Capítulo Seis

Dieciséis horas Después, aterrizamos en el aeropuerto internacional de Palermo.

¿Fue un vuelo difícil?

Sí.

 Sobre todo, cuando Renzo se acostó junto a mí, para dormir un poco.

Flashback.

—¿Qué estás haciendo? — inquiero, sentándome en la cama.

Renzo, está acostado junto a mí y tiene los ojos cerrados.

—No jodas, Sam. Estoy cansado y quiero dormir un poco.

—No jodas, ¡Tú! — siseo.

—Tienes dos opciones — dice en voz baja. —Duermes aquí sin preocuparte de que vaya a asaltarte, o te vas al frente y duermes en uno de los asientos del avión. No tengo problema.

Resoplo.

—Eres un pendejo arrogante ¿Lo sabías?

Abre los ojos y me mira con gesto serio.

—Tú. Una m*****a arpía.

Abro la boca indignada.

—Duérmete.

Con eso, me da la espalda.

Resoplo.

Desgraciado, insufrible.

Miro de la cama a la puerta.

¡Mierda!

Me acuesto y me cubro con la colcha.

Ignoro el hecho de que Renzo está junto a mí y me rindo al sueño.

Un par de horas después, abro los ojos con lentitud, solo para encontrarme restringida. Frunzo el ceño y miro un brazo que me sostiene mientras siento una suave respiración en la parte de atrás de mi cuello.

— ¿No es cierto? —murmuro.

Me doy la vuelta entre los brazos de Renzo y este no se inmuta.

Su rostro es una máscara de serenidad y su respiración es profunda. Tiene los labios entreabiertos.

Tiene un aspecto vulnerable y no el del cabrón arrogante que siempre muestra.

Pongo mi mano sobre su brazo e intento salir de su agarre, pero este lo aprieta más y se remueve.

Con lentitud, abre los ojos para encontrarse con los míos.

Frunce el ceño y yo arqueo una de mis cejas.

Ahora falta, que diga que, lo estoy asaltando y me acuse de querer aprovecharme de él.

—Podrías quitarme las manos de encima— susurro.

—Lo siento — dice sin un ápice de culpa.

Pongo los ojos en blanco.

—Sam

—¿Qué?

Niega.

—Nada, discúlpame por incomodarte — espeta en tono bajo y ronco al tiempo que me libera.

—Debemos de estar por aterrizar — anuncia tomando asiento en la cama y calzándose los zapatos— Te dejo por si quieres prepararte.

—Sí. Gracias.

Con eso, sale de la habitación cerrando detrás de sí.

Fin flashback.

Bajo del avión llevando uno de mis atuendos nuevos.

Un vestido ligero, con vuelo, escote halter, de color coral. La verdad es que me había esmerado para verme bien. El mismo, lo combiné con sandalias de finas tiras en dorado y accesorios a juego. Mientras, mi cabello oscuro, le di forma ondulada, dejándolo suelto.

Renzo me espera al pie de las escalinatas y me tiende su mano.

El hombre se había cambiado y vestía vaqueros, una polera blanca y su mirada estaba oculta detrás de unas gafas oscuras.

Sí. El hombre es colirio para los ojos. Pero, es una imbécil cuando quiere. Y le sale muy bien.

Tomo la mano de Renzo sin querer llamar la atención frente al hombre que espera de pie, junto al auto.

Miro su mano y, es cuando, me doy cuenta de que lleva la alianza puesta.

Bueno. Al parecer hemos dado inicio a la farsa.

—Bienvenido a casa, señor Vitale —dice el hombre de mediana edad. Con un acento marcado.

—Gracias, Franco —responde antes de darme una mirada. —Déjame presentarte a Sam, mi esposa.

Los ojos del hombre se abren y la comisión es evidente.

Con mi mejor sonrisa, le tiendo la mano.

—Un gusto conocerte, Franco.

—Lo mismo, señora. —Me da un ligero apretón.

¿Señora?

—Pensé que me iba a jubilar y nunca conocería a la mujer que atrapo a Renzo Vitale — se burla.

—No digas tonterías —se ríe el aludido. —Vamos a la villa.

Cuando partimos, evito mirar mucho a Renzo y me concentro en el camino.

Disfruto viendo el nuevo paisaje.

A mitad de camino, el hombre comienza a hablar en italiano y Renzo ríe entre dientes.

—Lo siento amigo, pero Sam no entiende el italiano.

—Pero lo cambiaremos — dice para que le entienda.

—Gracias — le doy una sonrisa genuina.

De hecho, entiendo algo del idioma. Mi especialidad es el español, pero también he tomado un par de clases de italiano.

Sin embargo, guardo ese detalle.

Luego de un trayecto algo largo, entramos a una propiedad flanqueada por árboles. Al llegar a lo alto del sendero me encuentro con una casa de un tamaño considerable, con aspecto antiguo, de grandes ventanales.

Renzo baja, mientras Franco me abre la puerta.

— ¡Sei già qui! (¡Estás aquí!) — el grito digno de tarzán llega a mis oídos, antes de ver una figura femenina echarse a los brazos de Renzo.

Este la recibe con una carcajada franca.

Vedo che ti piace vedermi (Veo que te da gusto verme) —espeta quitándose las gafas.

Sai che ho bisogno di te per combattere (Ya sabes que me haces falta para pelear) — chasquea los labios.

Este pone los ojos en blanco.

—Voglio presentarvi qualcuno (Quiero presentarte a alguien) — susurra con voz enigmática.

Ambos caminan hasta mí y la chica de cabello negó y ojos color ámbar me mira con curiosidad.

—Bianca, te presento a Sam. — habla en mi idioma para que entienda.

Mira a su hermana.

—Mi esposa.

La boca de la chica cae abierta.

Así que, esta es la hermana de Renzo.

Le brindo mi mejor sonrisa y tiendo mi mano.

—Un gusto conocerte, Bianca.

Ella mira a su hermano, antes de lanzarse hacia mí y darme un abrazo.

— ¡No lo puedo creer! — se ríe. Miro a Renzo que me ve divertido ante la reacción de su hermana. — No sabes lo que tu llegada hará a mi vida — susurra.

Se aleja y me mira sonrojada.

—Lo siento — se ríe — Eres la mejor sorpresa que me han podido dar.

—Vas a asustarla— interviene Renzo.

Ella lo ve, antes de rodearlo con su brazo y descansar su cabeza en su hombro.

—Me alegra verte sentando cabeza al fin.

—No seas dramática.

Pone los ojos en blanco y mira de él a mí.

— ¿Sabes lo que significa esto? —susurra.

Renzo Niega haciéndose el desentendido

—Dios, ¡Me voy a casar con Darío! — chilla feliz.

—Lo sé, piccola. Lo sé.

Este, mira hacia la casa y me ve.

—Tenemos que entrar y así presentarte a la familia, dolcezza.

—A mamá le va a dar algo — sonríe Bianca.

—Bien. Solo espero no ocasionar conmoción — susurro, algo nerviosa.  

—Lo bueno es que Darío, mi prometido, está dentro y es médico — se ríe Bianca despreocupada — él se encargara de mitigar los daños.

¡Jesús! ¿En qué me metí?

Renzo me sorprende al tomar mi mano y darle un apretón mientras avanzamos al interior de la casa.

Solamente espero no ser la culpable de una disputa.

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