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CAPITULO 3 ANTHONYSON

Fráncfort de Meno, Alemania, enero 2022.

Edward

—¿Quieres cerrar la puta boca? —estallé, cuando los chillidos incesantes de Josephine seguían ladrando del otro lado del celular.

—Solo quiero mi maldito dinero a tiempo.

—Eso arréglalo con los abogados—colgué.

Llevaba cuatro años divorciado de esa mujer y seguía causándome molestias, un maldito grano en el culo.

Regresé a Fráncfort solo por una cosa, despedirme de mi abuelo.

Recibí la noticia ayer, solo a él se le ocurría morirse en un día tan importante, se suponía que hoy vería a Pierce Macovei para un acuerdo de paz. Pero hasta el último momento, a mi padre se le ocurría arruinarlo.

Quizá fue mal augurio, ya de por sí él odiaba los Macovei, pero nada me impediría regresar y cerrar el trato.

Llegué directamente al jardín familiar, había apenas diez personas, entre ellas el cura, debíamos apresurarnos para enterrarlo, pues el frio era demasiado. Esperé a que todos me dieran el pésame y poco a poco se iban.

—Lamento mucho tu perdida, Edward—quien me hablaba era Declan Neuman, uno de los socios de mi abuelo.

—Gracias—jadee.

Tengo diecisiete años que no había vuelto a ver a mi padre, desde el día de mi boda. Pese a todo, me extrañaba que mi padre no estuviese presente.

—¿Cómo has estado? ¿Cómo está tu hija?

—Estoy bien, y ella también, creo.

Le dediqué una última mirada a la tumba de mi padre y luego di media vuelta.

—Señor Anthonyson—un hombre se acercó a mí, temblando de frio, extendió su mano enguantada—, Arthur Klein, abogado de su abuelo.

—No me diga, va a darme el testamento.

—¿Le importaría ir a un mejor lugar?

Decidí que fuéramos a la casa de mi abuelo, donde fui bien recibido, pese a que estaba cansado por las horas de vuelo, quería acabar con todo esto de una vez por todas.

—Comience—le indiqué a Arthur.

—Debido a que su padre reclamó parte del testamento cuando su abuelo estaba con vida aun y este lo permitió, omitiremos la presencia del señor Louis.

—¿Sabe dónde se encuentra?

—En florida con su novia.

Tomé asiento en la silla principal del escritorio, mi abuelo tenía dos fotografías, una de mi abuela y otra de Aubrielle.

El abogado, ya más tranquilo por el calor del lugar, sacó su portafolios y buscó el testamento.

—Como es de esperarse, todos los derechos de la Corporación Anthonyson han quedado para usted, además de la mansión de Viena, la casa de campo en Florencia, el Orfanato Nueva York, además de la mansión en Manhattan—se detuvo.

Arquee una ceja.

—¿Qué pasará con esta casa?

—Dado que usted es el tutor de Aubrielle Decksheimer, esta mansión pasará por el momento a usted, sin embargo, en cuando Aubrielle cumpla la mayoría de edad, la mansión deberá pasar a su nombre.

Fruncí el ceño.

—Estoy de acuerdo con que algo le haya heredado a mi hija, aunque difiero con que deba ser esta mansión, ella vive en Manhattan, lo más conveniente es que esa mansión sea de ella.

—Ese ha sido el testamento de su padre.

—Está bien, veré que puedo hacer después, necesitaré que se ponga en contacto con mi abogado para los acuerdos.

—Sí señor.

—Si es todo…

Despedí al abogado, luego volví a quedarme solo.

Hace cuatro años dejé de ver a mi abuelo, debía admitir que su desplante me dolió, porque él había sido el único que, cuando enfrenté la presión a mis quince años, estuvo todo el tiempo de mi lado.

Casarse a los quince años está muy pasado de moda, en mi caso, estaba confuso, por mucho que he tratado estos diecisiete años de recordar qué es lo que había pasado, nada venía a mi mente.

Mi carrera deportiva iba de camino al éxito, amaba el camino que estaba tomando mi vida yo era el Quarterback y siempre me gustaba mantenerme saludable.

Fue una fiesta de preparatoria, donde había alcohol, disfruté mucho de las fiestas, pero nunca había tomado un solo trago, hasta ese día. El maldito día en que decidí tomar un solo trago.

Al día siguiente de esa decisión estúpida, desperté con una chica desnuda a mi lado que lloraba desconsoladamente, toda la preparatoria me había tachado de ser un violador.

Yo no quería salir de mi habitación, no quería enfrentarme a una realidad horripilante, no podía creer lo que le había hecho a esa pobre chica y el cómo mí se fue en declive en una sola noche. Mi padre me dio la espalda, diciéndome que había sido una decepción.

El padre de la chica dijo que debía hacerme responsable y exigieron casarme con ella. Solo mi abuelo me apoyó, él mismo preparó la boda y de pronto, en una semana estaba casado con Josephine Lovelace, viviendo con ella, instruyéndome en casa, abandonando mi carrera deportiva y comenzando a formarme como el futuro heredero de mi abuelo.

Fui encadenado a una vida que nunca desee, intenté compadecerme de la pobre Josephine y calmé mis culpas cumpliendo todo lo que ella quería, salvo una sola cosa, me repudiaba tocarla, porque me hacía pensar que de nuevo le haría daño.

Nunca la toqué, en todos esos años que estuve casado con ella.

Pero, producto de aquella noche, una pobre bebé se abrió paso al mundo, una bebé que tenía padres demasiado jóvenes, estúpidos e ignorantes. Muchas veces tuve que estar con Aubrielle en el hospital debido a los cólicos y a la poca nutrición que recibía, Josephine siempre me culpo de que no sintiera nada por su hija.

Lamentablemente, conforme pasaban los años y mi formación profesional incrementaba, tenía muy poco tiempo con Aubrielle, así que tuve que buscarle una nana para que la cuidara todo el tiempo, pues su madre apenas y la toleraba.

Josephine buscaba la manera de estar conmigo, pero, aunque intente quererla por el bien de mi hija, nunca le tuve un afecto en realidad, y eventualmente llegaron las infidelidades, no podía hacer un escándalo sobre ello, ya que yo nunca pude darle afecto, así que simplemente deje que hiciera lo que quisiera.

Hasta hace cuatro años.

Ofertaron ser el padrino de la generación de graduados en arquitectura, pero había una reunión con los chicos más sobresliententes.

Fue cuando la conocí.

Vivian Chadburn.

Una mujer con los más hermosos ojos verdes que había visto nunca.

Su porte siempre el de una mujer elegante y de aura poderosa, siempre manteniendo la barbilla en alto, altiva, severa y siempre diciendo lo que pensaba. Dominaba su cuerpo a la perfección, sus curvas poderosas hacia babear a cualquiera.

Fue una sorpresa para vi, verla ese día, no podía ni siquiera armar una simple oración de bienvenida.

—Señor Decksheimer—se había acercado a mí—, ¿se siente un poco mal, lo veo algo tenso?

—Estoy bien, señorita…

—Chadburn, soy Vivian Chadburn—sonrió anchamente.

No pude contenerme.

Era la primera vez que me sentía como un completo estúpido frente a una mujer. Cuando Josephine comenzó a ser infiel, intenté tener citas, pero nunca fueron más allá que solo una simple cena. Con Vivian, con ella fue diferente.

Ella me había tomado de la mano, sin ningún pudor sobre pensar de aquella mirada juzgona de la gente. Simplemente se dedicó a buscar alguna solución para mi malestar.

Un malestar del cual ni siquiera sabía que podría tener.

No puedo describir con palabras lo fácil que fue, el salir con ella, el sentirme libre al fin, saliendo con una mujer real, una mujer que sabía lo que quería, y hablar por horas de cosas tribales, de todo y nada, fue tan fácil poder tomar su suave mano, al igual que lo fue el besarla, el probar su piel y tener el calor de su cuerpo bajo mis manos.

Vivian arrasó en mi vida como un huracán.

Pero cuando se fue, todo lo dejó en caos.

Tarde me di cuenta que el ocultar cosas siempre resulta en algo mucho peor por haber callado tanto tiempo.

Había encontrado a Vivian y a Josephine peleando.

Y aunque he pasado una y otra vez en mi mente todo lo que sucedió, siempre me arrepiento de no haber salido tras ella. En ese momento, lo único que me detuvo de no salir por ella fueron esos ojillos llorosos de Aubrielle. Repaso una y otra vez la mirada de odio que Vivian me lanzó por última vez, en eso momento ella no me odiaba más de lo que yo me odie, de lo que me sigo odiando.

Nunca volví a ver a Vivian de nuevo.

La busqué por mucho tiempo, que en cuanto supo que había regresado con su ex novio, desistí. No podía luchar por ella con libertad, yo estaba aún casado.

El perder a Vivian solo me hizo darme cuenta de que mi vida estaba siendo una m****a, mi vida no era mía y decidí divorciarme al fin de Josephine.

Me senté en el sillón frente a la chimenea, saqué mi celular, abrí mi galería y quité la configuración de bloqueo de carpeta.

Una sola fotografía.

—Te extraño, Vivian.

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