IzanEl olor a alcohol y desinfectante impregnaba la habitación. El médico terminó de vendar mis heridas, sus manos hábiles y rápidas, pero su expresión era grave. Dante estaba sentado a mi lado, su rostro tenso, sus ojos fijos en la pared frente a nosotros. El ambiente en la habitación era pesado, cargado de tensiones no resueltas. Mi mente estaba a kilómetros de distancia, atrapada en una maraña de pensamientos. Doloridos, sí… pero no rotos. No mientras Trina estuviera allá afuera, quizás en manos de algún bastardo.—Deben mantenerse en reposo —se escuchó la voz del médico, rompiendo el silencio—. Las heridas son profundas, y si no se cuidan, podrían infectarse. Dante gruñó, claramente molesto. —No tenemos tiempo —dijo, su voz áspera—. Hay demasiadas cosas en juego. El médico se quedó en silencio. Giré la cabeza hacia él, que permanecía sentado frente a mí, su camisa manchada de sangre seca, el rostro impenetrable.—Dante, no me parece buena la idea de que hayas encerrado a
IzanJorge, acercó más la imagen para ver mejor. —La persona que la acompaña no se dejó ver —dijo, su voz llena de frustración. —Lo sabía —murmuré—. Ese hijo de put4 sabía que podía haber cámaras. Ocultó su rostro deliberadamente.Maldije en voz baja, sintiendo la impotencia de no tener respuestas claras. Pero entonces recordé algo. —Dante—dije acercándome más—. ¿Recuerdas el desfile? Ella llegó en una motocicleta.—Claro, con ese tal Dominic Ivankov —agregó Dante.Escuchar ese nombre me heló la sangre.—Sí, es el mismo hombre que financió el evento de moda.—Claro el mismo —confirmó Jorge—. Yo tengo una información sobre él, pensé que se la había dado —expresó frunciendo el ceño, mientras empezaba a revisar carpetas digitales en su equipo.Asentí apoyando las manos en el escritorio, apretando los dientes.—Claro, fue él quien se la llevó.Una certeza se clavó en mi pecho como una daga. Ella no se había escapado, había sido un secuestro. Era algo calculado. Frío. Planeado.—Inv
ElizavetaDespués de la conversación con Izan, no pude evitar esa sensación de vacío en mi interior, no entendía. ¿Por qué la vida tenía que ser tan dura para mí?Me senté en el piso, el frío del suelo de la celda se filtraba a través de mi ropa, pero el dolor en mi cuerpo era tan intenso que apenas lo notaba. Mis mejillas todavía ardían por el golpe de Dante, y mi brazo me dolía por la fuerza con la que me había agarrado. Me quedé sentada, recostándome de la pared, pero con las piernas recogidas contra el pecho, tratando de contener las lágrimas que no dejaban de caer, por más intentos que hacía de retenerlas. La celda estaba fría, oscura y silenciosa. El tiempo parecía haberse detenido, y yo estaba atrapada en un limbo de dolor y soledad. Mis pensamientos giraban en torno a Dante, a su ira, a su desprecio. ¿Cómo había llegado a esto? ¿Cómo había permitido que me redujeran a esto? El tiempo no pasaba en ese maldito sótano. La humedad se adhería a mi piel como un castigo silenci
Nunca me había sentido así. Nunca había sentido que algo ardía dentro de mí, consumiéndome, devorándome. Era una sensación abrumadora, pero también excitante. Sentí cómo apartaba la ropa de mi cuerpo, cómo sus dedos recorrían mi piel con impaciencia cruel, dejando una estela de fuego a su paso. Sentí cómo sus dedos rompían la blusa que llevaba puesta, los botones volaron como esquirlas.No pude gritar. No pude huir.Su boca descendió por mi cuello, sus labios ardientes contra mi piel fría. Me sentí atrapada en un fuego que no entendía. Me odiaba por reaccionar. Me odiaba por arder.Intenté resistirme, pero era inútil. Él era demasiado fuerte, y yo demasiado débil. Pero, en el fondo, sabía que no quería resistirme. Dejé que el fuego me consumiera, que el deseo me dominara. Y en ese momento, supe que nada volvería a ser igual. Sus manos encontraron mis pechos, los acariciaron, los apretaron, y gemí sin querer. Quise taparme la boca, pero él me lo impidió. Su lengua trazó un camin
Dante.Juro que iba a cumplir con la recomendación que me dio mi hermano Izan. Iba a ser frío, calculador, a usar a Elizaveta como una herramienta para obtener información. Pero ella... ella despertaba algo en mí que no podía controlar. Rabia, odio, sí, pero también algo más. Algo que no quería nombrar, algo que me hacía perder la cabeza. Mientras tenía mis manos en su cuello, sentí un ramalazo de deseo que no pude ignorar. Era como si el whisky hubiera encendido una llama dentro de mí, una llama que solo ella podía apagar. Y antes de que pudiera pensarlo, mis labios se unieron a los suyos. El beso fue como un cerillo encendido en un barril de pólvora. El deseo fluyó en mi interior con una intensidad que me dejó sin aliento. Dejé la botella en el suelo y me centré en ella, en su cuerpo, en su piel, en su resistencia.. No sabía qué me había poseído. Tal vez fue el whisky, tal vez fue la ira, tal vez fue algo más profundo, más oscuro. Pero no podía controlarme. Su cuerpo tembloros
Advertencia: Es romance oscuro que se caracteriza por tratar temas intensos y sombríos en el contexto de una relación romántica. Aquí son malos los mafiosos, no se arrastran ante la mujer y tienen pocos gestos romántico. Demuestran su amor a lo bruto. Si no les gusta este tipo de historia por favor vayan a leer otra de su agrado. Antecedentes La mafia roja, o la Bratvá, tiene sus raíces en las antiguas organizaciones criminales de Rusia que se expandieron hacia América durante el colapso de la Unión Soviética. A lo largo de los años, han consolidado su poder mediante alianzas estratégicas y una reputación temida por su brutalidad. La historia del grupo está marcada por sangrientos enfrentamientos con familias rivales y un legado de venganza que ha moldeado su cultura interna. Vor (El Padrino o Jefe): Máximo líder del grupo criminal, toma las decisiones y supervisa todas las operaciones. Pakhan: Miembros de alto rango que eligen al Vor. Élite criminal. Sovietnik (Consejero o D
Dominic Luego de aterrizar ese mismo día en la ciudad de Nueva York, el cambio para mi es radical, de la tranquilidad de mi mansión en Rusia, a la vibrante marea de luz y color de un desfile de moda en Nueva York.La primera fila es un escenario propio, donde cada gesto es observado, cada expresión analizada. Pero nadie puede leerme. Mi rostro es una máscara de serenidad inescrutable, un contraste gritante a la oscuridad que dejé tras las puertas de mi fortaleza ancestral.Sentado allí, rodeado de la elite, las cámaras y las sonrisas fabricadas, puedo sentir cómo se diluye cualquier vestigio de duda. El ruido, el bullicio, la superficialidad del glamour... Nada toca la esencia de lo que soy. Soy un depredador vestido de etiqueta, un lobo entre ovejas, y sin importar cuánto brille el mundo a mi alrededor, mi naturaleza oscura no se ve afectada."Adaptabilidad," pienso, mientras mis ojos recorren la pasarela. Esta habilidad para camuflarme entre las facetas de la sociedad es tanto mi a
Trina QuinteroEl último paso resonó como un eco en la pasarela, y con él, el tumulto de aplausos que marcaba el final de mi desempeño. La adrenalina aún latía por mis venas como una melodía frenética, mientras las luces me cegaban y los flashes capturaban cada instante fugaz de gloria. De pronto, alguien se acercó y me entregó un ramo de rosas; lo sujeté con fuerza. Las flores eran hermosas, de un rojo tan profundo que parecía beber la luz a su alrededor.Al leer la tarjeta, sentí cómo una leve corriente eléctrica recorrió mi piel."Me recordaste lo que es la belleza en un mundo oscuro. Dominic Ivankov."—Dominic Ivankov, —murmuré para mí, dejando que el nombre se repitiera en mi mente. Mi corazón, ya acelerado, saltó un compás.Nerviosa, dejé atrás el fulgor y comencé a caminar hacia el caos de bastidores, donde cada sombra parecía susurrar su nombre.Había algo en ese nombre que se sentía vagamente familiar, como si lo hubiese escuchado antes en un contexto que no lograba recordar.