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Capítulo 4: Beau

Estoy en la sala de control de la guarida de los Cazadores, y no puedo dejar de golpear la moqueta con el zapato derecho. Es una manía que tengo, y que suele exagerarme cuando estoy nervioso, pero no hay nada que pueda hacer para evitarlo.

Bella debería haberse puesto en contacto hace horas, pues ya son casi las siete de la tarde, y desde la hora de comer, no sé nada de ella. Me juego mucho al haber asignado a una chica tan joven e inexperta a esa misión, pero yo sé lo que me hago, sé que Bella es nuestra mejor opción para dar caza al bastardo de Alfa Michel, y no precisamente por su inteligencia. La pobre mocosa es tan simple, que cuando la escogí para la misión dio varios saltitos en la silla, y me dio las gracias un millón de veces.

Sé que es perfecta para el puesto de secretaria, ya que desde la mesa de al lado podrá oír muchas conversaciones, verá muchos correos electrónicos con información jugosa, y llegará a conocer información con la que ahora solo podemos soñar.

Aún así, a pesar de que estoy convencido de mis decisiones, vuelvo a marcar el número de la línea secreta de Bella, y esta suena hasta que se acaban los tonos de llamada, y me envía al contestador. Cuelgo sin dejar ningún mensaje, ella ya sabe que tiene que llamar en cuanto véalas llamadas perdidas.

- ¡Joder!

Gritó y tiro mi móvil al suelo. Espero no haber cometido un error grave al escogerla, a fin de cuentas, los fundadores de los Cazadores están examinando con lupa cada decisión que tomo, ya que llevo muy poco tiempo al cargo,  y sé de sobra que ya se cometa que no soy tan hábil como lo era mi padre. Eso me frustra mucho, porque me esfuerzo cada día para estar a la altura y nunca parece que lo que hago sea suficiente.

Tras otros cinco minutos en los que el teléfono móvil (ahora con la pantalla rota tras su golpe contra el suelo) no suena, decido que no puedo seguir aquí encerrado esperando noticias. Salgo de la sala, recorro un solitario pasillo de paredes bancas y alfombra gris, y me adentro en la zona de seguridad de la guarida. Es una zona restringida, y para entrar tengo que teclear un código en la puerta que da acceso.  Después bajo las escaleras, y llego a un pasillo en penumbras, donde a cada lado se ven puertas numeradas. Son las celdas en las que esperan juicio los detenidos de cada manada. Y me dirijo a una puerta que conozco bien, es la 116.

La abro con el código de seguridad especial de las celdas, y nada más oír el crujido de la puerta al dejarme paso, ya me siento un poco más relajado.

Entró en silencio, y cierro tras de mi, lo último que quiero es que se produzca un intento de fuga, y los otros jefes me pregunten que es lo que hacía aquí a estas horas de la tarde.

En el interior de la celda, sentada en una esquina, apenas visible, hay una chica joven, una rubia espectacular (aunque debo reconocer que era mucho más hermosa cuando llegó, ahora le faltan varios kilos, y el pelo cortado a trasquilones no le favorece).

- Hola Vera.- digo con mi tono seductor.

- No, por favor,por favor, hoy no.

- Vera, si me recibes así, voy a pensar que no quieres verme, y seguro que no quieres que piense eso, ¿a qué no?

Vera lleva aquí dos meses,ocupando una celda que en todos los registros figura como vacía, y que solo yo sé que está ocupada. La capturé una noche, no en una redada, o intentando colarse en el cuartel general, no; la cacé mientras estaba en una discoteca, disfrutando de la noche. Supe quien era desde el primer momento, pero super esperar, no precipitarme. Mis instintos de cazador me gritaban que la sacara a rastras de aquel antro, y la metiera en mi furgoneta. Pero no, esperé, y cuando se despedía de sus amigas, ya de madrugada, un poco achispada y con los zapatos de tacón en la mano, la seguí, y le di caza.

La leona se resistió, intentó clavarme uno de los tacones en un ojo, me arañó hasta que grité, y al fin, cuando empezaba a pensar que tal vez me había equivocado al abordarla yo solo, dió un traspiés, y pude reducirla.

Después de eso, la metí en la parte trasera de mi furgoneta, la obligué a tomar un puñado de pastillas para dormir, y cuando despertó, estaba en la celda 116.

- Por favor, Beau.- me dice con su voz rota.- hoy no.

- Vera, ¿es que aún no sabes que no eres tú quien decide nada? Ahora eres mi prisionera, y vas a acatar mis órdenes, te guste o no.

- ¿Cuándo va a acabar ésto? ¿Cuando vas a matarme?

- Vera… ¿Cómo puedes preguntarme algo así?.- le respondo en tono sarcástico.- Eres mi invitada, no pienso matarte, vas a pasar aquí los años de vida que te queden.

Escuchó su sollozo, y sonrío satisfecho. Hace solo un par de semanas, protestaba, gritaba e incluso me escupía, pero ahora sé que he roto su alma. Parece que mi plan ha funcionado.

Me acerco a la esquina en la que se encuentra agazapada, la cojo del pelo, y la arrastro hacia el camastro. Ella no opone resistencia, aunque no podría hacerlo aunque quisiera, ya que en su comida diaria añado un par de calmantes que la mantienen dócil y dispuesta a hacerme pasar un buen rato. Dormida no, porque me gusta que sepa lo que le hago, y con qué frecuencia lo hago.

La tumbo sobre la cama, de espaldas, y le subo el vestido sucio que lleva puesto. Joder, puede que sea una loba, pero cada vez que veo ese culo redondo y perfecto… ¡buah! Siento que puedo explotar con lo caliente que me pone.

Me bajo los pantalones, con la verga ya dura, y me coloco entre sus nalgas. Noto cierta resistencia, es Vera intentando negarme la entrada a su cuerpo, y sé que podría subirle la dosis de los calmantes, pero no quiero, me gusta que se resista, eso lo hace más apetecible para mi.

- Bueno, Vera, ya sabes lo que viene ahora, voy a follarte ese culo hasta que me corra dentro de ti.

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