Capítulo 3

Sara observa a Alan con una expresión que deja ver que sus palabras no le afectaron en nada, o eso es lo que ella quiere hacerle creer, porque en realidad, si le dolieron, más de lo que creía, no entendía por qué ese hombre era tan cruel con ella.

Sara enderezó sus hombros y levanto su mentón para que él no pudiera descifrar que sus palabras le habían producido algo.

—No se preocupe señor, jamás imaginé que lo que había pasado con nuestros era algo importante, sé que soy una simple empleada y eso no lo he olvidado —él aprieta la quijada porque no esperaba esas palabras de ella, imagino que herir su ego le serviría para que su empleada le diera lo que él quería, pero qué equivocado estaba. Alan asiente sin decir una sola palabra, porque sabe que si lo hace, enloquecerá frente a ella. — Bien, si dejamos eso claro, me gustaría saber para qué me llamo.

—Necesito un reporte de los últimos años de la empresa —Sara lo observa con los ojos entrecerrados, no entendía para que él le estaba pidiendo, eso sí, un día atrás lo había hecho.

—Pensé que el que le había dado ayer le era de su agrado.

—Lo fue, soy un hombre que reconoce cuando una persona es buena en lo que hace y tú lo eres —Sara sonríe sintiendo un agradable frío porque este hombre estuviera reconociendo que era muy buena en su trabajo.

—¿Entonces?, no comprendo lo que desea.

—Quiero un analices de todos estos años, uno real, porque sé que me han estado robando y yo no tolero ese tipo de cosas —ella tiembla en su asiento, no porque tenga miedo, sino porque sabe que muchas personas saldrán mal cuando él se entere.

—¿Por qué piensa eso? —le pregunta ella con la voz temblándole.

—No voy a dejar mis empresas en manos de cualquier persona, aunque este lejos, no significa que no este pendiente de lo que aquí pasa.

—¿Y sabe quién lo hizo? —Alan observa a la mujer frente a él con una de sus gruesas y negras cejas en alto, ¿por qué le preguntaba eso?, ¿tendría que ver con eso?, no, no podía ser posible porque él investigó y supo siempre que el trabajo de la pelirroja era pulcro e intachable.

—La noto muy interesada en eso, señorita Wilson, ¿por qué? —Sara sintió como los ojos del hombre no dejaban de analizarla y eso la ponía nerviosa, ¿sería bueno contarle?, no creía que el hombre que había sido su gerente por tanto tiempo, podría hacerle daño.

—Es que… No sé si sea bueno decirle lo que sé.

—¿A qué se refiere?, si sabe algo que ayude a todo esto, es mejor que hable, si no será cómplice de esas personas —ella niega asustada.

—Hace tiempo he visto raros movimientos, se lo dije al gerente, pero él solo decía que era algo que no tenía importancia.

—¿Por qué nunca me lo dijo? —preguntó Alan con un poco de alivio en su voz, sabía que ella no podría haber sido capaz de algo como eso.

—Bueno, las veces que hablábamos estábamos pendientes de otra cosa —dice ella con el rostro sonrojado al recordar a qué se refería. Alan sonríe al ver roja a la mujer frente a él.

—Debo reconocer que su voz por teléfono es algo exquisita, sin contar que no le hace justicia a su hermosa belleza, señorita Wilson

Los ojos de Sara se agranda de una manera exagerada, el hombre frente a ella está coqueteándole, ¿o lo está imaginando?, no claro que no, él está haciendo justo lo que ella cree, ¿pero qué le pasa a ese hombre, primero la hace sentir mal y luego hace este tipo de cosas, ¿a qué juega?, ella aprieta las manos con fuerza y se endereza para encarar al hombre frente a ella que no deja de sonreírle, como si ella fuera un chiste o algo parecido.

—¿A qué juega, señor? —él sonríe y limpia una pelusa imaginaria de su caro traje.

—¿A qué se refiere?

—Acaba de coquetearme, y no me diga que no, porque no soy estúpida, eso era lo que estaba haciendo y no entiendo por qué. Primero me humilla, porque eso fue lo que hizo —dice ella levantando un poco el tono de su voz —. Y ahora me coquetea, ¿a qué juega?

El jeque no podía creer que la mujer frente a él tuviera las agallas para desafiarlo, ella sabía quién era y aun así parecía no importarle y a aunque no quisiera aceptarlo, eso le fastidiaba mucho, aunque no pudiera decirlo.

—¿Coquetearle? —ella asiente.

—Sí, es lo que está haciendo y no puede negarlo —él intenta esconder una sonrisa porque esa mujer cada vez lo sorprende más.

—No pensaba hacerlo, ¿por qué tendría que esconderlo?, yo admiro la belleza de las mujeres y jamás niego lo inevitable, eso sería absurdo y además, no soy ciego, usted es una mujer muy hermosa —ella agacha la mirada porque no puede negar que le afecta todo lo que tenga que ver con ese hombre, ¿siempre será así?

—Pues entonces gracias.

—De nada, señorita Wilson —dice él aún con la sonrisa reflejada en su rostro. Ninguno dijo nada por un par de segundos. Hasta que el guardaespaldas grande y fornido que espero a Sara en la entrada del hotel se acerca a ellos.

—¿Está todo listo?—le pregunta el jeque sin dejar de ver a la pelirroja que tiene frente a él.

—Si, señor, está todo en orden, pueden subir cuando lo deseen —una de las cejas perfectas y bien definidas de ella se levanta por la impresión de las palabras del hombre frente a ella.

—¿Podemos? —él asiente aun sonriendo.

—Sí, no puedo mostrarle lo que deseo en este lugar, por lo que subiremos a mi habitación —ella abre los ojos sorprendida, el hombre detrás de ella dijo que no recibía a nadie en sus maravillosos aposentos, ¿qué cambio?

—Pensé que no recibía a nadie en el lugar donde descansaba.

—Así es, pero haré una excepción con usted. Ahora sígame —dice levantándose de su lugar para arreglar su traje y pasar por el lado de la mujer que no dejaba de verlo. Alan se detiene en el umbral cuando ella no lo sigue.

—¿Piensa quedarse allí? —pregunta, mirándola sobre su hombre y haciendo que ella se levante de golpe. Él sonríe y sigue como si nada su camino.

Ella sin más se levanta y sigue al hombre por el pasillo hasta un hermoso ascensor, parecía de oro o algo así, todo lo que este lugar tenía gritaba dinero y poder por donde lo viera, eso en una parte la aterraba, jamás había estado cerca de un hombre que mostrara el dinero y poder que Alan Dahdah demostraba.

Las puertas del lugar se abrieron y él entró seguido por su guardaespaldas y mejor amigo, él y su primo eran los únicos que lo conocían en realidad. Los ojos del Alan se quedan fijos en la mujer que entra detrás de ellos, cuando se da la vuelta para quedar de espaldas, él no puedo evitar dirigir sus ojos a una parte en específico de la hermosa pelirroja que tenía delante, ese redondo y apretado lugar de su cuerpo lo estaba volviendo loco y aún no lo tocaba.

Ninguno dijo nada en todo el trayecto. Cuando las puertas se abrieron, él fue el primero que salió seguido por el hombre a su lado, Sara observo el lugar con la boca abierta y luego salió sin despegar la mirada de ningún lugar del Penthouse de Alan.

—Esto es exagerado —dice ella sin dejar de ver el lugar con asombro.

—Si esto te parece una exageración, no sé qué dirás de cuando estemos en Arabia —SSara abre los ojos recordando que no está sola en ese lugar y siente como sus mejillas se ponen rojas por el bochorno.

—Lo siento, se me olvido con quién estaba

El hombre frente a ella solo la observa unos segundos para luego asentir. Su bochorno e inocencia hace que algo en su interior se revuelva y no le agrada para nada.

—Puede quedarse aquí, iré a cambiarme y en unos segundos vuelvo —le dijo el jeque a la mujer frente a él.

—Está bien, ¿podría traerme un vaso de agua? —él levanta una de sus oscuras cejas en alto.

—¿Tengo cara de sirviente? —ella abre los ojos grandemente.

—¡No, claro que no!, no me refería a usted, decía que si lo podía hacer alguna de las personas que trabajan para usted —dice ella con un tono de súplica, ya no sabía como más hablarle a este hombre, eso empezaba a ponerla nerviosa y muy inquieta, ¿que era lo que él quería?

—Le diré a una de las empleadas que lo haga —la mira unos segundos más y luego se aleja sin decir nada más.

Sara ve como el hombre desaparece por un largo pasillo y suspira tomando asiento en el largo sillón que estaba frente a ella.

—¿Desea algo?, puedo ir a traerlo para usted —le pregunta el fortachón que tenía a su lado.

—¿Él siempre es así? —pregunta ella, queriendo saber más sobre ese hombre, para saber como tratarlo y poder entenderlo si eso era posible.

—¿Así cómo?, ¿déspota?, ¿engreído?, ¿arrogante?, ¿y cruel? —dice el hombre con una media sonrisa en su rostro.

—Sí, bueno, no pudo describirlo mejor —él ríe con fuerza y ella pensó que de esa manera se veía más joven de lo que aparentaba.

—Te sorprendería descubrir que todos los hombres cercanos al son igual, es la manera y la forma en como los criaron. Los sentimientos te hacen débil, por lo que no se demuestran —ella abre la boca de una manera asombrada cuando él termina de decir eso.

—¿Cómo?, ¿y no se besan o demuestran cariño a sus parejas? —el hombre la observa con una ternura que hace que ella agache la mirada.

—La mayoría de relaciones son arregladas, el amor en Arabia se define de una manera muy diferente, con el tiempo aparece, pero casi nadie se casa por amor, solo negocios o alguna deuda.

Sara niega porque no puede aún creer que algo como eso pueda suceder en alguna parte del mundo aún, ¿cómo podría casarse con alguien que no quieres?

—Vaya, eso sí que me toma por sorpresa, pensé que en este tiempo, eso de que te cambian por una vaca ya no existía —el hombre estalla en una fuerte risa que la hace reír también a ella.

—Vaya… Usted es muy graciosa.

—¿Se están divirtiendo? —exclama el jeque observado la escena recostado de brazos cruzado en una de las grandes murallas del lugar. Su cuerpo está tenso y sus manos apretadas con fuerza, jamás imagino que odiara ver como otro hombre la hacía sonreír así.

Su empleado se endereza, y cambia la expresión de su rostro, por esa máscara de frialdad que siempre solía tener. Conocía tanto a su mejor amigo, que sabía que le recalcaría que no podía fraternizar con sus empleados.

—No, lo siento señor, la señorita me acaba de contar un chiste que me causo mucha gracia —el jefe lo observa con su entrecejo arrugado y solo asiente acercándose a ellos.

—Bueno, sería bueno que colocara en su currículo, que también es payasa en tiempo libre —la quijada de Sara se desencaja cuando él dice eso.

—¿Disculpe? —dice ella sintiendo como su cuerpo se llena de una ira que le recorre todo el cuerpo con fuerza.

—Escucho muy bien, al parecer le gusta hacer reír a mis empleados, podría ponerlo en s currículo, me serviría para saber que la tengo a la mano para alguna fiesta infantil que necesite.

—Mire, usted puede ser el rey del mundo si se le da la gana, pero no puede venir a hablarme como quiera, merezco respeto, y si usted no piensa dármelo, entonces renuncio —dice ella con los dientes apretados y haciendo el jeque abra sus ojos de una manera exagerada al reconocer que la mujer tiene ovarios.

—¿Eso es una amenaza? —pregunta él con la quijada tan apretada que Sara piensa que en cualquier momento la perderá.

—No, es una advertencia, usted puede ser mi jefe, pero eso no le da derecho a tratarme como se le dé la gana, y si no tiene nada más que decirme, creo que es hora de irme —indica ella levantándose de su lugar.

—No va a ir a ninguna parte, porque aún no hemos terminado —ruge él con un tono alterado y fuerte.

—¿Ah, no? —pregunta Sara cruzándose de brazos —. Yo creo que sí, y es por eso que me voy a ir ahora mismo.

Le regala una última mirada antes de pasar por su lado sin decir una sola palabra, ella no piensa permitir que él haga con ella lo que se le dé la gana, puede ser un jeque muy poderoso y millonario, pero no va a pisotearla, eso jamás

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