Anya.Estaba caminando alrededor de este bosque, un lugar tan frondoso y silencioso que cada crujido de las hojas bajo mis pies parecía resonar como un eco interminable. Había algo en el aire, algo que no podía explicar. Una sensación constante me decía que aquí se ocultaba algo más, algo que los demás querian evitar que yo reconozca. Los que habitaban este lugar no se atrevan a acercarse demasiado a mí, pero había un joven que caminaba tras de mí, siempre a una distancia prudente. Su mirada era tierna, casi inquisitiva, como si quisiera decir algo, pero tampoco se atrevía.Me pregunté qué podía estar pasando. Quise hablar con él, preguntarle por qué me seguía, pero recordé la advertencia de Kaelan "Discreción." Esa palabra resonaba en mi mente una y otra vez. ¿Por qué tanto secreto? Si de verdad eran cazadores, como me había dicho, ¿por qué tanta cautela? Aunque las dudas me asediaban, decidí obedecer. Haría lo que fuera necesario para mantener la calma y entender mejor lo que ocurrí
Kaelan. El aire en el bosque se sentía pesado, como si una tormenta estuviera a punto de desatarse. Observé cada rincón del lugar, buscando alguna pista. Chasquio y yo habíamos decidido dividirnos; necesitábamos cubrir más terreno. Sin embargo, una idea me atormentaba: debía alejarla del bosque, sacarla de este peligroso territorio. Pero no podía. Ese hombre, esa sombra oscura, seguía detrás de ella como un depredador paciente. ¿Qué tenía que ver todo esto con Dark? Y mi hermano ¿Quién era realmente él? ¿Era el líder de los vampiros o algo mucho peor? Lo que más me inquietaba era su falta de aroma. Era como si el viento se negara a traerme su esencia, como si se ocultara deliberadamente. Cada día estaba más lleno de incertidumbre, incapaz de anticipar sus movimientos. Sabía que planeaban procrear, engendrar una nueva raza que dominaría el mundo. Pero, ¿por qué involucrar a los lobos? ¿Qué ganaban con nosotros? Lo peor que necesitaba de Anya. Estaba claro de mis sospechas hacia lo qu
Anya.El hambre me estaba consumiendo, mi estómago rugía con desesperación, así que decidí buscar algo de comer. En la cocina, me encontré con una mujer tímida que evitaba mirarme a los ojos.—¿Hay algo que pueda comer? —le pregunté.Ella asintió con nerviosismo.—Sí, ya le prepararé un aperitivo.—Puedo prepararme algo rápido, no te preocupes —dije, pero su rostro palideció.—No, señorita, por favor, yo lo haré. El señor... él es muy estricto y no le gusta que cualquiera entre en la cocina.—¿Cualquiera? ¿Insinúas que soy una extraña?—No quise decir eso —titubeó—, es solo que él tiene reglas muy estrictas.No quise discutir más. Ignorando sus advertencias, entré a la cocina. Todo ahí era distinto a lo que estaba acostumbrada: había carne de ternera, higos, y algunos ingredientes básicos, pero ninguna estufa moderna, solo un antiguo fogón. Preparé algo sencillo, luego encontré semilla para preparar un té, me senté en un pequeño comedor improvisado.Fue entonces cuando lo vi. En la pa
KaelanNo podía creer lo que escuchaba de esa anciana, la verdad me dejó sin palabras. Ella acababa de revelarme algo que cambiaría por completo mi vida y mi percepción de todo lo que creía saber. Había demostrado que yo no era solo un lobo cualquiera, era parte de un linaje especial, el Clan de la Nube Blanca. Un clan que jamás había hecho daño a los humanos, que jamás había caído en los mismos errores de otros lobos. Pero ella no estaba tan segura. Me observó fijamente, pensativa, y después soltó unas palabras que me dejaron helado:—Tú eres el hijo del Alfa Draxen Kaelion.—Así mismo es, señora —respondí con calma, aunque por dentro sentía un torbellino de emociones—Pero, ¿por qué le ocultaste tu identidad a mi nieta? ¿Por qué hizo eso?Mi mente se nubló por un momento, preguntándome por qué todo estaba dando un giro tan inesperado.—Porque su nieta piensa lo peor de los lobos, y nosotros no somos como esos lobos que le harían daño a los humanos. Ustedes mismas lo han comprobado.
Anya Me sentí más segura en los brazos de Kaelan, aunque aún estaba completamente consternada. No entendía qué había pasado. Todo antes de la batalla se me había borrado de la mente, como si mi memoria hubiera sido borrada por completo. ¿Por qué no recordaba nada de lo sucedido? ¿Y quiénes eran esos que nos atacaron? Necesitaba respuestas, pero mi mente estaba demasiado nublada para pensar con claridad.—Necesitamos hablar —le dije, tratando de centrarme en algo, aunque no sabía ni por dónde empezar.Kaelan me miró con seriedad, pero no respondió de inmediato. La preocupación en su rostro era evidente. Yo, por otro lado, sentía que todo estaba fuera de lugar. Mi estómago se revolvía con la ansiedad de no entender nada. Todo se sentía tan confuso, y lo peor era que, a pesar de mis preguntas, no había nada que me ayudara a entender lo que estaba sucediendo.—Necesito contarte muchas cosas, pero no quiero hablar nada ahora… —musité, sintiéndome abrumada—. Me siento muy mal, Kaelan. Esto
Anya.El aire era denso, cargado con el aroma de pino, tierra y algo más profundo, algo viejo, casi como el aliento del bosque mismo. Me detuve, escuchando la quietud. Entonces, un sonido rompió el silencio, un crujido tenue, sutil, pero tan claro como una campanada en mi mente. No estaba sola.—Sal de ahí o lo lamentarás—Vocifero sin chistear. Luego escuche una risa como ecos.—Niña, ten cuidado, podría ser peligroso y devorarte seria gustoso.— Escucho esa voz fuerte y su horrible rugido.—¡Sí puedes ven atacame!—Hablé en voz alta, con el arco preparado para lanzar sin piedad. Mis flechas estaban hechas de plata, potenciadas por mi poder espiritual que tenía desde que nací. Por esa razón cazaba sin piedad a los espíritus malignos de este bosque y ahora estaba lista de sacar a los lobos de este mundo.—Qué astuta; no temes. Podría hacerte añicos en un instante. Pero pronto llegara tu momento —Ríe a carcajadas. Su voz era como eco, fuerte pero no me iba intimidar.—Sal m*****a bestia.—
AnyaMiré mis manos una y otra vez, deseando soltar el poder oculto que anidaba en mi interior. Podía manejar a los demás, pero el que me haría más fuerte seguía dormido, reacio a liberarse. Me levanté de mi escritorio y salí al balcón, donde el campo se extendía ante mí, lleno de flores de distintos colores y aromas que embriagaban el aire. Las rayas de los caballos galopaban alrededor mientras mi mente era un torbellino de pensamientos y ansias. No sabía por qué me sentía tan atraída por ese lugar, pero necesitaba tiempo y, sobre todo, tener todo en orden en el rancho.Busqué al capataz, Jacinto, que estaba revisando las instalaciones.—Señor Jacinto, por favor, necesito que me cuente cuántas reses, toros, cabras y gallos hay. Necesito una buena estadística y contabilidad. Sobre todo las ventas de esta semana, todo el informe. Por otro lado, necesito que me vea si necesitamos más trabajadores.—Sí, señorita, a sus órdenes. —Asintió con respeto—. Mi hija María preparara el desayuno.
KaelanObservaba cada rincón del bosque con detalle. Los susurros de las hojas y el eco de criaturas en la distancia parecían acompañar mis pensamientos oscuros. Habían pasado siglos desde aquella noche en que la perdí, pero su rostro, su esencia, su perfume aún persistían en mi mente. Como una marca indeleble en el lienzo de mi memoria, ahí seguía, intacta, Sarada. Ella había sido mi luna, la única capaz de calmar la tormenta que habitaba en mí. Desde su muerte, aquel vacío permanecía en mi interior, como si su ausencia fuera un lamento constante que el tiempo no podía acallar.Con un suspiro, me cubrí con una piel de zorro y bajé desde el castillo hacia la fogata donde mi manada se reunía. Ellos charlaban y reían, absortos en la calidez del fuego y en la camaradería que nos unía. Al verme, los murmullos cesaron, y todos los ojos se posaron en mí. Sentía el peso de sus expectativas; para ellos, yo era el alfa, el líder, la roca que jamás debía mostrar signos de debilidad.—Amo Kaelan