Capítulo Cinco

El tráfico de la ciudad no colabora con los nervios que siento.

Sentada en la parte trasera del auto de Renzo, miro a través de la ventanilla y reprimo un bostezo.

Había pasado la noche casi en vela.

Y, durante el desayuno, el cual, por cierto, tome a solas. No podía dejar de pensar en lo que estamos a punto de hacer.

Suspiro.

Una mano se posa en mi rodilla encima de mis vaqueros y detiene el movimiento rítmico de la misma.

Volteo para encontrarme con Renzo que, tiene la vista en su móvil.

— Podrías relajarte— espeta, en tono serio.

— Es tan fácil para ti hacer esto, ¿No?

Suspira con irritación y baja el móvil.

— ¿Crees que es lo que quiero hacer? — murmura.

Deja mi rodilla y toma la mano donde descansan los anillos que me pude antes de salir.

— Esto, lo hago por mi hermana. — Continúa— Si mi familia se entera de la verdad, estaré perdido. Así que, más te vale fingir muy bien y no cometer ningún error, Sam. Porque si ellos ven una fisura en nuestro matrimonio, seré lo peor que te ha pasado en tu vida y te hundiré en el hoyo más oscuro del que nunca podrás salir.

Alejo mi mano de un manotazo y lo fulmino con la mirada.

—A mí, no me amenaces — siseo — Tenemos un contrato y voy a cumplir con mi parte. Pero que te quede claro que, tus amenazas no las voy a aceptar, ¿Entiendes? — sus ojos se oscurecen mientras demuestro una seguridad que estoy muy lejos de sentir— Así que, decide si quieres pasar las próximas dos semanas durmiendo con un ojo abierto o dormir como un bebé. —Arquea la ceja — No soy tu novia, la loca.

Frunce el ceño.

—Yo no tengo novia.

—Bueno, una mujer que debía varias cuotas en el gimnasio, dijo a gritos que era la novia de Renzo Vitale — sonrío — Bella, se llama — abre los ojos un poco — sin duda, es igual de superficial que tú.

— Primero. No soy superficial — habla — Segundo. Ella y yo no tenemos nada — sonríe con autosuficiencia— ¿Te dieron celos?

—¡Ja! Lo que me dio fue lástima, la pobre infeliz — replico — Y, te repito. No me amaneces porque no me conoces.

Pienso que me va a arrojar algunos de sus comentarios despectivos, pero increíblemente se endereza en su lugar y retoma su actividad en el móvil.

Llegamos al aeropuerto y no me sorprendo cuando entramos a la pista, donde espera un avión.

Por supuesto que, Renzo mamón Vitale no viaja en comercial.

La tripulación es amable y después que estamos en nuestros sitios despegamos.

Bien. Creo que no hay marcha atrás.

Cuando hemos tomado altura y puedo quitarme el cinturón me tomo una copa de vino para calmar los nervios.

—La habitación está al fondo— anuncia Renzo, sentado en frente de una mesa mientras, lo veo tipear en su portátil.

Me da una mirada rápida

—Supongo que la vamos a compartir.

Una sonrisa tira de sus labios.

¡Por supuesto que no!

Me detengo con las manos en las caderas y lo miro lo más tranquila que puedo.

—Este avión es lo suficientemente grande, para que consigas otro lugar — con eso me pongo de pie y avanzo hasta donde me indico para ver el lugar.

Entro a la pequeña habitación, donde predomina una cama de un tamaño decente, con sabanas negras.

Una mesa de noche a un lado y una puerta donde hay un baño funcional.

La puerta se abre y Renzo entra, cerrando detrás.

—Tienes que acostumbrarte a mi presencia, Sam —dice en tono sereno —Si vamos a convivir estas dos semanas, no puedes comportarte de esta manera.

—Pero no pienso que debamos dormir juntos.

—Cristo —pone los ojos en blancos —Solo vamos a dormir —señala la cama —A menos, que quieras hacer las paces y unirte al Mile High Club.

—Eres insufrible —intento pasar a su lado, pero el espacio es reducido entre a puerta y este.

El aroma que este desprende me envuelve y me encuentro cara a cara con él.

Sus ojos van de mis labios a mis ojos y viceversa.

Sus labios llenos me atraen, aunque no quiera.

No vayas por ahí, Sam. Pienso.

—Me permites — digo en voz baja y algo susurrante.

—Por supuesto.

Sin embargo, ninguno de los dos se mueve.

—Sabes, hay algo que no hemos cubierto en este trato.

Frunzo el ceño.

—No sé qué podría faltar. —digo —Me hablaste de tu familia, y de lo que puedo encontrar en la villa familiar. —Levanto mi mano —Llevo los anillos y me proporcionaste un guardarropa que no solicite.

Chasquea lo los labios.

 Falto, esto —dice antes de tomarme del cuello y cubrir mi boca con la suya.

Al principio me quedo en shock.

¡¿Qué carajos?!

Protesto contra sus labios, pero eso le da acceso a mi boca y profundiza el mismo. Luego de unos segundos, termino aferrándome a su polera, manga corta, color negro.

Gimo contra su boca y el beso se hace más hambriento.

Renzo Vitale, sabe a deseo y con una pizca de picante y lujuria.

Es un peligro en toda regla.

Mi cuerpo se relaja contra el suyo y respondo a su beso arrancándole un gemido también en el proceso.

Pero, así como empezó el beso. Este lo termina.

Ambos nos miramos a los ojos y nuestra respiración se entrelaza. Mis labios están hinchados y los de él no tienen mejor aspecto.

Sin mediar palabra, lo hago a un lado y salgo de la habitación en estado de shock.

Tomo asiento lo más alejado de su sitio de trabajo.

—¿Qué coño ha pasado? —Susurro.

Ni siquiera me gusta como persona. Es arrogante, estirado y un imbécil.

Es todo lo que odio en una persona.

—¿Entonces? —murmuro con incredulidad.

—¿Desea alguna otra cosa? — levanto la vista para encontrar a la auxiliar de vuelo.

— Otra copa de vino estaría bien— murmuro.

Esta, asiente y se aleja.

Escucho la puerta del fondo y me enderezo en mi lugar. No me atrevo a verle la cara a Renzo.

El mismo pasa a mi lado y ocupa su asiento frente al portátil.

— Aquí tiene— la mujer llega con mi bebida —¿Alguna otra cosa que desee?

¿Un paracaídas?

Sí. Sería lo más sensato en este momento.

Niego.

—No, muchas gracias.

Cuando esta me deja sola, le doy un gran sorbo a mi bebida.

¡Vamos! Ni que hubiese sido un buen beso, pongo los ojos en blanco. Me han besado mejor que eso.

¿En serio?

Mi conciencia sale a relucir.

— Obvio —digo en voz alta.

Bueno, hace un año no tengo una relación.

Will, mi última pareja y yo, no funcionamos. Bueno, encontrarlo teniendo sexo con su jefa fue el detonante final para dar fin a una relación que estaba destinada al fracaso desde el inicio. Acepto que quise salvar algo que estaba perdido desde hace mucho. Pero, el orgullo en mí no me dejaba afrontar que mi relación había fracasado.

Así que, cuando decidí dar por terminada la relación, encontré al hijo de puta dándole a su jefa, sobre la mesa del comedor de su departamento.

Al menos me ahorro las excusas.

¡Desgraciado!

Me armo de valor y miro hasta donde Renzo está y lo encuentro con la vista en la pantalla de su portátil.

Su expresión es ceñuda.

De repente, levanta la vista y me encuentra espiándolo.

No me amilano y le sostengo la misma, antes de sorber de mi bebida.

Sus labios tiran de una sonrisa descarada y me guiña.

—Imbécil — digo en voz baja.

Pero, por su postura, estoy segura de que ha deducido la palabra.

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