Anya
Miré mis manos una y otra vez, deseando soltar el poder oculto que anidaba en mi interior. Podía manejar a los demás, pero el que me haría más fuerte seguía dormido, reacio a liberarse. Me levanté de mi escritorio y salí al balcón, donde el campo se extendía ante mí, lleno de flores de distintos colores y aromas que embriagaban el aire. Las rayas de los caballos galopaban alrededor mientras mi mente era un torbellino de pensamientos y ansias. No sabía por qué me sentía tan atraída por ese lugar, pero necesitaba tiempo y, sobre todo, tener todo en orden en el rancho.
Busqué al capataz, Jacinto, que estaba revisando las instalaciones.
—Señor Jacinto, por favor, necesito que me cuente cuántas reses, toros, cabras y gallos hay. Necesito una buena estadística y contabilidad. Sobre todo las ventas de esta semana, todo el informe. Por otro lado, necesito que me vea si necesitamos más trabajadores.
—Sí, señorita, a sus órdenes. —Asintió con respeto—. Mi hija María preparara el desayuno. Doña Margarita no ha venido hoy porque no sabía que usted volvería.
—Está bien, no se preocupe. Gracias.—El señor Jacinto movió la cabeza asintiendo para luego irse.
Mientras observaba el bullicio del rancho, sentí un ligero hormigueo en la espalda. Era la misma sensación que me acompañaba cada vez que pensaba en el bosque oculto, un lugar que parecía llamarme. Me acerqué al salón, donde mi abuela, Abi, estaba sentada leyendo unos libros. Me acerqué a ella y le di un beso en la mejilla.
—¿Qué haces, Abuela?
—Como siempre, hija, averiguando cosas, indagando en lo ficticio y en lo real.
—¿Cuántos años tenías cuando te empezó a interesar este tipo de cosas? —le pregunté curiosa.
Ella me miró con una sonrisa nostálgica, elevando las cejas.
—Cada vez que te veo, me acuerdo de mí misma cuando tenía ocho años. Mis abuelos y mis padres siempre me involucraban en la cacería y en todo lo relacionado con lo místico. ¿Sabías que las tierras que visitamos son inmensamente grandes? Hay un bosque oculto donde existen seres que jamás hemos imaginado en el mundo de los humanos. Es como un pasadizo al inframundo.
—¿Inframundo? —pregunté, intrigada—Ósea como un portal.
—No exactamente, amor, pero sí podría ser que por esa razón, en los años altos de esa colina, existan muchas cosas que aún no conocemos. Recuerdo una historia que me contaron mis abuelos sobre una mujer que era inmensamente poderosa. Tenía habilidades mágicas, y también una doble personalidad. La mataron, a pesar de no ser mala. Había en ese entonces dos razas de lobos, uno de ellos se aliaron con vampiros y Banshees son criaturas femeninas que apresagian la muerte atravez de su lamento... un sinfín de cuentos, pero lo que sí sabemos es que los lobos existen y también pueden tomar forma humana.
—¿De verdad? ¡Incluso pueden hablar!
—Sí, claro. —Ella se inclinó hacia mí, sus ojos llenos de emoción—. No me digas que en el bosque escuchaste algo la noche de ayer.
—Sí, realmente escuché la voz de un hombre, pero no sé si era un lobo. Era como si estuviera cerca, pero a la vez, tan distante. Me estaba observando. Aun así, debe percibir que tengo poderes, porque no se me acercó. Y tampoco le tengo miedo a esas criaturas. Al único que vi fue a ese lobo plateado que he estado buscando durante años. Él fue quien mató a mis padres, y eso es algo que jamás podré borrar de mi mente.
—Ya cariño, no pensemos en eso. —Dijo mi abuela, con la mirada preocupada—.Desde ese momento tengo ya 50 años y aún deseo saber mucho más.
—Pero estás joven todavía. —Su sonrisa era cálida—. Gracias, mi niña, por ser igual a mí en esos intereses de cazadora. Admiro tu potencial. Lamentablemente, esos intereses ya no existen. Son pocos los cazadores que quedan. Pronto iremos a ese lugar para encontrarnos con las únicas personas que fueron amigos de tus padres en esa época. Algunos de ellos son como tu, pero son pocos, ellos poseen poderes mágicos, sin embargo tu pode es único, proviene de nuestros antepasados. Mis padres sabían muchas cosas pero nunca me lo contaron.
—Vaya. Ahora más que nunca deseo descubrir más de mi descendencia.
Eso me emocionó.
—Por esa razón quiero llevarte con los demás que conocen mucho sobre ese bosque oculto.
—¿Quieres decir que iremos cerca de esos bosques? —pregunté con una mezcla de ansiedad y entusiasmo.
—A ciencia cierta, no te puedo decir, querida. El bosque del que vamos a hablar podría parecer cerca, pero es muy lejano. Hay inmensas montañas y altos pinos que bloquean la vista. Todo lo que hay ahí es un misterio.
La idea de un viaje a esos bosques ocultos me llenaba de emoción. Había tantos secretos y leyendas que me rodeaban desde pequeña. Y lo que más me desconcierta es este poder espiritual que poseo.
—¿Y qué hay de las personas que conocen los secretos ocultos? —pregunté.
—Ellos son muy pocos y, sobre todo, desconfiados. Pero son guardianes de la sabiduría de generaciones. Ellos saben sobre los seres que habitan en esos bosques, las criaturas que se esconden bajo la sombra de los árboles. —Abi se puso seria—. Debemos ser cautelosos. La curiosidad puede ser peligrosa.
Sentí un escalofrío recorriendo mi espalda. La curiosidad siempre había sido mi motor, pero también mi debilidad.
—¿Crees que los lobos estarán ahí? —le pregunté, recordando la leyenda que envolvía su existencia.
—Los lobos siempre están cerca, Anya. No solo como bestias, sino como guardianes de secretos antiguos. Algunos son protectores, pero otros... no tienen buenas intenciones. Y recuerda, no todos se comportan como en las historias que hemos escuchado.
—¿Y si me encuentro con el lobo plateado? —mi voz tembló ligeramente, revelando la angustia que llevaba dentro.
—Si te encuentras con él, debes estar preparada. Recuerda que los seres mágicos pueden manipular la realidad. No dejes que tu miedo te controle. —Abi me miró fijamente—. La fuerza que llevas dentro es más poderosa de lo que imaginas.
Esa afirmación me dio algo de valor, aunque la incertidumbre se mantenía. Mientras hablaba con mi abuela, me preguntaba si, al final, esos misterios serían desvelados y si el destino que me aguardaba en el bosque oculto estaba realmente entrelazado con mis raíces, mi poder oculto y espiritual.
—Abi iré a desayunar quieres que María te preparé el desayuno.
—Querida, ya me hice un té. Tú come algo, que cada día estás más delgada.
Le sonreí, agradecida por su preocupación, y me dirigí a la cocina. Justo antes de entrar, me detuve al ver a María besándose con uno de los peones, Roger. Era algo que claramente no esperaban que yo presenciara.
—Por favor, detente, —dijo ella en un susurro—. Si mi jefecita nos ve, le contará a mi papá, y ya sabes cómo se pone.
—Tranquila, mi amor, solo quiero pasarla bien —le respondió él, aunque también mostraba algo de nerviosismo—. Pero estamos trabajando, y si nos descubren...
La escena me dejó indecisa. Era un momento privado, pero estábamos en mi casa, y el deber de poner ciertos límites recaía en mí. Al final, decidí entrar, y al verme, María soltó un pequeño grito, mientras Roger se quitó el sombrero, avergonzado.
—Patrona, discúlpeme, por favor. María y yo… bueno… nos queremos. Sabemos que esto no debería pasar aquí. Perdón.
—Está bien —respondí con calma, aunque intentando mantener la autoridad en mi voz—. Pero que esta sea la última vez que lo hacen dentro de la casa. Fuera de aquí es su vida, pero dentro de mi hogar deben tener cuidado, especialmente tú, María. Eres joven, y estas cosas deberías hablarlas con tu padre.
—Sí, señorita, perdón —respondió ella, bajando la mirada, visiblemente avergonzada.
Roger salió rápidamente, y María volvió a su tarea en la cocina, aún con las mejillas encendidas de la vergüenza.
—Ya casi está el desayuno, señorita. Solo me falta terminar de preparar los frijolitos.
—Perfecto, te espero en el comedor.
Salí de la cocina y sacudí la cabeza. Este tipo de cosas nunca me han gustado. Entiendo que el amor lleva a hacer locuras, pero deberían tener más cuidado, especialmente cuando están bajo mi techo.
Mientras me dirigía al comedor, miré mi teléfono y noté varias llamadas perdidas de Uriel. Él siempre ha sido una presencia constante en mi vida, incluso cuando nuestras vidas han tomado caminos diferentes. No tardé en devolverle la llamada.
—Uriel, hola. Disculpa, recién veo las llamadas.
—Como siempre, ocupada en el bosque, investigando cosas de antropología, en tu caza de esos indefensos animalitos. Pobre tigre o lo que sea. Aunque dejaste la universidad a medias, prefieres estar en tu campo, en tu hacienda. ¿Qué pasa? ¿No quieres regresar a la ciudad?
Sus palabras me hicieron suspirar. Con él, siempre era la misma discusión.
—Uriel, sabes que esto es mi vida. Desde que mis padres no están y el hombre de confianza desapareció, no puedo dejar lo que me pertenece. Además, tú sabes que no me gusta el bullicio de la ciudad.
—Sí, lo sé. Pero dijiste que vendrías a verme.
—Lo haré, pero entiéndeme. A ti tampoco te gusta el campo.
—Bueno, por ti iría hasta el océano Pacífico —bromeó, y pude imaginar su sonrisa al otro lado de la línea. Te extraño cariño.
—Está bien, te espero. Y no te olvides de traerme esos dulces que tanto me gustan.—Le dije ignorando lo que me dijo
—¿Y tú, me extrañas?
—Claro, claro que sí.
—Te amo. —Y yo no sabía que decirle.
Colgué la llamada y dejé el teléfono sobre la mesa, sintiendo una mezcla de emociones. Hablar con él siempre me dejaba una sensación agridulce. Por alguna razón, nunca me atrevía a expresarle realmente lo que sentía. Quizás era miedo, o tal vez la certeza de que nuestras vidas estaban destinadas a mundos distintos. Y por otro lado no quería verlo sufrir.
KaelanObservaba cada rincón del bosque con detalle. Los susurros de las hojas y el eco de criaturas en la distancia parecían acompañar mis pensamientos oscuros. Habían pasado siglos desde aquella noche en que la perdí, pero su rostro, su esencia, su perfume aún persistían en mi mente. Como una marca indeleble en el lienzo de mi memoria, ahí seguía, intacta, Sarada. Ella había sido mi luna, la única capaz de calmar la tormenta que habitaba en mí. Desde su muerte, aquel vacío permanecía en mi interior, como si su ausencia fuera un lamento constante que el tiempo no podía acallar.Con un suspiro, me cubrí con una piel de zorro y bajé desde el castillo hacia la fogata donde mi manada se reunía. Ellos charlaban y reían, absortos en la calidez del fuego y en la camaradería que nos unía. Al verme, los murmullos cesaron, y todos los ojos se posaron en mí. Sentía el peso de sus expectativas; para ellos, yo era el alfa, el líder, la roca que jamás debía mostrar signos de debilidad.—Amo Kaelan
Anya.La noche caía lentamente, y la cálida brisa del campo mecía las flores del jardín, envolviéndome en un aroma familiar que siempre encontraba reconfortante. Desde la entrada de la propiedad, esperaba a que Uriel apareciera con su lujos auto, pero los minutos se alargaban, y yo seguía allí, observando mis botas cubiertas de barro y mis guantes desgastados. Habían pasado meses desde la última vez que nos vimos, en la ciudad, donde todo era tan diferente. Sabía que Uriel, siempre tan pulcro y atento a los detalles, probablemente no entendería mi apego al campo. Pero esa era mi vida, y él lo sabía.Un peón se acercó cuando le hice una señal, y le pedí un poco de agua para lavarme las manos. En pocos minutos, trajo un balde con agua y jabón líquido. Me quité los guantes y comencé a lavar mis manos, disfrutando del agua fresca.—Gracias, Roger —le dije con una sonrisa.—A sus órdenes, patrona —respondió, inclinando la cabeza antes de alejarse.Me quedé de pie, inhalando el perfume de l
Kaelan Habíamos terminado de hacer las rondas de vigilancia, y ahora estaba con las manadas. Al regresar, subí a mi castillos, donde algunos de los sirvientes se movían en silencio, ordenando y preparando la cena. Justo en la entrada, uno de ellos me informó.— Señor, el anciano Raúl lo espera en su despacho.Agradecí con un gesto y me dirigí a la oficina. Raúl estaba ahí, observando las viejas fotografías enmarcadas y colgadas en la pared. Me senté frente a él y fui directo al grano. —¿Qué necesitas, Raúl?—Kaelan, ¿has escuchado sobre el vampiro que anda rondando? Ha estado atacando humanos que se adentran en el bosque.—Estuve en vigilancia, pero no vi nada inusual. ¿Estás seguro de que no es un rumor?— respondí con interés, ya que los humanos rara vez se acercaban a nuestro territorio sin permiso. Sin embargo ellos quizás no sabían de nuestra existencia.—Lo sé de buena fuente—, afirmó Raúl, con el ceño fruncido. —Hay vampiros aliados con algunos lobos de clanes foráneos, y esos
Anya.Mientras Úriel revisaba su teléfono con evidente aburrimiento, yo sentía cómo me hervía la sangre. Estaba a punto de estallar para que se fuera de una vez y me dejara en paz. Me sentía como un volcán a punto de erupciones.—Este lugar apesta —indicó sin rodeos, mirándome con aburrimiento —. Creo que no estás bien de la cabeza por querer vivir aquí.—¿Porque demonios viniste? —le respondí irritada—. No te entiendo, Úriel. ¿Cuál es el problema? Tú decidiste venir aquí.—Porque quiero estar contigo, Anya. ¿Es que no lo entiendes?—No, no te entiendo. Quiero entenderte, pero no lo logro. Me desconciertas —le repliqué, ya agotada por su actitud. Él me miró con esa sonrisa irónica que tanto detestaba.—Eres un caso perdido. ¿De verdad no ves lo que te pierdes en la ciudad? —insistió, gesticulando como si estuviera dándome una lección.—Úriel, ya te lo dije. No quiero la ciudad ni sus distracciones. Esto no va a funcionar si no puedes respetar mi vida aquí —le advertí, sin poder conten
Kaelan.Quería detenerme y parar esto que estaba a punto de suceder, estaba por quebrantar las reglas impuestas por nuestros grandes lideres. Mi mente luchaba por mantener la cordura, pero mi cuerpo no respondía; estaba atrapado en un deseo que no parecía mío. Sentía un impulso incontrolable hacia esta mujer que apenas conocía, una atracción ardiente que me hacía olvidar todo… incluso el motivo por el que había llegado a este lugar.Había venido para vigilar, para proteger a las mujeres de los posibles peligros, y ahora, irónicamente, era yo quien caía bajo el influjo de esta trampa. Había bebido el vino sin pensar, y la sospecha de que algún elixir oscuro de los vampiros lo había contaminado se asentaba en mi mente, pero mis pensamientos se deshacían en su cercanía.Cada caricia, cada susurro nos llevaba más allá, y a pesar de que intentaba mantener el control, mis instintos de lobo surgían, salvajes, difíciles de contener. Mi mente volvía a la imagen de aquella persona que perdí, aq
Anya.Ya era de noche sobre la aldea todo parecía tranquilo pero a la vez inquietante, envolviendo cada rincón con sombras danzantes y un frío que se filtraba por entre las rendijas de las ventanas y las puertas. El bosque, siempre ha sido un refugio para mí, hoy parecia un lugar extraño, casi extraño. Caminé con pasos ligeros de mi cabaña. Cada crujido bajo mis botas era un eco en la quietud, y mis manos, firmes, sostenían el arco con una naturalidad que mis músculos ya habían hecho suya.Las historias de mi abuela flotaban en mi memoria. —Los lobos no son como los animales comunes,— Me decía. —No caces en sus tierras, no te acerques al bosque de sangre, porque hay cosas que el hombre no debe intentar entender.—Niego mientras me detengo observando la noche y las luciérnagas haciendo camino alumbrandome.Los aldeanos siempre decían que las criaturas de la oscuridad, especialmente los lobos, eran guardianes de secretos que nosotros, los humanos, jamás deberíamos descubrir. Pero la ide