Muchos, muchos años después…
El tiempo pasa y no se detiene, las situaciones como el secuestro, el ver a alguien morir frente a nosotros, de cierta manera me habían marcado en el alma, como un recordatorio de que nadie tiene la vida comprada, que todos tenemos una cita con la muerta, pero mientras llegase el día, tenías que abrazar la vida.
Esas palabras siempre se había remarcado en el camino a nuestras gemelas, que vivieran la vida y la disfrutaran al máximo.
Alexander sonríe cuando alcanza mi mano, la eleva lentamente a sus labios y deja un beso tierno, sincero y luego la entrelaza con la suya, el ruido de las olas golpear, se había hecho parte de nuestra música de fondo cuando compramos la casa de la playa, habíamos decidido vivir nuestros últimos años juntos, cerca del mar.
Alexandra se había casado dos a&nt
La espuma se expande a lo largo de la superficie de la bañera. El olor a jazmín inunda el cuarto de baño, ella lentamente asciende a la superficie, dejando que sus cabellos castaños se queden adheridos a su pálida piel. Atrapa aire bruscamente, mientras que con ambas manos se retira el cabello de su rostro. —Tu madre sigue esperando en el comedor, Tara. Tara pone los ojos en blanco al comentario de su querida nana Julya. Estaba harta de las reglas de su propia madre, el horario de la cena, el cómo tiene que portarse, la forma de vestir y, la forma de hablar. Simplemente es absurdo para ella. Ya iba a cumplir veintiún años y rogaba a Dios poder irse un día de la hacienda, un lugar al que considera una cárcel de oro. S
—Mucho gusto, soy Tara Miller, señor Cooper—Tara extendía su mano hacia el hombre alto que vestía muy formal. Cuando sus manos se tocaron, Alexander pudo sentir como un tipo de electricidad le recorría la espina dorsal. Como si fuese algún tipo de advertencia. —Alexander, puede decirme solo Alexander—respondió en un tono frío hacía Tara. Esta no estaba en lo absoluto sorprendida por el atractivo del él. Aunque no pasaba desapercibido a ella no le llamaba algún tipo de atención. —Bueno, ya listas las presentaciones, pasemos a sentarnos. Tara ocupa tu lugar, por favor. Sofía, como siempre presidia en la silla principal, a su mano derecha Tara y enfrente de esta, Alexander. Alexander intentaba bloquear la curiosidad por la mujer que estaba frente a él. Julya entraba con el resto de la cena. —Tara, Alexander es un empresario muy poderoso en New York, está interesado en comprar algunas tierras de la hacienda y entre otros asuntos, pero eso
—Mierda, eso dolió nana—protestó Tara—Sinceramente y sin ofenderte no quiero usar esto tanconservador—se sobó el lugar del pinchazo de la aguja. Julya levantó su mirada divertida. —Si te sigues moviendo te voy a volver a pinchar otra vez con la aguja. —exclamó divertida. Aunque eso no tenía nada de divertido para Tara. Ésta se volvió hacia el espejo de cuerpo completo y comenzó a verse de pies a cabeza. Y estaba más que decepcionada. —Esto no muestra nada de piel, nana ¿Acaso no puedes ser más actualizada? —soltó irritada al espejo. Era un color verde oliva, la tela pesada y brillosa caía a sus pies, manga tres cuartos y cuello alto. Un terrible estilo de vestido. —Tara, así lo ha pedido tu madre, van a ir muchas personas importantes de los alrededores y empresarios del extranjero, incluyendo al señor Cooper. —Tara soltó el aire, irritada. — ¿Ese tipo? Dios nos libre, es un pesado. Lo poco que lo traté hace como tres semanas, lo pillé m
— ¿Tara? Apura ese trasero y deja de soñar despierta, tenemos el tiempo contado por tu madre. — ¿Llevas mis frutas favoritas? —Julya sonrió asintiendo al mismo tiempo. —Sí y tus ciruelas, ah y las fresas para el postre de queso que haremos en la tarde. —Julya se concentraba en llevar todo en la canasta semanal. —Vieja pero no olvidadiza, nana—Tara carcajeó entre bromas con su nana. —Vieja tu bisabuela, yo apenas cumplo 65 años—se hincha el pecho de orgullo. —Vale, no te enojes. ¿Vamos rápido a la pastelería? —rogó Tara a su nana. —Ten cuidado de que no te mire Pedro emocionada, acuérdate que son los oídos y ojos de tu madre, si sospecha que tienes un pretendiente, lo desaparece—murmuró Julya cerca de Tara en un tono bajísimo. —Calla, nana. Dios no lo quiera, mi madre no llegaría a tanto—soltó un suspiro—solo son pastelitos de sabor. —Sí, «solo son pastelitos de sabor» Ese joven solo te coquetea, Tara, y cree que con uno
Tara se observó en el espejo de cuerpo completo, estuvo a punto de romperse a llorar de la ira. El vestido que su madre le ha mandado a hacer era demasiado conservador, casi no mostraba nada de piel, se veía como una señora con un vestido hasta el cuello, muñecas y arrastrando la alfombra, cuando debería de vestir acorde a su edad. ¿Qué es lo que está pensando su madre? ―Es...―su quijada se tensaba e intentando contenerse de la frustración―...muy, muy conservador. Podría ser mi madre cincuenta años atrás. La nana Julya se asomó desde detrás de Tara ladeando su cabeza y observando detenidamente el gesto de ella a través del espejo, sabía que el vestido que tenía puesto era una exageración por parte de Sofía, pero quie
Julya pasó de un lado a otro demasiado nerviosa, sabía en las broncas que se iba a meter, pero por Tara no le importaba, daría su propia vida por verla feliz. Escuchó la puerta del baño de Tara abrirse y ella distraída no la vio, tenía una toalla enredada en su cabeza y una bata de algodón en color gris y arrastraba sus pantuflas por el piso de duela oscura. ― ¿Te falta mucho? la peinadora y el maquillista están esperando, la gente ya empieza a llegar y tu madre está a punto de terminar de arreglarse, cuándo mire a los profesionales sentados en la sala, va a armar una guerra. Julya estaba realmente preocupada, Tara se acercó y la abrazó. ―Tienes que relajarte, no es que me vaya a hacer mucho, ya sabes, el vestido y el pelo. ― La soltó y se encamina al gran armario de la habitación, Julya sonrío al recordar su regalo de cumpleaños. ―Haré pasar a la gente que te va a arreglar, antes de que se encuentren con tu madre y se desate la tercera guerra
Tara se miró por última vez en el espejo de cuerpo completo, está a punto de romper a llorar de la felicidad al ver el vestido color dorado en ella, "es hermoso" se murmuraba para ella misma. Estaba lista para bajar y mezclarse entre los invitados. Alcanzó su capa sedosa y antes de salir se puso el antifaz. Era lo mejor de la noche, invitados detrás de una máscara vestidos en elegantes trajes de etiqueta, tal y como había escuchado de su madre unas semanas antes. ―Señorita Miller, ¿Gusta algo para degustar? ―una mesera se acercó a ella cuándo estaba a punto de terminar de bajar el último escalón. ―Sí, gracias―le ofrece una delgada copa de un líquido dorado y burbujeante. Tara da un sorbo y siente como el sabor llena
Tara buscó el grupo dónde había dejado a Alexander y a su madre, pero no apareció por ningún lado. "Mejor" se dijo Tara. Alcanzó otra copa y caminó distraída por la orilla de jardín, viendo desde ahí a todo mundo quienes no dudaban en divertirse, sintió una opresión en su pecho. ―Diversión. ―repitió esa palabra en voz alta. ―Ojalá supiera el verdadero significado de eso. Tara literalmente se escondió con una nueva copa en mano, se sintió por fin relajada ante tanto estrés que cargaba casi desde que había cedido su madre hacer la fiesta. No conoce a nadie, solo había escuchado los nombres de los hacenderos que están cerca de su casa, pero de ahí nada. Después de una hora de ver a todo mundo, decidió irse a su habitación, los ánimos se habían ido y el alcohol empezaba a marearla, no quería que nadie lo notara. Se maldijo entre dientes, si solo hubiese comido algo. Levantó de un costado su vestido para caminar más rápido, pero su huida es detenida por el agarre de Sofía