CAPÍTULO VEINTIUNO
LA ADHALIA NEGRA

Santiago suspiró. Todo parecía comenzar a tomar otros rumbos.

Y dejándose llevar por lo que la señora Bárbara le había dicho, fue detrás de ella después de darle una tierna mirada a la mujer que ya no estaba más en esta vida.

Cuando llegaron a las afueras de aquel cementerio, Santiago pudo ver el auto negro en el que había llegado Bárbara, los vidrios estaban arriba, el chofer esperaba por ella.

—Por favor, ven, Santiago —dijo ella acercándolo a el auto.

Con desconfianza, Santiago se acercó al auto.

La imagen de un hombre mayor fue lo que asaltó la mirada de aquel hombre que se veía cada vez más destrozado.

Era un hombre adulto, un poco más mayor de lo que hubiera esperado, la manera en la que vestía, la manera en la que sonreía y la manera en la que estaba sentado ya le podía decir que era un hombre importante al que estaba a punto de conocer.

—Querido amigo mío —, dijo la mujer — te presento a Santiago Marín, el presidente de la compañía de la que tanto se h
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