—Mucho gusto, soy Tara Miller, señor Cooper—Tara extendía su mano hacia el hombre alto que vestía muy formal. Cuando sus manos se tocaron, Alexander pudo sentir como un tipo de electricidad le recorría la espina dorsal.
Como si fuese algún tipo de advertencia.
—Alexander, puede decirme solo Alexander—respondió en un tono frío hacía Tara. Esta no estaba en lo absoluto sorprendida por el atractivo del él. Aunque no pasaba desapercibido a ella no le llamaba algún tipo de atención.
—Bueno, ya listas las presentaciones, pasemos a sentarnos. Tara ocupa tu lugar, por favor.
Sofía, como siempre presidia en la silla principal, a su mano derecha Tara y enfrente de esta, Alexander. Alexander intentaba bloquear la curiosidad por la mujer que estaba frente a él.
Julya entraba con el resto de la cena.
—Tara, Alexander es un empresario muy poderoso en New York, está interesado en comprar algunas tierras de la hacienda y entre otros asuntos, pero eso le veremos luego tú y yo, por lo tanto, es un invitado muy especial.
Sofía Miller le sonrió a Alexander. Y este le regresó el gesto. Tara había perdido el apetito. ¿Desde cuándo le interesaba alguien comprar las tierras de su familia? Para Tara ya era una intriga.
Después de la cena, Tara se disculpó usando el pretexto del sueño, pero realmente iría a caminar al jardín en donde se sentía un poco más libre. Alexander no había dejado de mirarla, se había sorprendido por los gestos que se había aprendido de ella, la forma en como torcía sus labios y a la vez se le formaban unos discretos huecos en forma de hoyuelos, el modo de suspirar, como sus ojos viajaban del plato al centro de la mesa y después de segundos regresaba a su plato. La forma de sentarse, adivinando si tenía las piernas cruzadas, o dobladas bajo el mantel de la mesa. Ese era el Alexander. Un hombre observador, obsesivo y demasiado meticuloso.
Alexander Cooper aparte de ser un empresario poderoso en New York, era un dominante. Ginger era la dueña de un club BDSM muy famoso y privado en la ciudad neoyorquina, le había conseguido sumisas durante diez años, pero nunca estaban a su altura, en esta ocasión cansado de no encontrar una a su gusto, decidió buscar una él mismo, qué antes de hacerla sumisa cumpliera con sus expectativas y así evitaría hacer contratos de confidencialidad cada dos días. Ahora que había decidido tomar su tiempo en conocerla en silencio, Alexander había deducido en minutos que ella podría ser un potencial de su proyecto sumisa. Pero se regañó mentalmente, ella no. Es la hija de su futura socia, obtendría solamente tierras.
No un proyecto.
Se irritó...
Sofía y Alexander estaban en la sala que se encontraba en el interior del despacho de Sofía. Había terminado de cerrar el trato con Alexander, ahora era un socio del diez por ciento de una de las empresas extranjeras que tenía Sofía en E.U. Aunque fuese pequeña, era una de las mejores exportadoras.
— ¿Está todo bien, Alexander?
Sofía le preguntaba intrigada al ver que su mirada se había concentrado en las ventanas abiertas que daban al gran jardín.
Movió su vaso de cristal mientras jugaba con el líquido, finalmente se tomó el último trago.
—Sí, estoy bien, gracias por tu hospitalidad. ¿Tara siempre es así de seria?
Sofía torció los labios. Alexander acababa de notar de donde Tara había heredado esos hoyuelos que habían empezado a llamar su atención.
—No, sinceramente no es muy callada. Es demasiado respondona, dice lo que piensa y no importa si a mí me interesa lo que va a decir, puedo decir que salió igual a su padre. ¿Sigues pensando en lo que te he propuesto?
Sofía sentía que había hecho lo correcto. Recordó su futuro y tenía que dejar a su hija en manos donde la hacienda no se hiciera polvo, qué todo el esfuerzo por ser lo que era ante el mundo, se hiciera NADA en un dos por tres por alguien que solo busca la fortuna Miller.
Alexander había sacado su carta bajo la manga. Había investigado a Sofía y sabía que en un futuro pasaría a mejor mundo, así que tenía una joya de ojos verdes esmeralda muy bien resguardada y que estaba empezando hacerse obsesión en silencio.
—Sigo pensando que un contrato de matrimonio de por medio, es algo que no está en mis planes.
—Entregaré a mi hija solo de esa manera. No voy a arriesgarme a que alguien llegue y termine por llevarla a la ruina.
— ¿Y qué es lo que el matrimonio va a hacer? Puede que ocurra aún casada.
—Pero no contigo, Alexander. Sé que tienes olfato para los negocios, Empresas Cooper no se hizo de un día para otro. Te ha costado años...—Alexander fijo su mirada sorprendida hacia Sofía— ¿Crees que eres el único que investiga? El hecho que estemos retirados de la civilización, no quiere decir que vivamos en la ignorancia.
—No he dicho tal cosa, pero discúlpame si lo llegué a comentar en otras palabras. Solo me sorprende que una mujer que casi no sale de su mundo sepa algo más de los negocios. Casi siempre cierro contratos con personas masculinas. Te repito mis disculpas.
Sofía sonrió.
—Te disculpo. —Sofía dio un sorbo a su copa y puso el resto de las cartas sobre la mesa—Tara heredara toda mi fortuna y mi marido dejó una cláusula dejando su parte de la herencia cuando ella cumpliera sus veintiún años y déjame decirte que eso sucederá en un mes y las tierras que te interesan para lo que tienes planes, son de esa herencia. Puedes hacer un contrato prenupcial, Tara no dudaría en dejar que las toques si en tus planes es trabajarlas.
Alexander se llevó la mano a su barbilla. Pensó que un hombre como él no podría casarse. Sus planes de matrimonio en algún punto de su vida no eran visibles. Y podría asegurarse que en su diccionario no estaba esa palabra.
—El matrimonio es demasiado. Simplemente regreso en un mes y le ofreceré dinero por ellas.
—Esas tierras tienen un legado sentimental para ella. Dudo y juro por mi vida... que nunca las vendería, mucho menos a alguien que viene de fuera. Pero si quieres hacerlo, adelante.
Alexander tenía mucho que pensar. Pero seguía pensando en que ni loco entraría al infierno de un matrimonio.
—Mierda, eso dolió nana—protestó Tara—Sinceramente y sin ofenderte no quiero usar esto tanconservador—se sobó el lugar del pinchazo de la aguja. Julya levantó su mirada divertida. —Si te sigues moviendo te voy a volver a pinchar otra vez con la aguja. —exclamó divertida. Aunque eso no tenía nada de divertido para Tara. Ésta se volvió hacia el espejo de cuerpo completo y comenzó a verse de pies a cabeza. Y estaba más que decepcionada. —Esto no muestra nada de piel, nana ¿Acaso no puedes ser más actualizada? —soltó irritada al espejo. Era un color verde oliva, la tela pesada y brillosa caía a sus pies, manga tres cuartos y cuello alto. Un terrible estilo de vestido. —Tara, así lo ha pedido tu madre, van a ir muchas personas importantes de los alrededores y empresarios del extranjero, incluyendo al señor Cooper. —Tara soltó el aire, irritada. — ¿Ese tipo? Dios nos libre, es un pesado. Lo poco que lo traté hace como tres semanas, lo pillé m
— ¿Tara? Apura ese trasero y deja de soñar despierta, tenemos el tiempo contado por tu madre. — ¿Llevas mis frutas favoritas? —Julya sonrió asintiendo al mismo tiempo. —Sí y tus ciruelas, ah y las fresas para el postre de queso que haremos en la tarde. —Julya se concentraba en llevar todo en la canasta semanal. —Vieja pero no olvidadiza, nana—Tara carcajeó entre bromas con su nana. —Vieja tu bisabuela, yo apenas cumplo 65 años—se hincha el pecho de orgullo. —Vale, no te enojes. ¿Vamos rápido a la pastelería? —rogó Tara a su nana. —Ten cuidado de que no te mire Pedro emocionada, acuérdate que son los oídos y ojos de tu madre, si sospecha que tienes un pretendiente, lo desaparece—murmuró Julya cerca de Tara en un tono bajísimo. —Calla, nana. Dios no lo quiera, mi madre no llegaría a tanto—soltó un suspiro—solo son pastelitos de sabor. —Sí, «solo son pastelitos de sabor» Ese joven solo te coquetea, Tara, y cree que con uno
Tara se observó en el espejo de cuerpo completo, estuvo a punto de romperse a llorar de la ira. El vestido que su madre le ha mandado a hacer era demasiado conservador, casi no mostraba nada de piel, se veía como una señora con un vestido hasta el cuello, muñecas y arrastrando la alfombra, cuando debería de vestir acorde a su edad. ¿Qué es lo que está pensando su madre? ―Es...―su quijada se tensaba e intentando contenerse de la frustración―...muy, muy conservador. Podría ser mi madre cincuenta años atrás. La nana Julya se asomó desde detrás de Tara ladeando su cabeza y observando detenidamente el gesto de ella a través del espejo, sabía que el vestido que tenía puesto era una exageración por parte de Sofía, pero quie
Julya pasó de un lado a otro demasiado nerviosa, sabía en las broncas que se iba a meter, pero por Tara no le importaba, daría su propia vida por verla feliz. Escuchó la puerta del baño de Tara abrirse y ella distraída no la vio, tenía una toalla enredada en su cabeza y una bata de algodón en color gris y arrastraba sus pantuflas por el piso de duela oscura. ― ¿Te falta mucho? la peinadora y el maquillista están esperando, la gente ya empieza a llegar y tu madre está a punto de terminar de arreglarse, cuándo mire a los profesionales sentados en la sala, va a armar una guerra. Julya estaba realmente preocupada, Tara se acercó y la abrazó. ―Tienes que relajarte, no es que me vaya a hacer mucho, ya sabes, el vestido y el pelo. ― La soltó y se encamina al gran armario de la habitación, Julya sonrío al recordar su regalo de cumpleaños. ―Haré pasar a la gente que te va a arreglar, antes de que se encuentren con tu madre y se desate la tercera guerra
Tara se miró por última vez en el espejo de cuerpo completo, está a punto de romper a llorar de la felicidad al ver el vestido color dorado en ella, "es hermoso" se murmuraba para ella misma. Estaba lista para bajar y mezclarse entre los invitados. Alcanzó su capa sedosa y antes de salir se puso el antifaz. Era lo mejor de la noche, invitados detrás de una máscara vestidos en elegantes trajes de etiqueta, tal y como había escuchado de su madre unas semanas antes. ―Señorita Miller, ¿Gusta algo para degustar? ―una mesera se acercó a ella cuándo estaba a punto de terminar de bajar el último escalón. ―Sí, gracias―le ofrece una delgada copa de un líquido dorado y burbujeante. Tara da un sorbo y siente como el sabor llena
Tara buscó el grupo dónde había dejado a Alexander y a su madre, pero no apareció por ningún lado. "Mejor" se dijo Tara. Alcanzó otra copa y caminó distraída por la orilla de jardín, viendo desde ahí a todo mundo quienes no dudaban en divertirse, sintió una opresión en su pecho. ―Diversión. ―repitió esa palabra en voz alta. ―Ojalá supiera el verdadero significado de eso. Tara literalmente se escondió con una nueva copa en mano, se sintió por fin relajada ante tanto estrés que cargaba casi desde que había cedido su madre hacer la fiesta. No conoce a nadie, solo había escuchado los nombres de los hacenderos que están cerca de su casa, pero de ahí nada. Después de una hora de ver a todo mundo, decidió irse a su habitación, los ánimos se habían ido y el alcohol empezaba a marearla, no quería que nadie lo notara. Se maldijo entre dientes, si solo hubiese comido algo. Levantó de un costado su vestido para caminar más rápido, pero su huida es detenida por el agarre de Sofía
Tara avanzó hasta quedar cerca al escritorio de su madre, Alexander caminó hasta quedar a unos cuantos pasos frente a ella, se metió ambas manos a los bolsillos de su pantalón de etiqueta. ―Dime tus condiciones―dijo ella. Alexander le hizo una seña de que tomara asiento en el sillón individual, luego él se sienta en el que está frente a ella, cruzó su pierna dejando su tobillo en la otra rodilla. Sus dedos se posaron en la barbilla. ―Tienes algo que a mí me interesa. ―Tara arrugó su entrecejo intrigada. Tenía el nudo en la garganta, no se podía creer que estuviese negociando con Alexander Cooper, ahora todo encajaba, si estaba anteriormente en la hacienda, era por algo. Ahora sabría por qué. ― ¿Qué es? ―Tara cruzó su pierna y se recargó en el respaldo del sillón, ambas manos las dejó en su regazo. ―Las tierras del lado sur de la hacienda. ―Tara se reincorporó y arqueó una ceja desafiante. Esas tierras le pertenecían, era un regalo por parte de
Exactamente el día de hoy se cumplía dos semanas desde aquel día que cerraron el trato en el despacho de su madre. Tara miraba por el gran ventanal de su habitación con vistas al gran jardín, había gente que caminaba de un lado a otro, la persona que se había contratado para arreglar el evento apuntaba algo en su tableta mientras daba órdenes a unos tipos con overol y gorra. El maquillista y el peinador acaban de salir de la habitación, sería la última noche que se quedaría ahí antes de irse a vivir a New York, la emoción la llenaba, pero a la vez tenía miedo. Tocaron la puerta. ―Pase. ―dijo en voz alta. La puerta se abrió y entró Julya vestida muy elegante, se cubrió la boca con ambas manos al ver a su nieta vestida