ME VOY A CASAR.

ME VOY A CASAR.

En la oficina de la Empresas Cross, Nathaniel clavó una mirada fulminante en el abogado de la familia.

―¿Me estás diciendo que tengo que cumplir con sus estúpidas cláusulas? ―Su tono era indignado y sus ojos destilaban furia y frustración.

El abogado, ajustándose los anteojos, se aclaró la garganta antes de responder con calma.

―Sí, Nathaniel. Tu abuelo estipuló que, para recibir el fideicomiso de 100 millones de dólares, debes estar casado y tener un hijo en el periodo de un año.

Las manos de Nathaniel se apretaron con fuerza, y sus labios formaron una línea fina que reflejaba su descontento.

―¿Mi abuelo pensaba que estamos en la época medieval? ―exclamó con burla, incapaz de comprender la extravagancia de las condiciones.

―No lo sé, Nathaniel. Pero es lo que quería. Si quieres acceder a ese dinero, debes cumplir sus cláusulas ―explicó el abogado, consciente de la tormenta que se desataba en el hombre frente a él.

La pregunta inevitable surgió en la mente de Nathaniel.

―¿Y si no lo hago?

―Entonces todo ese dinero quedará en manos de organizaciones benéficas.

Los ojos de Nathaniel se entrecerraron, una mezcla de incredulidad e impotencia en su mirada.

―Condenado viejo ―murmuró, sintiendo cómo las cuerdas de su libertad se tensaban peligrosamente.

Si bien el impulso de mandarlo todo al diablo estaba presente, la realidad se interponía. Empresas Cross atravesaba una crisis, y esos 100 millones de dólares podrían ser su salvación. Era el legado de su padre, el fruto de toda una vida. No podía permitir que desapareciera en manos de desconocidos.

―Bien ―concedió con amargura ―Supongamos que hago lo que dice ese jodido testamento. ¿Cuándo tendré acceso al dinero?

El abogado habló con cautela.

―Bueno, hay algo más.

Nathaniel frunció el ceño su paciencia a punto de agotarse.

―¿Más? ―inquirió con desconfianza.

―Su abuelo estipuló que recibiría la mitad una vez esté casado y la segunda cuando nazca el niño. Así que, si quiere tener acceso a los 50 millones, debe casarse cuanto antes.

Los labios de Nathaniel se fruncieron en un gesto de disgusto y soltó un suspiro pesado. La idea de un matrimonio no estaba en sus planes, menos aún de forma tan apresurada. Victoria Sutherland era la mujer que su familia había elegido, pero no era la mujer que él amaba, únicamente había sido un acuerdo entre familias. Y el, decidido a no permitir que nadie controlara su destino se había ido a Europa en un acto de rebeldía.

En medio de sus pensamientos, la imagen de Elara brilló en su mente, y una pequeña sonrisa se formó en sus labios. Su relación con ella no estaba basada en el amor; había comprado su compañía, pero algo en ella lo había atrapado. Pero ahora las cláusulas de su abuelo amenazaban con cambiarlo todo. La sola idea de dejar a Elara oprimía su pecho, aunque se decía que solo era costumbre.

Se puso de pie y fijó sus ojos en el abogado.

―Bien, entonces le avisaré cuando tenga el acta de matrimonio, abogado Evans.

El hombre asintió y se levantó.

―Está bien, por favor avíseme cuando suceda, 50 millones de dólares son razón suficiente para lanzarse al matrimonio ―dijo con una sonrisa que Nathaniel no correspondió.

Cuando la puerta se cerró sacó su celular y marcó el número de Elara, esperando ansioso.

―Hola ―la suave voz se escuchó, y el corazón de Nathaniel aceleró involuntariamente.

―Nos vemos a la hora de siempre ―ordeno.

―Está bien ―respondió ella con naturalidad, cortando rápidamente.

Su relación era un simple contrato, sin emociones o sentimientos, y Elara había cumplido, había cumplido esa condición demasiado bien, para el gusto de Nathaniel.

[…]

HOTEL HILTON PARK.

Mientras la pesadez del sueño tiraba de sus párpados, Elara escuchó el murmullo del agua del baño, señal de que su comprador se despojaba de las huellas de su unión.Un momento después, él salió el agua aún perlaba su piel dorada y su cabello. La toalla, cayendo ligeramente sobre su cintura, le daba un aire de indolencia teñido con una malicia innata. Sus ojos, al posarse sobre Elara, se encendían con un fuego que no se extinguía, revelando un deseo que aún ardía ferozmente. El simple hecho de observarla, despertaba nuevamente la inquietud en su ser, una urgencia que lo irritaba.

Nathaniel Cross detestaba sentirse dominado por esta necesidad, especialmente por ella. Con un ceño fruncido, se acercó a la cama y su voz cortó la quietud.

―Levántate ―su tono frío era intimidante en la oscuridad.

―Um… sí… un minuto.

«¿¡Santo Dios! ¿Es posible que no tenga saciedad?» pensó mientras se despertaba del todo.

―Elara… ―su nombre salió cargado de indiferencia.

―¿Si?

Ella lo observó: gotas de agua resbalaban su piel bronceada y su cabello húmedo añadía un toque sensual. Su belleza era innegable, perfecta y sin tacha. Pero detrás de esa fachada se escondía crueldad y desdén. Al menos así lo sentía Elara en lo más profundo de su ser.

De repente, Nathaniel arrojó un cheque que impactó contra su rostro. Confundida, Elara tomó el papel y lo examinó.

―Uno, diez… ―murmuró, contando los ceros hasta llegar a diez millones. Su corazón latió fuertemente y levantó la vista hacia Nathaniel ― ¿Estos diez millones son para mí?

La pregunta llevaba implícita la certeza de un adiós no pronunciado. Incapaz de discernir si se sentía más feliz o triste, Elara lo observó con una mezcla de emociones.

―Me voy a casar. Toma el dinero y desaparece de mi vida ― sus palabras eran gélidas, como si el año compartido no hubiera dejado ninguna huella en él.

Elara sintió una punzada de decepción, pero pronto la superó al recordar que tenía en sus manos la salvación de su hermana.

«¿Qué pasa Elara, no habías deseado siempre escapar de su presencia? Con este dinero, podrás comprar el corazón que Rose necesita. Deberías estar contenta, ¿no? Te ahorro el trabajo de pedir ayuda.»

Con una sonrisa forzada y el cheque en mano, preguntó.cautelosamente.

―¿Realmente quieres darme estos diez millones?

Esto a los ojos de Nathaniel, mostró una faceta avara. Sin embargo, él permaneció en silencio, con una emoción insondable recorriendo su ser.

―Si no dices nada, lo tomaré como un sí ―murmuro ella fingiendo una alegría inesperada.

Lo típico era que se hiciera la ofendida y rechazara el cheque. Pero ella no era una de ellas; esos diez millones significaban la salud de su hermana. Sus manos temblaban al doblar el cheque y guardarlo cuidadosamente en su bolso.

―Gracias ―dijo con sinceridad, no obstante, la opresión en su pecho era cada vez mayor. Se preguntó a qué se debía, lo que había entre ellos nunca fue más que una transacción. ―Entonces, supongo que debo felicitarlo. ―dijo mostrando una sonrisa.

Y fue esa sonrisa la que hizo que el corazón de Nathaniel se estremeciera, sin embargo, no podía darles nombre a sus sentimientos. No sabía si era rabia o deseo. Lo único que sabía era que Elara Vance, despertaba en él, emociones inexplicables.

Sin pudor alguno, ella salió de la cama totalmente desnuda y se vistió delante de él. No había vergüenza; después de todo, no quedaba nada por ocultar.

La mirada intensa de Nathaniel se posó en ella, sintiendo cómo su cuerpo reaccionaba a su presencia, cómo su corazón se agitaba por la mujer delante de él. A pesar de sus acciones desapegadas, una ira inexplicable se encendió en su pecho. No debería importarle, pero algo en su actitud lo perturbaba profundamente.

Quizás en el fondo, esperaba que ella le suplicara, que hiciera un escándalo, para que no la abandonara. Pero Elara, con su calma imperturbable, no le ofreció esa satisfacción.

Vestida y con las manos en los bolsillos, ella dijo con una frialdad que rivalizaba con la de él.

―No te preocupes, seré una desconocida para ti a partir de ahora. Si algún día llegáramos a vernos de nuevo… ―sus ojos miraron fijamente los de el ―… haré como si nunca te hubiera conocido.

Nathaniel observó su rostro esperando ver algún indicio de duda, sin embargo, ella parecía firme y decidida.

―Adiós, Nathaniel. ―Elara dijo con naturalidad.

Y cuando él vio que ella se dirigía hacia la puerta, no pudo resistirse a detenerla.

―Espera un minuto.

―¿Qué quieres ahora? ―preguntó ella con impaciencia, girándose hacia él a regañadientes.

El enojo de Nathaniel creció ante su respuesta. Sus ojos se oscurecieron con una ira que apenas podía contener. Nathaniel se acercó a ella lentamente, como un depredador acechando a su presa. Y Elara supo que no tenía escapatoria, al menos no en ese momento. Su corazón latía descontroladamente ante su cercanía.

Instintivamente retrocedió, pero en un instante, el, la atrapó por la cintura. Y su mirada se encontró con la de él.

―¿Te sientes satisfecha ahora? ¿Estas feliz por librarte de mí?

―No... yo… ― balbuceó.

Ella intentó liberarse, pero el agarre era implacable. Nathaniel extendió una de sus manos y acarició su rostro, luego bajó sus labios lentamente a los de ella, mostrándole lo cerca que estaba de ceder al deseo. La respiración de Elara se agitó y su corazón latió salvaje.

―Luego de un año… ―Nathaniel susurro sobre sus labios ―… al menos merezco una despedida…

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