades de las demás, pero nada a que no estuviese acostumbrada. Intentaba cuidar de Henry lo mejor que podía y un día llegaron los enfermeros que lo atendían a bañarlo y cambiarle sus aditamentos médicos. Esperaba que al menos le lavaran un poco la cabeza porque ciertamente se notaba que lo lavaban muy por arribita. Efectivamente, como sospechó, nada de cabeza, un baño como quiera y punto. Eva les pasó un conjunto de ropa limpia que había lavado ayer y ellos lo cambiaron y lo sacaron del baño sentado de nuevo en su silla de ruedas. — No olvides el medicamento— le recordó un cuidador al otro, que asintió y sacó un bote de pastillas azules. Le dio dos a Henry con ayuda de un poco de agua recogida en el grifo y salieron como mismo habían llegado, solo dejándole a Eva un ungüento para aplicarles a las heridas del rostro. Sin preguntar siquier
Eva se quedó callada por unos segundos, asustada y desesperada.Miró al hombre frente a ella, sentado en su silla de ruedas, que ni siquiera se enteraba, de que iba a ser encadenado a una mujer de por vida en sagrado matrimonio, y dudó por un momento, si echarse a correr como loca a ver si podía salir de esta pesadilla.— Querida Eva, el notario está esperando por tu respuesta— le susurro la Sra. Grace con los dientes apretados, mientras la pellizcaba cruelmente por detrás del brazo.Grace podía sentir la vacilación en la chica y esperaba que no fuera tan estúpida como para echarlo todo a perder al último momento.Aunque el notario estaba muy bien pagado por su discreción, en realidad sabía lo que todo el mundo de Henry.Que el heredero se había vuelto loco y tonto, después su trágico accidente dos años atrás.Y ahora, que se casaría con esta chica que, aunque la miró un poco raro y extrañado, no dijo nada, porque era obvio que no era su problema y el dinero que caería en sus bolsillo
Los Carter eran los socios comerciales de los Edwards.La empresa familiar se había compuesto de tres socios que unieron sus capitales y conexiones para crear una de las compañías de transporte más importantes del país, Edwards & Asocciates.¿Por qué el apellido de los Edwards en el nombre de la empresa?, simplemente porque el accionista mayor y principal fundador de la compañía había sido Román Edwards.Al morir en un trágico accidente que costó también la vida de su esposa, su hijo Henry Edwards, que igual iba en el coche el día del accidente, pero logró sobrevivir, pasó a ser el dueño absoluto de toda la herencia de sus padres y de más del 50 % de las acciones de Edwards & Asocciates.Henry fue atendido y operado de urgencia, porque su cuerpo resultó dañado del accidente, sobre todo sus piernas.Pero el doctor que lo operó le dio muy buen pronóstico de recuperación, solo necesitaba cuidados extremos y una correcta rehabilitación.Henry no tenía más familiares que lo cuidaran y a su
— Juraría que escuché un ruido por aquí— se oyó la voz de un hombre en el jardín, que Helen reconoció como uno de los guardas espaldas de su padre.— Busca por los alrededores, ella nunca se internaría en la oscuridad y menos donde hay perros, así que, si estaba aquí, debe estar cerca— ordenó su padre y se escucharon pasos muy cerca de donde estaba y en los alrededores.Eva estaba sudando frío, no sabía que bicho le había picado para que decidiera arriesgarse así por una desconocida, que quizás no le agradecía para nada todo el riesgo que estaba corriendo por ayudarla.Se imaginaba que en cualquier momento, cuando se diera cuenta de que era solo una doncella fea y rara, saldría gritando que no la tocara o quejándose con los hombres de afuera y la única que sufriría sería ella.Pero cuando levantó la vista para ver el asco reflejado en la cara de la chica, lo único que vio fueron unos ojos color avellana mirándola con curiosidad.Se quedaron en silencio, el tiempo que duró la inspecció
Eva tragó audiblemente y pasó una mano temblorosa por delante de los ojos de Henry para ver si este seguía el movimiento, porque quizás estaba tan ansiosa por verlo recuperado que ya imaginaba cosas.“¡Henry siguió el movimiento de sus dedos! Muy lentamente, pero lo hizo, no estaba imaginando las cosas, él estaba consciente” pensó Eva con alegría que se transmitió en su rostro.— ¿Henry puedes escucharme? - le preguntó, mirándolo con expectativas, con emoción evidente en sus ojos avellanas.El joven no le habló, solo la miraba fijamente, sin embargo, a los segundos, Eva pudo sentir un pequeño apretón en su mano, casi imperceptible, ¡pero ahí estaba!Bajó la vista para ver cómo los dedos del joven intentaban muy suavemente cerrarse en su mano, sin fuerza, pero tenazmente.— Henry tú… — quería decirle que era un milagro, que estaba mejorando, que no se rindiera, que podía lograrlo.Deseaba darle ánimos con todo, sin embargo, un sonido en la puerta sonó de repente y Eva no pudo continuar
— Ni se te ocurra gritar o te corto la lengua – le dijo Robert a Eva viciosamente, mientras le amordazaba la boca con su mano apretada, para evitar que la chica gritara alarmando a los demás.Eva se dio cuenta con horror que este hombre había entrado a su habitación, estaba sentado a horcajadas sobre ella y destilaba olor a alcohol rancio por todo su cuerpo.— Me pregunto que se sentiría follarse a una virgen coja— susurró sonriendo con cinismo— ¿Qué crees, querido primo?— Pienso que le estaría haciendo un favor a tu querida esposa, ya que es obvio que tú, ni para eso sirves, cumpliré con tu papel de hombre como si fuera su noche de bodas.Miró hacia la posición donde Henry descansaba y Eva giró un poco los ojos, para darse cuenta con horror de que el hombre acostado en la cama, a su lado, ya estaba despierto y aunque miraba con ojos nublados y perdidos, ¡estaba presenciando todo este acto humillante y cruel!Además, había caído en el significado de las palabras de ese borracho que
Helen había venido hoy de visita a la mansión de los Edwards.No porque le encantara la idea de ver a su aborrecible prometido, sino porque su padre la había estado presionando con que debía relacionarse más con su futura suegra, la Sra. Grace, y comenzar a sentirse parte de la familia de los Edwards.Al llegar con los regalos que traía por su visita, el ama de llaves le informó que la Sra. Grace aún no se había levantado y que si quería verla, tendría que esperar un tiempo.Con fastidio se puso a vagar por los jardines de esta odiosa mansión y recordó a la chica que la había escondido de su padre.Se sentía un poco rara al lado de esa chica, un sentimiento de familiaridad y confianza se extendían por su pecho.No entendía muy bien, era una persona algo desconfiada por naturaleza.Inexplicablemente, sintió ganas de volverla a ver, quizás le agradecía de nuevo por su ayuda.Habían quedado en que serían amigas, así que consideraba una descortesía no saludarla en su visita.Con esta idea
Toda la herencia, según el testamento de los padres de Henry, al no haber herederos de la línea directa, pasaría a la beneficencia y otra pequeña parte a su esposa viuda, en el caso de tenerla y ¡sí que la tenía!Se armó un revuelo total y cuando el médico llegó lo pasaron directo al cuarto de Henry que tenía muy mala pinta.Grace estaba sudando frío, si algo le pasaba a su sobrino político, su marido los despellejaría vivos.De hecho, rezaba porque Albert no se hubiese despertado por tanto revuelo, ya que para desgracia suya, estaba medio resfriado y había decidido quedarse hoy descansando más horas en la cama, para luego ir a la oficina.Eva estaba en un puro temblor, primero la violación y ahora parecía… parecía que se quedaría viuda tan pronto.Si Henry moría, ¿qué iba a ser de ella?Eva fue sacada de la habitación por Helen, que la mantuvo a resguardo todo el tiempo con ella, cubriéndola de las miradas chismosas de las demás doncellas, aunque en realidad, no sabía a qué parte de