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Me senté en la cama, mirando fijamente la puerta; mi corazón me gritaba que corriera a buscarlo, mi cuerpo necesitaba con urgencia el suyo, pero la razón no me lo permitía. Yo me había metido en este enorme problema, y conmigo terminaría. No podía simplemente lanzarlo a la hoguera; no era justo para él, y mucho menos para nuestro hijo.

La puerta se abrió, entrando un Ivar furioso. Se detuvo en la mitad de la habitación, cerró los ojos y respiró profundo.

—Estuvo aquí —dijo.

Abrió los ojos y me miró. Yo aparté la mirada de él. Podía sentir cuán furioso estaba, y era atemorizante. Ivar me había dejado en claro que era una persona volátil, y un episodio de furia mandaría al carajo cualquier cosa, incluso su vida.

—No sé de lo que hablas —le dije.

Él sonrió un poco.

—Puedo olerlo, incluso puedo olerlo sobre ti —me dijo.

Yo me acomodé en la cama y lo ignoré; de mi boca no saldría nada. Ni aunque me torturara.

—Mis hombres lo están buscando. No lo mataré, pero lo torturaré todos los días; t
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