Mientras en Valle Verde, Jane conducía a los hermanos hacía el llamado Dios rojo de los mares, en Sanlúcar, Giselle Dagger, estaba terminando de acostar a la princesa Iris. La conversación de la joven había sido la habitual y en el palacio nada parecía fuera de lo normal. El hijo mayor del rey tomaría el poder al día siguiente en una gran ceremonia a la que acudirían muchos señores de las tierras vecinas.
Giselle bajó las escaleras desde el cuarto de la princesa hacia el vestíbulo principal. A medio camino, justo donde un enorme reloj marcaba lenta y parsimoniosamente el paso del tiempo, se detuvo, miró hacia arriba y dejo escapar un cansino suspiro. Volvió su mirada al reloj y por unos segundos se perdió en el ritmo de este, como alguien que está siendo hipnotizado. Cuatro años habían pasado desde su huida de Valle Verde; en aquel tiempo
Vista desde afuera, la habitación de Tristán Dagger parecía la punta de una lanza. En lo más alto del ala oeste del palacio, el rey estaba terminando de leer uno de los libros que le había dejado el maestro Luc. La historia versaba acerca del Dios Rojo, un ente que, según los textos, vivía en el fondo del mar.El rey había estado tan concentrado en la lectura que tardo en percatarse que el pie herido le estaba comenzando a dar comezón. Al principio la sensación era tolerable, pero ahora, con la atención puesta en él, la comezón había escalado; ahora era una verdadera picazón con una pizca de ardor en la zona de los dedos.Tristán se levantó de la mesa en la que había estado leyendo y se recostó en la cama. Esperaría. La chica no debía de tardar con los bocadillos que le había mandado a preparar y, en caso de que tarda
El pasillo por el que caminaban estaba cubierto en uno de sus lados por una serie de anchas ventanas que les permitía ver hacia el exterior. La construcción había sido diseñada así a propósito para permitir el paso de la luz solar en aquella zona oscura y fría del palacio; sin embargo, ahora, era únicamente oscuridad y lluvia lo que se podía ver desde adentro.Jane pegó un brinco cuando un trueno estalló en la lejanía con una potencia que sería sin duda la envidia de todos los cañones. Un nuevo relámpago llegó inmediatamente después anunciando la llegada inminente de un segundo estruendo. La luz azul iluminó el rostro de la chica, que hasta no hace mucho tiempo tenía su hogar en una de las zonas más alejadas y pobres de todo Valle Verde. Iván, que caminaba por delante, se notaba inquieto y un poco asustado; empuñaba la espad
Espero que sepas que lo que intentan hacer es un suicidio — dijo Tristán que yacía sentado en el borde de la cama, con la cabeza recargada mirando al techo.¿Por qué lo dices? ¿Acaso no fue lo mismo que tú y tus hombres hicieron cuando llegaron a la bahía? — Carlos seguía empuñando la ballesta. Apuntaba directamente al rostro de Tristán, atentó a cualquier movimiento fuera de lugar.Si — rio Tristán — pero debes saber que mis hombres y yo teníamos la certeza de que lo lograríamos.¿Por qué? — preguntó Carlos con curiosidadTantos años en altamar cambian a un hombre, ¿sabes? He visto cosas que tu ni siquiera puedes imaginar.¿Qué cosas?— Tristán se encogió de hombros — No podría contarte porque no lo creerías. Yo mismo no pod&ia
Ivanna acunaba a su hermana menor tal como lo había hecho siempre. Lentamente y con el corazón roto, cantaba una canción para Sascha mientras le alisaba el cabello con dedos suaves y generosos. Ivanna jugueteaba un poco con los rizos, antaño hermosos y bien cuidados, de su hermana y volvía a entonar la misma melodía que le cantaba cuando ambas eran unas niñas felices y despreocupadas que tenían su hogar a muchos kilómetros de allí, en las tierras de la casa Torreblanca.La lluvia, en aquella zona alta y desprotegida del palacio, sonaba aún más fuerte que en los pisos inferiores y, por ende, ninguna de ellas, ni la pequeña María (que yacía dormida en posición fetal en una de las camas) habían escuchado las explosiones que provenían desde abajo.Sascha había llorado hasta quedarse dormida. Su cuerpo había perdido tanto peso durante s
La noche era como un sueño interminable. De primera instancia, Isabel había creído que lo que estaba viendo no era más que eso, un sueño, o, en honor a la verdad, una pesadilla. Pero no. En los sueños (aún en los malos) uno siempre tiene la sensación, aunque a menudo vaga y lejana, de que lo que se está viviendo no es real. Pero esta vez, todo era diferente. Isabel lo sabía, aun dentro de su limitada mente infantil, entendía muy bien que algo terriblemente malo estaba pasando. Para muestra: La lluvia.En otro tiempo, Isabel no hubiera tenido ningún empacho en declarar su amor por la lluvia, los días nublados y el clima frío. Le gustaba, sobre todo, salir al jardín luego de un día lluvioso, escuchar de primera mano el canto de las aves, respirar el aire frio con su inigualable frescura y en especial, le fascinaba el aroma de la tierra mojada. Casi siempre luego de un
Mientras en las calles de la ciudad, Isabel estaba terminando de comer su chocolate junto a un chico tartamudo. En el palacio, Tristán Dagger daba muerte a uno de los dos varones con sangre Dagger que quedaban en pie. Al menos esta vez Tristán no había necesitado de las habilidades asesinas del maestro Luc, porque, pese a todo, Tristán Dagger aún era un hombre orgulloso que no desaprovecha la menor oportunidad de un combate uno a uno a la vieja usanza, es decir, con espada.Llegado el momento, el experimentado pirata y actual rey de Valle Verde, había retado al príncipe Carlos a un combate cuerpo a cuerpo. El motivo no había sido otro que el de la diversión. Durante sus años en altamar, y casi siempre luego de una victoria, Tristán fantaseaba con la idea de matar con sus propias manos a su hermano. En su opinión, las causas por las que había sido desterrado del palacio y despojado de to
Giselle había escapado. Para Travis, había sido sencillo suponer porque, y, ahora, mientras el rey estaba leyendo ante el consejo la nota que la mujer había dejado antes de partir, el antiguo prisionero encontraba ciertas sus suposiciones.El rey parloteaba como una mujer histérica ante su consejo real: Era obvio que no tenía idea de lo que debía hacer.Travis, de pie en un extremo de la sala, escuchaba atentamente las opiniones de cada uno de los presentes. El rey por supuesto era partidario de seguir a Giselle: no deseaba que su amante se enfrentara sola al poderío de la capital. En cambio, el maestro y el capitán de la guardia de la ciudad optaban por actuar con mayor precaución. Tal vez la historia que Giselle había contado les pareciera cierta, pero, aun así, era obvio que no querían arriesgarse a entrar en guerra contra un ejército de piratas y mercenarios com
El amanecer la había sorprendido en el rio. La yegua, una potranca hermosa color negro azabache, estaba bebiendo agua con frenesí. En tanto, Giselle estaba terminando de hacer sus necesidades tras un arbusto. Se subió las bragas, el vestido (un vestido ligero y sencillo: sin ningún esplendor ni excesivamente adornado) y caminó de vuelta al sendero de los viajeros que transcurría paralelamente con aquella sección del rio.El sendero era pedregoso e irregular en ese tramo y Giselle no había tenido más remedio que aminorar la velocidad, pues si la yegua llegaba a fracturarse una pata, todo estaría perdido.La yegua terminó de beber, relinchó y volvió su atención hacia los arbustos achaparrados que circundaban el rio. Entre tanto, ahora fue Giselle quien se acercó al rio y hundiendo su rostro en las aguas, bebió un largo trago de agua helada. Un esc