INDIFERENCIA CORTANTE.

INDIFERENCIA CORTANTE.

Elara intentó mantenerse firme y recordó su promesa de hacer como si no lo conociera.

―Lo siento, señor. ―susurro e intentó pasar a su lado.

Pero apenas y había dado un paso cuando su muñeca fue sujetada con fuerza y su mirada estaba fija en ella como un depredador observando a su presa.

La indiferencia de Elara solo sirvió para encender la ira en Nathaniel. Estaban en un club, un lugar que le traía recuerdos no deseados, un déjà vu de la noche en que la conoció.

«¿Señor, puede comprarme?»

Las palabras de Elara de hace un año resonaban en su cabeza, revelando una verdad que Nathaniel no quería enfrentar. Con una mezcla de frustración y deseo de control, apretó más fuerte la muñeca.

―¿Con quién viniste? ―gruñó con ira contenida.

Elara abrió y cerró los labios, incapaz de procesar lo que estaba pasando. Delante de ella estaba el hombre que poseía algo más valioso que su propia libertad: el bienestar de su hermana.

―Yo… yo… ―ella tartamudeó, luchando por encontrar las palabras.

―¿Qué? ¿No puedes hablar, Elara? ―se burló Nathaniel, su tono cargado de veneno―¿O es que no sabes qué tipo de club es este? ¿Ya tienes otro comprador? ¡¿Ya tienes otro hombre?!

Elara, haciendo un esfuerzo sobrehumano por mantener la compostura, no pudo evitar sentirse herida y furiosa. Así que forcejeó con él y en un arrebato le gritó.

―¡Lo que yo haga no tiene nada que ver contigo! ¡Suéltame!

Pero Nathaniel no estaba dispuesto a dejarla ir tan fácilmente. Le había dado ese cheque, pensando que ella cambiaría su vida, que terminaría sus estudios y no volvería a lugares como ese. Pero ahora se daba cuenta de que Elara solo era una mujer interesada en el dinero y que estaba dispuesta a venderse al mejor postor.

Imaginarla en brazos de otro hacía hervir su sangre. Sin pensar, la empujó contra la pared y presionó su cuerpo contra el de ella.

―¡Déjame! ―ella exclamó, intentando apartarlo con desesperación.

―¿Qué? ¿Ahora te molesta mi cercanía, Elara? ―gruñó él con voz baja y peligrosa. Mientras su nariz aspiraba su olor, cerro los ojos y murmuro con posesividad ―Has sido mía durante un año; no puedes haber olvidado mi toque tan rápido.

Nathaniel estaba consumido por los celos, una emoción irracional que no tenía derecho a sentir. Sabía que Elara no podía formar parte de su futuro; estaba comprometido con otra y su vida estaba trazada sin ella.

―¡Déjame, Nathaniel! ¡Déjame ir! ―suplicó ella con una voz ahogada por la angustia.

De repente, él se apartó como si hubiera sido quemado por el contacto. La miró con una sonrisa burlona y cruel.

―Por supuesto, la noche apenas comienza, ¿no es así? Estás en búsqueda de tu nuevo comprador.

Elara quería corregirlo, sacarlo de su terrible error, pero él no le dio la oportunidad. Su risa sarcástica y venenosa le perforó el corazón.

«¿Cómo puedes amar a un hombre así, Elara?» se cuestionó en silencio.

Pero entonces recordó que él aún tenía el destino de su hermana entre sus manos. Así que se obligó a tragarse su orgullo y soportar la humillación.

«Solo tienes que aguantar un poco más, solo un poco más. Mañana cobrarás ese cheque y Rose estará a salvo»

―Elara… ¿por qué tardas tanto? Elara… ―la voz cargada de ansiedad y alcohol, cortó el silencio.

―Sara…

La joven amiga de Elara, con la visión empañada y el corazón palpitante, apenas reconoció la figura de su amiga.

―¿Por qué tardaste tanto? ―le reprocho y no notó la presencia de Nathaniel.

La tensión creció cuando finalmente reconoció al hombre en cuestión.

―¡Qué diablos! ¿Qué hace ese bastardo aquí? ―su valor, impulsado por el alcohol y la lealtad, la llevó a enfrentarse a Nathaniel.

Pero todo se desmoronó; cuando Sara tropezó y cayó al suelo producto de su exceso de bebida.

―Sara, ¿estás bien? ―la voz de Elara se quebró con preocupación e intentó caminar hacia su amiga, pero Nathaniel la detuvo una vez más. Ella se giró para mirarlo con ira contenida ―Déjame ir ―exigió, su indignación hirviendo.

Nathaniel la observó con una intensidad que la hizo temblar, su mirada era un cuchillo afilado que amenazaba con cortarla.

―¿Me vas a soltar o no? Necesito ayudar a mi amiga.

Pero de inmediato el arrepentimiento la inundó, estaba tensando la cuerda más de lo debido. Rose dependía del hombre que la sostenía.

De repente, Sara estalló.

―¡Idiota! ¡Déjala ir! ― se puso de pie como pudo y lo miró desafiante.

Elara intentó liberarse una vez más, pero fue inútil.

―No voy a soltarte. Tú y yo tenemos que hablar ―espeto el posesivamente.

―Tú yo no tenemos nada más que hablar.Ya hemos terminado nuestro acuerdo.

Los ojos de Nathaniel brillaron peligrosamente mientras observaba el rostro indiferente de Elara. Por alguna razón sus palabras fueron como espinas envenenadas en su corazón.

―¿Qué está pasando aquí?

De repente llegó Daniel, el amigo de Nathaniel.

―Nada. ―dijo Nathaniel con voz severa ―Solo me encontré con una vieja amiga. ―dijo y soltó a Elara rápidamente.

―No somos amigos ―refuto ella con disgusto.

Daniel sonrió, no era un tonto para darse cuenta de que su amigo era más que amigo de la mujer que sostenía. Pero estaba dispuesto a seguir el juego y descubrir un poco más.

―Bueno, ya que te encontraste con ella, ¿Por qué no bebemos juntos?

Elara se tensó, lo que menos quería era seguir allí. Camino hacia su amiga y la agarró de la muñeca.

―Agradecemos su invitación. Pero ya nos íbamos.

Y antes de que pudiera dar un paso, Nathaniel la agarró nuevamente por la muñeca.

―¿Por qué no tomamos esa copa juntos? ―dijo, su voz goteando sarcasmo, pero en el fondo no quería que se fuera, su peor miedo era que ella se marchara con otro.

Elara lo miró y no pudo articular palabra; frente a él toda resistencia parecía evaporarse.

En cambio, Sara sonrió desafiante y burlona.

―Ella no a beber contigo, ¿no escuchaste lo que te dijo? Ten algo de dignidad y déjala en paz. Además, mañana tiene que ver a Adrián él sí, la mataría si sabe qué se pasó de copas ―dijo, ignorando la tensión en el hombre.

―¿Adrián? ―Nathaniel pronunció el nombre con desprecio.

―Sara, vámonos. ― ella optó por ignorarlo ―Has bebido y estás hablando demasiado.

―¡¿Qué dije de malo?! Sabes que Adrián se enojaría contigo si sabes que bebes ―se rio ―Se preocupa mucho por ti. Sinceramente, te envidio, un hombre así de guapo y que babee por ti…

―Basta, Sara. Nos vamos. ―Elara la agarró del brazo y estaba a punto de caminar, cuando Daniel le cortó el paso.

―¿Quieres que las lleve? Es peligroso que anden solas por la ciudad.

―No hace falta. Llamaremos un taxi.

Se fue con paso rápido como si quisiera escapar de él. Nathaniel se quedó solo con su furia apenas contenida y un rostro que se endurecía más cuando recordaba el nombre de Adrián.

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