Capítulo Dos

Creo que tengo problemas de audición.

No, tal vez estoy en una dimensión desconocida.

Él, en realidad, ¿está pidiendo que yo finja ser su esposa?

¡Esto es de locos!

Da un paso atrás con gesto serio.

—Lo que has escuchado. Quiero que finjas ser mi esposa en frente de mi familia —dice sacándome de mi letargo.

—Lo siento, pero se ha confundido de Servicio.

Dejo el vaso con la bebida en la mesa junto al sofá.

—Permiso.

—Diez mil dólares —anuncia y me detengo en seco —Diez mil dólares, te voy a pagar si aceptas. Solo para ti. Laura no tendría que enterarse de nuestro negocio.

Me doy la vuelta con los ojos entrecerrados.

—Nadie da esa cantidad así. Sin más.

—Entonces, entiendes que es una emergencia real.

— ¿Acaso no puede encontrar a una esposa de manera tradicional? —Mi tono desborda algo de ironía.

Se ríe.

Una risa vacía, carente de humor.

Clava sus ojos en los míos y no me permito amilanarme.

—¿Qué te hace suponer que es lo que quiero? —niega —Pero, si no está interesada, puedes irte —señala el ascensor —Puedo conseguir otra que acepte mi propuesta.

Con ese dinero que ofrece puedo cubrir la deuda de mi hermana.

—Si aceptara a ayudarle, tendría que pagar a Laura el servicio de los días que esté aquí.

—No es un problema —dice en tono arrogante.

Es un imbécil.

 «Un imbécil con dinero» susurra mi mente.

Sorbe de su vaso.

—¿Cuánto tiempo tendría que fingir ser su esposa?

—Dos semanas.

Asiento.

—Pero, si gustas podemos pasar a la mesa y hablarlo durante la cena—espeta. Me mira un momento —Digo, si es que aceptas.

Sin esperar respuesta, se aleja del salón.

Miro del ascensor a donde el hombre se ha dirigido.

¿Qué coño estoy pensando?

—No estás para ponerte moños, Sam —susurro.

Necesito pagar la clínica.

Dejo mi clutch en el sofá, me enderezo y respiro profundo antes de seguir al hombre.

Mientras camino, me permito mirar alrededor. El lugar e impresionante.

Solo mi departamento cabe en su salón.

Encuentro el comedor donde la mesa está puesta y este, ya se encuentra sentado.

Cuando me mira, veo como una sonrisa sabedora tira de sus labios.

—Buena elección —murmura.

Un hombre con cara agria aparece de la nada y saca la silla para que tome asiento.

—Gracias —murmuro algo chocada por la presencia del hombre.

—Brandon, puedes servir —ordena Renzo.

Sorbe de una copa de agua y me mira.

—Entonces, como es obvio que has aceptado, necesito saber tu nombre real.

—¿Es inverosímil que me llame Pamela? — arqueo una ceja.

Ladea la cabeza con gesto sarcástico.

Resoplo.

—Samantha. Pero, prefiero que me llamen Sam—digo al fin.

—Sam —dice probando mi nombre en sus labios.

En ese momento, el hombre llamado Brandon empuja un carrito parecido al de los pijos restaurantes de la ciudad y sirve la comida.

Toma una botella de vino.

—Gracias, Brando.

Este hombre es un estirado en toda regla.

—Gracias.

Cuando quedamos solos de nuevo, clava sus oscuros ojos en los míos.

—La situación es simple. —Comienza—Solo debemos hacerles creer a mis padres, que estoy casado contigo.

—Eso lo entiendo. Pero, señor Vitale, no me ha dicho ¿Por qué?

—Renzo —espeta —dime, Renzo.

—Renzo—repito alargo la mano y tomo la copa de vino que acompaña la carne en mi plato.

—Digamos que ellos quieren obligarme a que siente cabeza y me están presionando al no dejar que mi hermana menor se case, a menos que yo de primero el paso.

Abro los ojos como platos sin creer lo que este dice.

Dejo la copa en la mesa.

—Estamos en pleno siglo veintiuno. Eso es absurdo.

—No para mi familia —continúa —La cuestión es fácil. Vamos a Italia dos semanas, fingimos. Luego de un mes solo diré que no funciono.

—Perdón, pero, ¿Dijo Italia?

—Sí. Mi familia vive allí, ¿hay algún problema?

¡Sí! Que no le conozco.

—A ver, ¿Hay algo que te impida viajar?

—No.

—¿Entonces? —me da una mirada interrogante.

—Si voy a hacer esto, quiero la mitad del dinero ahora.

—No soy imbécil para darte dinero, ahora. —Me mira como si fuera estúpida y me dan ganas de estamparle la copa en la cabeza —La mitad la tendrás cuando lleguemos a Italia, y otra cuando regresemos.

—Lo siento, pero no estoy de acuerdo.

Nos sostenemos la mirada.

Necesito la mitad para dejar a mi hermana cubierta antes de irme.

—Si no confías en mí, puedo firmarte un compromiso o algo que conste que, si no cumplo con el acuerdo, tendré que devolver el dinero.

Me mira en silencio como si considerara mi oferta.

Alarga la mano a la silla junto a él y levanta una carpeta negra.

—Dentro, hay un contrato de confidencialidad y un acuerdo de que vas a recibir el dinero por tus servicios.

Aprieto los dientes cuando dice lo último.

—Fírmalos —ordena. —Tendrás el dinero disponible.

Tomo la carpeta. Pero, él no la suelta.

—No te confundas, Sam. No soy un enemigo al que quieras ganarte.

—No soy una mujer fácil de asustar —replico halando la carpeta —Pero, si vamos a fingir ser esposos. Deberías sacarte el palo del trasero y al menos, ser más amable con tu esposa.

Abro la carpeta y leo rápidamente el acuerdo de confidencialidad. No es muy diferente al que firme en la editorial donde trabaje. Así que lo firmo.

El otro documento reza exactamente lo que Renzo me ha dicho. Así que también lo firmo.  

Relleno el espacio donde señala que debo colocar mis datos bancarios para recibir la transacción, incluido mi número telefónico y se lo tiendo.

—¿Algo más? — inquiero.

—Eso es todo. —dice en tono plano —Solo que, debes estar un día antes de que partamos y ponernos de acuerdo en algunas cosas.

—Por supuesto —replico.

Sin embargo, algo llega a mi mente.

—¿Por qué una de las mujeres de Laura?

—¿A qué te refieres?

—Me refiero, a que podría llegar a un acuerdo con alguna amiga o conseguir alguna novia.

—Al final querrían más y no estoy dispuesto a atarme con una mujer. No es mi estilo.

Este hombre es un idiota al cuadrado.

—Ya —digo antes de mirar mi comida.

—En cambio, las mujeres, como ustedes, saben qué esperar.

Levanto la vista.

—¿Las mujeres como yo? —repito.

—Sí. Mujeres que solo quieren dinero, que no les importa, fingir sentirse felices al lado de un pobre diablo que de seguro debe tomar sildenafil para poder tener una erección.

Lo dicho, este tío es un imbécil.

Me levanto con gesto serio y lo miro desde mi posición.

—No soy una puta. No me acuesto con los clientes. —Intento mantener la calma —Estás muy equivocado.

Su sonrisa de ¿En serio? Me hierve la sangre.

—¿No me digas? —murmura antes de cortar un poco su carne.

—Eres sin duda un imbécil —digo —Ya entiendo por qué no puedes encontrar una esposa. No es que no quieras. Es que no te soporta ni tu propia sombra. Y no necesite mucho para descubrirlo.

—Eres una sabia —dice con sarcasmo.

Antes de pensar lo que hago, tomo la copa de vino y arrojo el contenido en rostro.

No se inmuta, pero su cara de cabreo es descomunal.

—Buen provecho —espeto.

Sin más, tomo mi clutch y me dirijo al elevador sin problema. Por un momento creo que me va a hacer algo, pero no lo hace.

Bajo hasta el vestíbulo y el coche que me dejo, me está esperando.

Estoy por subir al auto, cuando mi móvil suena.

Lo tomo y es un mensaje.

Hasta dentro de dos semanasEsposa.

Renzo.

¡Imbécil!

Durante todo el camino de regreso a mi departamento no puedo dejar de pensar en si hago lo correcto.

Sin embargo, ahora mismo no puedo ponerme mis moños.

Tengo cuentas qué saldar. 

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