Espero que sepas que lo que intentan hacer es un suicidio — dijo Tristán que yacía sentado en el borde de la cama, con la cabeza recargada mirando al techo.
¿Por qué lo dices? ¿Acaso no fue lo mismo que tú y tus hombres hicieron cuando llegaron a la bahía? — Carlos seguía empuñando la ballesta. Apuntaba directamente al rostro de Tristán, atentó a cualquier movimiento fuera de lugar.
Si — rio Tristán — pero debes saber que mis hombres y yo teníamos la certeza de que lo lograríamos.
¿Por qué? — preguntó Carlos con curiosidad
Tantos años en altamar cambian a un hombre, ¿sabes? He visto cosas que tu ni siquiera puedes imaginar.
¿Qué cosas?
— Tristán se encogió de hombros — No podría contarte porque no lo creerías. Yo mismo no pod&ia
Ivanna acunaba a su hermana menor tal como lo había hecho siempre. Lentamente y con el corazón roto, cantaba una canción para Sascha mientras le alisaba el cabello con dedos suaves y generosos. Ivanna jugueteaba un poco con los rizos, antaño hermosos y bien cuidados, de su hermana y volvía a entonar la misma melodía que le cantaba cuando ambas eran unas niñas felices y despreocupadas que tenían su hogar a muchos kilómetros de allí, en las tierras de la casa Torreblanca.La lluvia, en aquella zona alta y desprotegida del palacio, sonaba aún más fuerte que en los pisos inferiores y, por ende, ninguna de ellas, ni la pequeña María (que yacía dormida en posición fetal en una de las camas) habían escuchado las explosiones que provenían desde abajo.Sascha había llorado hasta quedarse dormida. Su cuerpo había perdido tanto peso durante s
La noche era como un sueño interminable. De primera instancia, Isabel había creído que lo que estaba viendo no era más que eso, un sueño, o, en honor a la verdad, una pesadilla. Pero no. En los sueños (aún en los malos) uno siempre tiene la sensación, aunque a menudo vaga y lejana, de que lo que se está viviendo no es real. Pero esta vez, todo era diferente. Isabel lo sabía, aun dentro de su limitada mente infantil, entendía muy bien que algo terriblemente malo estaba pasando. Para muestra: La lluvia.En otro tiempo, Isabel no hubiera tenido ningún empacho en declarar su amor por la lluvia, los días nublados y el clima frío. Le gustaba, sobre todo, salir al jardín luego de un día lluvioso, escuchar de primera mano el canto de las aves, respirar el aire frio con su inigualable frescura y en especial, le fascinaba el aroma de la tierra mojada. Casi siempre luego de un
Mientras en las calles de la ciudad, Isabel estaba terminando de comer su chocolate junto a un chico tartamudo. En el palacio, Tristán Dagger daba muerte a uno de los dos varones con sangre Dagger que quedaban en pie. Al menos esta vez Tristán no había necesitado de las habilidades asesinas del maestro Luc, porque, pese a todo, Tristán Dagger aún era un hombre orgulloso que no desaprovecha la menor oportunidad de un combate uno a uno a la vieja usanza, es decir, con espada.Llegado el momento, el experimentado pirata y actual rey de Valle Verde, había retado al príncipe Carlos a un combate cuerpo a cuerpo. El motivo no había sido otro que el de la diversión. Durante sus años en altamar, y casi siempre luego de una victoria, Tristán fantaseaba con la idea de matar con sus propias manos a su hermano. En su opinión, las causas por las que había sido desterrado del palacio y despojado de to
Giselle había escapado. Para Travis, había sido sencillo suponer porque, y, ahora, mientras el rey estaba leyendo ante el consejo la nota que la mujer había dejado antes de partir, el antiguo prisionero encontraba ciertas sus suposiciones.El rey parloteaba como una mujer histérica ante su consejo real: Era obvio que no tenía idea de lo que debía hacer.Travis, de pie en un extremo de la sala, escuchaba atentamente las opiniones de cada uno de los presentes. El rey por supuesto era partidario de seguir a Giselle: no deseaba que su amante se enfrentara sola al poderío de la capital. En cambio, el maestro y el capitán de la guardia de la ciudad optaban por actuar con mayor precaución. Tal vez la historia que Giselle había contado les pareciera cierta, pero, aun así, era obvio que no querían arriesgarse a entrar en guerra contra un ejército de piratas y mercenarios com
El amanecer la había sorprendido en el rio. La yegua, una potranca hermosa color negro azabache, estaba bebiendo agua con frenesí. En tanto, Giselle estaba terminando de hacer sus necesidades tras un arbusto. Se subió las bragas, el vestido (un vestido ligero y sencillo: sin ningún esplendor ni excesivamente adornado) y caminó de vuelta al sendero de los viajeros que transcurría paralelamente con aquella sección del rio.El sendero era pedregoso e irregular en ese tramo y Giselle no había tenido más remedio que aminorar la velocidad, pues si la yegua llegaba a fracturarse una pata, todo estaría perdido.La yegua terminó de beber, relinchó y volvió su atención hacia los arbustos achaparrados que circundaban el rio. Entre tanto, ahora fue Giselle quien se acercó al rio y hundiendo su rostro en las aguas, bebió un largo trago de agua helada. Un esc
Su despertar fue lento, pero, en cuanto cobró conciencia del lugar donde se encontraba, toda sensación de descanso que hubiera podido experimentar, se convirtió de pronto en una avalancha de emociones negras y angustiosas.Iván trató de levantarse, pero rápidamente se hizo patente que no podía ir a ningún lado, la razón: estaba encadenado a una pared. Las cadenas sujetaban sus muñecas con fuerza y permitían un movimiento muy limitado, y por si eso no fuera suficiente, en su tobillo derecho, había un grillete con una bola de acero en el extremo. Cualquier movimiento en ese estado resultaba doloroso.La celda no se parecía en nada a las altas habitaciones del ala este, en las que, a pesar de todo, hubiera encontrado un poco más de libertad y comodidad. No. La celda en la que se encontraba era toda gris y toda suciedad. Rápidamente, Iván se dio cuenta que no est
La situación de Iván y Jane era muy similar, con la salvedad de que esta última se hallaba en un lugar más confortable. Con las persianas bajadas, era imposible saber si ya había anochecido, era de día, o de tarde. Todo lo que Jane Valois sabía, era que prefería estar muerta. Tristán Dagger había estado allí hacia tan solo unos momentos, y había exhibido la cabeza del príncipe Carlos como quien presume un trofeo de caza. Jane había gritado, maldecido y pataleado con todas sus fuerzas para intentar liberarse de la silla a la que se encontraba atada, pero de nada le había servido. Tristán se había limitado a mirarla con una expresión burlesca y carente de toda empatía; había acercado la cabeza cercenada de Carlos hasta el rostro de Jane, a fin de que la chica pudiera ver de primera mano lo que le sucedería a ella y a toda su familia. Si. Tr
Giselle había tenido suerte. Tres días y dos noches luego de su paso por la posada, estaba entrando oficialmente a las tierras dominadas por la casa Dagger durante cientos de años. Aún estaba en las periferias, donde tenían su hogar la mayoría de los campesinos de la ciudad y donde estaba, de hecho, la casa en la que Jane Valois había vivido la mayor parte de su vida.Giselle, que ya no tenía en absoluto pinta de mujer (se había cortado el cabello y sus ropas estaban sucias y sin ningún rastro de la femineidad que tanto la había enorgullecido en toda su vida) consiguió cambiar la fina yegua por alimento, ropa nueva (de hombre, por supuesto) y una vieja mula que le serviría para pasar desapercibida en su camino hacia el palacio. Lo que haría después, aun no lo tenía del todo claro; esperaba que los señores del norte del continente ya se hallaran en camino a la