Milita se había vuelto de lado en la camilla, mirando hacia la pared. El tranquilizante había hecho efecto rápidamente y la muchacha había entrado en un letargo plácido.
Jandro permanecía en el suelo de la cámara, con la cabeza metida entre las rodillas. Pablo lo miraba y Raúl le hizo un gesto con la cabeza.
—Yo me quedaré con Milita.
Pablo asintió y salió en dirección a la sala en la que estaba Jandro. Abrió la puerta y se agachó frente al muchacho. Raúl veía cómo le retiraba los brazos de alrededor de la cabeza, con cautela, y le obligaba suavemente a levantar la vista hacia él.
Los ojos de Jandro se estaban tornando de nuevo humanos.
Milita, como si se mimetizara con el muchacho, se volvió y miró a Raúl. Sus ojos también estaban volviendo a la normalidad. La muchacha se incorporó u
Daniel y Angélica caminaban en silencio hacia la cabaña. Cada uno iba centrado en sus pensamientos. La noche había resultado más dura y desconcertante de lo que esperaban. Angélica recordó, avergonzada, que unas horas antes había deslizado su mano por la espalda de Daniel ante la asombrada mirada de éste. Ahora que sabía que era su hermano, los sentimientos se confundían en su interior y no podía dejar de mirarle buscando en él algún rasgo que la recordara a ella misma.—Daniel, antes, ahí dentro, cuando te puse la mano sobre la espalda…El chico levantó los hombros como restándole importancia.—Supongo que todo esto tiene que ser muy difícil para vosotros.—¿Para ti no?Él asintió. Sus ojos eran esquivos y Angélica lo atribuía al incidente de aquella noche.—
Al entrar en la cabaña encontraron a Martín y a Efrén sentados a la mesa de la cocina. La cafetera estaba enchufada y el olor del café llenaba toda la estancia.Efrén les hizo un gesto a los muchachos señalando las sillas vacías y luego comenzó a rellenar tazas.—Es lo mejor para irse a dormir, tomarse un café bien cargado primero —ironizó Martín.—Ni una tonelada del café más negro de Colombia podría evitar que me durmiera —contestó Efrén.Durante un segundo guardaron silencio mientras bebían.—Sigo sin poder creer que todo esto esté pasando —dijo Efrén. Estaba claro que de todos, aquel muchacho era el que peor llevaba el tema de la transformación.Martín dejó la taza sobre la mesa. Aquel chico no le había caído demasiado bien en un p
Raúl caminó a paso rápido hacia la cabaña. Milita se había quedado a dormir en la misma sala en la que había pasado su primera transformación. El muchacho se había resistido a dejarla allí sola, pero ella le había insistido y le había convencido diciéndole que necesitaba pasar al menos unas horas sola para poder asimilar todo lo que acababa de experimentar. Raúl sabía que mentía, sabía que únicamente le estaba dejando vía libre para que fuera él quien pudiera estar a solas con Angélica. Y él se moría por llegar a la cabaña y verla.Entró con cuidado y aspiró el olor del café. Su estómago le recordó que llevaba horas sin comer, pero tenía una urgencia mayor.Abrió la puerta de la habitación que compartían Angélica y Milita. La muchacha hab&iac
En la habitación contigua, Daniel y Martín esperaron hasta comprobar que Efrén dormía, y después salieron de la cabaña. Eran las ocho y media de la mañana. La Colonia se veía desierta.Atravesaron las calles que les separaban del muro trasero de la Colonia y buscaron, a lo largo de este, la puerta por la que el doctor le había contado a Martín que habían escapado aquella noche. Cuando la encontraron comprobaron que dos barras de metal, sujetas con ambas cadenas y sus candados, la bloqueaban.—El doctor tiene un soplete en su laboratorio. Lo he visto muchas veces, mientras me realizaba toda esa tonelada de pruebas —Martín ya se estaba alejando—. No te muevas, vuelvo en un momento.Daniel asintió. Observó el panorama a su alrededor, las cabañas que en otro tiempo habían estado ocupadas por familias y por transformados, ahora vací
Entraron en la cueva. Martín dejó que Ibrahim le empujara un par de veces mientras le llevaba junto a su padre.—¿Quieres ver a tu papá? —se rió el transformado.Avanzaron a lo largo de un pasillo húmedo y estrecho, un pasillo natural creado por las paredes calizas de la cueva, hasta llegar a una estancia más amplia. Ibrahim llevaba una linterna y al llegar a la habitación se acercó hasta un farol y lo encendió. La estancia se iluminó y los ojos de Martín tardaron sólo unos segundos en acostumbrarse.Vio un lecho en una de las esquinas. En él, un hombre cubierto por una colcha parecía dormitar. Su rostro era anciano y un rictus de dolor atravesaba su boca. Martín supo de inmediato que se trataba de Valdius.Luego, como si Ibrahim diera por hecho que ya había observado al viejo el tiempo suficiente volvió su linterna hac
Ezequiel se veía contento.Agarró suavemente a Daniel por la nuca y entraron juntos en la cueva, tras Ibrahim, que iba empujando a Martín.Daniel notaba la mano sana de su padre, su calor, y una extraña satisfacción recorría todo su cuerpo. Era la primera vez que sentía que no le había fallado. Llevaba toda su vida, desde que tenía memoria, buscando un motivo para que su padre se mostrase orgulloso de él y, por fin, había conseguido saber lo que se sentía al lograrlo.Sin embargo, la satisfacción no era completa. La imagen de Milita acudía a su mente, la imagen del doctor, la de Martín… estaba cayendo en su propio juego. Él había usado el sentimiento de culpabilidad de Martín para con su padre y ahora, él mismo sentía ese sentimiento de culpa para el resto de personas a las que podría defraudar. El problema era
Eran más de las tres de la tarde cuando Efrén despertó azotado por una pesadilla. Se incorporó de golpe en la cama, con el corazón latiendo a cien por hora y miró aterrado a su alrededor. En su sueño Jandro, transformado, estaba a punto de saltar sobre él.Debía de haber gritado, aunque no lo recordaba, porque fue a Daniel a quien vio frente a él, el rostro congestionado.—Eh, tranquilo, tío, sólo has tenido una pesadilla.Efrén respiraba agitado. Pasó su mano sobre el flequillo rubio y llenó de aire los pulmones antes de resoplar al volver a dejarlo salir.—Mierda, tío, ¿qué hora es?Daniel se acercó a la ventana y levantó la persiana dejando entrar la luz del sol. Volvió su cabeza hacia el despertador que había sobre una de las mesitas de noche.—Son las tres y vei
El doctor entró en el comedor con las cadenas y los candados aún cerrados. Milita se llevó una mano a la boca al verlo, sin duda, miles de imágenes acudían a su cabeza sólo con ver aquellas cadenas.—Ha fundido las cadenas con mi soplete y ha huido por la puerta trasera.El doctor dejó todo sobre la larga mesa en la que todos habían comenzado a cenar.Raquel se levantó y manoseó las cadenas como si necesitara comprobar que las palabras del doctor eran ciertas.El resto le miraban en silencio. Daniel fue el primero en hablar.—Supongo que se ha ido a la cueva.Todos le miraron. Daniel se pasó la lengua sobre los labios.—Quizá no fue una buena idea contarle lo de su padre.El doctor negó con la cabeza.—Nadie podía pensar que se iría a buscarlo, así, dejándolo todo.Jandro s