SASCHA (8)

Al amparo de la noche las horas se hacían eternas, el palacio estaba en absoluto silencio y bajo las sabanas de seda blanca el cuerpo de Sascha temblaba presa de la fiebre. Llevaba días así, empeorando y mejorando de manera alternativa cada dos o tres horas. Su temperatura corporal pasaba cerca de la hipotermia por las mañanas, a la febrícula al mediodía y a una verdadera fiebre hacia el ocaso. Sascha estaba consciente de la gravedad de su situación, se sabía enferma, pero no tenía idea de que exactamente.

Durante los días que habían pasado de la huida de Isabel, Sascha se había pasado la mayor parte del tiempo llorando y divagando por su habitación como una sonámbula en plena madrugada. Las golpizas se habían detenido hacía relativamente poco y no gracias a algún valeroso guerrero que la hubiera rescatado, sino más bien deb

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