La espuma se expande a lo largo de la superficie de la bañera. El olor a jazmín inunda el cuarto de baño, ella lentamente asciende a la superficie, dejando que sus cabellos castaños se queden adheridos a su pálida piel. Atrapa aire bruscamente, mientras que con ambas manos se retira el cabello de su rostro.
—Tu madre sigue esperando en el comedor, Tara.
Tara pone los ojos en blanco al comentario de su querida nana Julya. Estaba harta de las reglas de su propia madre, el horario de la cena, el cómo tiene que portarse, la forma de vestir y, la forma de hablar. Simplemente es absurdo para ella. Ya iba a cumplir veintiún años y rogaba a Dios poder irse un día de la hacienda, un lugar al que considera una cárcel de oro. Sus ojos se detienen en su nana, mientras ella atrapa una toalla almidonada y la deja desenrollarse libremente hasta sus pies. La extiende hacia Tara en señal de: "Sal de la bañera, ahora" a ella solo le queda aceptarla.
—Estoy tan harta... ¿Ahora no puedo tomarme una ducha?
—Puedes, pero creo que dos horas son algo exagerado. Sabes cómo es tu madre, su techo...
Tara finaliza la frase por ella.
—...sus reglas.
—Exacto. Parece ser que no te importa al desobedecer cada orden de ella. Y yo ya no puedo estar metiendo pretextos para salvarte ese lindo y pálido cuello, Tara.
Termina de cubrirse con la toalla, Tara puede sentir el tono cansado de su nana, tenía razón en decirlo.
—No lo hagas a partir de ahora. Yo misma me salvaré este lindo y pálido cuello, además no puedes salvarme cada vez de que mi madre le da una rabieta por nada.
La nana Julya toma asiento en la orilla de la cama, mira hacia el gran ventanal que forma gran parte de la habitación. Tiene una esplendorosa vista al jardín principal de la hacienda, mientras Tara se pierde dentro de su armario para buscar ropa, después de diez minutos sale vestida con un sencillo conjunto: Pantalones negros, pareciera una segunda piel, sus botas debajo de la rodilla, una blusa de cuadros de color rojo con negro, de último momento decide dejarse el cabello suelto.
—Vamos. —dice ella acercándose a la puerta.
—Creo que podrías ponerte algo de maquillaje, estás demasiado pálida. Además, hay visita. ¿Recuerdas?
—Viene a ver a mi madre, no a mí. —Refunfuña, — Así que bajemos—Tara le regala una sonrisa a su nana, quien suelta un suspiro drástico, en señal de irritación.
—Cómo te gusta hacer que tu madre se moleste. Esta noche espero termine sin una pelea.
Tara espera en la puerta a su nana, y la rodea del brazo.
—Tranquila. Cenaré y me portaré como toda una señorita Miller ante nuestro invitado. Pero a la primera provocación de ella, me disculparé y me retiraré de la mesa sin decir nada. Ahora, ¿Con eso podrás dormir? —su nana negó con una sonrisa.
Caminan por el largo pasillo que las llevaría hacia a las escaleras principales, y de ahí al comedor principal.
Bajaron entre risas por las ocurrencias de Tara. Julya suspiró al dejarla al final de los escalones de madera, ya que tenía que revisar que la cocina estuviera perfectamente funcionando. El retraso de Tara para llegar al comedor había provocado que el tiempo de la cena se pospusiera. Había llegado el hombre que sería el nuevo socio de Sofía Miller y ésta le había ordenado a Julya que bajara con su hija en un corto tiempo, o ella misma iba por ella y eso no iba a terminar bien la noche aunque tuviesen visita.
Sofía Miller le ofrecía la mano al hombre apuesto que estaba entrando al comedor principal.
—Bienvenido a la Hacienda Miller, señor Cooper.
—Puede decirme Alexander.
El joven alto y muy apuesto, dejaba un beso en el dorso de Sofía. Ella sonrió a tal gesto.
—Podemos pasar a mi despacho, señor... perdón. Alexander. —se corrigió al instante. Alexander solo hizo un gesto con sus labios muy parecido a una sonrisa.
—Después de usted, señora Miller.
—Sofía. Si vamos a dejar a un lado las formalidades...—segundos después entraron al despacho.
***
— ¿Ahora soy yo quien espera? —murmuró Tara mientras dio un sorbo a su copa de agua.
La encargada de servir la cena estaba en la entrada a la gran cocina en espera de Sofía y así poder servir la cena.
— ¿No ha salido tu madre del despacho? —Preguntó Julya cuando puso una cesta de pan en medio de la mesa. Tara soltó un bufido y negó. Estaba irritada. Tenía hambre pero solo por fastidiar a su madre, podría irse a la cama sin cenar.
Julya al leer las intenciones de Tara, está le advirtió:
—Ni se te ocurra jovencita. Esperas a tu madre ahí mismo, no quiero tener que jugarme de nuevo el pellejo en dar explicaciones del por qué no has esperado.
Tara sonrió.
—Lo sé. Seguiré con mi palabra de no preocuparte, nana.
—Eso espero, Tara.
Minutos después, se escucharon voces venir del pasillo principal. La risa de Sofía se escuchó, Tara levantó la mirada y arrugó el entrecejo, intrigada por escuchar reír a su madre. Sofía no era de reír, a menos que fuera...no. Nunca reía. Los recuerdos que intentaba buscar Tara dentro de su cabeza solo para confirmar que hubo un tiempo en que si lo hacía, pero eran borrosos esos recuerdos. Sofía entró al gran comedor principal, y segundos después entró detrás de ella, el invitado. Alexander retiraba sus manos que se encontraban dentro de ambos bolsillos del pantalón cuando su mirada se encontró con la de Tara y se quedó prendado de los hermosos ojos verdes esmeraldas de la mujer que estaba a unos cuantos metros delante de él.
—Tara, te presento a Alexander Cooper.
—Mucho gusto, soy Tara Miller, señor Cooper—Tara extendía su mano hacia el hombre alto que vestía muy formal. Cuando sus manos se tocaron, Alexander pudo sentir como un tipo de electricidad le recorría la espina dorsal. Como si fuese algún tipo de advertencia. —Alexander, puede decirme solo Alexander—respondió en un tono frío hacía Tara. Esta no estaba en lo absoluto sorprendida por el atractivo del él. Aunque no pasaba desapercibido a ella no le llamaba algún tipo de atención. —Bueno, ya listas las presentaciones, pasemos a sentarnos. Tara ocupa tu lugar, por favor. Sofía, como siempre presidia en la silla principal, a su mano derecha Tara y enfrente de esta, Alexander. Alexander intentaba bloquear la curiosidad por la mujer que estaba frente a él. Julya entraba con el resto de la cena. —Tara, Alexander es un empresario muy poderoso en New York, está interesado en comprar algunas tierras de la hacienda y entre otros asuntos, pero eso
—Mierda, eso dolió nana—protestó Tara—Sinceramente y sin ofenderte no quiero usar esto tanconservador—se sobó el lugar del pinchazo de la aguja. Julya levantó su mirada divertida. —Si te sigues moviendo te voy a volver a pinchar otra vez con la aguja. —exclamó divertida. Aunque eso no tenía nada de divertido para Tara. Ésta se volvió hacia el espejo de cuerpo completo y comenzó a verse de pies a cabeza. Y estaba más que decepcionada. —Esto no muestra nada de piel, nana ¿Acaso no puedes ser más actualizada? —soltó irritada al espejo. Era un color verde oliva, la tela pesada y brillosa caía a sus pies, manga tres cuartos y cuello alto. Un terrible estilo de vestido. —Tara, así lo ha pedido tu madre, van a ir muchas personas importantes de los alrededores y empresarios del extranjero, incluyendo al señor Cooper. —Tara soltó el aire, irritada. — ¿Ese tipo? Dios nos libre, es un pesado. Lo poco que lo traté hace como tres semanas, lo pillé m
— ¿Tara? Apura ese trasero y deja de soñar despierta, tenemos el tiempo contado por tu madre. — ¿Llevas mis frutas favoritas? —Julya sonrió asintiendo al mismo tiempo. —Sí y tus ciruelas, ah y las fresas para el postre de queso que haremos en la tarde. —Julya se concentraba en llevar todo en la canasta semanal. —Vieja pero no olvidadiza, nana—Tara carcajeó entre bromas con su nana. —Vieja tu bisabuela, yo apenas cumplo 65 años—se hincha el pecho de orgullo. —Vale, no te enojes. ¿Vamos rápido a la pastelería? —rogó Tara a su nana. —Ten cuidado de que no te mire Pedro emocionada, acuérdate que son los oídos y ojos de tu madre, si sospecha que tienes un pretendiente, lo desaparece—murmuró Julya cerca de Tara en un tono bajísimo. —Calla, nana. Dios no lo quiera, mi madre no llegaría a tanto—soltó un suspiro—solo son pastelitos de sabor. —Sí, «solo son pastelitos de sabor» Ese joven solo te coquetea, Tara, y cree que con uno
Tara se observó en el espejo de cuerpo completo, estuvo a punto de romperse a llorar de la ira. El vestido que su madre le ha mandado a hacer era demasiado conservador, casi no mostraba nada de piel, se veía como una señora con un vestido hasta el cuello, muñecas y arrastrando la alfombra, cuando debería de vestir acorde a su edad. ¿Qué es lo que está pensando su madre? ―Es...―su quijada se tensaba e intentando contenerse de la frustración―...muy, muy conservador. Podría ser mi madre cincuenta años atrás. La nana Julya se asomó desde detrás de Tara ladeando su cabeza y observando detenidamente el gesto de ella a través del espejo, sabía que el vestido que tenía puesto era una exageración por parte de Sofía, pero quie
Julya pasó de un lado a otro demasiado nerviosa, sabía en las broncas que se iba a meter, pero por Tara no le importaba, daría su propia vida por verla feliz. Escuchó la puerta del baño de Tara abrirse y ella distraída no la vio, tenía una toalla enredada en su cabeza y una bata de algodón en color gris y arrastraba sus pantuflas por el piso de duela oscura. ― ¿Te falta mucho? la peinadora y el maquillista están esperando, la gente ya empieza a llegar y tu madre está a punto de terminar de arreglarse, cuándo mire a los profesionales sentados en la sala, va a armar una guerra. Julya estaba realmente preocupada, Tara se acercó y la abrazó. ―Tienes que relajarte, no es que me vaya a hacer mucho, ya sabes, el vestido y el pelo. ― La soltó y se encamina al gran armario de la habitación, Julya sonrío al recordar su regalo de cumpleaños. ―Haré pasar a la gente que te va a arreglar, antes de que se encuentren con tu madre y se desate la tercera guerra
Tara se miró por última vez en el espejo de cuerpo completo, está a punto de romper a llorar de la felicidad al ver el vestido color dorado en ella, "es hermoso" se murmuraba para ella misma. Estaba lista para bajar y mezclarse entre los invitados. Alcanzó su capa sedosa y antes de salir se puso el antifaz. Era lo mejor de la noche, invitados detrás de una máscara vestidos en elegantes trajes de etiqueta, tal y como había escuchado de su madre unas semanas antes. ―Señorita Miller, ¿Gusta algo para degustar? ―una mesera se acercó a ella cuándo estaba a punto de terminar de bajar el último escalón. ―Sí, gracias―le ofrece una delgada copa de un líquido dorado y burbujeante. Tara da un sorbo y siente como el sabor llena
Tara buscó el grupo dónde había dejado a Alexander y a su madre, pero no apareció por ningún lado. "Mejor" se dijo Tara. Alcanzó otra copa y caminó distraída por la orilla de jardín, viendo desde ahí a todo mundo quienes no dudaban en divertirse, sintió una opresión en su pecho. ―Diversión. ―repitió esa palabra en voz alta. ―Ojalá supiera el verdadero significado de eso. Tara literalmente se escondió con una nueva copa en mano, se sintió por fin relajada ante tanto estrés que cargaba casi desde que había cedido su madre hacer la fiesta. No conoce a nadie, solo había escuchado los nombres de los hacenderos que están cerca de su casa, pero de ahí nada. Después de una hora de ver a todo mundo, decidió irse a su habitación, los ánimos se habían ido y el alcohol empezaba a marearla, no quería que nadie lo notara. Se maldijo entre dientes, si solo hubiese comido algo. Levantó de un costado su vestido para caminar más rápido, pero su huida es detenida por el agarre de Sofía
Tara avanzó hasta quedar cerca al escritorio de su madre, Alexander caminó hasta quedar a unos cuantos pasos frente a ella, se metió ambas manos a los bolsillos de su pantalón de etiqueta. ―Dime tus condiciones―dijo ella. Alexander le hizo una seña de que tomara asiento en el sillón individual, luego él se sienta en el que está frente a ella, cruzó su pierna dejando su tobillo en la otra rodilla. Sus dedos se posaron en la barbilla. ―Tienes algo que a mí me interesa. ―Tara arrugó su entrecejo intrigada. Tenía el nudo en la garganta, no se podía creer que estuviese negociando con Alexander Cooper, ahora todo encajaba, si estaba anteriormente en la hacienda, era por algo. Ahora sabría por qué. ― ¿Qué es? ―Tara cruzó su pierna y se recargó en el respaldo del sillón, ambas manos las dejó en su regazo. ―Las tierras del lado sur de la hacienda. ―Tara se reincorporó y arqueó una ceja desafiante. Esas tierras le pertenecían, era un regalo por parte de