4. Keira

—¿Qué te parece? —pregunta Andrea con una botella de tequila y dos vasos en la mano.

Hoy la vamos a pasar a lo grande.

—Genial. Es lo que necesito —le comento mientras nos sentamos en el piso de la pequeña sala de mi departamento.

—Ahora sí, cuéntame con detalles que fue lo que pasó hoy —vierte el tequila en cada vaso—. Coño, se me olvidó coger la sal y los limones, los dejé en la encimera.

—Yo voy —le digo mientras camino a la cocina—. Acaso tu chico no te lo ha contado ya. Aquí tienes —le extiendo la sal y el plato con rodajas de limón.

—Primeramente, no es mi chico, es solo un pasatiempo. Segundo nada más me dijo que habías llegado tarde y habías montado un espectáculo en mitad de la recepción.

—Te resumo la historia para que no te canses. Al llegar tarde, la recepcionista no me dejó pasar a la entrevista, hice lo que pude, inventé una mentira a modo de excusa, pero ella pidió que me fuera, que si la puntualidad es un requisito indispensable y un montón de m****a que aprende a decir para ganarse el título de trabajadora del año. Obviamente, le dije todo lo que me vino a la cabeza en ese momento, e incluí también al señor Stone y resulta que él estaba detrás de mí escuchando todo.

Andrea, abre la boca de asombro.

—¿Cómo? —sal, tequila y limón—. Ahora sí perdiste la oportunidad de trabajar ahí.

—Ya la había perdido llegando tarde. —hago lo mismo, sal, tequila y limón—, y si creíste que te lo había contado todo, aún falta. El grandioso señor Stone es el mismo hombre que me había puesto sumamente nerviosa la noche anterior.

—Ahora entiendo. Cualquiera se volvería tímida delante de Aiden Stone.

—¿Cómo lo conoces? ¿Ya te acostaste con él? —inquiero.

Y no sé cómo, ni el porqué, pero mi cuerpo reproduce pequeños espasmos de molestia nadamás con hacer la pregunta.

—No cariño, aunque no sería una oportunidad para desaprovechar. Existen las redes sociales, ¿lo sabías?. Deberías meterte más en el mundo famoso y dejar un poco las películas de miedo.

—Me importa una m****a lo que hagan con su dinero toda esa pila de multimillonarios.

—Tienes razón —ignora lo que acabo de decir—, el hombre lo tiene todo y un poco más —me parafrasea.

Sal, tequila, limón. Otro trago. Otro más. Y otro. Ya no estoy de la manera más cuerda.

Tocan el timbre.

—Ya voy tranquila —le digo a Andrea.

Camino hacia la puerta. Mis pasos no son firmes, estoy pasando un poco de trabajo para llegar. La abro, no veo a nadie. Salgo de mi apartamento un poco más y tampoco.

—Debió ser una broma de adolescentes —expreso mientras doy media vuelta para volver a mi casa—. Creo que el exceso de tequila, me está haciendo alucinar. Estoy viendo al señor Stone, no, el señor Stone no porque no es mi jefe, a Aiden frente a mí —me paso las manos por los ojos. Sigue ahí. Camina hacia mí. Me agarra por la cintura y tira de mí hasta que me encuentro pegada a él. Estoy sintiendo su respiración en mi cuello.

—Mañana a las dos en mi oficina —dice y se marcha.

¡¿Qué coño?!

Entro nuevamente en mi humilde Penthouse de Mission.

—¿Quién era? —pregunta Andrea.

—Nadie. Solo fueron bromas de niños —le comento y me sirvo otro trago.

No sé si eso que sucedió ahí fuera es real. No sé si fue producto a todo lo que he pensado últimamente en el susodicho. Cómo puede saber dónde vivo. Y aunque lo supiera alguien como él no vendría hasta aquí.

—Ya —está demasiado tomada.

—Es hora de dormir —le enseño la botella vacía—, se acabó el tequila.

—Me voy entonces —dice ella, intentando levantarse, no lo logra, cae al suelo, tampoco puedo con ella.

—Mejor quédate. Duerme en mi cama —la ayudo a levantarse e ir a mi habitación.

Con demasiado trabajo la dejo sobre mi cama. Recojo una manta y una almohada en el armario y voy para la sala a dormir.

Me despierta el sonido de mi móvil. Es un número desconocido.

—¿Si? —contesto.

—¿Es usted la señorita Keira Buckett? —como sabe mi nombre y apellido.

—La misma.

—Hablo de parte del dueño de A.S Enterprises —¡¿Cómo?!!, retrocedo en cada palabra para creérmelo—. ¿Señorita, sigue ahí? —pregunta el chico al ver que no hablo.

—Sí, disculpe, continúe.

—Tiene una entrevista de trabajo a las dos. Mandó a recordárselo —entonces no fue un sueño, si estuvo aquí ayer.

—Está bien. Allí estaré.

Dejo el teléfono sobre la mesita y voy a la cocina a preparar café.

—No me lo puedo creer —digo en voz alta.

—¿Qué no te crees? —pregunta Andrea saliendo de mi habitación con muy mala pinta y con mis gafas—. Las tomo prestadas —me las señala.

—Ayer vino Aiden Stone hasta mi puerta a decirme que tenía una entrevista de trabajo hoy a las 2. En su momento pensé que eran alucinaciones producto del tequila, pero ahora me acaba de llamar un empleado suyo para recordarme la entrevista -le tiendo a Andrea una taza de café-. Está bien fuerte.

—Aiden Stone, el mismísimo guapo de A.S. Enterprises —se toma el café—. Nena, algo tuviste que haber hecho aquella noche en el club o en la recepción de su oficina para que se tomara esa atribución de venir él personalmente a darte la entrevista de trabajo.

—Nada de eso. Seguro es pura cortesía por lo mal que se portó su recepcionista —le doy un sorbo a mi café.

—Nena, no has oído hablar de él. Aiden Stone no es un tipo para nada cortés —comenta.

—Bueno, que importa. Tengo una entrevista de trabajo.

—Me quedaría contigo para celebrarlo, pero necesito recuperarme de esta cruda, mi turno en el Upcider comienza en pocas horas.

—Tranquila, te llamo más tarde.

—¡Ah! Esta vez asegúrate de ser puntual —expone.

—Intentaré. La puntualidad no es mi mejor aliada.

—Sé que no. Pero todo sea por un trabajo. Ahora sí me marcho.

Llegó puntual a mi cita. Son la una y cincuenta minutos. Entro y me encuentro con la misma mujer de ayer.

—Señorita Buckett, sígueme, el Señor Stone la espera —esta vez es muy amable. Este señor me asusta. Aunque bueno con un sueldo como el que te pagan aquí, no puedes darte el lujo de irte a jugar con tu suerte.

La sigo. Observo el lugar todo muy exquisito, una decoración estupenda, ventanales de vidrio por todas partes, cuadros y diplomas adornando las paredes. Pero hay un pequeño problema, no hay una mujer con la que me haya cruzado que hubiera usado jeans. Todas van vestidas impecable, con trajes de pantalón y tacones altísimos o vestidos muy finos.

Me vestía así en mi anterior trabajo. Por lo menos allá no había ese sistema riguroso con la ropa.

—Astrid —ella levanta su vista y nos observa, o mejor dicho me observa a mí —dile a Señor que la señorita Buckett está aquí.

Ella habla por el interlocutor.

—Si señor —le responde—. Está reunido, que espere un momento.

Llevo cinco minutos caminando de un lado a otro, hasta que la puerta se abre.

—¿Keira? —me dice el chico que sale de la oficina de Aiden Stone. Lo recuerdo estudiamos juntos en la prepa, pero dejamos de hablar porque se mudó a Nueva York.

—Enzo, no te conocí -nos saludamos con un beso—. Tanto tiempo sin verte. ¿Cómo te va tu vida de neoyorquino?.

—Bien. Hace días que estoy en la ciudad por negocios.

—Veo que te has hecho todo un empresario —expreso y le dedico una sonrisa.

Me alegra verlo así, se le nota más relajado o quizás feliz. La última vez que lo vi, antes de marcharse estaba mal, como nunca antes en su vida.

—¿Por qué no nos tomamos un café más tarde y me pones al día con tu vida? —me pregunta él.

Veo que Aiden nos observa, así que mejor será que entre, no quiero perder esta otra oportunidad.

—Por qué no. Dame tu teléfono —intercambiamos números— mándame un W******p con el lugar y la ahora.

—Está bien. Hasta más tarde.

Sonrío.

Camino hacia la mesa del rey, no tiene buena cara.

Estás a tiempo de huir Keira. Si te quedas tendrás que convivir cada día con su humor.

—Cierra la puerta —me dice serio y empieza a leer unos papeles.

Llego hasta él y me siento en una de las sillas que quedaban al frente de su mesa.

—Acaso dije que se sentara —habla sin mirarme—. Este no es su departamento en Mission. Aquí se hace lo que diga yo.

Me levanto de la silla. Ahora mismo tengo ganas de meterle la silla en la cara. Pero tengo que contar hasta diez y ya, es muy buen empleo.

—Keira Buckett, ¿es ese su nombre verdad? —pregunta él.

—Me lo pregunta o me lo afirma. Porque dado el hecho de que sabe a donde vivo, me parece normal que se sepa mi nombre.

Levanta los ojos de los papeles que revisaba. Me fulmina con la mirada. Siento mis piernas flojas, como cada vez que me observa de esa manera.

—Esa boquita puede traerte demasiados problemas conmigo.

No sé si fue de la manera que lo dijo o como me recorrió con la mirada, pero, mi mente entendió otros tipos de problemas.

—Señor Stone, no le tengo miedo. Si no tengo posibilidad de trabajar aquí, solo dígamelo y así nos ahorramos el tiempo los dos.

Se levanta de su silla, rodea el escritorio y se sienta sobre él frente a mí.

—Cree usted que yo tengo que estar haciendo obras de caridad para las personas. Montones de candidatos hay para ese puesto que tú quieres. No me lo pongas difícil, que apuesto que no vas a encontrar un trabajo mejor.

No respondo. Tengo que aprender a callarme. No tengo trabajo y lo necesito.

—Trabajó en Logistic Company nc por dos años —como sabe el tiempo, si en el archivo no lo había puesto.

Rasgo tres desbloqueados: controlador.

Pienso que mencionando los dos rasgos anteriores caería en una redundancia, pero, por si aún le pudiera quedar duda a alguien, el puesto uno y dos de la personalidad de aquí mi jefe son ogro y mandón.

¿Dónde dejas lo sexy, cariño? —me recuerda mi subconsciente.

—Así es señor. Aún estaría trabajando allí, pero un cambio de propietario alteró mi vida y no precisamente para bien.

—También fuiste recomendada por tu antiguo jefe.

No dudo que mi antiguo jefe no tuviera quejas de mí, sin embargo, no he tenido comunicación con él desde hace mucho tiempo. Supongo que si Aiden dice que fui recomendada, así será.

Suena mi teléfono. Es un W******p de Enzo. Sonrío. Hace mucho que no compartía con él. Me alegra un montón volver a verlo.

Stone me mira demasiado serio. Guardo el teléfono. Me temo que el humor de perros del señor llega a niveles incalculables.

—Para trabajar aquí es importante que tengas claro algunas cosas: llegar a la hora correcta siempre, que sería a más tardar a las ocho. Cada orden que de es hecha en menos de cinco minutos y si para usted cinco minutos no son nada para mí es mucho tiempo. Vestir ropa adecuada, que obviamente no es esa —vuelve a sonar mi teléfono—. Y por último en horario laboral no se utiliza el teléfono —se para frente a mí y cerca un poco su cara—. ¿Queda claro?

—Sí señor. Clarísimo —afirmo.

Él se mantiene unos segundos así, cerca, demasiado cerca, aunque ya haya obtenido mi respuesta. Parece debatir en su interior sus próximos movimientos, pero finalmente se aleja.

—Bien —se sienta nuevamente en su trono—, comienza mañana.

—Bien —imito su tono—. Hasta mañana.

—Dime mamá —la llamo apenas salgo de la empresa—. Ahora fue que vi tu mensaje. Estaba en una entrevista de trabajo.

—Que bien cariño. ¿Cómo te fue? —indaga mi madre al otro lado de la línea.

—Bien mamá. Habla tú, ¿dime que pasa?.

—Vayamos a comer a Lolinda.

Presiento algo raro. Primero, su voz, no es precisamente emocionada. Segundo, mi madre hace muchísimo tiempo que no me llama para comer. Soy yo la que voy a visitarlos.

—Vale mamá, nos vemos allí en media hora.

Me da tiempo todavía arreglarme para ver a Enzo.

Entro a Lolinda. Busco a mi madre. Allí está en una de las mesas del centro.

—Mamá —la saludo—. ¿Sucede algo?.

—Tenía ganas de verte cariño, llevas una semana sin ir a casa —comenta ella agarrando mi mano. Sé que algo pasa.

Llega el camarero.

—Dos Flourless Chocolate Cake —le dice mi madre—. Recuerdo cuanto amas el chocolate.

—Discúlpame, pero andaba un poco complicada. Ahora dime que pasa. Sé que algo sucede.

—Lo siento cariño, hoy es un buen día para ti, acabas de tener otro empleo. Pero tu padre...

—Dime mamá ¿Qué sucede con mi padre? —empiezo a desesperarme.

—Se le ha detectado una enfermedad. El doctor dice que no tendrá riesgos si se opera a tiempo. El caso es que es caro el tratamiento. Ya conseguí trabajo en una tienda de ferretería y el tiempo disponible hago costuras. Pero aun así necesitamos un tanto más.

—Mamá haremos todo lo que haya que hacer para que mi padre se cure. Cuenta con todo lo que gane. Mientras tanto te daré mis ahorros y conseguiré otro trabajo para tiempo parcial —mi madre me abraza.

Sé que a mi papá no le haría ni la mínima gracia esta situación, más allá de la enfermedad, es estar sin poder hacer algo o saber que estamos trabajando un poco más para ayudarlo. Lo sé porque soy un tanto como él, no soporto que las personas se sacrifiquen o trabajen por algo referente a mí.

Cuando cumplí la mayoría de edad, a pesar de que en casa estaba muy bien, me fui a vivir sola. Desde ese momento lucho por mis propias cosas.

—¿Dónde está papá?.

—En casa. Tendrías que ir a verlo. Estar sin trabajar no le pone de muy buen humor.

Y eso lo sé bien.

—Está bien mamá pasaremos por mi casa y luego iremos.

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