Capítulo 1

Sara observaba la ventana de su oficina con frustración y nerviosismo. Hoy vendría el dueño de la empresa y quien había sido su jefe por más de seis años. Nunca lo vio en persona, sus comunicaciones eran solo telefónicas o por correo, y en ese momento, recordó lo fuerte y gruesa que era su voz, le producía sensaciones que jamás ningún hombre logró, ni su ex prometido.

Menea la cabeza para alejar esos pensamientos en el momento en que la puerta es tocada y la cabeza de su mejor amiga y secretaria, aparece por la puerta de su oficina.

—Nena, es hora, la junta te espera —suspirando, se da la vuelta y camina hasta la puerta donde Mariana la espera.

—¿Lo viste? —dice ella con un tono de desespero.

—No, el hombre venía rodeado como por diez hombres y no pude verlo, es de la realeza, nena —ella asiente recordándose eso.

Sara llevaba fantaseando con ese hombre por años, y eso no podía seguir permitiéndoselo, Él era un hombre imposible para ella, no solo porque era el jeque de un país, sino que también porque ella no encajaba en su religión.

—Bien, espero que no sea como todos lo pintan, mi periodo llego y no estoy para aguantar a nadie —dice ella pasando por el lado de su amiga, para luego ir hasta la reunión que se estaba dando en la sala de juntas.

Sara llega al lugar donde se efectúa la reunión y con manos temblorosas abre la puerta de una forma un poco brusca que ocasiona que ella se vaya de brusques al piso. Jadea por el dolor que siente en sus rodillas porque estas fueron los que recibieron el golpe.

Con la vergüenza tomando su cuerpo, se levanta del piso, sintiendo unas miradas penetrantes en ella. El rostro de Sara se levanta con dignidad y jadea cuando observa el lugar lleno de más de veinte personas, pero eso no es lo que en realidad la impresiona.

Lo hace el hombre alto, de cuerpo fornido enfundado en un costoso traje y unos ojos verdes como las esmeraldas que la observa con la cabeza ladeada.

—¿Y esta mujer es mi contadora? —exclama él con un tono de desagrado y aburrimiento.

—Mucho gusto, señor Sara Wilson —dice extendiendo su mano, pero no recibe nada de él y en ese momento piensa que el hombre es el más odioso del mundo.

—¿Siempre es asi de torpe?, porque si es asi, quiero que se quite esos tacones ahora mismo, no quiero que por su torpeza arruine algo de mi obra.

Los ojos de Sara se abren de forma exagerada, no puede creer que este hombre sea tan odioso y engreído. Cuando hablaba con él por teléfono, jamás se imaginó que el hombre frente a ella, podía ser el mismo.

Con toda la dignidad que aún tenía en su cuerpo, asiente y camina a la silla vacía al lado de él para tomar asiento, sintiendo el aroma más delicioso que jamás había olido, apoderándose de sus fosas nasales.

—¿Qué cree que hace? —dice la voz fuerte y gruesa del hombre que la mira como si se hubiera vuelto, loca. La mujer estaba pegada a su lado, olfateando su saco como si fuera un perro.

El desagrado se apodera de su cuerpo, y lo hace gruñir con fuerza, odia que lo toquen o que las personas se acerquen de más a él, pero esa pelirroja había irrumpido todas sus reglas y eso lo tenía fuera de control, por lo que necesitaba controlarse o estallaría de una forma desastrosa.

—¿Disculpe? —pregunta ella con confusión.

—Está olfateándome como si fuera un perro, ¿acaso tiene algún problema? —gruñe haciéndola gemir por lo bajo, lo que hace que Alan apriete las manos con fuerza, la mujer es la debilidad en persona, siempre ha tenido una fascinación por las pelirrojas, y ella es todo a lo que él le ha huido estos últimos años.

—Oh, lo siento, es que su loción es algo que jamás había olido, ¿es de su país? —pregunta Sara en un tono tan inocente que lo hace estremecer y querer salir corriendo.

—Sí, lo es, ahora aléjese, detesto que las personas me toquen —dice, logrando que Sara lo mire entrecerrando los ojos y preguntándose de dónde salió ese raro hombre, porque al parecer no es de este mundo, es muy extraño.

—¿Podemos iniciar? —pregunta Arón, el gerente de la empresa.

—Debimos hacerlo hace quince minutos, pero al parecer los empleados de mi empresa, hacen lo que se les da la gana —indica Alan con un tono de reproche y enfado en su voz.

—Lo siento, señor, no esperábamos su visita.

—Claro que no, no tengo por qué decirles cuando pienso venir, es mi empresa. —Todos asienten sin decir una sola palabra, pero preguntándose porque el Jeque se. Encuentra tan enfadado.

—Bien, empecemos —dice el gerente, observando a Sara con una mirada de reproche que la pone a temblar, lo había jodido todo.

—La señorita Wilson nos pasó hace días el último informe de los balances de la petrolera —todos asienten a lo que el hombre de barba y barriga exagerada dice, mientras lo señala en una proyección que se muestra en la pared del lugar.

—Y me pregunto por qué las del último mes bajaron tanto —pregunta Alan con la. Rabia fluyendo por todo su cuerpo, la visita a su empresa era porque sabía que alguien lo estaba robando y eso lo tenía fuera de sí.

Fueron años de trabajo para conseguir el imperio que ahora tiene, y el respeto de su gente y primo, quien es el rey de Arabia, no permitiría que nadie destruyera lo que le llevó años levantar.

—Creo que la señorita Wilson se equivocó en las proyecciones del último mes —dice el gerente con el frío recorriendo su cuerpo.

—No, En realidad la revisé tres veces, no creo que algo tan grande no se pueda ver —dice Sara, entrecerrado los ojos en dirección de su jefe, ella sabía que el hombre venía robando a la empresa desde hace meses, pero no se animaba a decirlo porque necesitaba el empleo, perderlo sería la muerte para su padre, quien estaba en una clínica de la ciudad, luchando contra un tumor que hace años lo atormentaba.

—Si, no soy estúpido, no dejaría mi empresa en manos de un hombre como tú, se lo que pasa aquí, Johnson —exclama el jeque con fuerza, logrado que el hombre tiemble, si sabían que había estado robando a la empresa, la muerte era su condena, asi se manejaban ellos, los árabes eran muy letales cuando de una falta como esa se trataba.

—No se a que se refiere con eso, señor —indica el hombre con la voz temblorosa.

—¿Sabes que detesto más que las mentiras? —le pregunta Alan al hombre que tiembla frente a él—. Que me quieran ver la cara, y me mientan de frente.

—Pero señor, no tengo idea de lo que está pasando, seguro hay un error, es eso —Alan sonríe y se levanta de su lugar para ir hasta donde está el hombre gordo y sudoroso, para detenerse frente a él y colocar la mano en su hombro.

—Tienes diez minutos para salir de mi empresa y desaparecer, porque si no lo haces, te acabaré frente a todos, ¿que decisión tomas? —le pregunta con un tono tan siniestro que hace temblar a Sara, este hombre no es lo que pensaba y lo mejor era alejarse de él lo más qe pudiera, no quería terminar con el corazón dañado y su vida destrozada.

El hombre no esperó más y salió corriendo como si la misma muerte lo persiguiera. Cuando la sala quedó en completo silencio, el jeque se sacudió el saco de su traje y coloco la mirada en la hermosa pelirroja que lo tenía fuera de control, su voz todos estos años lo tenían añorándola, sabía que solo necesitaba un par de noches para sacarla de su sistema, pero ahora las cosas habían cambiado, y estaba más qe seguro que debía alejarse o todo estaría en juego.

—Pasaré un mes en la empresa para asegurarme de que todo este en orden. Cuando me asegure de que asi es, escogeré a las personas adecuadas para que viajen conmigo a Al Hofuf, la sede principal de la empresa se ubicará alla, y necesito personas de confianza —el rostro de Sara estaba desencajado, ella no podía irse, y mucho menos para un país donde todo en lo que ella creía era malo y estaba prohibido, necesitaba buscar la manera de que la dejaran aquí y pudiera seguir trabajando en la empresa a la que le había dado sus mejores últimos seis años.

—¿Es necesario que se viaje, señor? —preguntó con timidez, Sara, rogando para que ella no fuera una de las que debería viajar.

—No, pero para usted, si lo es, ha sido la contadora de mi empresa por los últimos seis años, la necesito en Al Hofuf.

—Lo siento, señor, pero no puedo hacer eso —una de las cejas de Alan se eleva por la sorpresa, ¿En serio está diciendo qe no? Es la mejor oportunidad que podrá tener, vivirá en un país muy próspero y para el hombre más rico del país después de su primo.

—¿Es su carta de renuncia? —pregunta Alan con una rabia que no comprende. Eso sería lo mejor para él, se evitarían muchos dolores de cabeza si la pelirroja frente a él renuncia.

—No, no —dice Sara con desespero —. Necesito el empleo, no puedo perderlo.

—Bien, entonces se irá conmigo en un mes. Si necesita que su esposo o hijos o lo que sea que tenga no le causen problemas, pues busque una solución rápida —ruge el jeque con desespero haciéndola brincar en su asiento.

—Solo tengo a mi padre y no puedo dejarlo solo.

—Pues entonces conoce el camino a recursos humanos y, si no es más, se terminó esta reunión, necesito respirar —dice Alan tomando su móvil y caminando hasta la puerta, seguido por seis hombres más. Cuando la sala se queda solo con los jefes de cada departamento, el caos se apodera del lugar.

—¿Qué voy a hacer —le dice Sara a su amiga que no deja de verla con pesar y tristeza—Ella, mejor que nadie, sabe el amor que le tiene a su padre y dejarlo sería muy duro para ella, pero también conoce su necesidad de trabajo, no tienen nada más y perderlo sería la ruina.

—Sé que no quieres hacer esto, pero no te queda otra salida, deberás irte. Ese hombre no se anda con juegos, en realidad asusta mucho. —Sara asiente, porque también siente lo mismo y está más que segura que si no hace lo que él quiere perderá todo.

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