Epílogo

CINCO AÑOS DESPUÉS.

Me detengo en la puerta de la cocina y veo como Brandon, Bate uno de sus pasteles, mientras a su lado está su inseparable ayudante.

Leila.

Ya tiene cinco. Y es como un petardo, Renzo y yo a veces nos hace falta energía para lidiar con ella. Debemos mantener las puertas cerradas por si las dudas.

Ella es el calco de su padre, con ojos y cabello negro. Sin embargo, es rizado y abundante como el mío.

—Quiero glaseado.

—No. Es para el pastel —espeta Brandon —Además, eso será combustible para tus caries.

—No tengo caries —dice con su pequeño tono petulante.

—Leila —develo mi presencia.

Sus ojos se abren como platos al verse descubierta.

—A Brandon no le hablamos de esa manera —arqueo la ceja. —Lo tratamos con respeto.

Se apena.

—Lo siento —dice mirándolo con los ojos de cachorro.

Esos que pueden con Renzo.

—Vamos un par de horas al centro juvenil.

Ella, baja del taburete y pasa a mi lado con emoción.

Adora ir al centro y jugar con los niños de su edad.

—Lo siento, Brand
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