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Eirik y yo corrimos hasta que los gruñidos y ruidos desaparecieron. Nos detuvimos frente a una cueva; él me apretó la mano con fuerza y me metió dentro.

—¿Qué carajo te pasa? ¿Acaso quieres morir? Te grité mientras te sumergías en el agua, te grité tan fuerte que mi garganta se rasgó, pero no te detuviste, y entonces desapareciste en la profundidad del lago. Casi muero, Tiana, al pensar que te perdería —me dijo él.

Yo me acerqué y, a tientas, lo toqué. Puse mi mano sobre su pecho; él puso la suya sobre la mía y la apretó fuerte.

—No sé cómo explicar lo que me pasa. Ni siquiera sé por qué realmente estoy aquí —le dije con sinceridad.

—Tú estás aquí para ser feliz, para ser feliz conmigo. Te amo, Tiana —me dijo.

Yo aparté mi mano de la de él. En la oscuridad podía notar el brillo de sus ojos azules.

—Creo que soy la malvada, y que al no cumplir con la profecía, he abierto las puertas para otras cosas, y no sé si pueda contra eso —le dije.

Caí al suelo y escondí mi rostro entre mis manos
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