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Ivar me encerró en su habitación. Con lo que había dicho frente a todos ellos, alejarme era suicidio. —Buscaré la manera de revertir esto, o la manera en la que pueda matarte sin que me pase nada a mí —me dijo furioso.

Yo me senté en la cama y lo miré. —Puedes hacer lo que se te dé la gana. Tú estás atado a mí, hagas lo que hagas —le dije.

Él se acercó a mí y me encaró. —Si no puedo vivir tranquilo, tú tampoco lo harás. Te juro que mataré a cada una de las personas que te importan —me amenazó.

—Te recuerdo que puedo matarme en cualquier momento, y si me quitas a las personas que me importan, no me quedará nada. Lo haré más rápido, pero me aseguraré de que esa muerte sea lenta y dolorosa para que agonices conmigo —le dije.

Él se apartó y empezó a lanzar las cosas que estaban a su alrededor al suelo. Estaba fuera de sí. Todo lo que había deseado se había convertido en nada. Sí, tenía poder, pero a un costo muy grande. —Me pregunto si en esa profecía de la que hablan no dicen algo sobre
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