El pomo de la puerta giraba y como en cámara lenta, Grace miró hacia la ventana de escape, ¡pero no le daría tiempo a fugarse!Sus ojos buscaban entonces desesperada y asustada donde esconderse, pero esta oficina a penas tenía un escritorio sin cubierta, un archivador de documentos y este estante con las llaves.Grace se veía siendo sorprendida, ¡no, no, había llegado tan lejos y en el último paso fue pillada!¡Tenía que inventarse algo creíble!, ¿pero qué? Nada la justificaba de haber entrado a escondidas a este sitio.En eso, cuando la puerta iba a abrirse, escuchó una conversación en el pasillo.— Hola, disculpe, ¿usted es Esteban?— Albert habló más alto de lo normal, entrando por la puerta de la pequeña salita que había antes de la oficina y donde los choferes descansaban en sus guardias.— ¿Perdón?, ¿Esteban? No, mi nombre es Alonso, ¿qué hace usted aquí? – le habló en malas formas.Todo el personal de la mansión había sido cambiado por Henry y la primera regla de la casa, era qu
— Mi hija, no, no, ¡mi niña, no, ella es inocente, ella es inocente…! — comenzó a halarse los pelos, murmurando, gritando y de un momento a otro, hizo por abalanzarse entre las llamas a querer rescatarla.— ¡Estás loca! ¡Morirás si entras ahí! ¡Vamos Grace, deben estar al venir, no pueden vernos aquí, vamos, tenemos que escondernos!— Albert estaba angustiado por la muerte de su hija, pero su cabeza aún seguía bien fría como para calcular y tramar.Aguantaba a Grace y la halaba, intentando alejarla del lugar del siniestro.— ¡TÚ, TÚ ERES EL CULPABLE! ¡TÚ MATASTE A MI HIJA! ¡MALDIT0 DESGRACIADO, MATASTE A MI PEQUEÑA, LA MATASTE…! Grace comenzó a golpearlo con los puños en el pecho, a querer sacarle los ojos con las uñas, a arañarlo en el rostro, morderlo y desangrarlo.La impotencia, la rabia, el dolor, la ira, todo mezclado en su interior, haciendo un coctel de emociones que iba quebrando su espíritu y su mente, como un espejo que cae al suelo y se rompe.— ¡Suéltame maldit4 loca, tod
Henry entró corriendo a la habitación imaginándose lo peor y se aterró al encontrarse a Elsa cargando a una Eva desfallecida. — ¡Henry, Eva se desmayó de repente, ayúdame, no puedo con ella…! – le gritó asustada con los ojos rojos. Eva estaba pálida y le dijo que tenía ganas de vomitar, camino al baño se mareó de repente y ¡se desmayó en sus brazos! Henry no demoró ni un segundo en correr hacia su esposa y quitársela de las manos a Elsa, para cargarla al estilo princesa. — ¡Eva, amor, Eva! – la llamaba lleno de temor, pero ella no reaccionaba. — ¡Michael, hazte cargo de todo en la mansión! — Sí, sí, vete tranquilo, toma mi auto, Henry – Michael enseguida asumió, como parte de la familia que ya se sentía. — ¡Oh por Dios! – la Sra. Bishop entraba con una bandeja de té de tila para calmar los ánimos, cuando se encontró a Henry saliendo como enloquecido y cargando a Eva directo al hospital. — ¡Sra. Bishop usted y la Sra. Brooke ayuden a Michael a controlar la casa!— Henry le grit
— Ya estamos llegando al hospital, pero hablemos, no te vuelvas a desmayar… mírame Eva, háblame… Henry le apartaba con amor el pelo sudado que se arremolinaba en su frente, preguntándole cualquier tontería para mantenerla consciente, que si bebió algo, qué hicieron mientras esperaban… Las sirenas de los autos de la policía le pasaban por al lado camino a la mansión, pero ya no le importaba nada, solo la mujer en sus brazos, la tabla que lo mantenía a flote y en calma, en su mar turbulento y perturbado. ***** Helen se apretaba las manos que le sudaban demasiado, estaba nerviosa, sentada en el cuarto privado del hospital, esperando los resultados de las pruebas hechas a Eva. Con la mala base de salud de su hermana, cualquier cosa era posible. Una vez más, el remordimiento de estar viviendo una vida buena mientras Eva pasaba hambre y necesidades, asaltaba sus pensamientos. — Buenas noches – el doctor de repente entró al cuarto y Helen se paró de golpe del cómodo sofá al lado de l
— Aquí está el pago, como acordamos, hubiese sido mejor para mí la transferencia, pero, como usted lo prefería en cash, revíselo por favor Agarró con confianza, un maletín cuadrado de cuero, que estaba a su lado en el suelo y lo colocó sobre la mesa. Cuando las dos hebillas del cierre se abrieron con un clic, fajos de billetes verdes aparecieron delante de los ojos de Stuart, que asentía satisfecho. — Si no le importa, creo que entenderá que debo cuidarme la espalda – le dijo el magnate de repente, llamando a un hombre a su lado, un experto que revisaría la numeración y el dinero, para ver si no había falsificaciones. — Me parece muy bien, hombre precavido, vale por dos. Como seguro demora, aprovecho y voy al baño… Hizo por levantarse, pero todos se pusieron tensos. — Yo preferiría que no se fuese con el contrato, hasta que todos estemos satisfechos con el negocio – Stuart le sonrió como un viejo zorro astuto. — Y yo tuve que venir corriendo porque usted estaba apurado, para c
El auto negro discreto avanzó y se detuvo cerca de un barrio en los suburbios. Alonso salió rápidamente y se perdió entre las oscuras callejuelas. — Vamos a la mansión – Leroy le ordenó al chofer, porque hoy hacía de jefe. Miró a la ciudad nocturna pasar a través de los cristales oscuros del lujoso, pero discreto Bentley. Ya quería regresar al sur con la familia Edwards, ver a su propia gente, a su hermano pequeño que se había recuperado y a excepción de los medicamentos que tenía que tomar de por vida, por lo demás, era un adolescente como otro cualquiera. Su madre trabajaba en la mansión del sur para la Sra. Eva y era muy bien tratada. Todo se lo debía a los Sres. Edwards. Sobre todo, le agradecía demasiadas cosas a Henry, muchas más de las que verdaderamente tenía que haber hecho por él, y si su familia vivía mejor, era por este trabajo tan bien pagado. Las órdenes de Henry Edwards, las cumplía de manera impecable y a conciencia por agradecimiento y sincera fidelidad. El
— ¡Sí, papá soy yo, estoy en un problema, mamá me dijo…! — ¡DAME ACÁ! – se escuchó una voz áspera y ruidos en el auricular – ¿Usted es el padre del chico? Una voz ruda se escuchó desde el otro lado, sobresaltando a Albert. — Sssí, sí, soy yo… — respondió, hasta medio con dudas. — Que sepa que nos debe un dinero gordo, que pidió un préstamo para jugar y no quiere pagar ahora. Nos dijo que su familia era rica, hablamos con su madre y prometió saldar la deuda, pero el tiempo pasa, Sr. Papá y nos estamos impacientando… — ¿De… de cuanto dinero estamos hablando? – cuando le dijeron la cifra, Albert casi se cae de espaldas. Antes, esta cifra le parecía exorbitante, pero posible, ahora, era imposible de pagar y no estaba a su alcance. Si agarraba esa cantidad de billetes en sus manos, lo utilizaría para empezar una nueva vida, no para pagarle las extravagancias y los lujos al idiota de su hijo. — Dígame, a dónde envío a mi hombre a recoger el dinero y solo así le entrego a este imbéc
Robert Edwards jamás pensó, ni por un segundo, que algún día sería la víctima en vez del victimario.Con todos los dedos de las manos inutilizados y vendados, golpeado, cojeando y tratado como menos que un animal, fue trasladado hacia un sitio desconocido, sin ver nada por la venda que tapaba sus ojos llorosos.Su boca también amordazada y era la viva imagen de un hombre caído en la más humillante desgracia.— Este es el chico que tengo disponible, del que le hablé – Robert escuchó que alguien dijo y el olor penetrante del humo y alcohol inundaban su nariz.El sonido de una silla arrastrándose y luego pasos que se acercaban a él.Su cuerpo, solo vestido con una bata de baño por encima, comenzó a temblar instintivamente al sentir la presencia de alguien que lo observaba con intensidad.Dio vueltas a su alrededor, examinándolo y su olor a tabaco, que ni siquiera el perfume costoso que llevaba lo podía opacar, le daba ganas de estornudar y mareaba su cabeza adolorida.Sintió una mano que