Kaelan
Habíamos terminado de hacer las rondas de vigilancia, y ahora estaba con las manadas. Al regresar, subí a mi castillos, donde algunos de los sirvientes se movían en silencio, ordenando y preparando la cena. Justo en la entrada, uno de ellos me informó.
— Señor, el anciano Raúl lo espera en su despacho.
Agradecí con un gesto y me dirigí a la oficina. Raúl estaba ahí, observando las viejas fotografías enmarcadas y colgadas en la pared. Me senté frente a él y fui directo al grano. —¿Qué necesitas, Raúl?
—Kaelan, ¿has escuchado sobre el vampiro que anda rondando? Ha estado atacando humanos que se adentran en el bosque.
—Estuve en vigilancia, pero no vi nada inusual. ¿Estás seguro de que no es un rumor?— respondí con interés, ya que los humanos rara vez se acercaban a nuestro territorio sin permiso. Sin embargo ellos quizás no sabían de nuestra existencia.
—Lo sé de buena fuente—, afirmó Raúl, con el ceño fruncido. —Hay vampiros aliados con algunos lobos de clanes foráneos, y esos intrusos planean expandirse hacia el territorio humano. Algunos de ellos incluso se aparean con humanas, convirtiéndolas en híbridas. La situación es alarmante.
Mi mandíbula se tensó.
—Nosotros respetamos las leyes. No molestamos a los humanos, y ellos no suelen invadir nuestras tierras, por falta de conocimiento, he incluso tengo entendido que existe cazadores que conocen sobre nosotros sin embargo no se han involucrado.
—Es cierto—, asintió el anciano, —pero algunos aún temen que podamos hacerles daño. Lo sabes bien. Eres uno de los pocos que puede cruzar el límite hacia sus tierras sin levantar sospechas.
Raúl estaba en lo correcto; en mi forma humana, podía moverme entre ellos sin atraer atención. Mientras me hablaba, su mirada se oscureció, como si el pasado regresara a él.
—Kaelan, ¿alguna vez les contaste a los cachorros sobre tu esposa... la humana?
Mi corazón se aceleró ante esa mención.
—Raúl, te pedí que no hablaras de ella—respondí con voz firme. —No deseo recordar aquello.
—Entiendo— mencionó alzando las manos en señal de paz. —Solo lo menciono para que los jóvenes comprendan que no todos los lobos deben temer a los humanos. Aunque sabemos que la ley prohíbe cualquier relación entre nosotros y ellos, tú la desafiaste en su momento.
—No quiero hablar de eso— insistí, conteniendo la rabia que crecía en mi pecho. —Y no voy a permitir que nadie cruce hacia el territorio humano para crear conflictos, ni siquiera esos vampiros y lobos renegados. Protegeré nuestro mundo de intrusos, incluso si eso significa alejar pelear contra nuestra raza.
Raúl asintió con una mezcla de orgullo y respeto.
—Eres el líder que necesitamos, Kaelan. Cuentas con mi lealtad y la de la manada.
Después de la conversación, me levanté y le indiqué que podía retirarse. Mientras él se marchaba, subí a mi habitación, donde me dejé caer sobre la cama, mirando el cielo estrellado a través de la ventana. La luna brillaba en lo alto, y desde aquí podía ver las vastas tierras del castillo, el punto más alto entre todos los seres espirituales y las criaturas.
Una promesa hecha por mis padres: proteger este mundo a cualquier costo. —Jamás nos iremos de aquí—, murmuré para mí mismo. —Nuestra existencia nunca será destruida...
Si bien hace años atrás por culpa de esos lobos de la manada Cazkio, muchos lobos perdieron la vida por cazadores que son exterminadores, ahora no permitiré que vuelvan a querer provocar y quebrantar la ley por culpa de su ambición.
*** Cuando el sol despuntó esta mañana, me preparé para dejar la seguridad de mi castillo y dirigirme hacia la ciudad. Sabía que tendría que correr por varios días, sin embargo, un portal secreto me permitiría llegar más rápido. Aún así, romper esa ley estaba fuera de mis posibilidades por el momento; no tenía la fuerza suficiente. Así que, una vez más, me transformé en un ser más humano que animal, con una apariencia que apenas reconocía después de la muerte de mi esposa. Han pasado tantos años desde aquel día, pero aún me siento diferente, como si parte de mí se hubiese desvanecido. No obstante, todavía soy fuerte y poderoso, así que esta vez estaba decidido a correr hasta llegar a mi destino.Salí al amanecer, llevando sólo lo esencial, papeles, tarjetas y llaves; di unos pasos, cuando me encontré con Ágata, observándome con su usual expresión inquisitiva.
—¿A dónde vas? —me interrogó.
—¿Por qué me preguntas? —respondí, tensando la mandíbula.
—No me digas que vuelves a ese lugar, la ciudad. Sabes que esos seres son repugnantes.
La miré fijamente, con una mezcla de cansancio y desdén.
—Mira, Ágata, te diré dos cosas: primero, tú no eres nada para mí. El hecho de que hayas compartido mi lecho en momentos oscuros no te da derecho alguno sobre mí. Fui claro cuando te acercarte en mis peores momentos, te dejé dicho que eso no significa nada para mí. Y segundo, no deberías hablar así de los humanos. Ellos no interfieren en nuestras vidas, y nosotros en las de ellos. Así debe ser. Además, no tienes necesidad de saber a dónde voy.
Sin decir más, usé mi poder para apartarme de ella en un destello. Comencé a correr, sintiendo la velocidad en mi forma humana. El viento, al rozarme, me llenaba de una extraña paz. Sabía que, si mantenía el ritmo, llegaría al amanecer o quizás al mediodía del día siguiente. No importaba. Me guiaba por la posición del sol.
A medida que corría, observaba los campos, donde una vez se libraron batallas; lugares donde los espíritus vagan en lamento, ecos de almas perdidas. Pasé junto a Nocturnia y Lúgubre, una montaña lejana dominada por clanes de vampiros de varias razas. Somos muchos los que coexistimos en este mundo: licántropos, híbridos, hadas, brujas y las más temibles Banshees. Todos nos regimos por reglas antiguas, una serie de normas inquebrantables que mantienen una paz tensa entre todas las razas de este mundo. Aunque coexistimos, siempre estamos cuidando no cruzar ciertos límites, como si el mismo aire estuviera cargado de advertencias invisibles. Llevamos aquí más de tres siglos, pero nadie ha logrado entender del todo cómo o por qué llegamos.
Mis padres, de quienes sólo conservo recuerdos lejanos, me contaron la historia que se repite de generación en generación: hace siglos, en el mundo de las criaturas sobrenaturales, se abrió un portal hacia este mundo humano. Un paso entre dimensiones. Nadie sabe exactamente por qué, ni qué poder desconocido lo forzó, pero aquel portal fue la puerta de entrada para nosotros, las entidades de la noche, los seres mágicos y oscuros, a un lugar que no era nuestro.
Al principio, los nuestros llegaron cautelosos. Exploraron, crearon pequeños refugios donde ocultarse del día y de la mirada de los humanos. Pero la curiosidad humana, y su voluntad de desafiar lo desconocido, fue el inicio de una relación peligrosa. Algunos de los nuestros comenzaron a mezclarse con ellos, en busca de poder, o quizás por pura fascinación. De esos encuentros nacieron los híbridos, seres que llevan en su sangre tanto lo humano como lo sobrenatural, criaturas a las que ambos mundos rechazan y temen.
Este misterio es uno que pocos de los nuestros se atreven a intentar resolver. Hay quienes dicen que el portal es una especie de prueba o castigo, un enigma impuesto por fuerzas superiores. Otros creen que estamos atrapados en un ciclo, obligados a repetir nuestra historia, mientras los humanos y nosotros seguimos cruzando nuestros caminos de forma inevitable, creando algo que no debería existir en absoluto.
Mientras avanzaba a toda velocidad, un pensamiento cruzó mi mente. Mi esposa... ella igual, cambie mi vida y ella era una humana especial. Sin embargo murió hace más de cien años, y sin embargo, siento como si hubiera sido ayer cuando esos malditos la atacaron. Luchó con todas sus fuerzas, pero aún así, se fue.
Perdí el ritmo de mis pasos cuando una figura se cruzó en mi camino. Me detuve de inmediato. Era él, Victorino, el líder de los vampiros.
—Alfa Kaelan —saludó, con su habitual altivez.
—¿Victorino? —espeté, entrecerrando los ojos—. ¿Qué hace un vampiro rondando cuando el sol está en su apogeo?
Lo observé y vi que llevaba una capa dorada, una protección que lo resguardaba del sol.
—Es un misterio que quisieras desvelar, ¿verdad, Kaelan?
—No tengo interés en tus misterios, Victorino. ¿Qué haces aquí? Este camino no pertenece ni a los lobos ni a los vampiros de pura sangre.
—Simplemente vigilo, en caso de que algún humano cruce. O, tal vez, estoy vigilando a algún lobo curioso.
Lo miré con recelo.
—¿Vigilando o buscando tu próxima presa? Recuerda que la sangre humana no es territorio para ninguno de nosotros, Victorino.
Sonrió, mostrando sus colmillos.
—Tú hablas como si no te hubieras casado con una humana. ¿Y ahora pretendes darme lecciones?
—¡Victorino!...
En ese instante, una voz resonó en el aire. Victorino giró y su expresión cambió. Sin decir nada más, me lanzó una última mirada.
—Nos veremos pronto, lobo solitario.
En un parpadeo, desapareció, sin dejar rastro alguno. La voz que lo llamó aún resonaba en mi mente, y la frustración se apoderó de mí. Solté un suspiro, inhalando el aire alrededor. Entonces percibí un aroma extraño: sangre humana.
—Maldición —mascullé, consciente de lo que significaba. Aquel vampiro había saciado su sed con una presa humana esta mañana. Las consecuencias de esto no tardarán en llegar. Sin poder evitarlo, me sentí cargado de una responsabilidad que me superaba. Negando con la cabeza, reanudé mi carrera, impulsado por la urgencia de descubrir cómo podríamos, algún día, abandonar este mundo y dejar en paz a los humanos que lo habitan.
Anya.Mientras Úriel revisaba su teléfono con evidente aburrimiento, yo sentía cómo me hervía la sangre. Estaba a punto de estallar para que se fuera de una vez y me dejara en paz. Me sentía como un volcán a punto de erupciones.—Este lugar apesta —indicó sin rodeos, mirándome con aburrimiento —. Creo que no estás bien de la cabeza por querer vivir aquí.—¿Porque demonios viniste? —le respondí irritada—. No te entiendo, Úriel. ¿Cuál es el problema? Tú decidiste venir aquí.—Porque quiero estar contigo, Anya. ¿Es que no lo entiendes?—No, no te entiendo. Quiero entenderte, pero no lo logro. Me desconciertas —le repliqué, ya agotada por su actitud. Él me miró con esa sonrisa irónica que tanto detestaba.—Eres un caso perdido. ¿De verdad no ves lo que te pierdes en la ciudad? —insistió, gesticulando como si estuviera dándome una lección.—Úriel, ya te lo dije. No quiero la ciudad ni sus distracciones. Esto no va a funcionar si no puedes respetar mi vida aquí —le advertí, sin poder conten
Kaelan.Quería detenerme y parar esto que estaba a punto de suceder, estaba por quebrantar las reglas impuestas por nuestros grandes lideres. Mi mente luchaba por mantener la cordura, pero mi cuerpo no respondía; estaba atrapado en un deseo que no parecía mío. Sentía un impulso incontrolable hacia esta mujer que apenas conocía, una atracción ardiente que me hacía olvidar todo… incluso el motivo por el que había llegado a este lugar.Había venido para vigilar, para proteger a las mujeres de los posibles peligros, y ahora, irónicamente, era yo quien caía bajo el influjo de esta trampa. Había bebido el vino sin pensar, y la sospecha de que algún elixir oscuro de los vampiros lo había contaminado se asentaba en mi mente, pero mis pensamientos se deshacían en su cercanía.Cada caricia, cada susurro nos llevaba más allá, y a pesar de que intentaba mantener el control, mis instintos de lobo surgían, salvajes, difíciles de contener. Mi mente volvía a la imagen de aquella persona que perdí, aq
Anya.Ya era de noche sobre la aldea todo parecía tranquilo pero a la vez inquietante, envolviendo cada rincón con sombras danzantes y un frío que se filtraba por entre las rendijas de las ventanas y las puertas. El bosque, siempre ha sido un refugio para mí, hoy parecia un lugar extraño, casi extraño. Caminé con pasos ligeros de mi cabaña. Cada crujido bajo mis botas era un eco en la quietud, y mis manos, firmes, sostenían el arco con una naturalidad que mis músculos ya habían hecho suya.Las historias de mi abuela flotaban en mi memoria. —Los lobos no son como los animales comunes,— Me decía. —No caces en sus tierras, no te acerques al bosque de sangre, porque hay cosas que el hombre no debe intentar entender.—Niego mientras me detengo observando la noche y las luciérnagas haciendo camino alumbrandome.Los aldeanos siempre decían que las criaturas de la oscuridad, especialmente los lobos, eran guardianes de secretos que nosotros, los humanos, jamás deberíamos descubrir. Pero la ide
AnyaMiré mis manos una y otra vez, deseando soltar el poder oculto que anidaba en mi interior. Podía manejar a los demás, pero el que me haría más fuerte seguía dormido, reacio a liberarse. Me levanté de mi escritorio y salí al balcón, donde el campo se extendía ante mí, lleno de flores de distintos colores y aromas que embriagaban el aire. Las rayas de los caballos galopaban alrededor mientras mi mente era un torbellino de pensamientos y ansias. No sabía por qué me sentía tan atraída por ese lugar, pero necesitaba tiempo y, sobre todo, tener todo en orden en el rancho.Busqué al capataz, Jacinto, que estaba revisando las instalaciones.—Señor Jacinto, por favor, necesito que me cuente cuántas reses, toros, cabras y gallos hay. Necesito una buena estadística y contabilidad. Sobre todo las ventas de esta semana, todo el informe. Por otro lado, necesito que me vea si necesitamos más trabajadores.—Sí, señorita, a sus órdenes. —Asintió con respeto—. Mi hija María preparara el desayuno.
KaelanObservaba cada rincón del bosque con detalle. Los susurros de las hojas y el eco de criaturas en la distancia parecían acompañar mis pensamientos oscuros. Habían pasado siglos desde aquella noche en que la perdí, pero su rostro, su esencia, su perfume aún persistían en mi mente. Como una marca indeleble en el lienzo de mi memoria, ahí seguía, intacta, Sarada. Ella había sido mi luna, la única capaz de calmar la tormenta que habitaba en mí. Desde su muerte, aquel vacío permanecía en mi interior, como si su ausencia fuera un lamento constante que el tiempo no podía acallar.Con un suspiro, me cubrí con una piel de zorro y bajé desde el castillo hacia la fogata donde mi manada se reunía. Ellos charlaban y reían, absortos en la calidez del fuego y en la camaradería que nos unía. Al verme, los murmullos cesaron, y todos los ojos se posaron en mí. Sentía el peso de sus expectativas; para ellos, yo era el alfa, el líder, la roca que jamás debía mostrar signos de debilidad.—Amo Kaelan
Anya.La noche caía lentamente, y la cálida brisa del campo mecía las flores del jardín, envolviéndome en un aroma familiar que siempre encontraba reconfortante. Desde la entrada de la propiedad, esperaba a que Uriel apareciera con su lujos auto, pero los minutos se alargaban, y yo seguía allí, observando mis botas cubiertas de barro y mis guantes desgastados. Habían pasado meses desde la última vez que nos vimos, en la ciudad, donde todo era tan diferente. Sabía que Uriel, siempre tan pulcro y atento a los detalles, probablemente no entendería mi apego al campo. Pero esa era mi vida, y él lo sabía.Un peón se acercó cuando le hice una señal, y le pedí un poco de agua para lavarme las manos. En pocos minutos, trajo un balde con agua y jabón líquido. Me quité los guantes y comencé a lavar mis manos, disfrutando del agua fresca.—Gracias, Roger —le dije con una sonrisa.—A sus órdenes, patrona —respondió, inclinando la cabeza antes de alejarse.Me quedé de pie, inhalando el perfume de l