10. Keira

Suena la alarma del teléfono. Deslizo el dedo para apagarla. Cojo la otra almohada y me la pongo en la cara. Me levanto de la cama directo al baño, me doy una ducha y me cepillo los dientes.

Miro el reloj son las siete. Abro mi armario y observo.

—Usar ropa adecuada, que obviamente no es esa —imito la voz del rey.

La verdad es que no tengo nada adecuado.

Cojo un pantalón negro, una blusa blanca muy sencilla, mi chaqueta color negra y mis tenis blancos.

Me sirvo una taza de café. Meto unas chocolatinas en mi bolso y salgo para mi nuevo trabajo.

Llego exactamente a las ocho a la empresa.

—Buenos días, señorita Buckett —me saluda la recepcionista. Esta es la segunda vez que se muestra agradable. Asusta Aiden Stone...de verdad asusta.

—Buenos días.

—Novena planta al final del pasillo, ahí pregunte por Abby. Ella le indicará.

—Gracias. —Ella asiente con una sonrisa.

No pienso coger el elevador, me da un miedo terrible los espacios cerrados.

Tomo las escaleras y subo las nueve plantas. Me apoyo a una pared y respiro profundo. No ha sido fácil, si tengo que subir estas nueve plantas así todos los días me muero.

Respiro una última vez. Al levantar la cabeza doy un salto.

M****a.

Ahí está él con su irresistible pose de modelo de revista.

—Señor Stone. —Este hombre protagoniza la película de terror de mi vida.

—Buckett tienes algún problema de audición o decides ignorar lo que digo. —Menudo humor.

Caigo en la cuenta que debe ser por la ropa porque me mira de arriba a abajo.

—Señor. En mi antiguo trabajo me vestía de esta manera, no había un control estricto con la ropa.

—Me importa bastante poco, aquí se hace lo que ordene. Será la última vez que vengas a trabajar así.

—Está bien señor. —Camino hasta el final del pasillo. Hay dos puertas por lo que no sé cuál es la que debo abrir.

—Tú debes ser la señorita Keira Buckett —me dice una mujer que camina en mi dirección.

—La misma —le comento.

—Abby More. —Me tiende la mano a modo de saludo.

—Mucho gusto señorita More —le devuelvo el saludo.

—Solo llámeme Abby. —Asiento—. Sígueme.

Abre la puerta que quedaba a la derecha. Al entrar en la pequeña oficina mis ojos se quedan mirando embobados cada espacio del lugar. Decir maravilloso es poco para expresar que tan genial se ve esta oficina. Es pequeña, pero tiene todo lo que necesito para trabajar. Frente a mí se encuentra un ventanal de vidrio que me permite ver gran parte de la ciudad de San Francisco. Un sofá para dos personas, una pequeña alfombra que compartía un mismo espacio con una mesita sobre la que se encontraba una lapto. Más adelante está una mesa un poco más grande sobre la que había documentos bien organizados. En la pared había cuadros bien lindos. No soy admiradora del arte, pero me gusta como le dan más belleza a este sitio.

—Esta será tu oficina —comenta Abby—. El señor Stone es muy estricto con el trabajo, el tiempo y la organización. Es maníaco del control, por lo que te recomiendo que andes muy atenta a todo y cumplas las órdenes al menor tiempo posible. —Abro los ojos, ella sonríe—. Te adaptarás.

—Muchas gracias Abby. —Sonríe en respuesta a mi agradecimiento.

—Te dejo para que te familiarices con tu nueva oficina.

—Gracias. —Sonrío—, nuevamente.

Ella se marcha y yo me siento entre el sofá y la pequeña mesita, cruzo mis pies y hecho la cabeza ligeramente hacia atrás.

Me pregunto si podré aguantar tanta locura. Me asfixia sentirme presionada. Eso sin mencionar que tendré que subir nueve plantas todos los días por las escaleras.

Abro la lapto y voy a G****e, Aiden Stone es lo que quiero buscar. Un montón de fotos de él con su perfecta anatomía tapada con sus trajes a medida.

—Vaya, como puede ser que nunca sonríe —comento en voz alta.

— ¡Oh! Salió en la portada de la revista Forbes el año pasado —continuo hablando sola—. No solo en esa también en la People, en WebMD Magazine y Cosmopolitan.

—Nada de su vida privada, ni mujer, ni hijos, ni pasiones, ni aficiones, nada, únicamente datos profesionales.

—Es un misterio.

Me sumerjo tanto en las noticias de mi jefe que no me percaté de la intromisión de alguien en mi oficina. La culpa es de Andrea por incitarme a hurgar en la vida de los famosos.

—Si tanto te interesa saber de mí porque no agendas una entrevista con mi secretaria en vez de estar chismeando en horario laboral

¡Tierra trágame!

Me levanto lo más rápido que puedo del suelo y me paro frente a él.

—Disculpe. —Es verdad que he cometido la mayor estupidez de mi vida, ahora mismo me siento una idiota.

—Buckett, veo que usted no se toma en serio su trabajo —comenta el mientras camina hasta el ventanal y ahí se queda de espalda.

—Sí señor, me lo tomo en serio.

—Pues no lo parece. No es la primera vez que le tengo que llamar la atención por algo. Créeme cuando digo que no tengo mucha paciencia.

—Lo siento señor no volverá a pasar.

—Serás mi secretaria la próxima semana.

¡¡¿Qué?!!

— ¡¿Qué?! —Camino hacia él, se gira hacia mí.

— ¿Algún problema? —me pregunta.

—Sí. Resulta que yo estudié para este puesto, es lo que llevo haciendo hace dos años y es lo que me gusta hacer.

No me quedaré callada. Una cosa es el respeto, otra la sumisión.

—Y resulta que yo soy el que manda en este lugar. ¿Tienes algo más que agregar?

Estoy a punto de tirar todo esto a la m****a, coger mi bolso y salir de aquí. Pero caigo en la cuenta que es mi única oportunidad de empleo, que tengo que ayudar a mamá con el tratamiento de mi padre. Recapacito.

—Una semana pasará rápido —pienso.

—No señor no hay nada más que agregar usted manda.

—Sígueme —me dice de mala forma.

Sigo su paso, me cuesta un poco de trabajo seguirle el ritmo. Nos detenemos frente al elevador. Las puertas se abren.

El miedo invade mi cuerpo.

Él entra y me observa esperando que haga lo mismo.

—Lo siento. No puedo entrar ahí. Tengo claustrofobia.

— ¿Buckett pensará subir y bajar doce plantas todos los días?

Joder.

Si en nueve plantas casi me fatigo, en doce me da porque me da.

—Claro que no quiero. ¿Pero qué puedo hacer? Tengo claustrofobia no me escuchó.

—Nunca dejes que tus miedos adquieran más fuerza que tú. Respira profundo. Mentaliza como puedes lograrlo y hazlo.

Cierro mis ojos. Suspiro profundo. Doy los tres pasos que me faltaban para entrar en el ascensor.

—No puedo, realmente no puedo —me pongo las manos sobre los ojos.

—Buckett respira —Cumplo la orden mientras él indica el duodécimo piso.

El elevador comienza a andar. Las manos me tiemblan. Vuelvo a cerrar los ojos.

De momento el elevador se detiene.

— ¿Pero qué coño? —ruge Aiden.

Me lanzo hacia él. Lo agarro bien fuerte. No puedo evitarlo. Busco un modo de respirar en él. Es ingenuo, ilógico, irreal, pero, algo en mí me indica la supervivencia en él. Como si tuviera la cura a mi problema, como si no dejara que me sucediera nada.

—Siento que no puedo respirar —digo mientras mis ojos se llenan de lágrimas.

—Buckett, tranquilízate —ordena y toma mi cara con ambas manos—. Respira —me dice muy cerca. Lo miro fijo a los ojos, las lágrimas brotan de los míos, no sé si fue el miedo o el estar tan cerca que comencé a besarlo. Me aferré muy fuerte a él. Y solo me bastó este beso para descubrir por qué era tan popular con las chicas, este hombre sabe muy bien todo lo que hace. El ascensor continúa su curso y él se separa.

—Buckett, vence este miedo, porque no puedo darte un beso todos los días para que puedas cumplir con tu trabajo.

¿Qué?

Menudo cabrón. Me odio mil veces por ser tan estúpida. ¿Qué pensabas Buckett que esto es una novela de E. L. James? ¿Cómo pude besar a semejante arrogante que además es mi jefe?.

Llegamos a la planta doce. Las puertas se abren y frente a nosotros se encuentran alrededor de diez empleados. Joder que es esto.

— ¿Qué coño pasó con el ascensor? —grita Aiden.

—Señor, lo sentimos. Fue un problema técnico, una pequeñez —dice una de las diez personas.

— ¿Una pequeñez?. En serio. ¿Para qué coño les pago? Acaso es gracioso que alguien se quede atrapado ahí. —Señala el elevador—. Si tú tuvieras claustrofobia y te quedaras encerrado ahí dijeras que eso fue una pequeñez —le dice al hombre que anteriormente había hablado—. Hagan mejor su trabajo, me importa una m****a cuanto tiempo lleven aquí, si no cumplen con su trabajo cambio a todo el personal por personas más capaces. Espero que les quede claro —concluye y un silencio sepulcral hace paso en toda la sala—. Ahora vayan todos a trabajar.

Continuo siguiendo sus pasos. Este señor es el rey del control. Me asusta. Me asfixia. Me atrae.

¿Me atrae?

—Astrid mueve tu culo hasta aquí. —Llama Stone a su secretaria—. Buckett espera afuera.

Aproximadamente tres minutos después sale la chica con una cara de felicidad inexplicable. Recoge sus cosas.

—Gracias. Me has hecho un gran favor —comenta al pasar a mi lado.

¿Me está tomando el pelo, verdad?

— ¿No entiendo? —expreso con duda. Realmente no sé en que le favoreció esto. Es su empleo. Yo estaría furiosa.

—Te recomiendo que tengas mucha paciencia. La necesitarás —diciendo esto se marcha.

Genial. Tanto que me han gustado las películas de terror y ahora mi vida es precisamente eso. No sé que puede pasar conmigo de un momento a otro. Universo si tienes algo en mi contra házmelo saber ya.

Continuo mi paso hasta él.

— ¿En qué momento te pedí que pasaras? —Su voz es ronca. Está sentado en su majestuosa silla presidencial de frente a su enorme ventanal.

¿Cuántas humillaciones más tengo que pasar? ¿Cuánto más va a burlarse de mí?.

Paciencia Buckett, paciencia -repito en mi mente esa frase unas cincuenta veces.

—Lo siento señor Stone. Como comprenderá no soy una secretaria. Esperaba que me explicara que debo hacer.

—En mi empresa debes estar preparada para cualquier puesto. —Se gira hacia mí—. Ahí fuera en esa mesa —Señala la mesa de Astrid que está lado derecho de la puerta—, pasaras tus próximas dos semanas. Y harás lo que ordene en menos de cinco minutos.

— ¿No había dicho usted que era solo una semana? —Abro las manos en señal de duda.

—El tiempo no te interesa. —Me mira de arriba a abajo—. Ahora traeme un café.

Protestando camino sin sentido, digo sin sentido, porque es mi primer día, no sé nada de esta empresa.

—Buenos días —le digo a una mujer que se cruza por mi camino—. ¿Dónde puedo buscar café?

—La cafetería se encuentra en la primera planta —comenta ella muy cortés.

—Gracias. —A lo que ella asiente con una sonrisa.

Acaba de enterarse de que tengo claustrofobia y me envía a buscarle un café a la primera planta. Se puede ser más cabrón. Yo creo que no.

Me paro frente al ascensor. Respiro. No puedo. No lo voy a hacer. Sé que sonará estúpido y hasta un poco ilógico, pero él me daba un poco más de seguridad ante el miedo. Aunque estaba aterrorizada sentía que no me pasaría nada.

Intento dar un paso. No voy a entrar ahí. Tomo las escaleras. Miro hacia abajo. No lo pienso más y comienzo a bajar. Llego a la primera planta sin fuerza. Me siento en el primer escalón, cruzo las manos sobre las rodillas. Apoyo la cabeza sobre las manos. Inhalo, exhalo.

— ¿Preciosa te encuentras bien? —Levanto la cabeza y veo a un chico rubio que se agacha frente a mí.

Muevo la cabeza porque no estoy dispuesta a hablar. De pronto empieza a nublarse mi campo de visión. No veo nada. Me siento mal.

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