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Capítulo 2. Un cambio

Londres, Inglaterra

Lilly Bradley

Esta mañana en el desayuno, mi padre nos había dado una gran noticia, era la invitación para ocupar un puesto importante como jefe de cirugía en un hospital muy importante en la ciudad de New York. Mi madre, cardióloga del mismo hospital donde trabajan, se había emocionado por la gran oportunidad. Así que si aceptaba, se irían después de mi boda con Oliver, pensaron en que la casa se vendería y se darían la oportunidad de vivir en otro país, mi hermana y yo éramos totalmente independientes, así que ellos dos realmente les ilusionaron conocer y radicar en el otro continente.

― ¿En qué tanto piensa mi prometida? ―Oliver puso un vaso de café latte frío en mi escritorio, le sonreí, tiró del respaldo de la silla y se sentó a mi lado.

―Mis padres se mudarán después de nuestra boda. ―Oliver dio un sorbo a su café americano, luego me miró sorprendido.

―Vaya, ¿Y a dónde se mudarán? ―preguntó regresando su mirada de desinteresado a la pantalla de su celular.

―New York. ―alzó sus cejas con sorpresa y detuvo lo que estaba haciendo.

―Eso es mudanza extrema. ¿Qué harán en los Estados Unidos? ¿Van a alimentar a los de la calle? ―me molestó su intento de chiste.

―Un nuevo puesto en uno de los hospitales más importantes de la ciudad. Eso es una buena oportunidad, yo la tomaría. ―hice una pausa―Claro, si tuviese la experiencia de mi padre y si me apasionara la medicina. ―tomé a mi latte, hice un gesto de desagrado, miré a Oliver quien había retomado su atención en su celular. ―Esta amargo. ―él hizo un movimiento de hombros en señal de “Pues ni modo, se me ha vuelto por centésima vez ponerle azúcar a tu latte” ―Cuando me pides un americano, lo preparo como a ti te gusta. ―él torció sus labios.

―Lo sé, por eso me encanta que te esmeres con lo que me gusta. ―me guiñó un ojo―Serás la esposa perfecta.

―No voy a ser perfecta, ―me incliné hacia a él y le entrecerré mis ojos. ―Lo sabes, ¿Verdad? ―dejó su celular con la pantalla bocabajo, y se recargó en el respaldo de la silla, luego sus brazos los cruzó por su pecho, su mirada oscura se quedó en la mía.

―Lilly, sé qué nadie es perfecto, pero contigo me ganaré la lotería, sabes lavar, planchar, hacer comida, tejer, hasta bordar, pintas, tocas piano, sabes hablar cinco idiomas, te has graduado con honores de una de las más prestigiosas universidades del mundo, te gusta mantenerte en forma, sabes contar chistes mejor incluso mejor que los míos, no olvidemos que el sexo es genial, sin contar que tu genética es saludable y me darás muchos hijos. Y por cierto, mi familia te adora. Hasta mi hermana que odió a cada novia que llevaba a casa, siempre decía que eran unas vividoras y que solo querían ser parte de nuestra familia, pero contigo, todo fue distinto, se quedaron impactados esa noche, y hasta la fecha, siempre me dicen que eres lo mejor que ha entrado a nuestra familia.  ―Estaba callada. Escuchando cada palabra, algo inquieta de lo que estaba hasta hoy, contando. Hasta que…

―Espera, ¿Solo por eso te quieres casar conmigo?

―No solo por eso, hoy mi padre me ha informado que cuando nos casemos en dos semanas, me hará socio de la empresa, ¿No es genial? Ganaré más y podré darme la vida de lujo que tienen ellos. ―Solté un largo suspiro.

― ¿Y los planes de independizarte? ¿De hacer tú propio negocio y no depender del apellido y la empresa de tu familia? ―Oliver torció su labio, noté como apareció la irritación.

―Mira, si me va bien, te irá bien.

―Okey, entonces, si sabes que se lavar, planchar, hacer comida, tejer, hasta bordar, pintar, tocar piano, y hablar cinco idiomas, por qué en estos tres años y en ese cerebro que cargas las veinticuatro horas olvidas que mi latte lleva una de azúcar.

―Por Dios, Lilly, solo es azúcar. ―se quejó. ―Cuando nos casemos será todo distinto, me grabaré en un tatuaje si es necesario que tomas una de azúcar en ese maldito latte. ―se levantó de un movimiento lanzando la silla hacia a atrás. ― ¿Has escuchado siquiera lo que he dicho? Seré socio, ―negó lentamente sin dejar de mirarme. ―A veces deberías de dejar de pensar en ti. ―luego desapareció de la oficina.

―En fin. ―murmuré, entonces recapitulé que Oliver andaba más inquieto que antes, a la defensiva, me contestaba de mala gana, y entonces lo asumí a la fecha cercana de nuestra boda…“Nervios prenupciales”.

Al mediodía, Leah me esperó en una cafetería a dos cuadras de la empresa donde trabajaba con Oliver, era de su familia y yo era parte del equipo de administración.

―Dile que dije yo que se lo haga en el trasero, tienen tres años Lilly y ¿Aun no recuerda que tomas una de azúcar en ese latte? No pues, para ti no es preocupante pero para mí es un hijo mamón hijo con mamitis que debía de saber más cosas de ti, como por ejemplo que odias comer sola, ―alcé mis cejas.

―Eso no es cierto. ―me quejé.

―Por favor, llevas dos años trabajando para ellos y son dos años de almuerzos juntas, aclaro, ―levantó ambas manos―me encanta comer con mi hermana, pero si no puedo hacerlo, te amarras la tripa y hasta que llegas al departamento es que comes.

―No todo el tiempo almorzamos juntas.

―Si se te atraviesan seminarios, no. Si se te atraviesa una comida con tus suegros, no. Pero si, el resto de los demás horas de almuerzos son conmigo. ―Ella sonrió triunfante a mi silencio.

―Tonta. ―solté en un tono divertido.

―Pero así me quieres, bruja. ―luego ladeó su rostro. ― ¿Puedo ser sincera? ―corté mi carne y me llevé un trozo a mi boca, luego asentí, saboreando lo jugoso que estaba. ― ¿No crees que Oliver ha cambiado en los últimos meses desde que se comprometieron? ―arrugué mi ceño, sabía que había un cambio en él, pero no tenía en sí desde cuándo. Terminé de comer.

―Bueno, te cuento todo, aparte de mi única hermana, eres mi mejor amiga.

―Y tú la mía. ―dijo antes de dar un bocado a su comida en el tenedor.

―Y seré igual de sincera como siempre, ―di un trago a mi copa de agua y acomodé mis palabras. ―Sé qué Oliver ha cambiado, sé qué hace poco ha empezado a…―no sabía cómo decirlo sin sentirme ridícula. ―notarse algo más…

― ¿Déspota? ―negué a toda prisa.

―No es esa palabra, es más como si se sintiera presionado por nuestro compromiso.

―Debe de ser por qué verás su verdadera cara. ―murmuró irónica.

―Detente, estoy hablando en serio.

―Yo también, ―dejó su tenedor al lado de su plato, luego me miró fijamente lista para decirme lo que se ha callado. ―Pero desde antes de comprometerse, era un hombre dulce, amable, podías hablar con él sin ese tic de intentar impresionar con la riqueza de su familia, el recordarte que te estas casando con un hombre que tiene un apellido importante, y como lo dijo su padre, “Es su dinero, no el de él.” Se metió a nuestros padres en sus bolsillos, pero a mí no. Y ahora que lo has notado, yo ya lo había visto.

―Sabes algo. Dímelo. ―pedí a mi hermana y ella tomó aire y lo soltó lentamente.

― ¿Aiden? Mi jefe, ¿Recuerdas? ―asentí, recordé al hombre de corbata desarreglada en el pub donde ella había festejado su cumpleaños el año pasado. Nos había presentado y cuando fue el turno de su jefe de presentarlo con Oliver, se había quedado tenso y el saludo fue de fugaz. Y no le había dado importancia. ―Hace un par de semanas lo vio en un lugar de citas.

Alcé mis cejas con sorpresa.

― ¿De citas? ¿De esas casas de citas donde eligen mujeres para tener sexo en cuartos?

―Si de esos, dice que la primera vez que pareció verlo fue días atrás de mi cumpleaños del año pasado. Por eso se tensó cuando los presenté, pero su indiferencia lo hizo dudar.

― ¿Por qué no me lo habías contado? ―casi levanté el tono, pero tenía que tranquilizarme, había gente a nuestro alrededor.

―Por qué no era seguro que fuese él, hasta que hace semanas atrás se lo volvió a encontrar y confirmó que efectivamente era él la primera vez que lo vio, y esta vez se encontraron en las escaleras y le dijo que no dijera nada, me lo ha confesado ayer antes de marcharse cuando me preguntó si era cierto lo del compromiso, pero no sé cómo podía abordar el tema anoche hasta que lo digerí bien.  ―Nos quedamos en silencio, bajé la mirada a mi plato de comida a medio terminar, no me imaginé a Oliver teniendo sexo con otras mujeres. Y eso me quitó abruptamente el apetito.

―Tengo que hacerme estudios. ―levanté la mirada a ella.

― ¿Estudios? ―entonces formó una “o” con sus labios. ―Más vale que estés sana o hundiré mi puño en su cara y mi tacón en su trasero.

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