Raúl llegó hasta Pablo y Efrén y los separó con brusquedad.
Pablo sabía de lo que se trataba, pero Efrén le miró asombrado y luego se puso a la defensiva.
—¡Eh, eh, tío! ¿Qué coño te pasa?
Pablo le puso una mano en el pecho a Efrén reteniéndolo. Todo se estaba complicando y él sabía que aquel no era el mejor momento. A pesar de que los muchachos aún no se hubieran transformado, sabía que la luna llena afectaba a su estado de ánimo.
—¡Cállate, esto no va contigo! —Raúl tenía el cuello tan tenso que los tendones parecían estar a punto de estallar— ¿No es verdad, doctor? Esto es algo entre nosotros ¿verdad?
Angélica había llegado junto a ellos y se colocó junto a Raúl tratando de tranquilizarlo. Le sujetó un antebraz
Martín abrió la puerta y les miró. No podía esperar más, ya lo había hecho mientras Efrén y Pablo hablaban, pero ahora Milita había vuelto totalmente en sí.—Doctor, siento interrumpir, pero Milita ha despertado y no está de muy buen humor.Pablo miró hacia el muchacho y sin perder un segundo salió disparado por el pasillo hasta llegar al cuarto en el que Milita intentaba soltarse mientras Daniel y Efrén trataban de detener sus convulsiones.Pablo preparó rápidamente otra dosis de tranquilizantes. La noche estaba terminando, así que rebajó la cantidad.Raúl y Angélica entraron en el cuarto tras Martín. La muchacha se llevó una mano a la boca en un gesto instintivo mientras se impactaba ante el gesto consternado de la pequeña Milita.Pablo les explicó rápidamente que la ch
Milita se había vuelto de lado en la camilla, mirando hacia la pared. El tranquilizante había hecho efecto rápidamente y la muchacha había entrado en un letargo plácido.Jandro permanecía en el suelo de la cámara, con la cabeza metida entre las rodillas. Pablo lo miraba y Raúl le hizo un gesto con la cabeza.—Yo me quedaré con Milita.Pablo asintió y salió en dirección a la sala en la que estaba Jandro. Abrió la puerta y se agachó frente al muchacho. Raúl veía cómo le retiraba los brazos de alrededor de la cabeza, con cautela, y le obligaba suavemente a levantar la vista hacia él.Los ojos de Jandro se estaban tornando de nuevo humanos.Milita, como si se mimetizara con el muchacho, se volvió y miró a Raúl. Sus ojos también estaban volviendo a la normalidad. La muchacha se incorporó u
Daniel y Angélica caminaban en silencio hacia la cabaña. Cada uno iba centrado en sus pensamientos. La noche había resultado más dura y desconcertante de lo que esperaban. Angélica recordó, avergonzada, que unas horas antes había deslizado su mano por la espalda de Daniel ante la asombrada mirada de éste. Ahora que sabía que era su hermano, los sentimientos se confundían en su interior y no podía dejar de mirarle buscando en él algún rasgo que la recordara a ella misma.—Daniel, antes, ahí dentro, cuando te puse la mano sobre la espalda…El chico levantó los hombros como restándole importancia.—Supongo que todo esto tiene que ser muy difícil para vosotros.—¿Para ti no?Él asintió. Sus ojos eran esquivos y Angélica lo atribuía al incidente de aquella noche.—
Al entrar en la cabaña encontraron a Martín y a Efrén sentados a la mesa de la cocina. La cafetera estaba enchufada y el olor del café llenaba toda la estancia.Efrén les hizo un gesto a los muchachos señalando las sillas vacías y luego comenzó a rellenar tazas.—Es lo mejor para irse a dormir, tomarse un café bien cargado primero —ironizó Martín.—Ni una tonelada del café más negro de Colombia podría evitar que me durmiera —contestó Efrén.Durante un segundo guardaron silencio mientras bebían.—Sigo sin poder creer que todo esto esté pasando —dijo Efrén. Estaba claro que de todos, aquel muchacho era el que peor llevaba el tema de la transformación.Martín dejó la taza sobre la mesa. Aquel chico no le había caído demasiado bien en un p
Raúl caminó a paso rápido hacia la cabaña. Milita se había quedado a dormir en la misma sala en la que había pasado su primera transformación. El muchacho se había resistido a dejarla allí sola, pero ella le había insistido y le había convencido diciéndole que necesitaba pasar al menos unas horas sola para poder asimilar todo lo que acababa de experimentar. Raúl sabía que mentía, sabía que únicamente le estaba dejando vía libre para que fuera él quien pudiera estar a solas con Angélica. Y él se moría por llegar a la cabaña y verla.Entró con cuidado y aspiró el olor del café. Su estómago le recordó que llevaba horas sin comer, pero tenía una urgencia mayor.Abrió la puerta de la habitación que compartían Angélica y Milita. La muchacha hab&iac
En la habitación contigua, Daniel y Martín esperaron hasta comprobar que Efrén dormía, y después salieron de la cabaña. Eran las ocho y media de la mañana. La Colonia se veía desierta.Atravesaron las calles que les separaban del muro trasero de la Colonia y buscaron, a lo largo de este, la puerta por la que el doctor le había contado a Martín que habían escapado aquella noche. Cuando la encontraron comprobaron que dos barras de metal, sujetas con ambas cadenas y sus candados, la bloqueaban.—El doctor tiene un soplete en su laboratorio. Lo he visto muchas veces, mientras me realizaba toda esa tonelada de pruebas —Martín ya se estaba alejando—. No te muevas, vuelvo en un momento.Daniel asintió. Observó el panorama a su alrededor, las cabañas que en otro tiempo habían estado ocupadas por familias y por transformados, ahora vací
Entraron en la cueva. Martín dejó que Ibrahim le empujara un par de veces mientras le llevaba junto a su padre.—¿Quieres ver a tu papá? —se rió el transformado.Avanzaron a lo largo de un pasillo húmedo y estrecho, un pasillo natural creado por las paredes calizas de la cueva, hasta llegar a una estancia más amplia. Ibrahim llevaba una linterna y al llegar a la habitación se acercó hasta un farol y lo encendió. La estancia se iluminó y los ojos de Martín tardaron sólo unos segundos en acostumbrarse.Vio un lecho en una de las esquinas. En él, un hombre cubierto por una colcha parecía dormitar. Su rostro era anciano y un rictus de dolor atravesaba su boca. Martín supo de inmediato que se trataba de Valdius.Luego, como si Ibrahim diera por hecho que ya había observado al viejo el tiempo suficiente volvió su linterna hac
Ezequiel se veía contento.Agarró suavemente a Daniel por la nuca y entraron juntos en la cueva, tras Ibrahim, que iba empujando a Martín.Daniel notaba la mano sana de su padre, su calor, y una extraña satisfacción recorría todo su cuerpo. Era la primera vez que sentía que no le había fallado. Llevaba toda su vida, desde que tenía memoria, buscando un motivo para que su padre se mostrase orgulloso de él y, por fin, había conseguido saber lo que se sentía al lograrlo.Sin embargo, la satisfacción no era completa. La imagen de Milita acudía a su mente, la imagen del doctor, la de Martín… estaba cayendo en su propio juego. Él había usado el sentimiento de culpabilidad de Martín para con su padre y ahora, él mismo sentía ese sentimiento de culpa para el resto de personas a las que podría defraudar. El problema era