Giselle había escapado. Para Travis, había sido sencillo suponer porque, y, ahora, mientras el rey estaba leyendo ante el consejo la nota que la mujer había dejado antes de partir, el antiguo prisionero encontraba ciertas sus suposiciones.
El rey parloteaba como una mujer histérica ante su consejo real: Era obvio que no tenía idea de lo que debía hacer.
Travis, de pie en un extremo de la sala, escuchaba atentamente las opiniones de cada uno de los presentes. El rey por supuesto era partidario de seguir a Giselle: no deseaba que su amante se enfrentara sola al poderío de la capital. En cambio, el maestro y el capitán de la guardia de la ciudad optaban por actuar con mayor precaución. Tal vez la historia que Giselle había contado les pareciera cierta, pero, aun así, era obvio que no querían arriesgarse a entrar en guerra contra un ejército de piratas y mercenarios com
El amanecer la había sorprendido en el rio. La yegua, una potranca hermosa color negro azabache, estaba bebiendo agua con frenesí. En tanto, Giselle estaba terminando de hacer sus necesidades tras un arbusto. Se subió las bragas, el vestido (un vestido ligero y sencillo: sin ningún esplendor ni excesivamente adornado) y caminó de vuelta al sendero de los viajeros que transcurría paralelamente con aquella sección del rio.El sendero era pedregoso e irregular en ese tramo y Giselle no había tenido más remedio que aminorar la velocidad, pues si la yegua llegaba a fracturarse una pata, todo estaría perdido.La yegua terminó de beber, relinchó y volvió su atención hacia los arbustos achaparrados que circundaban el rio. Entre tanto, ahora fue Giselle quien se acercó al rio y hundiendo su rostro en las aguas, bebió un largo trago de agua helada. Un esc
Su despertar fue lento, pero, en cuanto cobró conciencia del lugar donde se encontraba, toda sensación de descanso que hubiera podido experimentar, se convirtió de pronto en una avalancha de emociones negras y angustiosas.Iván trató de levantarse, pero rápidamente se hizo patente que no podía ir a ningún lado, la razón: estaba encadenado a una pared. Las cadenas sujetaban sus muñecas con fuerza y permitían un movimiento muy limitado, y por si eso no fuera suficiente, en su tobillo derecho, había un grillete con una bola de acero en el extremo. Cualquier movimiento en ese estado resultaba doloroso.La celda no se parecía en nada a las altas habitaciones del ala este, en las que, a pesar de todo, hubiera encontrado un poco más de libertad y comodidad. No. La celda en la que se encontraba era toda gris y toda suciedad. Rápidamente, Iván se dio cuenta que no est
La situación de Iván y Jane era muy similar, con la salvedad de que esta última se hallaba en un lugar más confortable. Con las persianas bajadas, era imposible saber si ya había anochecido, era de día, o de tarde. Todo lo que Jane Valois sabía, era que prefería estar muerta. Tristán Dagger había estado allí hacia tan solo unos momentos, y había exhibido la cabeza del príncipe Carlos como quien presume un trofeo de caza. Jane había gritado, maldecido y pataleado con todas sus fuerzas para intentar liberarse de la silla a la que se encontraba atada, pero de nada le había servido. Tristán se había limitado a mirarla con una expresión burlesca y carente de toda empatía; había acercado la cabeza cercenada de Carlos hasta el rostro de Jane, a fin de que la chica pudiera ver de primera mano lo que le sucedería a ella y a toda su familia. Si. Tr
Giselle había tenido suerte. Tres días y dos noches luego de su paso por la posada, estaba entrando oficialmente a las tierras dominadas por la casa Dagger durante cientos de años. Aún estaba en las periferias, donde tenían su hogar la mayoría de los campesinos de la ciudad y donde estaba, de hecho, la casa en la que Jane Valois había vivido la mayor parte de su vida.Giselle, que ya no tenía en absoluto pinta de mujer (se había cortado el cabello y sus ropas estaban sucias y sin ningún rastro de la femineidad que tanto la había enorgullecido en toda su vida) consiguió cambiar la fina yegua por alimento, ropa nueva (de hombre, por supuesto) y una vieja mula que le serviría para pasar desapercibida en su camino hacia el palacio. Lo que haría después, aun no lo tenía del todo claro; esperaba que los señores del norte del continente ya se hallaran en camino a la
Sentado en el trono que había ansiado durante años, Tristán escuchaba con atención (y con una mano en el mentón) los planes que cada uno de sus hombres (que no eran sus hombres, sino los del dios Rojo) tenían para hacer prosperar la ciudad. Las noticias, de que varios de los pequeños y medianos reinos de lo largo y ancho del continente se dirigían a la ciudad, eran el tema principal de debate.Algunos de ellos (entre los que se encontraba Ojo de Pez) eran partidarios de exigir que cada uno de los señores dejaran a un hijo varón en la capital para ser entrenado en el arte de la guerra. A Tristán, la idea le gustaba, pues garantizaría de alguna manera la lealtad de todos aquellos que aún lo veían como un usurpador y un tirano.El maestro Luc, mientras tanto, parloteaba acerca de lo bueno que sería inculcar la fe del dios Rojo al pueblo y, de ser posible, al continente
Fuera de los muros del palacio real, el pueblo estaba sumido en la acostumbrada monotonía. La observación que Giselle había hecho a su paso era, hasta cierto punto, acertada. La gente iba y venía, sumida en sus propios problemas e importándole poco quien gobernara la ciudad. Gran parte de su indiferencia se debía, quizá, a que, en los pocos años de reinado de Iván, no se habían hecho grandes mejoras. La administración anterior, a cargo del rey Bastián, había sido poco menos que lamentable y desastrosa para la mayoría de los habitantes. Muchos habían emigrado en busca de mejores oportunidades y los que se habían quedado, no habían visto nunca grandes cambios, independientemente de quien estuviera en el trono. En cierto modo, era como si el pueblo no tuviera el menor interés en su rey. Por supuesto el pueblo, o al menos la mayoría, conoc&ia
La comitiva venida del norte estaba arribando a la poderosa ciudad capital. El nuevo rey de Sanlúcar, un caballero de finas facciones y cuerpo esbelto bien proporcionado iba rodeado por el grueso de sus hombres. Travis, recién nombrado maestro de armas de la ciudad norteña de Sanlúcar, cabalgaba inmediatamente por detrás del rey.¿Recuerdan todos el plan? — había preguntado el orgulloso rey del norte a sus hombres la noche anterior a su llegada, cuando el campamento de poco más de una centena de hombres estaba terminando de instalarse en un claro que discurría a pocos metros del sendero de los viajeros.Sí: Había sido la respuesta de todos y cada uno de ellos. Una respuesta escueta, pero que, a fin de cuentas, significaba que todos quienes lo acompañaban, entendían el tamaño de las implicaciones.Mañana por la mañana arribaremos a V
Una melodía de piano y cuerdas sonaba en la lejanía. A las notas, suaves y emotivas, se unía una voz de tenor que recitaba palabras dulces, palabras llenas de emoción y nostalgia. Era la canción más bella que Sascha había escuchado en su vida y mientras ella cerraba los ojos y pensaba en Iván, la voz del interprete recitaba:Aquí en la oscuridad Con las estrellas solitarias…Solo el hombre en la luna Y el latido de mi corazón…El rizo de tus labios y la suavidad de tu pielEl silencio que canta La canción en el viento…La letra se perdía y de un momento a otro, Sascha ya no distinguía las palabras. Era una situación un tanto surrealista, porque en el fondo sabía que nadie podía estar interpretando una canci&oa