LAS MENTIRAS DEL CEO
LAS MENTIRAS DEL CEO
Por: Caroline Rose
PREFACIO

Nueva York, enero 2019

Edward Decksheimer, el CEO de arquitectura más importante de todo Estados Unidos estaba en la misma sala que yo el día que nos conocimos, donde me había enterado que sería el padrino de graduación de mi generación, él no se había sentido bien y me ofrecí para ayudarlo.

Pasmado, sudoroso, demasiado nervioso, esos eran sus síntomas, pero intenté calmarlo, seguro había tenido uno de esos ataques de ansiedad o algo por el estilo, sin embargó huyó de mi lado en cuanto pudo. A pesar de que me preocupe y de haber preguntado a mis directivos sobre el estado del señor Decksheimer, nadie pudo darme razón de él.

Hasta que volví a verlo de camino a la dirección del decano.

—¡Señor Decksheimer, que gusto volver a verlo! —le dije con alivio.

Edward es muy guapo, su cabello castaño claro muy bien peinado, su rostro limpio y fresco, aunque su mirada siempre había sido desconfiada, al igual que sus muecas, a mí me parecía que era un hombre demasiado experimentado y era obvio que sus experiencias habían sido así de celosas, así que intenté no presionarlo.

El tragó en seco.

—Lamento haberme machado de ese modo, señorita…

Qué lindo, es muy educado.

—Chadburn, Vivian Chadburn.

—Me disculpo, señorita Chadburn.

Guapo y caballeroso, ¿podía ser más perfecto?

—Puede decirme Vivian—o el amor de tu vida, pensé mientras le sonreía anchamente—y lo disculpo, ¿Qué le parece si lo invito a tomar un café?

Él pareció contrariado.

—¿Usted invitándome un café? —dijo estupefacto.

Me peiné el cabello tras mi oreja sin dejar de mirarlo.

—Sí, ¿por qué no?

De más está decir que aceptó y esa fue la primera de muchas salidas.

Edward no solo es guapo, sino que inteligente y muy interesante, era genial hablar con alguien de tantas cosas. meses No imaginé que tres meses despues, al conocer a este extraordinario hombre terminaría perdidamente enamorada de él.

Las frías mañanas de Nueva York al despertar, escuchar el crepitar de la leña al fuego de la chimenea falsa, pero aun así sentir el calor, enredados en una manta de pelo blanco.

Es maravilloso estar envuelta en sus brazos.

—Te amo, Vivian—murmuró en mi oído.

—También te amo, Eddy.

La magia de nuestra preciosa mañana tuvo que ser interrumpida por el estridente sonar de mi celular.

Gruñí y fui a contestar. Era Cass, mi amiga, estaba tentada a dejarla así, pero algo me decía que no era normal que ella llamara tan temprano.

—Es urgente—chilló en cuanto contesté, parecía que lloraba, así que asusté.

—Voy para allá.

Comencé a levantar mis cosas.

—Quería que pasáramos el día juntos—dijo Edward.

Al girarme para verlo, me encontré con la más encantadora de las vistas.

Un Adonis somnoliento que me miraba con deseo, la manta de pelo apenas y le cubría las caderas, su bien trabajado cuerpo no hacía más que tentarme a quedarme un rato más y lanzarme a sus brazos.

—Quédate—me suplicó, sus penetrantes ojos castaños se habían ablandado hasta parecer los de un cachorro.

—Eres tan lindo—me agaché para besarlo—pero no puedo, ¿cenamos?

Soltó un suspiro.

—Está bien, pasaré por ti…

—No, es mejor que llegue, ¿no te parece?, así Cass no pensará que la estoy dejando por ti.

Soltó una carcajada, pero acepto.

—Entonces te veo en la noche.

Fui hacia la puerta, pero entonces sentí que corría hacia mí, me atrapó por la cintura y me giró hacia él

—No olvides que te amo—me besó por última vez y dejarme ir.

Nadie nunca sale de su hogar sin saber que ese día será el regresará con el corazón roto.

Esperé a Edward fuera de nuestro restaurante favorito, llevaba unos minutos de retraso.

Por las prisas me choqué con una mujer, una mujer muy elegante que me miraba con desdén.

—Disculpe.

—No tengo nada que disculparte, golfa—gritó furiosa.

De pronto sentí como el calor me abrazaba, ¿Quién se creía para ofenderme?

—Señora, no permitiré que me ofenda…

—Eso y más te mereces, zorra quita maridos—se abalanzó hacia mi intentando tomarme del cabello, pero empujé sus manos lanzándola un par de pasos hacia atrás.

—Señora si no se calma llamaré a la policía—levanté las manos para que entendiera que no le haría daño.

Ella se acomodó el cabello rubio hacia atrás y se sacudió el saco, elevó el mentón demasiado y mostro el pecho.

—¿Qué no sabes quién soy? puedes llamar a la policía, no me harán nada, al contrario, se irán contra ti, m*****a puta.

Tomó su bolso y me lo arrojó a la cabeza, sin darme tregua a sobarme el golpe, se volvió a abalanzar hacia mí.

—La pagarás, zorra maldita—me dio dos bofetadas.

La sangré hirvió bajo mi piel, y le devolví el golpe, un puñetazo en la mandíbula, ella trastabillo hacia atrás y cayó de espaldas, bien, un solo golpe bastó para dejarla sedita.

—¿De qué demonios habla? explíquese antes de que pierda por completo los escrúpulos.

Ella se rio.

—Tú no tienes escrúpulos, eres una cualquiera—se levantó—¿Cómo te atreves a golpear a Joshepine Decksheirmer?

Di un paso hacia atrás, sentí como si mi sangre se hubiese congelado, ¿Decksheirmer?

—No… eso no puede ser…

—¿Qué? ¿ahora te vas a hacer la inocente? —se burló, levantó una mano anillada—, yo soy la esposa de Edward Decksheirmer—presumió—, tú solo eres una m*****a resbalosa, una víbora que quería separar a mi familia.

—¿Familia? —la voz me tembló, mi cuerpo temblaba por completo, sentía las palmas sudorosas.

—No dejare que nos separes, mi hija no será perjudicada por una zorra como tú—señaló hacia atrás.

Vi apenas un rostro escondido tras los pilares de la fachada del restaurant, y como si de una visión borrosa se tratase, Edward estaba paralizado a un par de metros de nosotras.

Mi corazón no podía contener más, pude sentir como se fraccionaba y en un milisegundo, aquellos fragmentos se rompían por completo

Edward Decksheimer, el amor de mi vida, me había usado, me había mentido, se había burlado de mí.

No iba a ser la causante de una separación familiar.

Nadie se burlaba de mí.

Di media vuelta.

Quería odiarlo, quería obligarme a hacerlo, pero no podía … dos meses despues me enteré que en mi vientre crecía el fruto de nuestra unión, a pesar de todo… todavía lo amaba.

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