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El pomo de la puerta giraba y como en cámara lenta, Grace miró hacia la ventana de escape, ¡pero no le daría tiempo a fugarse!

Sus ojos buscaban entonces desesperada y asustada donde esconderse, pero esta oficina a penas tenía un escritorio sin cubierta, un archivador de documentos y este estante con las llaves.

Grace se veía siendo sorprendida, ¡no, no, había llegado tan lejos y en el último paso fue pillada!

¡Tenía que inventarse algo creíble!, ¿pero qué? Nada la justificaba de haber entrado a escondidas a este sitio.

En eso, cuando la puerta iba a abrirse, escuchó una conversación en el pasillo.

— Hola, disculpe, ¿usted es Esteban?— Albert habló más alto de lo normal, entrando por la puerta de la pequeña salita que había antes de la oficina y donde los choferes descansaban en sus guardias.

— ¿Perdón?, ¿Esteban? No, mi nombre es Alonso, ¿qué hace usted aquí? – le habló en malas formas.

Todo el personal de la mansión había sido cambiado por Henry y la primera regla de la casa, era qu
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