MEDIDAS DESESPERADAS.
UN AÑO ANTES.
―¡No pueden simplemente arrancarla de su cama! ¡Ella necesita estar aquí! ―grito Elara, su voz ahogada por la desesperación mientras se enfrentaba a los guardias de seguridad. Sus manos temblaban, pero su postura era inamovible, una barrera humana hecha de puro instinto protector.
Los pasillos del hospital estaban teñidos de blancura y el olor a antiséptico, pero para Elara Vance, cada baldosa fría, cada susurro de las batas blancas, cada pitido de las máquinas era un recordatorio de la cruel realidad que estaba a punto de enfrentar. Su hermanita Rose, con sus rizos dorados y su sonrisa que iluminaba hasta el más oscuro de los días, yacía en la habitación 305, rodeada de tubos y máquinas que pitaban con cada latido de su frágil corazón.
―Son órdenes de la administración, señorita. Debe abandonar las instalaciones ―uno de los guardias replicó, su voz baja pero impasible.
Elara giró desesperadamente hacia el gerente de administración que había emergido detrás de los guardias como un árbitro en este juego macabro.
―Mírela ―rogó Elara, señalando hacia la pequeña figura en la cama a través del cristal. ―Ella es solo una niña... mi hermana... no puede sobrevivir fuera de este hospital.
El gerente, un hombre cuyo rostro mostraba las marcas del cansancio y la rutina de dar malas noticias, mantuvo su expresión neutral.
―Señorita Vance, comprendo su situación, pero el hospital no puede operar bajo estas circunstancias. Tiene seis facturas pendientes y...
―¡Es una vida! ¡La vida de una niña inocente! ―Elara interrumpió con un grito desgarrador, sus ojos suplicantes inundados de lágrimas. ―No es justo... no es...
El gerente miró hacia otro lado, incómodo, su voz un hilo tenso al hablar.
―Lo siento, señorita Vance. No hay nada que yo pueda hacer. Son órdenes del dueño y...
Los hombres avanzaron para cumplir su deber, pero Elara se interpuso entre ellos y la puerta, su cuerpo tembloroso pero decidido.
―Solo dame dos días ―suplicó con una intensidad que brotaba desde lo más profundo de su alma. ―Dos días para conseguir el dinero. Eso es todo lo que pido.
Hubo un momento en que el tiempo pareció detenerse, un silencio en el que se podía sentir el palpitar del corazón de cada persona en el pasillo. El gerente suspiró, una exhalación cargada con el peso del mundo.
―Dos días ―concedió finalmente, su voz apenas audible sobre el zumbido constante del hospital. ―Ni uno más.
Elara asintió frenéticamente, sus lágrimas cayendo libremente ahora que los guardias se retiraban con pasos silenciosos. Se volvió hacia la habitación y a través del vidrio vio a Rose, tan pequeña y vulnerable en esa cama grande, ajena a la frialdad del mundo más allá de sus sueños.
Con pasos vacilantes, entró en la habitación y se acercó a la cama. Su mano encontró la de su hermana, tan pequeña y fría. Se inclinó hacia adelante y depositó un beso en su frente.
―Voy a conseguir ese dinero, Rose ―susurró con una promesa que era tanto una oración como un voto. ―No dejaré que nada te pase. Lo prometo.
Y con esa determinación forjada de su amor inquebrantable por su hermana, Elara salió de la habitación. Sus pasos eran lentos pero decididos mientras comenzaba a planificar cómo haría lo imposible: vender lo único valioso que le quedaba.
***
La puerta del lujoso estudio se abrió con un suave clic, anunciando la llegada de Nathaniel Cross.
―Bienvenido, Nat, es un gusto tenerte de regreso después de tanto tiempo ―dijo Daniel.
Nathaniel le devolvió la media sonrisa y aceptó el trago que le ofrecía el único hombre que había soportado ver después de la tragedia.
―Gracias ―murmuró, dejando que el sabor del whisky acariciara su garganta, un breve respiro en su tormento interno.
―Y dime, ¿estás listo para asumir el control de Cross Industrias? ― preguntó, observando a su amigo a través del humo del cigarrillo mientras daba un gran trago a su whisky.
Hubo una pausa, un silencio cargado de recuerdos y decisiones no dichas.
―Sí ―respondió finalmente Nathaniel ―Después de todo es mi legado, ¿no?
Daniel King, amigo de Nathaniel sabía leer entre líneas. La tragedia aún se cernía sobre Nathaniel como una sombra persistente.
―Viejo, tienes que dejarlo atrás, ¿de acuerdo? Ya ha pasado demasiado tiempo, Estefanía…
―No quiero hablar de eso ―lo interrumpió Nathaniel bruscamente. Su voz era firme, pero sus ojos desviaban la mirada. ―Mejor concentrémonos en el hospital. ¿Es cierto que está en su mejor momento?
Daniel asintió.
―Sí, las acciones se han disparado y seguimos siendo el número uno del país. Cada vez son más los que se suman a nuestras filas.
―Bien, me alegra ― dijo Nathaniel con un tono que apenas ocultaba su indiferencia ―Después de todo, mi hermano no acabó con el patrimonio de nuestra familia.
Daniel frunció el ceño levemente y dijo con una sinceridad insatisfecha.
―Tu hermano es un bueno para nada, y perdóname, pero todo esto es tu culpa. Si no te hubieras exiliado en Europa, otra cosa sería. Pero ya estás aquí y eso es lo que importa.
Nathaniel asintió sin contestar; había regresado solo por obligación. Chicago estaba llena de demonios que lo atormentaban.
―¿Qué te parece si vamos a un club? Hace tiempo que no nos vemos ―sugirió Roger con un toque de diversión en su voz.
Nathaniel dejó el vaso con demasiada fuerza en el escritorio y se puso de pie.
―No estoy de ánimo. Ve con alguien más.
―Oh, vamos, no seas amargado, por Dios, tienes treinta y tres años. ¡Disfruta la vida, hombre! ―insistió Daniel, tratando de inyectar algo de ligereza al momento.
Nathaniel no estaba interesado en ir a ningún lado; lo único que deseaba era ir a su departamento y dormir. Sin embargo, por razones que ni él mismo entendía completamente, acabó diciendo que sí.
Y efectivamente, esa noche cambió su vida.
CLUB BLACK ROSE.
―¿Estás segura de que quieres hacer esto? ¡Por Dios, Elara, tú no eres así! ―exclamó Sara, con preocupación y miedo. Se encontraba de pie frente a Elara, con las manos apretadas en un gesto de súplica.
Elara la miró, sus ojos azules brillando con una mezcla de determinación y desesperación.
―No tengo otra opción, Sara. Rose me necesita y yo... ―su voz se quebró, y las lágrimas comenzaron a brotar, rastreando un camino por sus mejillas. ―Estoy decidida, Sara. Por favor, ayúdame.
Sara observó a su amiga, el corazón apretado por la injusticia de su situación. Elara era demasiado buena e inocente para el cruel giro que había tomado su vida.
―Está bien ―dijo finalmente con una voz temblorosa, acercándose a Elara para tomar sus manos entre las suyas. ―Pero escucha algo, sea quien sea el comprador, no puedes negarte. Tienes que aceptar que él será tu dueño por una noche. ¿Entiendes eso?
Elara asintió, su corazón latiendo con fuerza, cada latido un grito sordo de la realidad que estaba a punto de enfrentar.
―Lo entiendo ―murmuró, sintiendo cómo el miedo y la resolución se entrelazaban en su pecho.
―Bien ―dijo Sara, intentando infundir algo de valor en ambas ―Entonces vamos a prepararte.
Se dirigió hacia el armario y comenzó a seleccionar la ropa adecuada para la noche que esperaba a Elara.
El silencio se apoderó del espacio mientras Sara ayudaba a Elara a vestirse. Cada pieza de tela era un recordatorio del sacrificio que estaba a punto de hacer. Elara se miró al espejo cuando estuvo lista; la imagen que le devolvía era la de una desconocida, una versión endurecida por las circunstancias.
―Prométeme que esto no te cambiará ―susurró Sara, su mano temblorosa al ajustar un mechón rebelde del cabello de su amiga.
Elara encontró los ojos de Sara en el reflejo del espejo y le ofreció una sonrisa triste pero firme.
―Lo prometo ―dijo, aunque ambas sabían que algunas promesas son demasiado pesadas para garantizarlas.
Con un último vistazo al espejo, Elara se giró y se dirigió hacia la puerta. Cada paso era un adiós a la inocencia perdida y un paso hacia el incierto futuro que debía enfrentar para salvar lo único puro que le quedaba: su hermana Rose.
La atmósfera en el bar era un cóctel de sombras y luces tenues, con la música suave de fondo. Nathaniel un hombre acostumbrado a la soledad, se encontraba sumido en sus pensamientos cuando una voz temblorosa lo interrumpió.
―Señor, ¿quiere comprarme?
La voz de Elara tintada de timidez, cortó el zumbido del bar y alcanzó a Nathaniel, que se giró lentamente, con su bebida en mano.
―¿No eres todavía una estudiante de preparatoria?
―No, ya soy universitaria.
Con un sonrojo que le pintaba las mejillas, bajó la mirada, su inocencia en contraste con la atmósfera del bar.
Nathaniel soltó una risa suave pero cargada de sarcasmo, sus ojos verdes destilando desprecio.
―Así que las universitarias de hoy en día tienen este nivel...
Elara se tensó, su mente luchaba entre la indignación y la resignación. Quería refutarle, pero ¿cómo podría? Su necesidad era su única verdad en ese momento. Un silencio denso se cernió sobre ellos, solo interrumpido por el suave tintineo de la copa de Nathaniel y el aroma del whisky que se esparcía en el aire.
Ella maldijo internamente. «¿Por qué me mira así? ¿No sabe lo difícil que fue dar este primer paso?»
Con la urgencia de reunir el dinero para los gastos del hospital de su hermana empujándola, Elara giró sobre sus talones y se alejó con determinación.
―¿Cuánto?
El giro de Elara capturó la atención de Nathaniel.
―Quinientos mil.
Su voz era firme, pero su cuerpo la traicionaba mostrando su nerviosismo con un temblor apenas perceptible. Nathaniel la observó con una mezcla de desdén y curiosidad, su frialdad era palpable.
―¿Le… le interesa?
La impaciencia se filtraba en su tono. Había elegido a Nathaniel en ese club lleno de hombres por su juventud y buena apariencia, convenciéndose de que lo que estaba a punto de ofrecer no era más que una membrana insignificante si eso significaba salvar a su hermana.
―Dime por qué vales 50.000 dólares.
Su paciencia parecía inusual, indicando un interés despertado por la propuesta de la hermosa mujer. Evaluando el recatado atuendo, Elara se preguntó si había cometido un error al acercarse a él.
―¿No puedes hablar?
Su tono era juguetón, casi malicioso. Prefería la timidez en lugar de la audacia que Elara mostraba.
―Hay una razón.
Ella se armó de valor, desechando su orgullo.
―Soy virgen. ¿Es suficiente esa razón?
Sus ojos se encontraron con los de Nathaniel, desafiantes, esperando una respuesta a la propuesta que había colocado sobre la mesa.
―¿Virgen...? Las calles están llenas de vírgenes falsas, ¿Quién dice que de verdad lo eres?
El rostro de Nathaniel mostraba una sonrisa maliciosa, sus ojos brillaban con provocación y desprecio. Incluso en la quietud, su presencia era una fuerza opresiva.
―¡Vete al infierno! ¡Buscare a otro!
La ira rugió en la voz de Elara. Sus mejillas se tiñeron de un rosado seductor, y sus ojos brillaban con una mezcla de furia y desafío.
―¿Qué acabas de decir? ―pregunto Nathaniel, su voz era profunda, un filo afilado tiño sus palabras mientras su agarre apretaba la muñeca de la mujer.
―¡Dije que te vayas al diablo! ¡Déjame ir!
Ella intentó soltarse, pero era inútil, el agarre de Nathaniel era fuerte. Sus ojos chispeaban con ira incontenible.
―¿Te atreves a repetirlo?
La frialdad de su tono era palpable, y Elara tragó, consciente de la tensión en el aire.
―¡Déjame ir!
Ella luchó con más fuerza, pero Nathaniel la arrastró hacia la salida del bar.
―¡Oye... suéltame! ¡Voy a gritar! ¡Suéltame infeliz!
El pánico se mezclaba con su ira, consciente de la situación extraña en la que se encontraba.
―Grita si quieres ―dijo el desafiante, él no parecía temer ninguna consecuencia.
Elara gritó por ayuda, pero fue ignorada por los transeúntes, como si fuera solo una más de las escenas nocturnas habituales en el club.
Finalmente, cuando se detuvo, ella lo miró fijamente, mordiéndose el labio inferior en frustración y miedo.
―¿Qué deseas?
Elara con los dientes apretados y la frustración burbujeando dentro de ella, respondió con determinación a pesar de sus dudas.
―Quiero dinero en efectivo.
Nathaniel la soltó y se acercó para acariciar su mejilla.
―Como dije antes, si lo vales, te daré cada centavo.
UN CORAZÓN.UN AÑO DESPUÉS…El aire en la habitación del hospital estaba impregnado de una mezcla de esperanza y melancolía, un equilibrio delicado que Elara había aprendido a navegar desde que Rose había sido internada. Elara sostenía la mano de su hermanita pequeña y frágil, como si fuera el más preciado de los tesoros.―Pronto saldrás de aquí ―le susurro con una dulzura que disfrazaba su temor ―y correrás y jugarás como siempre has soñado.Rose, con la inocencia que solo los niños poseen, sonrió ampliamente y sus ojos se iluminaron con la magia de un secreto.―Anoche tuve un sueño ―dijo con la respiración entrecortada por el esfuerzo.Elara, acariciaba el cabello de Rose con ternura maternal.―¿Si? ¿Qué soñaste?― Soñe que mamá estaba con los brazos abiertos, diciéndome que nunca nos separaríamos ―Las palabras de Rose eran dulces y dolorosas a la vez, y Elara sintió cómo la nostalgia y la melancolía se entrelazaban en su pecho.―Fue un lindo sueño, ¿verdad? ―preguntó, intentando man
ME VOY A CASAR.En la oficina de la Empresas Cross, Nathaniel clavó una mirada fulminante en el abogado de la familia.―¿Me estás diciendo que tengo que cumplir con sus estúpidas cláusulas? ―Su tono era indignado y sus ojos destilaban furia y frustración.El abogado, ajustándose los anteojos, se aclaró la garganta antes de responder con calma.―Sí, Nathaniel. Tu abuelo estipuló que, para recibir el fideicomiso de 100 millones de dólares, debes estar casado y tener un hijo en el periodo de un año.Las manos de Nathaniel se apretaron con fuerza, y sus labios formaron una línea fina que reflejaba su descontento.―¿Mi abuelo pensaba que estamos en la época medieval? ―exclamó con burla, incapaz de comprender la extravagancia de las condiciones.―No lo sé, Nathaniel. Pero es lo que quería. Si quieres acceder a ese dinero, debes cumplir sus cláusulas ―explicó el abogado, consciente de la tormenta que se desataba en el hombre frente a él.La pregunta inevitable surgió en la mente de Nathaniel.
MARCADA EN SU ALMA.Mirando a la mujer a su lado, con delicadeza, acarició suavemente el cabello y lo retiró de su mejilla. Le pareció una especie de Ángel y en ese momento sus pensamientos retrocedieron a la noche en que se conocieron un año atrás.«Señor, ¿quiere comprarme?»Había sido su primera noche de regreso a Chicago y aunque no estaba interesado en tener ninguna relación con ninguna mujer, hubo algo en Elara que lo hizo aceptar. Fue una especie de conexión instantánea, algo tan extraño, que la ataba irremediablemente a ella.El recuerdo tomó un giro hacia el presente. Y Nathaniel miró el rostro dormido de Elara, se veía dulce, frágil, como si la carga que hubiera estado llevando fuera muy pesada, se preguntó si quizás había juzgado mal a esta mujer.Cerró los ojos nuevamente y su mente lo llevó a cuando tomó su primera vez. Inconscientemente, su corazón latió de manera salvaje.«―Primero, me pagas los 50.000. De lo contrario, ¿quién sabe si podrás cumplir tu palabra?― Elara a
CELEBRAR LA LIBERTAD.―Elara… ¿No tienes un paraguas? ¿Por qué estás toda mojada? ¡¿Por qué no esperaste que pasara la lluvia?!Sara regañó al ver a su amiga y mientras hablaba, le entregó una toalla seca.―¿Qué te pasa? ¿Por qué tienes esa cara?Elara sostuvo la toalla mientras se secaba el cabello mostrando una fragilidad inusual.―Oye… algo anda mal contigo. ¿Qué pasó? ¿Rose está mal?.Y aunque Sara sabía todo sobre ella, en ese momento, Elara no sentía que todavía tuviera la fuerza para explicárselo.―Oye, ¿podrías dejar de ser tan superficial conmigo? ¡Dime! ¿Qué pasó? ¿Pareces que te estuvieras muriendo? ―exclamó la joven, quien siempre hablaba sin rodeos. ―¿Rose tuvo otro ataque al corazón? ¿Es eso? Elara, ¡¿es eso…?!Negando con la cabeza, Elara finalmente encontró los ojos de su amiga y estos estaban llenos de tristeza.―No, es solo que me siento un poco cansada. Primero quiero dormir y hablaremos más tarde.―No soy tonta, algo te pasa. Vamos Elara, sabes que puedes confiar en
INDIFERENCIA CORTANTE.Elara intentó mantenerse firme y recordó su promesa de hacer como si no lo conociera.―Lo siento, señor. ―susurro e intentó pasar a su lado.Pero apenas y había dado un paso cuando su muñeca fue sujetada con fuerza y su mirada estaba fija en ella como un depredador observando a su presa.La indiferencia de Elara solo sirvió para encender la ira en Nathaniel. Estaban en un club, un lugar que le traía recuerdos no deseados, un déjà vu de la noche en que la conoció.«¿Señor, puede comprarme?»Las palabras de Elara de hace un año resonaban en su cabeza, revelando una verdad que Nathaniel no quería enfrentar. Con una mezcla de frustración y deseo de control, apretó más fuerte la muñeca.―¿Con quién viniste? ―gruñó con ira contenida.Elara abrió y cerró los labios, incapaz de procesar lo que estaba pasando. Delante de ella estaba el hombre que poseía algo más valioso que su propia libertad: el bienestar de su hermana.―Yo… yo… ―ella tartamudeó, luchando por encontrar l
UN CHEQUE SIN FONDOS.―Por favor, espere un momento… ―dijo cortésmente la señora del mostrador, sus dedos danzando sobre el teclado de la computadora con una lentitud desconcertante.«¡Jesús! ¿Por qué tarda tanto?»De manera inexplicable, el corazón de Elara latía descontroladamente, como si presintiera que algo siniestro estaba a punto de suceder«Dios que todo salga bien, que todo salga bien»―Señorita…―¿Todo bien? ―interrumpió a la empleada del mostrador antes de que pudiera terminar sus palabras.―Lo siento, señorita, su cheque ha sido congelado.―¿Qué? ¿Cómo qué congelado? ―las manos de Elara temblaban y su corazón latía demasiado rápido ―¿Eso significaba que no podré disponer de él? ―el pánico cruzó rápidamente su rostro.―Si señorita ―dijo suavemente la empleada del banco ― Aquí muestra que… que los fondos fueron congelados ayer.―No… ―susurro mientras negaba ―No… eso no puede ser… él…―¿Necesita algo más?Elara no respondió, su mente solo podía vislumbrar a Rose y lo lejos qu
¿CUÁNTO TIEMPO? Su mirada estaba llena de complicación e impotencia.―La condición de Rose es grave, Elara. Lo máximo que puede esperar son varios meses. ―la voz de Adrian fue suave pero implacable en su honestidad.Los labios de Elara temblaron.―¿Cuántos meses?―Mientras la máquina la ayude a respirar, podrá aguantar máximo un año. Es todo lo que puede soportar.Ella asintió, su cuerpo retrocediendo lentamente como si la realidad le hubiera asestado un golpe físico.―Entonces prométeme que cuidarás de ella, que harás todo para que esté bien. Yo... voy a conseguir ese corazón como sea.El la abrazó de repente.―Quisiera poder darle el mío si pudiera ―confesó ―Pero te prometo que la pondré en la lista de espera lo más pronto posible.―Está bien ―lo interrumpió―Pero no voy a quedarme de brazos cruzados. Voy a trabajar 24 horas al día si es necesario, pero conseguiré el dinero. No voy a dejar que mi hermana muera.Y antes de que él pudiera ofrecer más palabras de consuelo o apoyo, Elar
UN NUEVO TRABAJO.Elara cerró la puerta del departamento detrás de ella Sara, que estaba en la cocina, vio la expresión de su amiga y se preocupó.―¿Qué pasó?Elara miró a Sara y las palabras se le atoraron en la garganta.―Tenías razón ―murmuró antes de que las lágrimas comenzaran a brotar.Su amiga se apresuró a abrazarla.―No me digas que ese infeliz no te dio el dinero.Pero Elara no respondió, solo continuó llorando, cada sollozo una mezcla de impotencia y rabia que había estado conteniendo.Sara apretó los labios, maldiciendo a Nathaniel en su mente por el dolor que le había causado a su amiga.―Estoy a tu lado, y juntas conseguiremos una solución para Rose. ―Elara seguía llorando, su cuerpo sacudido por los sollozos incontrolables ―No quiero decir esto, pero te lo dije, debiste consignar ese cheque.―Si... ―susurró Elara entre lágrimas ―pero crei que…Sara apartó a su amiga con delicadeza y acunó su cara entre sus manos.―Eres demasiado ingenua para este mundo, Elara. Demasiado