Capítulo Cuatro

De pie, en medio de mi habitación, miro alrededor mientras intento pensar que más guardar en la maleta.

Se supone que hoy debo ir a la casa de Renzo.

Había pasado el domingo con mi hermana y estaba tranquila. Así que, me iría sintiéndome más segura.

Esta mañana, cuando me levante, tenía un mensaje de donde me decía que debía estar en su casa antes de mediodía.

¡Lo envió a las seis!

¿Es que no duerme?

Niego.

Termino de hacer mi maleta y salgo de mi pequeño departamento, no sin antes asegurarme que todo está en orden.

Una vez en la calle, tomo un taxi.

—Aquí vamos, Sam —susurro cuando el taxi se incorpora al tráfico de Miami.

Le había pedido a Adrián estos días y, me dijo que, si los tomaba, dejaba claro que estaba renunciando al trabajo.

Sin embargo, ya había pagado los cinco mil dólares que Renzo me había depositado.

Así que, no era como que, tenía que decidir.

Otra cosa que sucedió, fue la llamada que recibí de Laura, muy feliz porque Renzo Vitale había pagado por dos semanas más. Al parecer, la razón por la que no he recibido alguna llamada de Laura es porque, él había pagado por estas.

¿Cuál es su propósito?

Es algo que debo averiguar cuando tenga oportunidad.

Al llegar al edificio donde Renzo vive, bajo las maletas y entro al vestíbulo.

De manera consciente le doy un repaso a mi atuendo.

Vaqueros oscuros, ajustados, una camiseta, sin mangas, color blanco, encima, una chaqueta ligera y llevaba mis botines negros favoritos.

Me siento bien con mi elección.

En el vestíbulo, está el mismo hombre de la otra noche.

—Buenos días —dice en tono profesional mientras me estudia.

—Buenos días —replico.

—Permítame —se acerca a mis maletas, antes de avanzar hasta el elevador privado y sube las mismas. Lo sigo y entro.

Esta vez, sube conmigo e introduce el código en el mismo. Sin embargo, mantiene las distancias. Cuando el elevador llega a su destino, salgo y él, saca las maletas dejándolas en el vestíbulo antes de asentir con la cabeza y volver al elevador.

—Qué tipo más extraño —murmuro cuando me quedo a solas.

Miro alrededor con cautela antes de avanzar por el lugar.

—Buenos días—me sobresalto cuando el hombre de mediana edad que sirvió la cena la primera vez que vine se hace presente. —Mi nombre es Brando y soy el encargado del manejo del ático, del señor Vitale.

—Buenos días.

—El señor Renzo dejo órdenes de que se instalara. Está en la oficina —asiento —La señora Sandoval está por llegar.

— ¿Perdón?

Él desvía ligeramente la vista y ve mi equipaje.

Me mira.

—Es la encargada de traer su guardarropa. —Anuncia —Si no se le ofrece nada, me retiro.

Asiento sin saber qué decir ante sus palabras.

—Debe ser una broma —niego antes de avanzar hasta el salón.

Pero, no es una broma. Media hora Después, estoy en una de las habitaciones que Brando ha indicado y una charlatana mujer de unos cincuenta años, alta y vestida de manera elegante, tiene un guardarropa completo para mí.

No sé, si estar enojada por esto, o feliz al ver la variedad de las prendas.

—El señor Vitale me dijo que, buscara prendas frescas, y otras elegantes para ti. — Dice esta.

Le doy una sonrisa forzada mientras me pruebo un vestido de noche, color rojo, de una sola manga y una abertura casi indecente.

Me gusta cómo se amolda a mi cuerpo.

—Este te queda muy bien —espeta con una sonrisa de aprobación.

—Pienso lo mismo.

La voz ronca y profunda de Renzo nos sobresalta.

Está reclinado en el relleno de la puerta, luciendo uno de sus impolutos trajes.

Tiene un aspecto serio e imperturbable.

—Iré por otros atuendos que deje en el salón —murmura la mujer, antes de salir en silencio de la habitación.

— ¿Por qué hiciste esto? — replico a modo de saludo y señalo la ropa colgada a un lado.

Camina en silencio y se acerca a la cama, donde descansa un vestido plateado que no me he probado. Pero, el mismo se ve de tela escasa y muy costoso.

—Se supone que eres mi esposa —dice antes de dejar la prenda sobre la cama. —Y, los Vitale sabemos dar lo mejor a las mujeres que están a nuestro lado.

Tuerzo el gesto.

—Traje mi propio equipaje. —Digo —No tienes que comprarme nada. De hecho, me parece innecesario.

—No voy a discutir sobre eso.

Sus ojos se encuentran con los míos y me estudia en silencio.

—Tenemos algunas cosas de que hablar, pero eso será cuando termines aquí.

—Hablo en serio.

—Yo también—su mirada se pasea por mi cuerpo. —Pero, si quieres discutir, podemos hacerlo y resolverlo como un matrimonio —mira la cama con una sonrisa socarrona.

Me acerco.  

—No pienso acostarme contigo —mi tono es bajo y frío —Este acuerdo no incluye que comparta mi cuerpo.

Su brazo me rodea y me pega a su cuerpo.

Su mano se planta en lo bajo de mi espalda.

Por un momento me quedo sorprendida por su acción. Pero, no me echo para atrás.

No soy el tipo de mujer que le huye a un desafío.

Esta no es la excepción.

Con una sonrisa estudiada poso mi mano en su pecho y bajo con lentitud.

Su expresión no cambia.

Con toda la chulería, lo atrapo de los bajos y aprieto.

Lo he tomado por sorpresa.

El único indicio es como sus ojos se oscurecen.

—Para ser tan hablador, debes de tener una buena arma —murmuro sin perder mi gesto.

Aprieto para dar énfasis a mis palabras. Él no se echa para atrás y yo tampoco.

Se aclara la garganta.

—Familiarízate con ella. No muerde, pero si puede darte los mejores orgasmos que alguna vez hayas tenido.

Pendejo arrogante.

Sonrió con suficiencia.

—Para eso, tengo mi vibrador. —Sus ojos se tornan curiosos—Lo uso, me da placer y lo tiro—ladeo la cabeza —No es muy diferente a como tú usas a las mujeres —aprieto un poco más, antes de soltarlo y alejarme de su agarre.

Se relaja visiblemente.

—Eso es muy crítico de una mujer como tú.

Lo fulmino con la mirada.

—Vuelves a decir una cosa como esa, y ten por seguro que, te corto los huevos y te los pongo de corbata.

Chasquea los labios.

—Definitivamente, me voy a divertir mucho en este viaje.

Se aleja y cuando llega a la puerta, se detiene y me mira.

—Lleva ese vestido y el que está sobre la cama.

Le hago una peineta y este se ríe entre dientes antes de irse.

Una vez a solas me miro la mano.

¿Qué rayos acaba de pasar?

¿De verdad lo tomé del pene?

Resoplo, cabreada por lo sucedido, y porque el hijo de puta, si tiene con qué presumir.

—Esto es muy jodido.

Pero ya no hay marcha atrás.

De mala gana, tomo el vestido sobre la cama y lo miro.

—Debes ponerte ese —la voz de la mujer irrumpe y la veo con varias cajas de zapatos.

¡Jesús!

Cuando hemos terminado, tengo un guardarropa completo. Y debo que confesar que todo está hermoso.

Salgo de la habitación y encuentro a Renzo en el salón y en la mesa ratón de vidrio frente al sofá hay tres estuches.

—Espero que tengas todo listo.

—Así es —digo como si hace unas horas no le hubiese agarrado el pene al hombre.

Evito sonrojarme.

—Ya Brando tiene el almuerzo. Pero antes, necesito mostrarte esto.

Con algo de aprensión lo hago.

Este, toma uno de los estuches y lo abre.

Abro los ojos al ver el collar de diamantes que hay en él.

—Son un préstamo —anuncia—Perteneció a mi abuela y esta me lo dejo.

—Está bien —murmuro.

—Se supone que serían para mi esposa.

—Entiendo —lo miro a los ojos y no me sorprende verle con su estoico gesto.

—De hecho, aquí hay un brazalete.

Es hermoso.

El brazalete es grueso y tiene un estilo vintage.

—Los mantendré a salvo —digo de manera solemne.

Asiente, antes de tomar el último estuche.

Este es pequeño.

—Llegaron ayer— dice.

En la misma, hay un juego de alianzas y un anillo de compromiso.

—¿Eso es…?

—Tenemos que hacer esto bien —me corta en tono seco.

Saca el anillo de compromiso.

Un solitario engastado, en forma de pera. Le tiendo mi mano y en silencio lo pone, para después deslizar la alianza.

—Bien —dice antes de tomar la suya y guardarla en su bolsillo.

—No crees que esto es exagerado.

—Mi familia debe pensar que somos un matrimonio. Me conocen y saben que no daría menos a mi esposa.

—Lo entiendo.

—Ya te acostumbrarás. —Espeta— Tengo que hacer una llamada antes del almuerzo. Así que, si me disculpas.

Sin más sale del salón.

—Paciencia, Sam —susurro para mí —Paciencia o terminará por volverme loca con sus cambios de humor.

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