Anya.
La noche caía lentamente, y la cálida brisa del campo mecía las flores del jardín, envolviéndome en un aroma familiar que siempre encontraba reconfortante. Desde la entrada de la propiedad, esperaba a que Uriel apareciera con su lujos auto, pero los minutos se alargaban, y yo seguía allí, observando mis botas cubiertas de barro y mis guantes desgastados. Habían pasado meses desde la última vez que nos vimos, en la ciudad, donde todo era tan diferente. Sabía que Uriel, siempre tan pulcro y atento a los detalles, probablemente no entendería mi apego al campo. Pero esa era mi vida, y él lo sabía.
Un peón se acercó cuando le hice una señal, y le pedí un poco de agua para lavarme las manos. En pocos minutos, trajo un balde con agua y jabón líquido. Me quité los guantes y comencé a lavar mis manos, disfrutando del agua fresca.
—Gracias, Roger —le dije con una sonrisa.
—A sus órdenes, patrona —respondió, inclinando la cabeza antes de alejarse.
Me quedé de pie, inhalando el perfume de las flores y perdiéndome en los sonidos de la naturaleza que siempre me traían paz. Amaba este lugar, el campo, el trabajo al aire libre, todo lo que significaba vivir aquí. Estaba segura de que Uriel me reprocharía la suciedad en mis botas, las picaduras de mosquito, mi atuendo tan distinto de las prendas elegantes que solía usar en la ciudad. Pero poco me importaba. Yo no era esa muñeca delicada que él parecía desear. Había encontrado mi esencia, mi identidad en este espacio, y no estaba dispuesta a dejar que nadie me cambiara.
Finalmente, vi un coche acercarse por el camino de tierra. Uriel bajó y miró a su alrededor con un leve gesto de disgusto, claramente incómodo. Inmediatamente le dijo a su chofer que aparcara bien el auto, y yo reprimí una sonrisa. Cuando se acercó, trató de abrazarme, pero al ver el estado en que estaba, decidió simplemente tomarme la mano.
—Hola —saludé sin ganas.
—Me dan ganas de darte un buen abrazo y un beso, pero... tienes un poquito de lodo —comentó, sin poder ocultar su desagrado.
—Sí, estuve sembrando unas plantas —respondí con naturalidad, a sabiendas de que esto le molestaba—. ¿Vas a entrar o te quedarás aquí de pie? Huele a flores, a libertad, a paz... ¿no te parece?
—Vamos, cariño, te mostraré lo que te traje, pero primero... date una ducha —dijo, esquivando mi mirada y gesticulando hacia la casa.
Levanté una ceja, cruzándome de brazos. —¿Qué te pasa, Uriel? Esto es lo que soy. Tal vez en la ciudad me viste de otra forma, pero aquí soy esta, la que vive con botas llenas de barro y un sombrero para el sol.
Uriel suspiró y, en lugar de insistir, trató de suavizar su tono. —Tranquila, así eres tú... —expresó con un tono resignado—. Y yo soy quien soy, un hombre que aprecia las cosas... de otra forma.
Intentando contener mi exasperación, hice una señal al guardia para que cerrara bien la porton mientras el chofer de Uriel terminaba de aparcar. Entramos en la casa, y él se acomodó en el sofá, observando a su alrededor con esa expresión que mezclaba curiosidad y desaprobación.
—¿Y tu abuela? —preguntó tras un rato—. Supongo que está ocupada, como siempre.
—Sí, está en su oficina. Ella siempre tiene cosas importantes que hacer.
Él asintió, pero noté un leve rastro de sarcasmo en su sonrisa. —Sí, siempre tan ocupada. No me extraña que hayas salido igual, aunque quizás... solo te haya manipulado para que seas como ella.
Sentí cómo la irritación subía por mi pecho. —Mi abuela jamás me ha manipulado. Yo soy quien soy, y si vienes a esto, mejor vete.
Él intentó suavizar el momento, acercándose a besarme, pero lo esquivé, recordándole que andaba sucia. Aunque fingió entender, sus gestos seguían delatando su incomodidad. Me miró un momento, suspirando.
—Perdona, ya sabes cómo soy. Vine para quedarme esta noche y, quizás, algunos días más.
—¿Vas a quedarte? —pregunté, sorprendida.
—Sí, amor. Soy capaz de aguantar a los mosquitos de este condado por ti —replicó con su tono arrogante que me hacía hervir la sangre.
Reprimiendo otro suspiro, asentí, aunque en mi mente ya veía mis planes de pasar unos días en el bosque desmoronarse.
—Cariño, ¿en qué piensas? Estás en la luna —menciona con una sonrisa divertida.
—Nada. Voy a darme una ducha y luego hablamos.
Me dirigí a mi habitación, me quité la ropa sucia y la dejé a un lado, entre al baño, cerrando la puerta detrás de mí. Mientras el agua caía sobre mi piel, sentí un poco de molestia acumulado en mi interior, por otro lado, me sentía atrapada, sin saber que hacer con Uriel. Pensaba escaparme al bosque, disfrutar de mi tiempo a solas, y ahora tendría que quedarme.
Cuando terminé y salí del baño, lo encontré sentado en mi cama, observándome con una sonrisa.
—¿Por qué no tocaste la puerta? —dije, cruzándome de brazos.
Él se encogió de hombros, restándole importancia. —¿Tengo que pedirle permiso a mi novia para estar con ella?
—Ay, por Dios, Uriel. No estoy de humor para esto.
Se acercó, quitándome la toalla de manera inesperada. —Llevamos meses sin estar juntos, y ya no puedo esperar más. Sabes que te deseo.
Lo aparté, notando la frustración en su mirada. —Te he dicho que no. No me siento con ganas.
—Cómo dormiremos juntos, y ahora no me dejas tocarte.
Él intentó insistir, pero mantuve mi distancia. —Está casa tiene muchos cuartos donde quedarte —le dije.
—Así me hiciste venir hasta aquí.
—Yo no te pedí que vinieras.
Uriel se levantó, visiblemente molesto. —No vine aquí para esto. —Sin decir nada más, salió de la habitación, y me aseguré de cerrar la puerta con llave.
Suspiré, sintiendo una mezcla de alivio y tristeza. A decir verdad, aunque él fue mi primera relación, no podía evitar sentir que algo faltaba, como si aquella conexión esencial entre nosotros nunca hubiera existido realmente.
Kaelan Habíamos terminado de hacer las rondas de vigilancia, y ahora estaba con las manadas. Al regresar, subí a mi castillos, donde algunos de los sirvientes se movían en silencio, ordenando y preparando la cena. Justo en la entrada, uno de ellos me informó.— Señor, el anciano Raúl lo espera en su despacho.Agradecí con un gesto y me dirigí a la oficina. Raúl estaba ahí, observando las viejas fotografías enmarcadas y colgadas en la pared. Me senté frente a él y fui directo al grano. —¿Qué necesitas, Raúl?—Kaelan, ¿has escuchado sobre el vampiro que anda rondando? Ha estado atacando humanos que se adentran en el bosque.—Estuve en vigilancia, pero no vi nada inusual. ¿Estás seguro de que no es un rumor?— respondí con interés, ya que los humanos rara vez se acercaban a nuestro territorio sin permiso. Sin embargo ellos quizás no sabían de nuestra existencia.—Lo sé de buena fuente—, afirmó Raúl, con el ceño fruncido. —Hay vampiros aliados con algunos lobos de clanes foráneos, y esos
Anya.Mientras Úriel revisaba su teléfono con evidente aburrimiento, yo sentía cómo me hervía la sangre. Estaba a punto de estallar para que se fuera de una vez y me dejara en paz. Me sentía como un volcán a punto de erupciones.—Este lugar apesta —indicó sin rodeos, mirándome con aburrimiento —. Creo que no estás bien de la cabeza por querer vivir aquí.—¿Porque demonios viniste? —le respondí irritada—. No te entiendo, Úriel. ¿Cuál es el problema? Tú decidiste venir aquí.—Porque quiero estar contigo, Anya. ¿Es que no lo entiendes?—No, no te entiendo. Quiero entenderte, pero no lo logro. Me desconciertas —le repliqué, ya agotada por su actitud. Él me miró con esa sonrisa irónica que tanto detestaba.—Eres un caso perdido. ¿De verdad no ves lo que te pierdes en la ciudad? —insistió, gesticulando como si estuviera dándome una lección.—Úriel, ya te lo dije. No quiero la ciudad ni sus distracciones. Esto no va a funcionar si no puedes respetar mi vida aquí —le advertí, sin poder conten
Kaelan.Quería detenerme y parar esto que estaba a punto de suceder, estaba por quebrantar las reglas impuestas por nuestros grandes lideres. Mi mente luchaba por mantener la cordura, pero mi cuerpo no respondía; estaba atrapado en un deseo que no parecía mío. Sentía un impulso incontrolable hacia esta mujer que apenas conocía, una atracción ardiente que me hacía olvidar todo… incluso el motivo por el que había llegado a este lugar.Había venido para vigilar, para proteger a las mujeres de los posibles peligros, y ahora, irónicamente, era yo quien caía bajo el influjo de esta trampa. Había bebido el vino sin pensar, y la sospecha de que algún elixir oscuro de los vampiros lo había contaminado se asentaba en mi mente, pero mis pensamientos se deshacían en su cercanía.Cada caricia, cada susurro nos llevaba más allá, y a pesar de que intentaba mantener el control, mis instintos de lobo surgían, salvajes, difíciles de contener. Mi mente volvía a la imagen de aquella persona que perdí, aq
Anya.Ya era de noche sobre la aldea todo parecía tranquilo pero a la vez inquietante, envolviendo cada rincón con sombras danzantes y un frío que se filtraba por entre las rendijas de las ventanas y las puertas. El bosque, siempre ha sido un refugio para mí, hoy parecia un lugar extraño, casi extraño. Caminé con pasos ligeros de mi cabaña. Cada crujido bajo mis botas era un eco en la quietud, y mis manos, firmes, sostenían el arco con una naturalidad que mis músculos ya habían hecho suya.Las historias de mi abuela flotaban en mi memoria. —Los lobos no son como los animales comunes,— Me decía. —No caces en sus tierras, no te acerques al bosque de sangre, porque hay cosas que el hombre no debe intentar entender.—Niego mientras me detengo observando la noche y las luciérnagas haciendo camino alumbrandome.Los aldeanos siempre decían que las criaturas de la oscuridad, especialmente los lobos, eran guardianes de secretos que nosotros, los humanos, jamás deberíamos descubrir. Pero la ide
AnyaMiré mis manos una y otra vez, deseando soltar el poder oculto que anidaba en mi interior. Podía manejar a los demás, pero el que me haría más fuerte seguía dormido, reacio a liberarse. Me levanté de mi escritorio y salí al balcón, donde el campo se extendía ante mí, lleno de flores de distintos colores y aromas que embriagaban el aire. Las rayas de los caballos galopaban alrededor mientras mi mente era un torbellino de pensamientos y ansias. No sabía por qué me sentía tan atraída por ese lugar, pero necesitaba tiempo y, sobre todo, tener todo en orden en el rancho.Busqué al capataz, Jacinto, que estaba revisando las instalaciones.—Señor Jacinto, por favor, necesito que me cuente cuántas reses, toros, cabras y gallos hay. Necesito una buena estadística y contabilidad. Sobre todo las ventas de esta semana, todo el informe. Por otro lado, necesito que me vea si necesitamos más trabajadores.—Sí, señorita, a sus órdenes. —Asintió con respeto—. Mi hija María preparara el desayuno.
KaelanObservaba cada rincón del bosque con detalle. Los susurros de las hojas y el eco de criaturas en la distancia parecían acompañar mis pensamientos oscuros. Habían pasado siglos desde aquella noche en que la perdí, pero su rostro, su esencia, su perfume aún persistían en mi mente. Como una marca indeleble en el lienzo de mi memoria, ahí seguía, intacta, Sarada. Ella había sido mi luna, la única capaz de calmar la tormenta que habitaba en mí. Desde su muerte, aquel vacío permanecía en mi interior, como si su ausencia fuera un lamento constante que el tiempo no podía acallar.Con un suspiro, me cubrí con una piel de zorro y bajé desde el castillo hacia la fogata donde mi manada se reunía. Ellos charlaban y reían, absortos en la calidez del fuego y en la camaradería que nos unía. Al verme, los murmullos cesaron, y todos los ojos se posaron en mí. Sentía el peso de sus expectativas; para ellos, yo era el alfa, el líder, la roca que jamás debía mostrar signos de debilidad.—Amo Kaelan