Anya.
Ya era de noche sobre la aldea todo parecía tranquilo pero a la vez inquietante, envolviendo cada rincón con sombras danzantes y un frío que se filtraba por entre las rendijas de las ventanas y las puertas. El bosque, siempre ha sido un refugio para mí, hoy parecia un lugar extraño, casi extraño. Caminé con pasos ligeros de mi cabaña. Cada crujido bajo mis botas era un eco en la quietud, y mis manos, firmes, sostenían el arco con una naturalidad que mis músculos ya habían hecho suya.
Las historias de mi abuela flotaban en mi memoria. —Los lobos no son como los animales comunes,— Me decía. —No caces en sus tierras, no te acerques al bosque de sangre, porque hay cosas que el hombre no debe intentar entender.—Niego mientras me detengo observando la noche y las luciérnagas haciendo camino alumbrandome.
Los aldeanos siempre decían que las criaturas de la oscuridad, especialmente los lobos, eran guardianes de secretos que nosotros, los humanos, jamás deberíamos descubrir. Pero la idea de quedarme al margen nunca fue suficiente para mí. Mi abuela siempre me advertía, pero sus palabras me llamaban a desafiar esos límites. Y esta noche, sentía que los estaba desafiando de un modo que ni siquiera yo entendía. Desde pequeña tenía mucha curiosidad de saber más sobre esos seres misteriosos que se ocultaban en la sima del bosque de los lamentos, y el de la eterna. Según esos enigmas jamas se han descubiertos, los humanos no podíamos pisar tierra peligrosa, era llamado prohibido y si lo hacías lo lamentariamos. Porque nos cazaba o bien seríamos una presa fácil para esclavizanor. Había varias versiones. Por lo tanto no tenía idea si eran reales. Desestime mis pensamientos al sentir que alguien me observaba.
El aire era denso, cargado con el aroma de pino, tierra y algo más profundo, algo viejo, casi como el aliento del bosque mismo. Me detuve, escuchando la quietud. Entonces, un sonido rompió el silencio, un crujido tenue, sutil, pero tan claro como una campanada en mi mente. No estaba sola.
—Sal de ahí o lo lamentarás—Vocifero sin chistear. Luego escuche una risa como ecos
—Niña, ten cuidado, podría ser peligroso y devorarte seria gustoso.— Escucho esa voz fuerte y su horrible rugido.
—¡Sí puedes ven atacame!—
Hablé en voz alta, con el arco preparado para lanzar sin piedad. Mis flechas estaban hechas de plata, potenciadas por mi poder espiritual que tenía desde que nací. Por esa razón cazaba sin piedad a los espíritus malignos de este bosque y ahora estaba lista de sacar a los lobos de este mundo.
—Qué astuta; no temes. Podría hacerte añicos en un instante. Pero pronto llegara tu momento —Ríe a carcajadas. Su voz era como eco, fuerte pero no me iba intimidar.
—Sal m*****a bestia.—Grité pero el empezó a reír y se risa se apago con el viento.—Mierda, se fue.
Solté un bufido y caminé hacia la cabaña. Mañama tendré que irme a la ciudad. Tenía unos asuntos que atender urgente y sobre todo traer más biberes a la cabaña.
Entre y cerré todo. Me recosté en la cama y vi a mi abuela preparando un té.
—Porque sigues obsesionada con encontrar a los lobos.
—Abi, debo proteger este pueblo, la ciudad en sí. Son peligros incluso escuchado que algunos habitan en la ciudad andan como humanos tranquilos. Pero no saben quien soy yo.
—No sigas diciendo nada más. El viento puede susurrar esta conversación a los bosques.
Arrugue la frente y me senté comoda; ella tenia razón por ahora no tenía sentido. Mi poder espiritual era algo creíble y tenía el don de matar a todo lo espíritus malignos de este bosque. Por lo que no cabe duda; ellos quizás temían salir al saber que alguien los está cazando. Recuerdo hace años al encontrar a mis padres devorados por esos lobos. Jamás lo olvidaré, vengarme de ellos es mi misión en este mundo.
—Bebe un poco de té y descansa mañana debemos irnos temprano. Zain vendrá por nosotros.
—Bien Abi; gracias.— Acepte la taza y tome un sorbo. Mire hacia la ventana y veía como los árboles se mecía con el viento.
Cerré los ojos hasta quedarme dormida, pero el sueño no me ofreció descanso. Una melodía etérea de campanas resonaba en mi cabeza, susurrando mi nombre desde la lejanía. Era como si alguien me llamara, una voz distante que se mezclaba con el eco de mis pensamientos. Me desperté de golpe, llevándome la mano al rostro, sintiendo un dolor punzante en las sienes. Apenas estaba amaneciendo, y me preguntaba por qué no podía disfrutar de un simple sueño en este lugar.
Salí de la cama, donde había dormido junto a mi abuela y su gata, y me dirigí al baño improvisado. Me cepillé los dientes, lavé mi rostro y recogí mi cabello en una cola. La ducha me aguardaba con un chorro de agua helada, el frío desgarrador que se colaba por mis poros. Era difícil acostumbrarse a este clima, pero debía aguantar; mi propósito de venir aquí siempre fue claro: ser la cazadora. Desde que tenía diez años y fui testigo de cómo mataron a mis padres, mi deseo de venganza me había guiado. Anhelaba acabar con esos lobos malditos, aniquilarlos de este mundo.
Cuando terminé de arreglarme, entré a la cocina. Preparé un café fuerte y busqué algo para comer. Saqué un poco de pan de la cajita que había traído la última vez, lo calenté, y acompañé todo con tocino y huevo. Mientras saboreaba el desayuno, eché un vistazo por el pequeño corredor; el frío se sentía aún más intenso.
Mi abuela se levantó, adentrándose en la ducha. La escuché soltar un grito cuando el agua fría la sorprendió.
—¡Mierda que es esto!
—¡Abi! Deberías calentar el agua —le grité.
—No, cariño. Debo aguantarlo —respondió, con ese tono fuerte que la caracterizaba—. Cuando el clima cambia aquí, es horrible. Necesitamos un baño con calefacción, ¿no crees?
—Es verdad —murmuré—, pero aquí no hay energía.
Este lugar era tan vacío, un secreto guardado entre pocas personas que habitaban el territorio. Solté un suspiro mientras comenzaba a empacar lo poco que traía. Miré mis flechas y las coloqué en su cartucho, recordando mis objetivos.
Al poco tiempo, Zain llegó por nosotras. Nos subimos al auto y, al salir del bosque, observé la altura de los árboles que se perdían en la noche eterna como tenía su nombre y el de los lamentos que habitaban en el sur. Un deseo profundo de ir allí me invadió, pero sabía que debía entrenar más, fortalecerme antes de enfrentar a aquellos seres.
—¿Qué tanto ves ahí? —me preguntó mi abuela, rompiendo mis pensamientos.
—No es nada, abuela. Solo que parece que ellos se han dado cuenta de que los estoy siguiendo. Sabes que mi poder…
—Puede ser que sí, cariño, pero por ahora, ten paciencia. Debes aprender a manejar tu fuerza y verás que acabarás con ellos, al igual que yo —dijo, con esa confianza que siempre me infundía.
Asentí, recostándome en su hombro, sintiendo su calidez en medio del frío. Haría lo que fuera necesario para aprender a controlar mis poderes y cumplir con mi venganza.
AnyaMiré mis manos una y otra vez, deseando soltar el poder oculto que anidaba en mi interior. Podía manejar a los demás, pero el que me haría más fuerte seguía dormido, reacio a liberarse. Me levanté de mi escritorio y salí al balcón, donde el campo se extendía ante mí, lleno de flores de distintos colores y aromas que embriagaban el aire. Las rayas de los caballos galopaban alrededor mientras mi mente era un torbellino de pensamientos y ansias. No sabía por qué me sentía tan atraída por ese lugar, pero necesitaba tiempo y, sobre todo, tener todo en orden en el rancho.Busqué al capataz, Jacinto, que estaba revisando las instalaciones.—Señor Jacinto, por favor, necesito que me cuente cuántas reses, toros, cabras y gallos hay. Necesito una buena estadística y contabilidad. Sobre todo las ventas de esta semana, todo el informe. Por otro lado, necesito que me vea si necesitamos más trabajadores.—Sí, señorita, a sus órdenes. —Asintió con respeto—. Mi hija María preparara el desayuno.
KaelanObservaba cada rincón del bosque con detalle. Los susurros de las hojas y el eco de criaturas en la distancia parecían acompañar mis pensamientos oscuros. Habían pasado siglos desde aquella noche en que la perdí, pero su rostro, su esencia, su perfume aún persistían en mi mente. Como una marca indeleble en el lienzo de mi memoria, ahí seguía, intacta, Sarada. Ella había sido mi luna, la única capaz de calmar la tormenta que habitaba en mí. Desde su muerte, aquel vacío permanecía en mi interior, como si su ausencia fuera un lamento constante que el tiempo no podía acallar.Con un suspiro, me cubrí con una piel de zorro y bajé desde el castillo hacia la fogata donde mi manada se reunía. Ellos charlaban y reían, absortos en la calidez del fuego y en la camaradería que nos unía. Al verme, los murmullos cesaron, y todos los ojos se posaron en mí. Sentía el peso de sus expectativas; para ellos, yo era el alfa, el líder, la roca que jamás debía mostrar signos de debilidad.—Amo Kaelan
Anya.La noche caía lentamente, y la cálida brisa del campo mecía las flores del jardín, envolviéndome en un aroma familiar que siempre encontraba reconfortante. Desde la entrada de la propiedad, esperaba a que Uriel apareciera con su lujos auto, pero los minutos se alargaban, y yo seguía allí, observando mis botas cubiertas de barro y mis guantes desgastados. Habían pasado meses desde la última vez que nos vimos, en la ciudad, donde todo era tan diferente. Sabía que Uriel, siempre tan pulcro y atento a los detalles, probablemente no entendería mi apego al campo. Pero esa era mi vida, y él lo sabía.Un peón se acercó cuando le hice una señal, y le pedí un poco de agua para lavarme las manos. En pocos minutos, trajo un balde con agua y jabón líquido. Me quité los guantes y comencé a lavar mis manos, disfrutando del agua fresca.—Gracias, Roger —le dije con una sonrisa.—A sus órdenes, patrona —respondió, inclinando la cabeza antes de alejarse.Me quedé de pie, inhalando el perfume de l
Kaelan Habíamos terminado de hacer las rondas de vigilancia, y ahora estaba con las manadas. Al regresar, subí a mi castillos, donde algunos de los sirvientes se movían en silencio, ordenando y preparando la cena. Justo en la entrada, uno de ellos me informó.— Señor, el anciano Raúl lo espera en su despacho.Agradecí con un gesto y me dirigí a la oficina. Raúl estaba ahí, observando las viejas fotografías enmarcadas y colgadas en la pared. Me senté frente a él y fui directo al grano. —¿Qué necesitas, Raúl?—Kaelan, ¿has escuchado sobre el vampiro que anda rondando? Ha estado atacando humanos que se adentran en el bosque.—Estuve en vigilancia, pero no vi nada inusual. ¿Estás seguro de que no es un rumor?— respondí con interés, ya que los humanos rara vez se acercaban a nuestro territorio sin permiso. Sin embargo ellos quizás no sabían de nuestra existencia.—Lo sé de buena fuente—, afirmó Raúl, con el ceño fruncido. —Hay vampiros aliados con algunos lobos de clanes foráneos, y esos
Anya.Mientras Úriel revisaba su teléfono con evidente aburrimiento, yo sentía cómo me hervía la sangre. Estaba a punto de estallar para que se fuera de una vez y me dejara en paz. Me sentía como un volcán a punto de erupciones.—Este lugar apesta —indicó sin rodeos, mirándome con aburrimiento —. Creo que no estás bien de la cabeza por querer vivir aquí.—¿Porque demonios viniste? —le respondí irritada—. No te entiendo, Úriel. ¿Cuál es el problema? Tú decidiste venir aquí.—Porque quiero estar contigo, Anya. ¿Es que no lo entiendes?—No, no te entiendo. Quiero entenderte, pero no lo logro. Me desconciertas —le repliqué, ya agotada por su actitud. Él me miró con esa sonrisa irónica que tanto detestaba.—Eres un caso perdido. ¿De verdad no ves lo que te pierdes en la ciudad? —insistió, gesticulando como si estuviera dándome una lección.—Úriel, ya te lo dije. No quiero la ciudad ni sus distracciones. Esto no va a funcionar si no puedes respetar mi vida aquí —le advertí, sin poder conten
Kaelan.Quería detenerme y parar esto que estaba a punto de suceder, estaba por quebrantar las reglas impuestas por nuestros grandes lideres. Mi mente luchaba por mantener la cordura, pero mi cuerpo no respondía; estaba atrapado en un deseo que no parecía mío. Sentía un impulso incontrolable hacia esta mujer que apenas conocía, una atracción ardiente que me hacía olvidar todo… incluso el motivo por el que había llegado a este lugar.Había venido para vigilar, para proteger a las mujeres de los posibles peligros, y ahora, irónicamente, era yo quien caía bajo el influjo de esta trampa. Había bebido el vino sin pensar, y la sospecha de que algún elixir oscuro de los vampiros lo había contaminado se asentaba en mi mente, pero mis pensamientos se deshacían en su cercanía.Cada caricia, cada susurro nos llevaba más allá, y a pesar de que intentaba mantener el control, mis instintos de lobo surgían, salvajes, difíciles de contener. Mi mente volvía a la imagen de aquella persona que perdí, aq